Dios nos sorprende a cada paso

martes, 15 de agosto de 2017
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Mirar21
15/08/2017 – María se ve sorprendida por el ángel que le anuncia que será la madre del Redentor. Con su sí, se abre al Dios de las sorpresas quien irrumpe en la vida de cada uno de nosotros con su gracia.

 

 

“El Ángel entró en su casa y la saludó, diciendo: «¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo». Al oír estas palabras, ella quedó desconcertada y se preguntaba qué podía significar ese saludo. Pero el Ángel le dijo: «No temas, María, porque Dios te ha favorecido. Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús; él será grande y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin». María dijo al Ángel: «¿Cómo puede ser eso, si yo no tengo relaciones con ningún hombre?». El Ángel le respondió: «El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño será Santo y será llamado Hijo de Dios”.

Lucas 1,28-35

La Natividad del Señor ilumina con su luz las tinieblas que con frecuencia envuelven nuestro mundo y nuestro corazón, y trae esperanza y alegría. ¿De dónde viene esta luz? De la gruta de Belén, donde los pastores encontraron a «María y a José, y al niño acostado en el pesebre» (Lc 2, 16). Ante esta Sagrada Familia surge otra pregunta más profunda: ¿cómo pudo aquel pequeño y débil Niño traer al mundo una novedad tan radical como para cambiar el curso de la historia? ¿No hay, tal vez, algo de misterioso en su origen que va más allá de aquella gruta?

Surge siempre de nuevo, de este modo, la pregunta sobre el origen de Jesús, la misma que plantea el procurador Poncio Pilato durante el proceso: «¿De dónde eres tú?» (Jn 19, 9). Sin embargo, se trata de un origen bien claro. En el Evangelio de Juan, cuando el Señor afirma: «Yo soy el pan bajado del cielo», los judíos reaccionan murmurando: «¿No es este Jesús, el hijo de José? ¿No conocemos a su padre y a su madre? ¿Cómo dice ahora que ha bajado del cielo?» (Jn 6, 41-42). Y, poco más tarde, los habitantes de Jerusalén se opusieron con fuerza ante la pretensión mesiánica de Jesús, afirmando que se conoce bien «de dónde viene; mientras que el Mesías, cuando llegue, nadie sabrá de dónde viene» (Jn 7, 27). Jesús mismo hace notar cuán inadecuada es su pretensión de conocer su origen, y con esto ya ofrece una orientación para saber de dónde viene: «No vengo por mi cuenta, sino que el Verdadero es el que me envía; a ese ustedes no lo conocen» (Jn 7, 28). Cierto, Jesús es originario de Nazaret, nació en Belén, pero ¿qué se sabe de su verdadero origen?

La vida toda se nos presenta a nosotros frente a este misterio donde en lo pequeño se esconde lo grande. Son más las cosas que preguntamos al misterio que lo que la vida nos ofrece como respuesta. Es necesario encontrar respuestas a lo existencial enfrentándolas con hondura. ¿De dónde vengo? ¿Cuál es mi orígen? ¿Hacia dónde voy, cuál es el sentido de mis pasos y el de la humanidad? La pregunta por el sentido se nos presenta a cada paso. Seguramente en la cueva de Belén podamos pispear alguna respuesta. Allí el Todopoderoso se hace un niño fragil para venir a traernos la luz. 

Sin sentido de origen y de trascendencia la vida se nos desparrama. No podemos esquivar la pregunta sobre el sentido que nace en cada latir.

En los cuatro Evangelios emerge con claridad la respuesta a la pregunta «de dónde» viene Jesús: su verdadero origen es el Padre, Dios; Él proviene totalmente de Él, pero de un modo distinto al de todo profeta o enviado por Dios que lo han precedido.

El Dios de los milagros cotidianos

Cuando contemplás lo mucho y lo bueno de lo que sos capaz, y a la vez, lo pobre de tu existencia, quizás en el pesebre de tu propio origen puedas encontrar la luz que viene de Dios. Sabemos que eso que le dice el ángel a María es realidad en cada uno de nosotros. En medio de muchas limitaciones personales y sociales Dios se muestra capaz de más. La vida sigue siendo un milagro que sorprende, donde decimos como el ángel a María “No hay nada imposible para Dios”. Vos sos testigo de que en muchos momentos de la existencia las cosas fueron mucho más allá de lo esperado. En medio de las limitaciones de la existencia, hay realidades que muestran que vamos más allá de lo que está marcado como posibilidad. ¿No será que allí mismo Dios se muestra como en Belén iluminando en medio de la pobreza y mostrando con su fuerza que hay más grande?

La vida se vuelve milagro en el misterio de un Dios que se hace presente en una noche, y en lo oculto da a luz la vida de Dios. La vida con mayúscula sorprendiendo en el latir de lo de todos los días. Hay algo en la lógica de amor que es la que nace en el pesebre, que se nos escapa de toda lógica y que amplía horizontes. Porque hemos sido alcanzamos por un amor desmesurable es que podemos ser sal y luz. Si la vida no tuviera esta capacidad de sorpresa más allá de toda lógica, ciertamente no habría esperanza. Pero com cada uno de nosotros es testigo de un montón de bellas sorpresas, en nosotros anida una esperanza que no podemos callar. El Amor nos invita a caminar en el amor para que en cada tramo podamos ver el horizonte que se nos hace cada vez más cerca: es el misterio del cielo y la tierra que se unen en un único lugar. Es Dios en la tierra que se nos ha hecho cercano en Jesús.

Ojalá mientras vas descubriendo las irrupciones de Dios en tu vida, puedas caer en la cuenta de la presencia de Dios que está cerca y que vino para quedarse.

María es la que nos enseña a vincularnos con la Vida, en esa actitud humilde y obediente, de aceptación ante la irrupción del ángel que le anuncia el misterio de Dios que viene a posarse sobre su pequeñez. A esa humildad de mujer, en esa aldea desconocida, Dios ha querido irrumpir con el don de la Vida para que se haga presente entre nosotros gracias al Sí de ella. Para que en Jesús encontremos el sentido mismo de la existencia porque el cielo bajó a la tierra y vino para quedarse con nosotros. Así, todo tramo de la vida, nos pone cada vez más cerca del lugar definitivo donde nos espera el mismo Dios.