Un encontronazo con la mirada de Jesús

lunes, 16 de julio de 2007
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Había un hombre llamado Zaqueo que era jefe de los publicanos y rico. Trataba de ver quien era Jesús, pero no podía a causa de la gente, porque era de pequeña estatura. Se adelantó corriendo, se subió a un sicómoro para verlo, pues iba a pasar por allí. Y cuando Jesús llegó a aquél sitio, alzando la vista le dijo: “Zaqueo, baja pronto, porque conviene que hoy me quede yo en tu casa”. Se apresuró a bajar y lo recibió con alegría. Al verlo todos murmuraban diciendo: “Ha ido a hospedarse a casa de un hombre pecador”. Zaqueo puesto en pié dijo al Señor:”Daré Señor la mitad de mis bienes a los pobres, y si en algo defraudé a alguien le devolveré el cuádruplo”. Jesús le dijo:”Hoy ha llegado la salvación a esta casa porque también éste es hijo de Abraham. El Hijo del Hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido”.

Lucas 19, 1 – 10

El relato que acabamos de compartir, podríamos decir, es un relato ejemplar. En el tercer Evangelio, el de Lucas, en líneas generales prevalece el esquema que, como matriz, encuentra toda su fuente en Marcos, se repite en Mateo, llamamos a este esquema el esquema sinóptico.

En él se contemplan algunas líneas literarias y teológicas bien definidas. Una de ellas, junto a la misericordia clara con la que se muestra el rostro de Jesús, es la línea del viaje por donde Lucas presenta la vida de Jesús. En ese trayecto de Jesús hacia la ciudad de Jerusalén, este es el destino del camino del tercer Evangelio, se narran relatos que son propios de Lucas y son muy conocidos porque muestran un rostro de Jesús bondadoso, misericordioso; son textos ricos en humanidad, presentan el rostro verdadero de Dios Padre.

Entre ellos el que compartimos la semana pasada, el Buen Samaritano, el conocido texto que muestra la misericordia del Padre, el Hijo Pródigo, el texto del Rico Epulón, el Fariseo y el Publicano, y este que estamos compartiendo nosotros el de Zaqueo. Es un caso, podríamos decirlo así, verdaderamente típico de la narración evangélica de Lucas.

Se puede considerar como un texto paradigmático del auténtico discípulo de Jesús. Aquí aparecen los vocablos más queridos, más entrañables para el tercero de los evangelistas.

El viaje a Jerusalén, ese que comienza a recorrer Jesús desde el momento de su salida del desierto hacia el bautismo, lo pequeño, lo publicano, el querer ver a Jesús, el hoy con el que Lucas presenta a Jesús actuando la salvación, la prisa con la que el Señor va desarrollando su tarea, el tema de la hospitalidad, esa que también había aparecido en el texto del Buen Samaritano, la alegría que despierta el encuentro con Jesús, los ricos que se convierten, el pecador que se arrepiente, la generosidad de dar a los más pobres, y la salvación que supone el encuentro redentor con Jesús.

Es un mensaje conmovedor el que hemos compartido, conmovedor que podríamos imaginarlo nosotros como construido desde un diálogo que inquieta el corazón de Zaqueo, un diálogo con algún conocido de Jesús o de alguien que entró en contacto con él. Tal vez podríamos imaginarnos que ha sido el ciego de Jericó el que le presentó a Lucas este rostro nuevo de Dios, posiblemente. Podríamos imaginarnos nosotros este diálogo entre el ciego de Jericó y Zaqueo:

         ¿Quién es ese tal Jesús?

         Este empezó a predicar en galilea, anunciando a los pobres la Buena Noticia del Reino de Dios y proclamando un año de gracia, podría haber respondido el ciego.

         ¿El Reino de Dios? puede ser que pregunte Zaqueo. ¿Entonces un nuevo revolucionario?

         No, responde el ciego de Jericó, no Zaqueo, no busca poder, te lo aseguro, el habla siempre del Reino del Padre. El me curó, es Él el que me salvó de la ceguera. Además ha producido otras curaciones: purifica, cura a los leprosos, trata con cariño a los extranjeros, ha elegido entre sus seguidores a uno de tu oficio, a Mateo, un leví, un recaudador.

         Ah sí, dice Zaqueo.

         Sí Zaqueo, ha llegado a decir que Dios es como un padre que tenía dos hijos.

