Un camino de conversión interior

lunes, 9 de julio de 2012
image_pdfimage_print

Un camino de conversión interior
 El camino de la penitencia, el camino de la conversión, el sacramento que nos convoca para contemplar esta gracia de amor misericordioso de Dios, es el sacramento de la reconciliación.

Hoy queremos insistir sobre tres aspectos: penitencia interior, diversas formas de penitencia y el proceso de conversión.
Hoy el mismo Jesús en el evangelio según Mateo plantea: Ustedes deben aprender lo que significa, no quiero sacrificio ni oblación sino que lo que Dios quiere es un corazón contrito y humillado. No está en las obras externas la justificación que el hombre encuentra en el cumplimiento estricto de la ley sino en un corazón que se vuelve a Dios y por eso hablamos de penitencia interior como lugar desde donde brota la verdadera transformación, porque la vida misma se ve reformada por esta gracia de la misericordia de Dios en lo más profundo de nuestro ser.

Ya lo decían los profetas y lo testimonia Jesús, la penitencia no es una manifestación exterior. El camino penitencial supone el ayuno, la oración y la limosna, pero si esta acción interior no va acompañada por una presencia de gracia que motiva, también estas tres expresiones básicas pueden constituirse en un cumplimiento externo de normas y pautas que nos auto infringimos a nosotros mismos para darnos la propia justificación.

La obra de la redención Dios la hace,  y elige  instrumentos que nos ayudan a darle continuidad a la gracia que Dios nos propone como conversión interior.

La penitencia interior es una reorientación radical de toda la vida, una conversión a Dios con todo nuestro corazón, una ruptura con el pecado, una aversión al mal con repugnancia a las malas acciones que hemos cometido. Todo esto es gracia de Dios que atrae con su corazón misericordioso.

Hay rasgos del Señor que nos mueven y nos llevan sobre ese lugar. Hay textos bíblicos que nos invitan -mostrándonos un aspecto de la vida de Jesús-  a ir sobre ese lugar de interioridad en el cambio.

Por ejemplo el texto;  Cuando ores entra a tu cuarto y reza a tu Padre que ve en lo secreto y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará; Cuando des limosna que tu mano derecha no sepa lo que hace tu mano izquierda; Si alguien te pide que lo acompañes dos km. recorre un poco mas de metros con él; Si te pide el manto dale también la túnica, una invitación a la generosidad; Quién es más el que sirve o el que se sienta a la mesa. Yo que soy el Señor estoy entre ustedes como el que sirve, dice Jesús.

Hay determinadas palabras que tienen una motivación dentro de sí que nos llevan a un lugar de transformación y conversión, el primero entre ustedes que se haga el servidor de todos.

Esas palabras nos orientan sobre la radicalidad de la opción y tienen un código distinto a los modelos con que racionalmente correspondería hacer. 

Que el primero sea el último, que el servidor es más grande que el que es servido, que el reino de los cielos es de los pequeños, que la alabanza Jesús la hace sobre los que nos entienden, sobre los que no saben y que no la hace sobre los sabios de este mundo. Que morir es vivir, que quien carga con la cruz y se entrega a sí mismo no se pierde sino que se multiplica, que quien deja todo por seguir a Jesús recibe el ciento por uno. 

Las motivaciones que la palabra nos trae dan de frente con un modo razonable de vivir y por eso impacta el mensaje de Jesús y nos lleva sobre un lugar distinto de interpretación de su mensaje,  es el que brota de la gracia misericordiosa que transforma.

En el relato de la vuelta del hijo a la casa del Padre aparece muy claro esto del corazón que decide orientar la vida en un sentido distinto, se dice a sí mismo el hijo que ha perdido todos sus bienes malgastándolos en una vida licenciosa, volveré a la casa de mi padre. Está acción de un corazón decidido de ir a la casa del padre está en el corazón del hijo porque lo que le atrae es la memoria del padre. Qué dice él: Cuantos jornaleros en la casa de mi padre comen bien y yo aquí queriéndome alimentar con las bellotas. Es decir, en algún lugar del corazón habita la presencia del padre, el amor del padre, hay una presencia escondida que habla de una dignidad distinta a la que la persona se encuentra en ese momento. Uno no sabe que es gracia lo que está ocurriendo, es una fuerte corriente interior que nos lleva a decir basta, de acá salgo. Cuando se produce el encuentro con la misericordia, lo decidido se transforma en un acontecimiento de fiesta.

La penitencia debe ser eso, un encuentro festivo con nuestro interior lleno de vida, luminoso.

El Padre cuando ve venir al hijo arma la fiesta y cuando nosotros vamos haciendo nuestro proceso de transformación y de conversión también tenemos que ir aprendiendo a festejar.
El hijo después hará su camino de reordenamiento de su vida pero para ello hay tiempo, ahora hay que darse lugar para la fiesta porque este hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado. El Padre sabe que en la fiesta está la fuerza para el cambio, hay que saber celebrar cuando damos los pasos que nos llevan a los lugares que orientan nuestra vida personal y comunitaria. Hay que liberar la fiesta interior, la gracia de un festejo donde resuena la voz del Padre que dice: Hijo estabas muerto y estás volviendo a la vida, estabas perdido y te voy encontrando.

La consigna de hoy:

Hoy te invitamos a compartir aquellas palabras del evangelio que te mostraron un camino de conversión.

Siempre la fiesta tiene un carácter de impulso para nosotros por eso hay que encontrar los lugares festivos de la vida. Aún cuando no lo estemos pasando bien siempre hay algo bueno para celebrar, aún cuando lo estemos pasando muy mal siempre hay algo para celebrar. En el acto de celebrar encontramos la fuerza para ir sobre lo que tenemos que transformar y cambiar que siempre supone esfuerzo, dedicación, aplicación de energía, inteligencia, la tarea de reordenamiento de la propia historia es ardua, lo que ayuda y da fuerza para esto es la fiesta interior que se desata en nuestro corazón.

