Ser discípulos, vivir con Jesús

lunes, 30 de noviembre de 2015
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30/11/2015 – En aquel tiempo, cuando Jesús hubo acabado de dirigir todas estas palabras al pueblo, entró en Cafarnaúm. Se encontraba mal y a punto de morir un siervo de un centurión, muy querido de éste. Habiendo oído hablar de Jesús, envió donde Él unos ancianos de los judíos, para rogarle que viniera y salvara a su siervo. Éstos, llegando donde Jesús, le suplicaban insistentemente diciendo: «Merece que se lo concedas, porque ama a nuestro pueblo, y él mismo nos ha edificado la sinagoga».

Jesús iba con ellos y, estando ya no lejos de la casa, envió el centurión a unos amigos a decirle: «Señor, no te molestes, porque no soy digno de que entres bajo mi techo, por eso ni siquiera me consideré digno de salir a tu encuentro. Mándalo de palabra, y quede sano mi criado. Porque también yo, que soy un subalterno, tengo soldados a mis órdenes, y digo a éste: ‘Vete’, y va; y a otro: ‘Ven’, y viene; y a mi siervo: ‘Haz esto’, y lo hace».

Al oír esto Jesús, quedó admirado de él, y volviéndose dijo a la muchedumbre que le seguía: «Os digo que ni en Israel he encontrado una fe tan grande». Cuando los enviados volvieron a la casa, hallaron al siervo sano.

Lc 7, 1-10

¡Bienvenidos a la Catequesis! Hoy celebramos la fiesta de San Andrés y el primer lunes de Adviento. Jesús pasa y sigue llamando ¿Qué te proponés hacer para esperar ese encuentro?

Posted by Radio María Argentina on lunes, 30 de noviembre de 2015

Celebramos hoy la fiesta de San Andrés apóstol. Fue él quien hizo saber a Jesús en la multiplicación de los panes que había un muchacho con unos panes y unos peces. Según la tradición tras la ascención predicó en diferentes lugares y terminó crucificado. La liturgia nos dice que el domingo más cercano a la fiesta de San Andrés es la que da inicio al Adviento.

 Hoy el evangelio nos presenta la llamada que Jesús le hace a este soldado que le pide que sane a uno de sus súbditos, con esa emblemática expresión: “Una palabra tuya bastará para sanarlo”. Así de inmediata y directa fue la invitación que Jesús dirigió a Pedro y a su hermano andrés. Los profetas de entonces se limitaban a anunciar una palabra, en cambio él los invita a seguirlo, a vivir y a trabajar con Él, a compartir su vida.

Los discípulos vivíeron con Él y experimentaron lo que era estar con Él. Ser discípulo de Jesús significa seguirlo por todas partes y en todo momento, es compartir con Él la vida entera. “Yo estaré con ustedes todos los días”, esa fue la despedida de Jesús. Él con nosotros y nosotros con Él, esa es la vida del discípulo. Andres y Juan fueron los primeros discípulos de Jesús. Se encontraba el Bautista con dos de sus discípulos y viendo que Jesús pasaba, les indicó “ese es el cordero de Dios”. Ahí ellos comienzan a seguir a Jesús y al darse cuenta, les preguntará que buscan. “Vengan y vean” les dirá Jesús. Desde aquel día quedaron para siempre unidos a su persona.

“¿Qué buscan?”. Andrés reocrdaría ese día decisivo. Nunca se olvida ese día de llamado. Ser recibido entre su círculo de íntimos es la mayor gracia que se puede recibir en este mundo. Es el día feliz, el del don inmerecido, tanto más valioso por cuanto viene de Dios, que da sentido a la vida e ilumina el futuro. Hay llamadas de Dios que son una invitación dulce y silenciosa, otras, como lad e San Pablo que es un rayo fulminante, y hay otras que simplemente es una mano en el hombro que dice “seguime”. Entonces el hombre, sin dudarlo, vende sus bienes para quedarse con ese tesoro.

Vengan y vean, es la respuesta que Jesús dio a quienes buscaban. Es por el trato personal por el cual ellos comenzaron a formar en su vida. Es en la oración, en el trato personal con Jesús donde se profundiza esta llamada. Cristo pasa junto a nosotros y llama, sigue presente en el mundo con la misma realidad de hace 20 siglos y busca colaboradores. Vale la pena decir que sí a semejante invitación. El encuentro con Jesús dejó repleto de alegría a Andrés y no se lo pudo callar. Rebosante, con el primero que se cruza es con su hermano Simón y le contó a quién se había encontrado.