Y allí le cuenta el ciego la historia del Hijo Pródigo y que ha venido a llamar a la conversión a justos y a pecadores, a todos, que perdonó los pecados a un paralítico en Cafarnaúm.

         ¿Perdona el a los pecadores? pregunta Zaqueo ¿Qué más predica éste maestro de Galilea?

         Parece que baja la caña a los ricachones explotadores e insensibles.

         ¿Y Él como vive? pregunta Zaqueo.

         Ah no, Zaqueo, te lo aseguro es humilde, sencillo, pobre, y quiere que llamemos al Santo de Israel “Abba”, Papá, Papito, como nuestros niños pequeños. Zaqueo, no seas ingenuo, no sólo con los labios sino con una confianza y ternura filial. Dice que Dios es Padre de todos de justos e injustos.

         Ese tal Jesús, dime, ¿es de esos de “Hagan lo que yo digo y no lo que yo hago”?

         Zaqueo, Zaqueo, no hay dobles en la vida de Jesús, además recibe a todos. Este es el que me devolvió la vista, este es el que me permitió ver. Zaqueo ¿no quisieras conocerlo?, va a pasar por aquí en su peregrinación.

Posiblemente un diálogo como éste haya sido el que ha despertado en Zaqueo la inquietud de querer verlo a Jesús. Quién es este personaje del que habla su amigo, el ciego que ahora ve.

A Zaqueo le quema por dentro el deseo de ver a Jesús con sus propios ojos. “Su escasa estatura, dice el versículo 3 del capítulo 19 de Lucas, no le permite ver”, y ¿qué es lo que se le ocurre a Zaqueo?, subirse a un árbol, a un sicómoro.

Este sicómoro, este árbol, ha sido introducido desde Egipto por allí por el 1550 antes de Cristo y se ha transplantado desde el país del Nilo a la región de Jerusalén. En Egipto la madera del sicómoro es extraordinariamente dura y se utilizaba para los sarcófagos de las momias. El fruto se lo colocaba en la tumba junto al difunto. Los frutos del sicómoro que crece en forma de arbusto, sólo tienen buen sabor cuándo se raja un poco cada uno de ellos y se los deja madurar al sol.

Este árbol tiene la característica de ser fuerte y al mismo tiempo de tener toda la forma de un arbusto, crecen ramas prácticamente desde el pie mismo del tronco principal, por lo tanto para treparse no hace falta mucho esfuerzo, uno tiene como una escalera natural que lo lleva a una altura que le permite divisar desde otro lugar el paisaje digamos, que es lo que hace Zaqueo, se va trepando al arbolito y como entre la multitud no podía verlo a Jesús por su estatura, ahora desde lo alto el puede verlo a Jesús, aunque en realidad lo que ocurre es que Jesús lo ve a Zaqueo. Estos personajes, los publicanos, eran personas conocidas, así es que este decir de Jesús: Zaqueo, baja pronto, es porque de algún modo Jesús tiene noticia de quién es Zaqueo. Había un hombre llamado Zaqueo que era Jefe de los publicanos.

Veamos quienes son los publicanos, quienes eran estos personajes. No eran funcionarios de la finanzas ni tampoco funcionarios aduaneros. Eran negociantes que vivían de la especulación en la recaudación de los impuestos indirectos. La recaudación de los impuestos directos no era asunto de los publicanos sino de los procuradores romanos.

Aquellos se ocupaban únicamente del cobro de los impuestos indirectos de algunos pasos donde obligadamente tenían que ir donde hacían comercio: puentes, carreteras, vados, donde para cruzar por donde tenían que pasar había que pagar peaje, por así decirlo.

De esto, y del peso que traían las mercancías que trasladaban de un lado en otro de Jerusalén los que comerciaban se hacían cargo del pago de los impuestos indirectos los publicanos.

Roma había establecido un rígido sistema impositivo incluso en territorios como podríamos llamarle a éste, autónomos. Para esto hacía censos de población, recaudaba por sí misma los impuestos directos y derivaba los indirectos a algunos personajes con los que establecía una red impositiva. Estos servicios eran tercerizados y se subastaban al mejor postor entre gente que tenía más posibilidades.

Había puestos de estos muy codiciados como los que se daban en la cuenca occidental del Jordán desde el sur del lago de Genesaret hasta el Mar Muerto. Entre estos puestos está el de Jericó. Cada puesto era administrado total o parcialmente por un publicano o un “aduanero” que pagaba una fuerte suma anual al procurador o al tetrarca a fin de poder explotar todos los puestos aduaneros de su distrito.