De hecho Jesús dice, si van a hacer penitencia no pongan cara triste, si van a hacer penitencia perfúmense la cabeza, vístanse de gozo y de alegría. Esta invitación que Jesús hace a la conversión apunta justamente a este lugar de la interioridad para el cambio. Si uno está en un momento penitencial no es para poner cara de angustia, cara de dolor, cara de esfuerzo, cara de tristeza, al contrario en la alegría y en el gozo, en la entrega y en la certeza de que Dios está con nosotros en ese proceso de cambio está la clave para poder ir a lo que va a transformar nuestra vida, tarea difícil pero que Dios la hace gozosa y posible.
 Este hacer nuevas todas las cosas supone un camino que Dios recorre desde dentro de nosotros mismos y diversos modos de penitencia son los que van empoderándose en el esfuerzo que acompaña la gracia que nos visita invitándonos a la liberación y el camino tiene tres grandes vertientes.

Tres formas tiene la conversión que da cauce a la gracia de transformación con que Dios nos invita a acercarnos a él, el ayuno, la oración y la limosna. El ayuno como relación con uno mismo ordenando nuestra naturaleza, la oración como relación con Dios y la limosna como relación con los demás, la justicia el dar a cada uno según su necesidad.  Junto a la purificación operada por la gracia bautismal, en medio de la búsqueda de querer obtener el perdón en nosotros, los esfuerzos realizados para reconciliarse con el prójimo, las lágrimas de penitencia, la preocupación por los demás y el trabajo por la salvación de los hombres, la intercesión de los santos que nos ayudan para que sigamos la marcha que nos conduce al encuentro con Dios y con ellos, la práctica de la caridad que cubre la multitud de los pecados, también son otros caminos.

La conversión se realiza en la vida cotidiana mediante gestos de reconciliación, la atención a los pobres, el ejercicio en defensa de la justicia y del derecho, el reconocimiento de nuestras faltas ante los hermanos, la corrección fraterna, la revisión de la vida, el examen de conciencia, el trabajo de dejarnos acompañar espiritualmente, la aceptación de los sufrimientos, el padecer las persecuciones a causa de la justicia sabiendo que en Dios está nuestra mano, el tomar la cruz de cada día y seguir a Jesús camino mas seguro de la penitencia.

El camino de la penitencia interiormente tiene estas tres grandes vertientes, el ayuno, la oración, la limosna y muchos pequeños afluentes que riegan este quehacer cotidiano para orientar nuestra vida en el sentido en que Dios nos quiere viviendo como hijos suyos.

La conversión y la penitencia cotidiana encuentran su fuerza y su alimento en la Eucaristía, en ella se hace presente Cristo que se entrega por nosotros y esa es la fuerza atractiva que genera la pascua de Jesús, lo que mueve al corazón a querer cambiar la vida., Yo atraeré todos hacia mí. Lo que nos da la posibilidad de orientar nuestra vida en un sentido distinto es gracia atractiva que genera la presencia del Señor entregado y ofrecido por amor a nosotros.

Es la fuerza del amor de Dios lo que hace que nuestra vida tienda a cambiar, es allí donde encontramos el antídoto que nos libera de nuestras faltas cotidianas, que nos preserva de los pecados.

También en la liturgia de las horas, en el Padre Nuestro, en la oración de Jesús, en todo acto sincero de piedad se reaviva en nosotros ese espíritu de conversión, de penitencia y contribuye al perdón de todos nuestros pecados. Los tiempos y los días de penitencia a lo largo del año litúrgico, especialmente en la cuaresma, cada viernes en memoria de la muerte de Cristo, son momentos fuertes de la práctica penitencial que comulgamos con toda la Iglesia.

Estos tiempos son apropiados para los Ejercicios Espirituales, la liturgia penitencial, las peregrinaciones como signos de penitencia, las privaciones voluntarias como el ayuno o la limosna, la comunicación cristiana de los bienes en las obras de caridad, caminos cotidianos que nos llevan desde la Eucaristía como fuente de la entrega de Cristo a entregas como respuestas de cada día a la constante manera de Dios de salir a nosotros para decirnos que nos ama.

Hay un proceso en el camino de la conversión y está descripto por Jesús en la parábola del Hijo pródigo o del Padre de la Misericordia, donde en el centro está el rostro misericordioso del Padre, la fascinación de una libertad ilusoria, el abandono de la casa paterna, la miseria extrema en la que el hijo se encuentra tras haber dilapidado su fortuna, la humillación profunda de verse obligado a apacentar cerdos o peor aún la de desear alimentarse con las algarrobas que comían los cerdos, la reflexión sobre los bienes perdidos, el arrepentimiento y la decisión de declararse culpable ante el Padre, el camino del retorno, la acogida del Padre, la alegría del Padre y todo esto bajo los rasgos de un proceso festivo de conversión, el mejor vestido, el anillo, el banquete, la fiesta con símbolos de vida nueva pura digan, llena de alegría, la vida del hombre que vuelve a Dios y al seno de la familia que es la Iglesia.

Solo el corazón de Cristo que conoce las profundidades del amor del padre puede revelarnos el abismo de misericordia de una manera tan simple y tan bella y nosotros necesitados de este estilo divino nos queremos disponer en este tiempo de gracia a dejarnos transformar y hacer de nuevo por Dios. Y lo celebramos y los compartimos reflexionando en torno a este sacramento que nos mueve a la conversión.

Nos  encontramos el próximo lunes en el Despertar con María siguiendo este camino penitencial que nos ofrece Jesús alrededor del sacramento de la reconciliación.