¡Vayan a Galilea, allí me verán!

lunes, 17 de abril de 2017
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17/04/2017 – En el primer día de la octava de Pascua, transmitimos la primer Catequesis audiovisual. El Padre Javier propuso una reflexión sobre Jesús resucitado y las Galileas donde nos espera.

Las mujeres, atemorizadas pero llenas de alegría, se alejaron rápidamente del sepulcro y corrieron a dar la noticia a los discípulos. De pronto, Jesús salió a su encuentro y las saludó, diciendo: “Alégrense”. Ellas se acercaron y, abrazándole los pies, se postraron delante de él. Y Jesús les dijo: “No teman; avisen a mis hermanos que vayan a Galilea, y allí me verán”.

Mientras ellas se alejaban, algunos guardias fueron a la ciudad para contar a los sumos sacerdotes todo lo que había sucedido. Estos se reunieron con los ancianos y, de común acuerdo, dieron a los soldados una gran cantidad de dinero, con esta consigna: “Digan así: Sus discípulos vinieron durante la noche y robaron su cuerpo, mientras dormíamos”. Si el asunto llega a oídos del gobernador, nosotros nos encargaremos de apaciguarlo y de evitarles a ustedes cualquier contratiempo”. Ellos recibieron el dinero y cumplieron la consigna. Esta versión se ha difundido entre los judíos hasta el día de hoy”.

Mateo 28, 8 – 15

 

 

Toda una conmoción

Atemorizadas las mujeres pero llenas de alegría, marca como primer característica de lo que está pasando en el corazón de quienes se han encontrado con un acontecimiento sumamente sorprendente, cuando van a visitar al muerto que está sepultado en este nuevo sepulcro, donde fue dejado Jesús, las mujeres padecen de esta conmoción, no pueden creer lo que han contemplado, temblor de la tierra, la piedra ha rodado por la acción de un ángel que bajo del cielo. El aspecto del ángel era como de un relámpago, las vestiduras eran blancas como la nieve, los guardias que cuidaban aquel lugar, quedaron como muertos, y la voz del ángel anunciaba, “Yo sé que ustedes buscan al crucificado, no esta acá, ha resucitado como lo había dicho, vayan a decirle a los discípulos que en Galilea lo verán.”

Esta conmoción que bien la describe Mateo, es una mezcla de alegría grande y de sacudón interior, que atemoriza, esto hace que las mujeres poniéndose en marcha, vayan como muy decididas y al mismo tiempo como muy interiormente sacudidas por el camino a decirle a los discípulos. Mientras emprenden este peregrinar, Jesús en persona, se aparece con la misma indicación, que vayan los discípulos a Galilea.

Previamente ellas quieren como quedarse abrazadas a la gracia de la resurrección. Y el Señor que indica, el hacia donde tienen que encaminarse, hacia Galilea, porque abrazarse a la gracia de la resurrección será posible si los discípulos se reúnen todos en el lugar primero del encuentro, cerca del mar, allí donde, aconteció la primera llamada, allí donde muy cerca, Pedro en su casa, vivía junto a los discípulos y a Jesús, el centro de operación para la gran misión, de esos años de proclamar junto al Maestro la buena noticia, la buena nueva de la llegada del reino. La buena noticia ha sido el gran secreto que compartieron con Jesús. La buena nueva de la llegada del reino fue la noticia que enamoró a los discípulos, y luego por la confusión, las intrigas, y un negocio por pocas monedas, lo dejaron sólo y fue a la cruz. Ahora Jesús aparece con sus llagas y les muestra un camino de liberación que corre las piedras de la oscuridad, de la muerte, del vacío, del sinsentido, del odio, de la venganza y de la traición. Es Jesús, la única víctima, que ha resucitado y viene a traernos vida nueva.

 

Galilea, lugar del primer amor

Galilea representa el primer amor, la vida en común, es el lugar de lo cotidiano. Volver al primer amor, volver a Galilea, para encontrarnos con el Resucitado. Abrazarse a la gracia de la resurrección, es volver a Galilea, en la vida de cada uno de nosotros hay una Galilea; una Galilea que la hacemos presente cuando la memoria verdaderamente agradecida, nos pone en contacto con aquellos rasgos de nuestra historia que están marcados por la vida.

