Vivir con mayor libertad para liberar

miércoles, 16 de octubre de 2013
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16/10/2013 – En la catequesis de hoy, centramos la mirada en Jesús que desde el amor libera. Se trata de un encuentro amoroso con un Jesús que nos libera de nuestras propias ataduras y nos invita a caminar en libertad, marcando nosotros un rumbo de libertad para otros.

 

Acción liberadora de Jesús

A lo largo de los Evangelios es claro que el encuentro de Jesús con los desposeídos es un encuentro liberador:

  • liberador de las situaciones de vida oprimente (enfermedad, situaciones de vida pecaminosa -como la mujer adúltera-)

  • liberador de la marginación social en la que se encontraban oprimidos algunos del pueblo (por ejemplo ser samaritano, ser mujer, ser niño)

  • liberador de estructuras opresoras (como eran las del Templo y su “organización” con más de 380 leyes que se imponían a la vida social, desde una práctica falsamente piadosa, como es esta de la Palabra de hoy de no curar el sábado)

Nosotros estamos llamados a buscar caminos, caminos de una espiritualidad que esté marcada por Jesús que libera. Estamos llamados a recorrer este camino, en el que Jesús se mueve entre los suyos. Dejar que el Evangelio realice en nosotros una profunda liberación y desde allí también nosotros, animarnos a iniciar con Cristo un camino de liberación para nuestro pueblo, que vive situaciones bajo el signo de la opresión, que se transforman en un grito y en un clamor.

Según Anselm Grün, “una espiritualidad que pretende inspirarse en el espíritu de Jesús, tiene que tender a introducir a los hombres en la libertad de los hijos de Dios”. De esta libertad y de este camino de liberación, es del que nosotros hablamos. “Si somos hijos de Dios, ya no somos nacidos de principios y tendencias de los hombres, hemos quedado libres de toda coacción a la autoafirmación y somos sostenidos en los paradigmas propuestos por Jesús en el Sermón de la montaña” -afirma Grün.

Es justamente a este camino de liberación sanante, donde se nos invita, viendo y contemplando a Jesús de Nazaret, que no es un sencillo transgresor de normas y prescripciones, sino uno que ha venido a desatar los nudos que mantienen atados a los hombres de su tiempo y que quiere tener la misma acción en medio de nosotros: quiere desatar lo que nos mantiene atados, por estos tiempos.

¿Qué plantea Jesús como camino de liberación?

Vivir en libertad, nace de un llamado de quienes escuchan la voz liberadora de Dios. Hay un planteo básico que hace el señor en el llamado a la libertad que es la conversión:Conviértanse porque el Reino de los Cielos está cerca. Convertirse no es multiplicar ejercicios de piedad, sino una manera de existir ante Dios y la novedad anunciada por Jesús. Eso es convertirse, lo cual no excluye los ejercicios de piedad, siempre y cuando estén orientados éstos, en fortalecernos en el espíritu, para avanzar sobre ésta novedad.

La religión judaica del tiempo de Jesús, cuando se comienza a proclamar la Buena Nueva en el Nuevo Testamento, aparece toda bajo signo de mandatos y de determinaciones. Es sobre ese contexto de determinadas prescripciones y leyes coaccionantes, que aparecen básicamente planteadas desde el templo como lugar de dominio, donde Jesús dice lo que dice. El decir de Jesús no es el de un principista, sino de uno que actúa sobre la realidad y desde ella misma busca transformar lo que toca con una acción profundamente liberadora.

Cuando uno profundiza sobre algunos conceptos que dominaban el tiempo de Jesús, el templo y lo que de allí surgía como prescripciones para la conducta de un pueblo que era gobernado desde allí -no solamente en lo religioso sino también en lo político, en lo impositivo, en lo económico-, se da cuenta de algunas actitudes de Jesús, y éstas toman otro valor y mayor significado.

Por ejemplo cuando aparece volteando las mesas de los cambistas del Templo, que es la casa del Padre y el lugar del encuentro, por haberlo convertido en un lugar de comercio…. O cuando la viuda puso una monedita como ofrenda, Jesús dice que ella puso todo, porque no está en la cantidad sino en el amor que se pone. La ley y la voluntad de Dios se identificaban de tal manera,  que se llegó a absolutizar la ley. Se hizo de la ley un lugar de esclavitud, más que un camino a recorrer.

