Un encuentro con Jesús

martes, 27 de noviembre de 2012
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Muy buenos días, seguimos en este Despertar con María para dar lugar a la palabra de Dios para que ella nos hable y nos sorprenda en esta mañana y nos anime a caminar en la presencia de Dios durante todo el día.

 

Te proponemos hacer juntos esta catequesis para que el Señor nos visite como comunidad radio mariana, donde la Madre nos reúne entorno a su hijo.

 

La propuesta de esta mañana la vamos a hacer desde el evangelio de Juan, capítulo 9 versículos 5 al 11:

 

Mientras estoy en el mundo,

soy la luz del mundo". Después que dijo esto, escupió en la tierra, hizo barro con la saliva y lo puso sobre los ojos del ciego, diciéndole: "Ve a lavarte a la piscina de Siloé", que significa "Enviado". El ciego fue, se lavó y, al regresar, ya veía.

 Los vecinos y los que antes lo habían visto mendigar, se preguntaban: "¿No es este el que se sentaba a pedir limosna?"

Unos opinaban: "Es el mismo". "No, respondían otros, es uno que se le parece". Él decía: "Soy realmente yo".

Ellos le dijeron: "¿Cómo se te han abierto los ojos?"

Él respondió: "Ese hombre que se llama Jesús hizo barro, lo puso sobre mis ojos y me dijo: "Ve a lavarte a Siloé". Yo fui, me lavé y vi". Palabra del Señor

 

Este relato en torno a la curación de este ciego esta completo en el capítulo 9 versículo 1 al 31 donde se desarrolla el encuentro de un ciego con Jesús y donde hay muchos personajes que entran en esta escena del encuentro de Jesús con el ciego de nacimiento.

 

Nosotros vamos a detenernos en los versículos del 5 al 11, contemplando este encuentro del Señor con el ciego. La ceguera es una imagen muy significativa en la Biblia porque da a entender justamente la necesidad de luz que hay en el hombre. No solamente la ceguera física sino el hombre en sí mismo es un necesitado de la luz de Dios, por eso todos nos podemos ubicar en la situación de los ciegos en el Nuevo Testamento para poder desde esa realidad abrirnos al paso de Dios que es luz en la vida.

 

Vamos a comenzar con un primer paso que es aceptar la realidad y entregársela a Dios. La ceguera era una realidad en la vida del ciego de nacimiento, no era una metáfora, y por la concepción de la época de que la enfermedad era una consecuencia directa del pecado, y muchas veces del pecado personal, identificado como que en torno a la enfermedad había algo en el sujeto que lo había provocado, como pecado propio.

Esta instancia de enfermedades como la ceguera, la lepra suponía una distancia con Dios, un alejamiento de Dios, muchas veces un estado de impureza que implicaba distancia de Dios y por lo tanto distancia de los demás.

A la enfermedad se le sumaba una mirada discriminatoria del resto por cuanto esta persona seguramente esta persona era un pecador, de hecho en este texto de Juan se lo nombra como nacido en pecado. Al ciego no le quedaba otra posibilidad que sobrevivir sin mayor desarrollo de vida y entorno a esta situación de ceguera, al ciego como a otros enfermos se les armaba una especie de falsa identidad.

 

Estaban tan identificados con esa ceguera y con la mirada que el resto tenía de esa ceguera en sus propias vidas que se armaba una identidad falsa, creída y vivida por la cultura y por el propio enfermo.

 

La enfermedad lo definía como persona, lo ubicaba en una realidad muy parcial y deformada de su verdadera identidad y Jesús llega a la vida del ciego y da vuelta todo, revoluciona la concepción de entenderse en cuanto al mismo ciego y revoluciona el modo como el resto lo entiende al ciego y a su enfermedad. El Señor se presenta como luz del mundo y trae la luz de la verdad de su vida y trae la vida donde no la hay porque esa falsa identidad le quita la vida le absorbe la vida al ciego.

 

En la oscuridad de la ceguera pone la luz de su presencia donde todo queda a la vista, donde las oscuridades dejan de manejar la vida para que al ver, cada uno pueda administrar la propia vida.

 

Con las palabras y los gestos de Jesús hay palabras para todo el mundo, hay que aceptar las propias cegueras y entregárselas a Dios. No quedarnos cargando las falsas identidades, ni identidades parciales, el ciego es cada uno de nosotros. Somos mucho más que una enfermedad, somos mucho más que un límite, somos mucho más que un defecto o un pecado.

 

Muchas veces estas son situaciones que ocurren en nuestra vida, un límite, una enfermedad, un defecto, también cargamos con algún pecado, pero no somos solo eso.

 

Yo no soy un límite, yo no soy un defecto, yo no soy una enfermedad, y como estas cosas nos producen dolor y permanecen en el tiempo, quedamos nosotros impregnados de esa falsa identidad.

