Al lado tuyo

miércoles, 22 de noviembre de 2006
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El ángel del Señor entró en su casa y la saludó diciendo: – Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo. Al oír estas palabras ella quedó desconcertada.  Se preguntaba qué podría significar ese saludo. Pero el ángel le dijo:  “No temas María porque Dios te ha favorecido, concebirás y darás a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús. Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre. Reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin”.  María dijo al ángel: “¿Cómo puede ser eso si yo no convivo con varón?”.  El ángel le respondió: “El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño será santo y será llamado Hijo de Dios. También tu pariente Isabel concibió un hijo a pesar de su vejez y la que era considerada estéril ya está en su sexto mes. Porque no hay nada imposible para Dios”.  María dijo: “Yo soy la esclava del Señor, que se haga en mi lo que has dicho.”
Lucas 1, 28 – 38

La Iglesia sabe y enseña con Pablo, el apóstol, que uno solo es nuestro mediador, que hay un solo Dios y que hay también un solo mediador entre Dios y los hombres. Lo dice 1 Timoteo 2, 5-6: “Cristo Jesús, hombre también él, que se entregó a sí mismo por rescate de todos.”

Y María, ¡¿Qué lugar ocupa entonces dentro del plan de la Redención de Dios?! ¿Por qué nuestro vínculo con ella tan particularmente cercano, si el único mediador es Jesús? Por su condición de madre, dice Juan Pablo II, para con nosotros los hombres, lo cual no oscurece ni disminuye de ninguna manera la figura de Jesús. Claramente esto aparece en los Evangelios y particularmente en las bodas de Caná, donde María parece tomar al comienzo el protagonismo de la escena del milagro y termina por ir como lo ha hecho Juan el Bautista antes, hacia el costado, y dejarlo a Jesús, en el centro mismo de la escena, con su función mediadora y transformadora de la realidad. María, en todo caso, por estar íntimamente unida en su maternidad, especialmente por su presencia cercana a su hijo Jesús, se distingue de todos y cada uno de nosotros, igualmente rostros de Dios, en medio de los hombres, de un modo diverso y siempre subordinado a aquella única mediación de Cristo, siendo la suya la mediación de María, como la muestra, una mediación participada pero especial.

Por su condición de Inmaculada en la Concepción, para que por los méritos de Jesús, pudiera Dios prepararla a concebir a aquél que nacería sin pecado y que vendría a liberarnos del pecado y de la muerte. María, la madre del Hijo de Dios, es particularmente cercana al misterio de la Redención por su carácter de comediadora y se acerca, en ese sentido, como la servidora del Señor, como la esclava del Señor.

El Concilio Vaticano II presenta la verdad sobre la mediación de María, como decíamos recién, una participación de una única fuente de mediación, que es Cristo. Dice así el concilio: “La Iglesia no duda en confesar esta función subordinada de María. La experimenta continuamente y la recomienda a cada uno de sus fieles, para que apoyados en esta protección de Madre de ella, se unan con mayor intimidad al Mediador y Salvador, a Jesús. María, como servidora, está para mediar, está para interceder. Está para, en su intercesión, en su mediación, acompañar. Esta función es al mismo tiempo especial, podríamos decirlo así, y extraordinaria.

Brota de su maternidad divina y puede ser entendida y vivida en la fe, solamente sobre la base de la plena verdad de la maternidad de María. Es la Madre del Hijo de Dios, el Padre. Es compañera singularmente generosa de este Hijo suyo.

El que vino a hacerse uno de nosotros. El que vino a establecer su morada entre nosotros. El Dios hecho hombre. Es Madre de Jesús, el Dios hecho hombre, y por eso su contacto con Dios y su contacto con los hombres es tan cercano. La servidora del Señor es igualmente servidora de todos los hombres. Es Madre del Servidor de Dios y de los hombres. Y por eso, en María hay una sensibilidad muy especial, por todo lo de Dios y por todo lo de humano. Nada de lo que te ocurre le resulta extraño. Que sea co-mediadora, que haya venido con Jesús a establecer esa mediación entre Dios y los hombres, es la clave de la sensibilidad que tiene su corazón por lo que Dios suscita en su interioridad, y en su corazón por lo que el hombre necesita en su precariedad.

Las bodas de Caná tal vez sinteticen, de una manera particular, esto que estoy diciendo. Allí María tiene una mirada sobre la carencia de los novios, ya que no tienen vino. Se les acabó la fiesta. No tienen como seguir adelante. Han perdido la alegría. Se les está desdibujando el comienzo mismo de esta nueva etapa de su vida, lo que en principio parecía como un proyecto. Así la Madre de Dios dice: – No tienen vino. Y muestra este costado cercano a toda necesidad humana, honda, profunda, sentida.

Yo te invito a que, redescubriendo este lugar que María ocupa junto a Jesús, y reafianzando en nosotros las razones por las cuales reconocemos como mediadora (siguiendo las enseñanzas de la Iglesia, particularmente en su Magisterio) puedas como ubicarte en aquel lugar de quien se sabe acompañado por la Madre. Cercana.