De todos estos Zaqueo es el más “capo” por decirlo así. El es el jefe de los publicanos, tenía como una red con la que el comerciaba en este sentido. El precio de los impuestos aduaneros, por mercancía, estaba regulado por peso, por cantidad, por kilómetros que se recorrían, pero los publicanos tenían la fama de falsear el peso, de dar vuelta las cuentas y de engañar a los transeúntes, comerciantes, con motivo del cambio de moneda, ya que había una cantidad importante, y así es como van obteniendo rédito.

Y por eso se dice que eran especuladores. Los publicanos eran producto de un sistema impositivo que era muy cruel en el tiempo romano. Eran nativos del lugar, y eran bastante mal vistos, por no decir odiados por la gente. Eran despreciados por la población. A estos se los categoriza como impuros.

Eran impuros ellos, sus casas, sus vestidos, sus objetos. Cuando Jesús se vincula con este se está vinculando, como ya ha hecho en otros pasajes, con un impuro. Esta impureza era lo que le impedía a esta gente pagar el diezmo. Era como si su limosna no tuviera valor. Estaban clasificados en esta forma: pecadores públicos y publicanos. Esta es como la categoría que los define. Eran adúlteros en sentido figurado, pues no eran leales a la alianza.

Este es el personaje que se cruza con Jesús. Lo hemos descrito en lo que el padre Mateo Bautista plantea en “Historia de un Encuentro” para que vos tomes dimensión de quién se trata.

Hace falta decir estas cosas puntuales para que nos demos cuenta de quién es este personaje que se encuentra hoy con Jesús. Es un personaje de peso pesado. El, en su grandeza, como todo petizo un poco agrandado, se ha subido al árbol para verlo a Jesús, pero oh sorpresa, Jesús, desde su humildad, su sencillez, con los pies en la tierra, se fijó en Zaqueo antes de que Zaqueo se fije en Jesús, y lo bajó de las alturas, lo puso a nivel en que pudieran tratar de igual a igual. “Zaqueo, baja pronto, que hoy tengo que hospedarme en tu casa

Seguramente de aquella comida participaron otros publicanos, pecadores públicos como ocurrió en aquél texto del Leví, cuando Jesús se sienta a comer en la casa de Mateo después de llamarlo y esto genera todo un comentario alrededor de Jesús. Y a Jesús le interesan muy poco los comentarios, va sobre la cosa concreta. A El le interesa que Zaqueo, igual que Mateo, cambien de vida. Si vos sos de esos que describe de alguna manera el Evangelio de hoy, Jesús, creeme, en vos también pone la mirada y te dice que el quiere que le abras tu corazón y tu casa, que el quiere compartir con vos un encuentro.

Entre Zaqueo que se sube a lo alto y Jesús que en su peregrinar en medio de la multitud, lo mira, se produce lo que podríamos llamar un cruce de miradas. La mirada es el telescopio del alma. A través de la mirada un mundo interior sumergido surge, aparece, sale a flote. La mirada es como un semáforo en verde.

Cuando se presenta serena, pacífica, profunda, hospitalaria, atrayente, respetuosa, discreta, limpia, amistosa, esa mirada que se hace cercana al sentir del otro, mirada empática, cuando no se hace también mirada contemplativa, amorosa, espiritual. Es un semáforo en verde porque trae paso, es un semáforo en verde porque libera. Esta es la mirada de Jesús proyectada sobre el corazón de Zaqueo.

La mirada también puede ser un semáforo en rojo, es cuando la mirada se hace irónica, cuando es una mirada interesada, utilitarista, es la mirada que a todo lo transforma en una cosa, es una mirada falta de pureza, ausente de limpieza. También puede ser que la mirada sea como esa cuando el semáforo se pone a veces a la noche, está como apagado, descompuesto. Es una mirada escapista, autista, solitaria, perdida, distante. También puede ser un poco abrumadora, inquietante.

Hay miradas que cautivan, hay miradas que nos hacen retroceder, hay miradas con largos y profundos horizontes. Y hay miradas de corto alcance. Hay veces que cuando miramos o que cuando nos miran nos están pidiendo auxilio, sos. ¿Cómo lo miró Jesús a Zaqueo? lo miró en lo profundo, lo miró atrayéndolo, lo miró sin juzgarlo, lo miró limpiamente, le acercó una mirada de amistad, le abrió el corazón e hizo que la mirada de Jesús transformara a Zaqueo en un hospitalario, en uno que recibe.

