Francisco honró a la Virgen de Luján en su día

miércoles, 8 de mayo de 2013
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“En este día, en el que se celebra Nuestra Señora de Luján, celestial patrona de la Argentina, deseo hacer llegar a todos los hijos de esa querida tierra argentina mi sincero afecto a la vez que pongo en manos de la Santísima Virgen todas sus alegrías y preocupaciones” expresó en español este miércoles 8 de mayo, solemnidad de la Virgen de Luján, el Papa Francisco, quien como todos los miércoles celebró la audiencia general en la Plaza de San Pedro -con la participación de más de 70 mil fieles de todo el mundo.

Al saludar en español, el Pontífice pidió un aplauso bien fuerte para la Santísima Virgen: “Un aplauso a la Virgen de Luján… más fuerte, “non sento”… mas fuerte”, pidió con alegría Francisco.

El Papa centró su catequesis en el Espíritu Santo, fuente inagotable de la vida divina en nosotros que nos dice: “Dios te ama: ¡nos dice esto! Dios te ama, te quiere”. E invitó a amar verdaderamente a Dios y a los demás, como Jesús y a dejarnos guiar por el Espíritu Santo que nos repite sin cesar que Dios es amor, que Él nos espera siempre, que Él es el Padre y nos ama como verdadero papá.

 

 

“El tiempo pascual es por excelencia el tiempo del Espíritu Santo que culmina con la solemnidad de Pentecostés en que la Iglesia revive la efusión del Espíritu Santo”, explicó el Papa en la Plaza de San Pedro. Después de dar la vuelta en automóvil a la Plaza y saludar a los diversos grupos de fieles, el Papa comenzó su catequesis dedicada a la tercera persona de la Trinidad: el Espíritu Santo.

“En el Credo -dijo Francisco- profesamos con fe: “Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida”. La primera verdad que aseveramos es que el Espíritu Santo es “Kyrios”, es decir Señor. Esto significa que es verdaderamente Dios como lo son el Padre y el Hijo. Pero quisiera hablar sobre todo del hecho de que es también la fuente inagotable de la vida de Dios en nosotros”.

“El hombre de todos los tiempos y todos los lugares -prosiguió el pontífice- desea una vida plena y hermosa, una vida que no esté amenazada por la muerte, sino que pueda madurar y crecer hasta su plenitud. El ser humano es como un viajero que, cruzando los desiertos de la vida, tiene sed de agua viva y fresca, capaz de saciar su profundo deseo de luz, amor, belleza y paz. ¡Todos sentimos ese deseo! Y Jesús vino a darnos ese "agua viva" que es el Espíritu Santo que procede del Padre y que derrama en nuestros corazones.”He venido para que tengan vida y la tengan abundante”, dice Jesús”.

Cristo vino a darnos el agua viva que es el Espíritu Santo “para que nuestra vida esté guiada por Dios. Por eso cuando decimos que el cristiano es un ser espiritual, queremos decir que es una persona que piensa y actúa de acuerdo con Dios, según el Espíritu Santo. Sabemos que el agua es esencial para la vida, sin agua morimos, el agua apaga la sed, lava, hace que la tierra sea fértil.

El “agua viva", el Espíritu Santo, don del Resucitado que viene a morar en nosotros, nos purifica, nos ilumina, nos renueva, nos transforma, porque nos hace partícipes de la misma vida de Dios, que es amor.”.

El apóstol Pablo, señaló el Papa, afirma que la vida de los cristianos “está animada por el Espíritu y rica de sus frutos que son “amor, alegría, paz, comprensión, servicialidad, bondad, lealtad, amabilidad, dominio de sí". El Espíritu mismo, junto con nuestro espíritu, atestigua que somos hijos de Dios. Y si somos hijos, somos también herederos, herederos de Dios y coherederos con Cristo, ya que sufrimos con él, para que también seamos glorificados con él.

Este es el precioso don que el Espíritu Santo trae a nuestros corazones: la vida misma de Dios, vida de hijos verdaderos, una relación de libertad y confianza en el amor y la misericordia de Dios, que tiene como efecto también un nueva mirada a los demás, cercanos y lejanos, vistos siempre como hermanos y hermanas en Jesús a los que hay que amar y respetar. El Espíritu Santo nos enseña a mirar con los ojos de Cristo”.

“Por eso -concluyó- el agua viva que es el Espíritu Santo apaga la sed de nuestra vidas porque nos dice que Dios nos ama como hijos, que podemos amarlo como hijos suyos y que por su gracia podemos vivir como hijos de Dios, como Jesús”.