Tal vez vos te preguntes en esta mañana, ¿Quién puede, además de mi propio “cuero”, de mi propio lomo, sobrellevar la preocupación que tengo por esto, por aquello? ¿Quién me acompaña en la lucha del día de hoy en las cosas de la casa y quién se preocupa conmigo de aquello que forma parte de los desafíos que hoy tengo? En mi trabajo, en mi negocio, con los que tengo que encontrarme. ¿Quién me acompaña en esta historia dolorosa de enfermedad? Mientras los años van pasando y la vida ha dejado con mi paso una estela hacia atrás y hacia delante me espera un camino por recorrer que me lleva al encuentro definitivo con Dios porque lo marca la vida y su ritmo. ¿Quién me acompaña en esta etapa de la vida? ¿Quién camina conmigo esta etapa de la vida?

Te invito que eches una mirada al costado y aunque no tengas a nadie sobre ese espacio de tu costado derecho o izquierdo, reconozcas que allí, está la presencia de María, con su perfume, con su aroma. Con su cercanía. Con su mirada tierna. Con su palmada que te dice: ¡adelante! Y con su abrazo que te dice: “yo te entiendo”, y con su consejo que te dice: “andá por aquí” y con su capacidad de contención que te dice: “tranquilo, despacio, todo va a salir bien.”

Con su fe. La que dijo: “no conozco varón pero creo en la obra del Espíritu en mi, me hace madre del Hijo de Dios.” María está a tu lado. Es cercana a tu realidad, porque es la esclava del Señor y la servidora de los hombres y sus necesidades. Es María, es tu Madre la que está al lado tuyo y la que sabe tu pesar. Conoce tus búsquedas. La que entiende absolutamente cuál es tu necesidad en este tiempo. La que está mediando por vos, la que ora junto con vos, si te sumás a su oración de siempre. La que está de cara a Jesús, y con Jesús en el trono del Padre, en el misterio de la Trinidad, instalado para clamar al Cielo por las Gracias que se necesitan en cada caso y en cada persona de la humanidad para alcanzar la plenitud de la vida.

Eso es lo que acerca. La oración de esta Madre cercana a tu necesidad como a la mía. La que lee y entiende desde su corazón y desde su lenguaje materno, cuáles son las coordenadas que atraviesan nuestra interioridad, y por lo tanto, cómo puede ayudarse a encontrar el rumbo y el sentido en este tiempo. María, la cercana, la amiga, la servidora, la esclava del Señor, dice la Palabra. La que está a tu lado.

Ella, que como ha dicho Juan Pablo II en Redemptoris Mater, “ha recibido sin duda una Gracia de transformación singular, colmándose cada vez más de la ardiente caridad para todos aquellos para quienes estaba dirigida la misión de Jesús. El cual, siempre en su quehacer apostólico como enviado del Padre, venía a hacerse a la realidad de los hombres. Esto lo aprendió en algún lugar. Cuando Jesús se encuentra con una multitud le habla en un lenguaje que no entienden. Les usa parábolas para expresar de una manera simple y sencilla la profundidad del anuncio del Reino. Cuando se encuentra con los enfermos, se detiene en el camino ante quienes no se detenía nadie. Pregunta qué es lo que necesitan, qué les hace falta y da respuesta a sus necesidades.

Cuando, como con los publicanos, Jesús se sienta a la mesa y no pide: “para mí un plato especial”. Come lo que hay sobre la mesa, no por cumplido, ni por ser buen educado (que lo era), sino porque sencillamente, para llegar a donde el otro se encuentra hay que entrar donde el otro está y aprender a entender el código con el que el otro se mueve. Y desde ese lugar, la Buena Noticia. En ese espacio, el Anuncio.

María, la servidora, la que se pone al lado de cada hombre y de cada mujer en este tiempo, es la que le enseñó al Maestro de Galilea a recorrer esos caminos del corazón humano, para hablarles a los hombres y a las mujeres de su tiempo y de todo tiempo de la Eternidad.

Se habla del Cielo en la Buena Noticia de Jesús desde las cosas cotidianas, desde las cosas sencillas. La que está al lado tuyo fue la que le enseñó este camino a Jesús. La que comparte con vos el camino, María la peregrina. La sencilla humilde servidora del Señor, servidora tuya y mía. María la cercana al camino del pueblo, la que en distintas peregrinaciones en nuestro pueblo, bajo distintas advocaciones, reconocemos como la que camina con el pueblo. Eso es una peregrinación. Eso es sacar la imagen de la Virgen por nuestras calles y por nuestras avenidas.

Eso es cantarle: ¡VIVA LA VIRGEN!