Es en el trato personal con el Señor donde Andrés y Juan conocieron, por experiencia personal, aquello que con las solas palabras no hubieran entendido del todo (6). Es en la oración personal, en la intimidad con Cristo, donde conocemos sus múltiples invitaciones y llamadas a seguirle más de cerca. Ahora, mientras hablamos con Él nos podríamos preguntar si tenemos el oído atento a su voz inconfundible, si estamos respondiendo hasta el fondo a lo que nos pide, porque Cristo pasa junto a nosotros y llama. Él sigue presente en el mundo, con la misma realidad de hace veinte siglos, y busca colaboradores que le ayuden a salvar almas. Vale la pena decir que sí a esta empresa divina.

 

¡Hemos encontrado al Mesías! (que significa Cristo). Y lo llevó a Jesús (7)

El encuentro con Jesús dejó a Andrés con el alma llena de felicidad y de gozo; una alegría nueva que era necesario comunicar enseguida. Parece como si no pudiera retener tanta dicha. Al primero que encontró fue a su hermano Pedro. Y comenta San Juan Crisóstomo que, después de haber estado con Jesús, después de haberle tratado durante aquel día, “no guardó para sí este tesoro, sino que se apresuró a acudir a su hermano, para hacerle partícipe de su dicha” (8). Andrés debió hablar a Pedro con entusiasmo de su descubrimiento: ¡Hemos encontrado al Mesías!, le dice con ese tono especial del que está convencido, pues logra que Pedro, quizá cansado después de una jornada de trabajo, vaya hasta el Maestro, que ya le esperaba: Y lo llevó hasta Jesús. Ésa es nuestra tarea: llevar a Cristo a nuestros amigos, parientes y conocidos, hablándoles con ese convencimiento que persuade. Este anuncio es propio del alma que “se llena de gozo con su aparición y que se apresura a anunciar a los demás algo tan grande. Ésta es la prueba del verdadero y sincero amor fraternal, el mutuo intercambio de bienes espirituales” (9). Verdaderamente, quien encuentra a Cristo lo encuentra para todos y, en primer lugar, para los más cercanos: parientes, amigos, colegas…

Nosotros hemos tratado con intimidad ¡quizá desde hace no pocos años! a Cristo, que pasó cerca de nuestra vida: “como Andrés, también nosotros, por la gracia de Dios, hemos descubierto al Mesías y el significado de la esperanza que hay que trasmitir a nuestro pueblo” (10). El Señor se vale con frecuencia de los lazos de la sangre, de la amistad… para llamar a otras almas a seguirle. Esos vínculos pueden abrir la puerta del corazón de nuestros parientes y amigos a Jesús, que a veces no puede entrar debido a los prejuicios, los miedos, la ignorancia, la reserva mental o la pereza. Cuando la amistad es verdadera no son necesarios grandes esfuerzos para hablar de Cristo: la confidencia surgirá como algo normal. Entre amigos es fácil intercambiar puntos de vista, comunicar hallazgos… ¡Sería tan poco natural que no habláramos de Cristo, siendo lo más importante que hemos descubierto y el motor de nuestro actuar!

La amistad, con la gracia de Dios, puede ser el cauce natural y divino a un mismo tiempo para un apostolado hondo, capilar, hecho uno a uno. Muchos descubrirán por nuestras palabras llenas de esperanza y de alegría a Jesús cercano, como lo encontró Pedro, como quizá lo hallamos en otro tiempo nosotros. “Un día no quiero generalizar, abre tu corazón al Señor y cuéntale tu historia, quizá un amigo, un cristiano corriente igual a ti, te descubrió un panorama profundo y nuevo, siendo al mismo tiempo viejo como el Evangelio. Te sugirió la posibilidad de empeñarte seriamente en seguir a Cristo, en ser apóstol de apóstoles. Tal vez perdiste entonces la tranquilidad y no la recuperaste, convertida en paz, hasta que libremente, porque te dio la gana que es la razón más sobrenatural, respondiste que sí a Dios. Y vino la alegría, recia, constante, que sólo desaparece cuando te apartas de Él” (11). Esa alegría que sólo hemos encontrado al seguir los pasos del Maestro, y que deseamos que muchos participen de ella.