Cada uno de nosotros tiene la posibilidad en el día de hoy, de agradecerle a Dios el paso de la Vida sobre la propia vida, vinculada a la vida misma como don recibido por parte de Dios, a la familia donde nos tocó vivir, a los amigos que compartieron una parte importante de nuestra vida, a punto tal que la dejaron marcada por su amistad, en la infancia, en la adolescencia, vincularnos a la vida en lo que tiene de proyección, cuando se reproduce, vincularnos a la vida, que supone el encuentro con Dios en lo profundo del corazón, y la certeza de que en lo más hondo de nuestro ser, y allí donde nosotros nos movemos, cerca está la Palabra de Dios. Está en nuestro corazón, en nuestro labios y en medio de nosotros, presente por aquella determinación del mismo Dios, de no solamente involucrarse con nuestra historia, sino de instalarse en medio de nosotros, vino a poner su morada entre nosotros. Sobre esos lugares de heridas propias y ajenas, la gracia del Señor viene a sanarnos y desde ahí, como dice Henry Nowen, nos convertimos en sanadores heridos. Hay un gran amor en la Pascua de Resurrección que nos pone en contacto con lo genuinamente vital que está dentro mio. De cara a la Vida verdadera, honremos los pequeños fragmentos de nuestra vida que denotan presencia del resucitado.

Cada uno de nosotros, tiene hoy la posibilidad de agradecer a Dios, el paso de Vida con mayúscula en nuestras vidas: nuestros familiares, los amigos que dejaron una huella linda de amistad, el encuentro con Dios en lo profundo del corazón con la certeza que en lo más hondo del corazón está su presencia, por la determinación del mismo Dios de no sólo involucrarse en nuestras vidas sino de instalarse en medio nuestro. Encontrarlo a Cristo Glorioso en los fragmentos de nuestra vida, nos hace vivir en clave de Resurrección. En esos lugares, tan cotidianos, está nuestra Galilea, lugar de encuentro con el Resucitado.

Jesús aparece con sus llagas y les muestra un camino de liberación que corre las piedras de la oscuridad, de la muerte, del vacío, del sinsentido, del odio, de la venganza y de la traición

“No teman, alégrense”

Las mujeres van con una consigna, “vayan a Galilea”, y nosotros recibimos la misma vayamos al encuentro de aquello que en la vida fue lo mejor de lo vivido y lo mejor de lo compartido. Allí lo verán, allí lo encontraremos, pero además van con un espíritu, del que Jesús ha comunicado, alégrense y no tengan miedo. Ir a Galilea, dice Francisco, con alegría serena y humilde, sobretodo con el respeto del dolor del que está sufriendo. No se puede vivir la Pascua sino con la alegría serena con la que el Señor va ganando el corazón. Con la certeza de que en todos los lugares donde la reina la muerte y el fracaso, ahí Dios resucita.

Jesús previamente antes de decirles y antes de cualquier cosa sencillamente les dice, alégrense, así saludó Jesús. Este es el espíritu que él les comunica, la conmoción, el temor y la alegría inicial cambia, el Señor va produciendo el cambio, les dice, no teman, alégrense.

Nosotros también frente a la vida en más de una ocasión, tenemos temor y al mismo tiempo alegría. Se nos mezclan los sentimientos, cuando esto ocurre, se produce como un corto circuito interior que podríamos describirlo como conmoción, un sacudón de vida que enfrenta a la muerte. Jesús ante esto da la alegría, que puede más que sombras, que puede más que amenaza, que puede más que la tristeza, que puede más que el odio más que el rencor, alégrense..

No teman”, “alégrense”, “el Señor ha resucitado”. Vayamos a las Galileas de nuestras alegrías cotidianas con el rostro del resucitado que se hizo carne para quedarse con nosotros.

Allí hay que detenerse y dejar que aflore en la serenidad y la paz que se esconde en lo más del corazón por la presencia del resucitado, ese don de cercanía en la carne de Jesús que nos trae la gloria de Dios. Cristo nos visita para que en lo más hondo de nuestros dolores más profundos recibir este mensaje de paz, y descubrir que aún en medio de las circunstancias más difíciles, la gloria de Dios nos acompaña.

Vayan a decirles…

Vayan a decirle a los discípulos, que se van a encontrar con Jesús en aquel lugar del primer amor, en aquel lugar familiar, cotidiano, de ellos, el mar, la barca, la pesca, la casa de Pedro, el primer llamado, la travesía misionera, el primer reencuentro después de la misión, los milagros. Lo mismo nos dice el Señor a nosotros, vayamos a nuestras Galileas, vayamos a nuestros lugares familiares, al lugar donde la vida nos dio una caricia, brilló con su luz, nos llenó de consuelo, nos invitó a mirar hacia delante, mucho más allá de que nos hallan querido frustrar los proyectos de sueños que habían en nuestro corazón. Y vayamos sin rencores, sin odio, de la mano de la justicia, pero sabiendo que no es buen camino, ni buena consejera la tristeza, por eso vayamos con alegría.

Padre Javier Soteras