La mirada de Dios es este tipo de mirada que le ofrece Jesús a Zaqueo. Esta mirada trae una consecuencia: el encuentro. El encuentro en la casa de Zaqueo. El encuentro o el encontronazo, un encuentro de aquellos, la santidad y el pecado, Jesús, el Hijo de Dios altísimo y Zaqueo, el petizo, la bondad por el prójimo y el desprecio por lo ajeno, de Zaqueo, la paz interior de Jesús y el desconcierto interior de Zaqueo.

Dios que mira de abajo hacia arriba, y Zaqueo que mira de arriba hacia abajo. La mirada generosa de Jesús y la mirada anhelante de Zaqueo. La mirada reconciliadora de Jesús y la mirada que necesita reconciliación de Zaqueo. Jesús, Dios hecho hombre que escucha a Zaqueo, y Zaqueo que da su palabra a Jesús: daré cuatro veces más a los que les he fallado, está diciendo Zaqueo. Jesús da espacio para que este hombre pueda volver a ser él mismo. Un encuentro que más que un encuentro es un encontronazo y de todos los negocios que Zaqueo hasta aquí ha hecho, sin duda de este encuentro va a salir el negocio más rentable para Zaqueo.

Zaqueo, dice la Palabra, después de aquel encuentro maravilloso que despertó un montón de comentarios alrededor de los que estaban sentados en la misma mesa, Jesús, Zaqueo, y los invitados seguramente publicanos y pecadores como él, Zaqueo se pone de pie y le dijo al Señor: “Daré la mitad de mis bienes a los pobres, y pagaré cuatro veces más a los que les he sacado algo injustamente”. 

¿Qué está haciendo Zaqueo?, ¿un favor a Dios?, ¿está haciendo algún negocio para borrar sus pecados?, ¿está queriendo blanquear su conciencia? Nada de todo esto. Zaqueo sabe que no se puede comprar el amor misericordioso de Dios. Se recibe gratuitamente y se da gratuitamente. Pero si no se compra ni se vende el cariño verdadero, sí se muestra y se demuestra. Se muestra y se demuestra, y uno de los signos claros de que esto ha ocurrido es cuando en esa dinámica de dar y recibir se afecta también el bolsillo.

A punto tal que Zaqueo en el amor al prójimo se desprende de lo que hasta aquí ha sido el motivo de su existencia, don dinero, mamón, al que se ha aferrado fuertemente haciendo girar toda su vida en torno a grandes negocios. Zaqueo se desprende de todo eso y Jesús que descubre el corazón de Zaqueo mucho más allá de su gesto concreto en dar de lo suyo y dice: “Hoy ha llegado la salvación a esta casa” porque le tocó todo su ser, le tocó toda su existencia, y tocó esto en torno a lo cual nosotros en más de una oportunidad construimos nuestras seguridades: el dinero, que es una representación de afecto.

Zaqueo ha recibido el don gratuito de Dios, el que el anhelaba, y en el que puso la iniciativa. Zaqueo veía lejos de sí, distante de los hombres, desertor de Dios, un hombre disperso. Como dice San Agustín, “Yo no estaba ni conmigo mismo”. Esto podríamos decir que expresa a Zaqueo y a todos aquellos que nos perdemos en más de una oportunidad lejos de la mirada de Dios y de su búsqueda de nosotros.

¿Qué motivó la conversión de Zaqueo? El amor de Dios, el haberse sentido amado por Dios. Ya no solo se sabe amado, ahora lo palpa, ahora lo gusta, lo constata con la visita de Jesús, es la presencia de Jesús la que ha liberado el corazón de Zaqueo.

La conversión es más que una acción ética de ser un corrupto a llegar a ser un ciudadano honesto. No es poco esto, sin embargo la conversión es más que esto. Es sentirse amado allí donde uno está y como uno está.

De hecho, “nadie se considera pecador si no se siente amado por Dios” dice Rahner. 

Zaqueo ha visto como se afloja su corazón a partir de la experiencia de encuentro con Jesús, y esto ha sido lo que ha liberado su bolsillo al que estaba sumamente aferrado.