 

Ante Jesús que pasa no podemos reservarnos nada

Están profundamente relacionadas esta fiesta de San Andrés con el adviento. Supone una espera, pero no de brazos cruzados, sino expectante. Esperamos al Señor y su modo particular en que esté año quiere salirnos al encuentro.

Un tiempo más tarde, mientras caminaban junto al mar de Galilea, vio a dos hermanos, Simón el llamado Pedro y Andrés su hermano, que echaban la red al mar, pues eran pescadores. Y les dijo Jesús: Seguidme y os haré pescadores de hombres. Ellos, al instante dejaron las redes y le siguieron (12). Es la llamada definitiva, culminación de aquel primer encuentro con el Maestro. Andrés, como los demás Apóstoles, respondió al instante, con prontitud. San Gregorio Magno, al comentar esta llamada definitiva de Jesús y el desprendimiento de todo lo que poseían con que respondieron aquellos pescadores, enseña que el reino de los cielos “vale tanto cuanto tienes” (13). Ante Jesús que pasa no podemos reservarnos nada. Mucho dejaron Pedro y Andrés, “puesto que ambos dejaron los deseos de poseer” (14). El Señor necesita corazones limpios y desprendidos. Y cada cristiano que sigue a Cristo ha de vivir, según su peculiar vocación, este espíritu de entrega. No puede haber algo en nuestra vida que no sea de Dios. ¿Qué nos vamos a reservar cuando el Maestro está tan cerca, cuando le vemos y le tratamos todos los días?

Este desprendimiento nos permitirá acompañar a Jesús que continúa su camino con paso rápido, que no sería posible seguir con demasiados fardos. El paso de Dios puede ser ligero, y sería triste que nos quedásemos atrás por cuatro cosas que no valen la pena. Él, de una forma u otra, pasa siempre cerca de nosotros y nos llama. Una veces lo hace a una edad temprana, otras en la madurez, y también cuando ya falta un trayecto más corto para llegar hasta Él, como se desprende de aquella parábola de los jornaleros que fueron contratados a diversas horas del día (15). En cualquier caso, es necesario responder a esa llamada con la alegría estremecida que nos han dejado los Evangelistas cuando recuerdan su llamada. Es el mismo Jesús el que pasa ahora, el que nos ha invitado a seguirle.

Cuenta la tradición que San Andrés murió alabando la cruz, pues le acercaba definitivamente a su Maestro: “Oh buena cruz, que has sido glorificada por causa de los miembros del Señor, cruz por largo tiempo deseada, ardientemente amada, buscada sin descanso y ofrecida a mis ardientes deseos (…), devuélveme a mi Maestro, para que por ti me reciba el que por ti me redimió” (16). No nos importarán los mayores sacrificios si vemos a Jesús detrás de ellos.

El adviento es un estílo de vida, porque si bien es la preparación a la Navidad, es mucho más que eso. Podemos resumirlo en 4 características: fe vigilante, gozo esperanzado, conversión continua y testimonio cristiano. Es lo que el evangelio nos regala en la fiesta de San Andrés y en la proclamación del vigilante en la fe confiada. Dios quiera que cada día del adviento podamos vivirla de esta forma.

 

Padre Daniel Cavallo

(1) Jn 1, 39.- (2) Jn 1, 37.- (3) Mt 13, 44.- (4) Mt 13, 45.- (5) J. L. R. SANCHEZ DE ALVA, El Evangelio de San Juan, Palabra, 3ª ed., Madrid 1987, nota a Jn 1, 35-51.- (6) SANTO TOMAS, Comentario al Evangelio de San Juan, in loc.- (7) Antífona de comunión. Jn 1, 41-42.- (8) LITURGIA DE LAS HORAS. Segunda lectura. SAN JUAN CRISOSTOMO, Homilías sobre el Evangelio de San Juan 19, 1.- (9) Ibidem.- (10) JUAN PABLO II, Homilía 30-XI-1982.- (11) J. ESCRIVA DE BALAGUER, Es Cristo que pasa, 1.- (12) Mt 4, 18-20.- (13) SAN GREGORIO MAGNO, Homilías sobre los Evangelios, I, 5, 2.- (14) Ibidem.- (15) Cfr. Mt 20, 1 ss.- (16) Pasión de San Andrés.