4º morada: La oración de quietud

jueves, 14 de julio de 2016
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14/07/2016 – Santa Teresa explica la 4º morada, donde sentimos que Dios nos tiene en sus manos y ya no hay necesidad de esfuerzo, sino que es como si Dios regara sobre los campos.

“En el último y gran día de la fiesta, Jesús se puso en pie y alzó la voz, diciendo: ´Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva`. Él se refería al Espíritu que deberían recibir los que creyeran en Él. El Espíritu no había sido todavía derramado”.

Juan 7, 37-39

Para Teresa, la Cuarta Morada es el momento en que el Señor nos viene al encuentro con la gracia de sobrenaturalidad, notándose esto claramanente en la oración: “Para aprovechar mucho en este camino y llegar hasta donde nos lleve el Maestro, no está la cosa en pensar mucho, sino en amar mucho. Así lo que más nos mueva a amar, eso tenemos que hacer. O, expresado de otra manera, no vamos a complacer a Dios con muchas palabras, muy bien hilvanadas y muy bien pensadas. Él busca nuestro amor, nuestra entrega y confianza en sus manos. Quizás, no sepamos en qué radica el verdadero amor. No consiste en el mayor gusto espiritual, sino en la mayor determinación en querer agradar a Dios en todo, procurando en lo que podamos, de no ofenderle. Y, al mismo tiempo, rogando que vaya siempre adelante la honra y gloria de su Hijo y el florecimiento de la Iglesia. No quiere decir que ya no existan tentaciones en esta etapa. Nos siguen asediando pero en lugar de dañarnos nos hacen bien pues nos llaman a la realidad, a la humildad”. En esta morada, Dios viene a nuestra ayuda y nos invita a caminar por el sendero de la humildad.

En esta etapa del camino no nos tiene que proecupar tanto en cuánto este ordenada nuestra vida o nuestras ideas, o si antes nuestra espiritualidad era mayor o menor. Poner el centro más en esta presencia de amor que clama por dentro y pide mayor decisión en ese amor. Aquí se trata de amar mucho. El centro en esta etapa del camino consiste en la presencia de Dios y en quietud descubrir que Él me mira y que yo lo miro, y el amor se acrecienta en la medida de más tiempo compartido con el amigo. El corazón va a ir encontrando la calma y la paz. Hay que ser conscientes que es una etapa diferente, y saber que el ensimismamiento nos lleva a poner nueva importancia a éstos encuentros. Es como si en esta etapa cosas que antes nos desvelaban ahora no es que las cosas han cambiado pero la interioridad no está siendo arrastrada por éstas circunstancias. Vivimos más en el espíritu de las bienaventuranzas y que Dios ha elegido nuestra pobreza para sentirse en casa, como lo hizo en Belén. Ha elegido este lugar de fragilidad y pobreza que es mi propia existencia y que la comparto. Ya no hay espanto frente a ésto sino conformidad interior. Hay mayor consciencia de la presencia del amor de Dios en mi vida y también mayor consciencia de mi propia fragilidad. Acá hay un punto de encuentro en donde en paz se puede estar siendo débil, frágil y vulnerable porque en buenas manos estamos. Es el amor de Dios el que ocupa el centro y permite que estemos en medio de nuestra realidad puestos en el centro desde adentro.

¿Entonces qué hacemos? En esta etapa tenemos que buscar los lugares donde poder insistir más en la oración. Generar espacios para estar a solas con el Señor. No es para ensimismarme sino con la necesidad de la intimidad que clama el amor. ¿Qué está pasando? En el proceso de la interioridad estamos siendo llevados al lugar del desposorio, que está en la última morada. Entonces mientras más crece la interioridad (que no es intimismo) hay también más capacidad de estar con los demás, y entonces se aprovecha mucho los momentos de soledad y también se está bien cuando se está con los otros. 

La oración de quietud

“La oración que recibe de Dios los gustos, puede llamarse oración de quietud. Es como si uno cuando orara sintiera que todo está en armonía por una presencia de Dios que en su infinita providencia permite que mientras todo se mueve en nuestra existencia, estemos en paz.  No brota de nuestro esfuerzo de reflexión, sino que recibe el aliento directo del Dios. El que hace oración reflexionando sobre la vida de Cristo y de la propia vida, se asemeja a la persona que riega su jardín, con mucho trabajo, transportando baldes de agua. El que recibe los gustos de Dios es como el que ve regar su jardín, sin ningún esfuerzo, porque recibe directamente el agua del cielo, en forma de lluvia”. Esta etapa de la Cuarta Morada consiste en percibir la presencia de Dios, que nos inunda con su gracia. “Cuando Dios quiere hacernos estos regalos sobrenaturales, se produce una grandísima paz y suavidad en nuestro interior, que no se puede comparar, ni por asomo, con las satisfacciones anteriores”. Es paulatino y hay una transición entre el tiempo en que costaba mucho la oración y ahora en que Dios se nos da a baldes llenos. ¿Qué hacer? Aprovechar este tiempo. Aquí la presencia del Señor y de los santos es tan evidente y real, que ciertamente es presencia manifiesta de mayor claridad de Dios. Aquí hay que sencillamente dejarse llevar, ahí donde Dios te está pidiendo que ames más. Acá sólo se trata de amar mucho. 

