“Ventana al invierno”

viernes, 22 de junio de 2018
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22/06/2018 – La recordada escritora argentina Poldy Bird nos dejó este hermoso recuerdo de su infancia:

“La ventana da a un enorme comedor de diario, con una mesa grandísima alrededor de la que nos sentábamos a tomar el té, de las cinco en punto de la tarde, mis tías China, Sátira, Elsa, Irma, Martha, mi tío Teddy y yo.

La abuela Dará, en la cabecera, iba llenando las tazas blancas con guardas azules, orgullosa de su mermelada de naranja con trocitos de cáscaras de sol amanecido que colgaba del estante de la cocina y caían zigzagueantes, haciendo arabescos y perfumando el aire.

Mis pies no llegaban al piso y yo los apoyaba en el travesaño de la silla de madera. Todavía me peinaban con un moño de gros en lo alto de la cabeza. Me gustaba escucharlos hablar de cosas de grandes que no entendía muy bien, me gustaba la radio colorada hilvanándonos con suaves puntadas de música, y el calor momentáneo de una estufita a kerosene que siempre se apagaba antes de un tiempo, obligándonos a abrir la puerta del patio para ahuyentar el olor acre del combustible quemado, mientras escapaba con el la escasa tibieza conseguida.

Había narices rojas de frío, guantes de lana, una escalera de madera oscura que llevaba a dos cuartos misteriosos en donde se amontonaban muebles viejos, un cajón con fotografías de antepasados que usaban trajes largos, niñas de comunión, novios mirándose arrobados, las tías jovencísimas con las boquitas pintadas en forma de corazón y el abuelo rubio con los bigotes enrulados hacia arriba. Y también un cuadro en el que Irma inmortalizó al “lobo”, un ovejero que fue el único perro de la casa y murió antes de que yo naciera.

La ventana da a un jardín por el que corro, jugando a ser un pájaro volando, entre canteros de violetas tímidas, pensamientos de dos colores, prímulas amarillas, coloradas, azul de Francia. El jardinero podó muy bien los rosales.

En las ramas desnudas del damasco hay un nido de zorzales que ya empezaron a ensayar cortos trinos. Para septiembre serán un canto completo, interminable.

Adentro, que hace frío-me llaman.

Y me escondo detrás de un arbusto de lavanda, quieta: pero al rato se me congelan las piernas, me da miedo de ver como el convexo horizonte se traga todo el sol, y voy en busca de una revista con dibujos que está sobre mi cama.

La ventana da a mi escritorio. En estas tres bibliotecas están los libros que amo. Sólo guardo los que me interesan. Los leo, los releo, son mis amigos, mis viajes a otros seres, a otros lares, a otros tiempos.

Sobre la oscura mesa escribo estos recuerdos como si estuviese pintando un cuadro del invierno.

Puedo agregarle, ahora, dos aromos florecidos de estridente amarillo, una nostalgia casi dolorosa por lo que no volverá, por los que ya no están.

Ninguna estufa se apaga, ninguna niña se escapa a jugar afuera, no he vuelto a tener frío, ni roja la nariz pero quisiera poder cortar un ramito de aquéllas violetas y dejar caer mi cabeza cansada sobre el regazo de la abuela Sara, para que ella, con manos distraídas, eche a volar mis penas y temores como si fuesen simples mariposas!!!”