 

Porque es una realidad pero no es mi identidad.

 

A veces buscamos rechazar esas enfermedades, rechazar esos límites no reconociéndolos, y lo primero que tenemos que hacer para poder revertir la situación y dejar que Dios obre en nosotros, es aceptar la propia ceguera, aceptar también los pecados que son las faltas de amor, poder decírnoslo a nosotros mismos, reconozco este límite, reconozco esta enfermedad y recién ahí identificar que no es mi identidad, que no es mi persona y que puedo llegar a vivir como si fueran falsas identidades personales.

 

Somos mucho más de lo que pensamos, sentimos y hacemos; somos mucho más de lo que piensan los demás que somos nosotros.

 

Nos animamos entonces a soltar las falsas identidades?

Nos animamos a dejar de lado estas identidades que no nos dejan vivir en la verdad que Dios nos ha dado en cuanto a ser seres personales?

Una vez que las identificamos no es para quedarnos con ellas sino para dárselas a Dios, como se las dio el ciego a Dios.

 

¿Cuáles son las falsas identidades que tenemos que cambiar, que tenemos que ir entregando a Dios para ir identificando la verdadera identidad? Y poder expresar como el ciego del evangelio: Soy realmente yo.

 

Dejar a Dios ser Dios

 

Dios puede todo lo que quiere por eso decimos que Dios es todopoderoso, nosotros no podemos todo lo que queremos porque justamente no somos todopoderosos y el querer de Dios de identifica con su amor, él puede todo lo que quiere y ese querer está identificado con lo que él es, Amor.

 

Su amor es poderoso y también respetuoso del querer de las personas, esto nos puede ayudar a trabajar la imagen que muchas veces tenemos de Dios. Porque si decimos que él lo puede todo y que nos ama, nos ocurre que no entendemos cómo es que no hace algo frente a los dolores, las enfermedades, las injusticias, cómo es que no hace algo? O lo que es peor interpretar que nos lo manda Dios a ese dolor, a esa injusticia o a esa enfermedad.

 

Si es así como pensamos, hoy tenemos una oportunidad más de revisar y modificar nuestra imagen de Dios, porque su amor es poderoso, pero dónde encontramos la respuesta cuando pensamos de esta manera, justamente en este lugar, Dios es respetuoso de las libertades humanas.

 

Sabemos que él es nuestro creador y que es todopoderoso pero nos ha creado a su imagen y semejanza y eso significa que nos respeta en la identidad que tenemos y que somos, que nos respeta en el uso de nuestra libertad aún cuando la usemos mal, no somos títeres de Dios.

Dios no es uno de nosotros aunque se hizo como nosotros. Él es Dios, y Dios no queda encerrado en las ideas, los sentimientos y en las falsas identidades, como muchas veces nos pasa a nosotros. A Dios no lo manejamos como tal vez llegamos a manejar falsamente nuestra propia identidad.

Dios se acerca al que teóricamente estaba distanciado de Dios, es Jesús el que se acerca al ciego y hace un gesto muy revelador en el ciego para el resto de los que estaban viendo la situación, hace barro con su saliva y lo unta en los ojos del ciego, tierra  y saliva de Jesús. La tierra es el elemento que hace memoria de cómo fue creada por Dios la especie humana, y la saliva de Jesús está reemplazando el agua necesaria para hacer el barro y esta saliva contenía la fuerza y la energía vital de la persona.

 

Dios pone su fuerza vital en la tierra de la humanidad, Jesús hace eso, lo hizo y lo está haciendo, y de esa manera aparece un barro nuevo, un barro sano, un barro moldeado por Dios. Dios es Dios y nada lo puede detener. Si lo dejamos – porque él respeta nuestra libertad – puede poner su fuerza y su energía en nosotros para que se caigan las falsas identidades y de esta manera aparezca la luz, aparezca la identidad verdadera.

 

Por eso estamos recorriendo esta propuesta de en un primer lugar aceptar nuestras enfermedades, límites y defectos y luego entregárselos a Dios para dejarlo a Dios ser Dios. Tomar conciencia de quiénes somos y con qué falsas identidades nos movemos, y entregárselas libremente a él, para que él pueda poner esa fuerza vital en nosotros para que aparezca nuestra identidad de hijos de Dios.

Para esto hay que encontrarse con Jesús y hay que dejarlo entrar en nuestra propia vida.

 

Nos podemos preguntar ¿quién es Dios para mí? ¿Qué lugar le doy en mi vida? ¿Puede ser él Dios en mí? Él es Dios, la pregunta es si puede ejercer él su señorío de ser Dios en mí, ¿lo dejo? Estas son algunas preguntas que podemos hacernos para llegar a él, no para quedarnos encerrados en el pensamiento, sino preguntarnos para salir si estamos encerrados en nosotros mismos y darle lugar a la fuerza vital que quiere traer Jesús y ponerla en nuestro corazón, ponerlo en nuestra vida, en nuestro cuerpo, en nuestro modo de pensar y en nuestro modo de ver la realidad. Dejémoslo a Dios ser Dios.