En esta etapa del camino, la gracia de Dios nos hace ir mucho más allá de nuestro esfuerzo, el cual prácticamente no se siente. “Esa preciosa agua del cielo, humedece y ablanda los terrones de nuestro corazón y hasta llega a beneficiar nuestro propio cuerpo. No sé como dice Teresa, pero el que lo ha experimentado lo entenderá, que todo el hombre exterior goza con en ese gozo y suavidad interior”. Se produce lo que la Palabra de Dios dice que acontece cuando el Señor se transfigura en el Tabor, todo resplandece. En esta experiencia de quietud interior nos dan ganas de hacer 3 carpas como Pedro. 

En esta experiencia de quietud interior no basta ni alcanzan las palabras para explicar, en alguna forma, todo lo que hace Dios en nosotros, sino que es preciso valerse de diferentes comparaciones. “Un poco antes dije que esta oración de quietud se parece a la lluvia que riega nuestro jardín interior. Pero no es lluvia. No cae desde fuera sino que brota desde lo más profundo de nosotros mismos. No sé cómo es, ni cómo ocurre, pero pareciera que esa fuente de agua vivificante mana de lo más íntimo y secreto de nuestra alma. Parecen cumplirse las palabras del Señor, ´brotarán aguas vivas del corazón de los que creen en Mí`. Es como un foco de calor escondido, donde se queman preciosas hierbas aromáticas, llenando de agradable calor, y fragancia todo nuestro corazón, nuestra voluntad e inteligencia y hasta nuestro cuerpo. Sin saber como sucede, nos transforma y nos da fuerzas y capacidad para realizar cosas que antes no podíamos hacer. El que todo lo puede nos arrima más a sí mismo. Vuelvo a repetir que eso del calor, el agua o las fragancias, son meras comparaciones. En realidad, no se siente, en esta etapa, ningún perfume, ni fuego interior. Nos daremos cuenta si en efecto fue verdadera oración y no mera ilusión nuestra, en los resultados. ¿Qué tal es nuestra vida común? Nuestro cotidiano vivir, ¿va de bien en mejor?, ¿nos parecemos más a Cristo en nuestro pensar?, ¿deseamos lo mismo que Él y hacer lo que Él hizo?”.

 

Lluvia (2)

 

¿Cómo saber si he alcanzado esta 4º morada?

La clave de discernimiento para saber si estamos en la Cuarta Morada es reconocer si somos visitados por esta gracia de interioridad con la que Dios nos transforma. “No hay peor forma de lograr esa forma de oración que estar deseándola. Suspirando por tenerla. No nos corresponde a nosotros, buscar o codiciar la oración de quietud. Por varios motivos. Primero: Nuestro amor y seguimiento de Cristo, deben ser desinteresados. Segundo: Sería falta de humildad, pretender algo que no se nos debe. Tercero: En lugar de buscar gustos, tenemos que pedir padecimientos , para imitar al Señor. Cuarto: Además, Él da a cada uno lo que le conviene y finalmente. Quinto: Si pretendemos tener oración de quietud, con el propio esfuerzo, trabajaremos inútilmente. ¿Cómo alcanzar, entonces, esta oración? Con humildad. El Señor se deja ganar, se deja comprar por la humildad. Y lo primero es que, ni pensemos merecer esos regalos. Hay que dejar de lado toda pretensión o aspiración de tales gustos”.

Los efectos de la gracia de Dios siempre se miden en función de los frutos que se producen; es decir, si hubo o no presencia de Dios en el corazón. “Por los frutos se conoce el árbol”, dice Jesús en el evangelio. “Los efectos de esta oración de quietud son muchos. En primer lugar, la misma oración cambia. Aún antes de que ocurra este cambio, sobreviene como un período de transición. Se da un recogimiento sobrenatural”. Es como si en un espacio y en un momento determinado, una gracia nos mete hacia adentro, pero sin perder contacto con la realidad exterior. Esto no ocurre en un lugar de auto referencia o de narcisista búsqueda de sí mismo, sino como una gracia de encuentro con algo profundo que hay en nosotros y que desconocíamos hasta ese momento. Cuando esto ocurre, todas las potencias interiores se calman y se está como todo unido dentro de sí mismo, por la gracia del Señor. “Es un recogimiento que nos hace desear el silencio”. Aun cuando haya ruido alrededor nuestro, hay algo que está en un profundo silencio en nuestro corazón, que hace que todo se acalle, permite que todos los ruidos desaparezcan.

Cuando se alcanza este estadio, la persona desea estar en silencio. Se trate de que el silencia interior y el exterior vayan de la mano: “En las primeras etapas de la oración, nos hacen guerra nuestros sentidos, que buscan siempre lo más agradable y suave, y también tenemos que lidiar con nuestra imaginación y nuestros pensamientos. Pero en estos recogimientos que da el Señor, no es así. Como Buen Pastor nos llama hacia el interior de este magnífico castillo interior y también atrae a nuestros sentidos, pensamientos e imaginación. En los recogimientos, la iniciativa parte claramente de Dios. Sin saber cómo sucede y a veces estando nosotros algo distraídos, nos atrae suavemente hacia Sí, a lo más íntimo de nosotros. ¿Para qué nos atrae? Quizás para irnos preparando para algo más. Para que estemos más atentos a sus llamadas interiores”.

 

 

Padre Javier Soteras