Y eso es expresar popularmente lo que todos los días vivimos en más o menos conciencia. Ella está junto a su pueblo. Me decían: “qué maravilla esta obra que le toca dirigir padre!” Y la maravilla es: la Madre de Dios que está en el corazón de su pueblo. Eso es lo maravilloso. Yo no dejo de asombrarme de verla a Ella moverse entre los niños, los jóvenes, entre los que sufren, los que lloran, los empresarios, los de las villas. Porque tiene una particularidad esta radio, la de moverse entre todos los estamentos. Así es ella. No hace distinción de raza, de clase social, se mueve entre todos. Y para todos tiene un mensaje. Es madre. ES MADRE. La servidora del Señor es profundamente humana y particularmente sensible a la realidad de los hombre y sus necesidades.

Ella le enseñó a Jesús a leer el código del corazón humano. El mapa genético del hombre interior. Y a partir de allí, en un camino con su Hijo, fueron reconociendo por Galilea y también por este tiempo, las necesidades de los hombres para llegar con un mensaje que fuera de esperanza y confianza. De alegría y de fortaleza. María, la esclava del Señor, la servidora de los hombres.

Después de los acontecimientos de la Resurrección y de la Ascención, María, entrando en el cenáculo con los apóstoles a la espera de Pentecostés, estaba presente como Madre, allí en la búsqueda de la venida de aquél que el Hijo había prometido.

Era no solo la que abrazó en la peregrinación de la fe, y la que guardó fielmente su unión con Jesús hasta la Cruz, sino también la esclava del Señor, entregada por su Hijo a la Iglesia que nacía, como Madre.

“He aquí tu Madre”, le dijo Jesús a Juan el discípulo y a nosotros en él a todos. Así comienza a formarse una relación muy particular entre la Madre y la comunidad de la Iglesia. La Iglesia que nace es fruto de la Cruz, de la Resurrección de su Hijo. María, que desde el principio, se había entregado sin reservas a la persona y obra de su Hijo, no podía dejar de volcar sobre la Iglesia esta entrega suya, materna. Después de la Ascención del Hijo de su maternidad, permanece en la Iglesia como mediación materna. Intercediendo por todos su hijos. La Madre es la que coopera en la acción salvífica de Jesús, el Redentor del mundo.

Esta presencia suya, pentecostal, es presencia hoy de una manera particular. Es presencia de María orante. Claro, que ciertas imágenes de piedad que tenemos no nos ayudan para identificarla como tal, y nos resulta más cercana María en la cocina, tendiendo las camas, de compras, haciendo las cosas de la casa. Nos resulta más cercana María educadora, servidora en la sociedad, que la María orante.

Tal vez porque la piedad como la hemos construído, en un tiempo determinado de la Iglesia, ha sido tan desencarnada, tan apartada de lo cotidiano, de lo real, de lo concreto. Esta mujer, cuando ora es como cuando trabaja. Es como cuando sirve, como cuando responde sí al ángel y sale presurosa a socorrer a su prima Isabel, que está en una situación delicada.

Despojémonos de toda imagen pietista de la oración y le saquemos todo rostro angelical, a la Madre de Dios la descubramos con el rostro genuino, real, de la mujer sencilla, simple de su pueblo. La que camina con su pueblo, en sus cosas de todos los días y descubramos que esa mujer ora. Con el corazón, con la vida, con las cosas de sus hijos, con aquél que va manejando el taxi o el remis en este momento y lleva puesto los auriculares y va preocupado por el día que comienza.

Con vos que estás en tu casa. Reza con tu necesidad y con tu enfermedad. Ora con tus búsquedas y tus esperas juveniles. María reza con las cosas que tiene en la mano y a los que tiene en la mano es a los hijos. Cocina desde la oración el plato de la Redención, el alimento de la Redención, que llega siempre de lo alto en su Hijo y que encuentra en su corazón el lugar fecundo desde donde poder alimentar la necesidad de los que la esperan como Madre. Es sencillamente la mujer de lo concreto. Tan concreto como es lo que hoy supone tus 24 horas del día, donde se suman un montón de actividades: acciones, servicios, descanso, preocupación, alimentación, tus cosas, las de todos los días. Tu oración, tu súplica. Lo que hay en tu corazón está en el de Ella. Es Madre.

Siempre me llama la atención cuando la madre ve llegar a los hijos y de repente pregunta: ¿cómo estás? Y vos descubrís que la pregunta ya tiene la respuesta en el corazón, que es una pregunta retórica. Que supone ya la respuesta de la misma pregunta. Sabe cómo estás. Reconoce sólo con un golpe de vista, cómo está, de dónde viene y adónde va. Es Madre.

Es la intuición del Amor que ubica al otro donde el otro se encuentra, para mostrar con esa cercanía, que el Amor cuando es comprometido, no necesita de tantas palabras. Que necesita más de la cercanía que trae el Amor.

Así es María, así es con tus cosas, la servidora del Señor, la esclava, se ha puesto al lado tuyo y te pregunta ¿cómo estás?

Decile, aunque lo sepa, lo necesita.