 

Vamos a dar un tercer y último paso en esta catequesis con esta propuesta:

 

Obedecer a Dios poniendo los medios necesarios

 

El ciego según lo que leímos en la palabra de Dios, salió de su falsa identidad creída y vivida por él y por los otros, y confió en que si hacía lo que Jesús le decía su realidad podía cambiar. Tal es así que se fue a lavar a la piscina de Siloé donde Jesús le indicó. Y a veces pasan desapercibidos estos pequeños gestos que son los que nosotros tenemos que descubrir si queremos ser tocados por Jesús y fundamentalmente si queremos ser discípulos de Jesús, escucharlos al Señor, escuchar a Jesús.

 

El ciego no se quedó encerrado en su ceguera, pudo abrirse a la palabra de Dios, lo escuchó a Jesús y le obedeció, fue a lavarse a la piscina de Siloé, esta piscina que como dice el texto quiere decir el enviado. No era una piscina adonde habitualmente fueran muchos, Jesús lo manda a esta porque tiene ese nombre, para poder indicarnos a todos que en el enviado está la fuente de la vida nueva, el agua que sana. Jesús es el enviado, Jesús es la fuente del agua que sana.

 

El ciego obedeció, recibió esta unción que hizo Jesús con barro en sus ojos y obedeció la indicación de irse a lavar a la piscina de Siloé, pasó de ser un creyente más del pueblo de Israel que tenían una fe en el Dios vivo y verdadero a ser un creyente real, un creyente de opciones, escuchó la palabra de Jesús y puso en práctica lo que Jesús le indicó, le permitió a Dios ser Dios, dejó que Dios ejerciera su señorío, Jesús obró lo propio de su señorío, obró el milagro, compartió su fuerza vital para sanar la ceguera pero también comprometió la libertad y la voluntad del ciego.

 

A veces nosotros clamamos por milagros pero no comprometemos nuestra propia existencia en lo que supone ese milagro. Comprometer nuestra propia existencia es sumar nuestra propia voluntad al obrar de Dios en nosotros, supone sumar y comprometer nuestra propia libertad. Qué consistencia tiene en mí vivir cotidiano el dejarle a Dios ser Dios, cómo me involucro en el proceso de sanación integral radical que Dios quiere hacer en mi vida. Esa sanación que Dios quiere hacer en mi vida muchas veces necesita de renuncias, de opciones, de decisiones positivas, de salir de falsas identidades para recobrar por la presencia de la fuerza vital de Jesús, nuestra verdadera identidad.

Jesús dejó a cargo del ciego parte del proceso de su curación, y esto no lo tenemos que ver como algo que Dios hace a medias o que no puede hacerlo todo, sino todo lo contrario, parte del restablecimiento de esa identidad es que nosotros podamos también hacernos cargo de la identidad que tenemos, podamos trabajar esa identidad desde nuestra propia libertad, para que la curación sea divina y humana.

Así quiere obrar Dios en nuestra vida y en la realidad del mundo de todos los días, quiere obrar él con nosotros. Hay cosas que solo puede hacerlas Dios, pero Dios quiere hacer cosas también con nosotros.

Por eso decimos poner los medios necesarios para que Dios obre en nosotros.

 

A tal punto llegó este proceso de curación, que las opiniones sobre la identidad del ciego curado el mismo expresa, soy realmente yo. Muchos se preguntaban, pero este es el que mendigaba, algunos decían que sí y otros decían que era otro. Él es el que expresa soy realmente yo. El resto lo miraban desde la falsa identidad de ese hombre ciego y ahora curado no lo reconocen como el que era, dicen es otro, y en realidad es el mismo ciego que se ha dejado curar por Jesús. Haber creído en Jesús y haberse comprometido con su palabra le permitió al ciego encontrarse consigo mismo, encontrarse con su verdadera identidad.

 

Esta es la propuesta de la palabra de Dios para nosotros, encontrarnos con nuestra propia identidad, hacer el camino de reconocer las falsas identidades, de entregárselas a Dios, de dejarlo a Dios ser Dios, de dejarlo a él que nos unte con su barro nuevo, con su fuerza vital, que nos moldee, escuchándolo y poniendo los medios para que él pueda obrar en nosotros.

 

Si hacemos este camino podemos llegar a decir también nosotros: Soy realmente yo.

Esto quiere regalarte Jesús en esta mañana a vos, recupera la esperanza que es posible ubicarte y vivir desde tu propia identidad y caminar con tu frente en alto en alabanza y en agradecimiento a Dios por tu propia identidad.  Soy realmente yo!

 

Un gran abrazo y si Dios quiere nos reencontramos el lunes próximo.