Jesús humaniza la Ley

Es ante este abuso de la Ley donde Jesús levanta su voz: “El sábado es para el hombre y no el hombre para el sábado”. El hombre es más importante que el sábado: el sábado entendido como el lugar donde no se podía trabajar, no se podía caminar, se debía descansar… y todo por respetar -bajo la prescripción rigurosa de la ley- el tiempo en que Dios también se había dedicado a descansar después de un tiempo laborioso de creación.

Las modificaciones de las prescripciones legales por parte de Jesús, como la pena de muerte por ejemplo para las adúlteras (recordemos aquel pasaje donde el Señor aparece defendiendo a la mujer adúltera que está por ser apedreada, por los que la han rodeado y están ahí con las piedras en las manos), o la referida a la soberanía absoluta del sábado, o la que habla acerca de la posibilidad de entrar en contacto con los leprosos -que no son impuros-, o la que rompe con aquello que consideraba a la mujer como casi un objeto pecaminoso en contacto con el hombre y más con un maestro de la Ley, o la de tener contacto con personas paganas o de otra condición social, tienen que ver con una mirada liberadora de Jesús, sobre algunas ataduras que nada tienen que ver con la voluntad de Dios, sino con algunas prescripciones humanas, que han venido a querer como tapar el acceso del Reino de Dios que Él viene a anunciar. Jesús no transgrede sencillamente la ley, sino que quita todo lo que es un tapón a la posibilidad de la presencia liberadora del Padre que lo ha puesto a Él, como su instrumento y su testigo para mostrar un Reino nuevo.

 

Una libertad que libera

Esta actitud de Jesús es la que aparece hoy en el Evangelio, una actitud de profunda libertad frente a las prescripciones y de honda acción liberadora. La libertad de Jesús no puede ser entendida de cualquier manera, no es un libertinaje el suyo. No es la libertad como valor absoluto por sí mismo, que habilita a la persona de manera incondicional a hacer lo que le parece, sino que la que Él propone es la libertad que libera. La que libera aún de la libertad entendida en términos absolutos.

En este sentido, la libertad que Jesús propone y la liberación que el Señor trae, pone necesariamente en vínculo a la persona con el Absoluto y con los hermanos. No se es libre -desde Jesús- para cualquier cosa, sino para ordenar la propia vida. Es una libertad que ordena. Ordena la vida a Dios y ordena la vida a los hermanos. Jesús vino a liberarnos, para hacernos también a nosotros liberadores de nuestro hermanos, ordenando nuestro andar y nuestro peregrinar, detrás del único Absoluto, Dios, buscando siempre nuevos caminos.

Jesús viene a liberarnos de ataduras y nos invita a recorrer un camino como pueblo que se pone en marcha en búsqueda de su felicidad. Esto es lo que Jesús está queriendo decirnos: no hay que simplemente hacer las cosas por hacerlas, sino de hacerlas con sentido. Cuando se encuentra el sentido de por qué se lo hace, entonces se empieza a encontrar el camino de la liberación.

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El sentido común o buen sentido

Una espiritualidad liberadora y sanante, nos pone en la línea del buen sentido. Esto lo afirma Leonardo Boff, teólogo brasilero, sumamente cuestionado en un tiempo: “Tener buen sentido es privilegio de los hombres verdaderamente grandes; una persona tiene buen sentido, cuando en cada situación tiene la palabra certera, el comportamiento requerido y acierta con el núcleo de las cosas”.

El buen sentido tiene que ver con la sabiduría de las cosas: cuando se sabe distinguir lo esencial de lo secundario, es la capacidad de poner las cosas en su lugar. El buen sentido, no tiene nada que ver con la exageración, sino -como lo dice Ignacio de Loyola- con la discreción de espíritu, que no es ser “discretito”, “ordenadito”, “acomodadito”, sino saber elegir lo mejor para el tiempo y el momento oportunos. Es ese camino de libertad interior donde Dios quiere conducirnos en el Espíritu, poniéndonos a Jesús como ejemplo.

Nosotros solemos decirle a este buen sentido, sentido común, que -como dice el dicho popular- suele ser el menos común de todos los sentidos. Jesús permanece con inteligencia abierta frente a situaciones concretas que se presentan y por eso, se hace impredecible su andar y su camino. No lo pueden atrapar fácilmente, porque se mueve con códigos que no están vinculados a la Ley o a como deberían ser las cosas según una norma, sino que tiene que ver con ley de la caridad y el amor. Para Jesús, este es el núcleo, desde donde se lee y desde donde se interpreta la realidad. ¿Cuánto ayuda lo que elijo o por lo que opto? ¿cuánto ayuda y en qué medida me hace crecer en caridad, aunque esto pueda producir el rasgar las vestiduras?

No se puede acompañar a las personas en su crecimiento y en su proceso de madurez, aplicando para todas la misma regla y un mismo código. Puede que haya un camino común que se transite en etapas distintas del crecimiento, pero cada persona -en esas etapas de crecimiento- tiene que ser tratada como tal, como persona. Una madre o un padre no tratan a todos los chicos de la misma manera: la aplicación de determinada norma no es lo mismo para el más grande, para el mediano o para el más chiquito. Cada una de las maneras con que nos vinculamos con nuestros hijos, tiene que ver -si hay verdadero amor en nuestro camino de acompañamiento- con mirar qué es lo que necesita aquí y ahora. Es ese rostro paterno, el que Jesús muestra con su enseñanza, es la aplicación del amor en el aquí y en el ahora. Ese es el buen sentido. Por eso Jesús hoy puede curar en sábado: no estaba permitido, pero el amor decide otra cosa, el amor estaba marcando otro rumbo que superaba lo que estaba dicho.

 

Camino de liberación a través del amor

Un camino de liberación lo produce la fuerza del amor en el corazón, que nos permite encontrar nuevos rumbos. Cuando hablamos de una espiritualidad liberadora, hablamos de un encuentro amoroso con un Jesús que nos libera de nuestras propias ataduras y nos invita a caminar en libertad, marcando nosotros un rumbo de libertad para otros. ¿O no es esto justamente lo que se escucha como clamor de un pueblo que está sumido en la angustia de no ver futuro y de no encontrar horizontes? ¿No es eso justamente lo que se siente en la fábrica y lo que se escucha en nuestros diálogos familiares de domingo? ¿No es eso lo que repercute en la mesa de café y lo que hablamos en la oficina?: “la cosa así ya no va más”. Claro, no se puede seguir, estamos atados.

Pero no estamos atados desde afuera, estamos atados desde dentro de nosotros, lo podemos ver en el siguiente ejemplo: el 65 % de la deuda externa argentina está en manos de argentinos y nosotros pensamos que negociar con un nuevo crédito de ayuda, tiene que ver con arreglar condiciones con otros que -desde afuera- supuestamente están ejerciendo presión. Sin embargo, los de afuera nos dicen: “Ustedes arréglense entre ustedes, acomoden ustedes y entre ustedes las cargas, sepan que están durmiendo con el enemigo. El enemigo está entre ustedes, se ha instalado en medio de ustedes”.

La liberación no viene de desprendernos de compromisos que tenemos asumidos con otros afuera, sino, de encontrar la verdad y la justicia instalada en medio de nosotros. Eso no se logra por decreto, sino por un camino de liberación interior, personal y en pequeñas comunidades que nos vaya potencializando de lo pequeño a lo más grande hasta que -delante de nosotros- se abra un camino, donde muchos puedan transitar. El camino  estrecho, del que nos habla el evangelio,  no implica que no puedan transitarlo muchos.

Que el Señor nos regale esta inmensa gracia de liberarnos, para liberar.

 

Del dicho al hecho

Para la reflexión personal

¿Qué “leyes” en tu vida podrían ser modificadas a partir de la mirada liberadora de Jesús, es decir, a partir de la Ley del amor y de la caridad?

 

 

Padre Javier Soteras