Amor paterno

viernes, 24 de septiembre de 2021
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24/09/2021 – Pero esto no le basta al corazón humano. Para poder entregarse a Dios nuestro corazón necesita saber que ese amor divino también es paterno, firme, viril, seguro. Nadie se arroja en brazos débiles, por más cariñosos que sean, porque normalmente nadie quiere hundirse en el abismo y terminar destruido. Uno sólo se arroja confiado en brazos que además de dar ternura sean fuertes, seguros, capaces de sostener con firmeza. Además, sabemos que un niño para crecer sano, seguro y capaz de amar, no necesita solamente mimos, caricias y comprensión. También necesita una orientación segura, también necesita que le ayuden a descubrir y aceptar los límites propios de la vida. El niño que crece sin privarse de nada y sin exigencias, termina usando a los demás para conseguir sus fines y se deja llevar por cualquier impulso, ya que nadie le enseñó a aceptar que no es posible tenerlo todo, ni experimentarlo todo, ni probarlo todo. Necesitamos que alguien nos haga tomar conciencia cuando nos estamos equivocando, porque nos engañamos con mucha facilidad, nos hace falta que alguien nos haga ver que nos estamos hundiendo y no se meta al vacío con nosotros, sino que nos tome fuerte del brazo y nos arranque del mal, aunque duela. Necesitamos que alguien nos enseñe a distinguir la luz de las tinieblas, la mentira de la verdad, el egoísmo del amor.

Por eso la Biblia nos presenta a un Dios Padre que es cariñoso (Sal. 103, 13) y que perdona, pero que al mismo tiempo es firme, lleno de poder y de fuerza, y exigente ante el mal, el egoísmo, la mentira, la injusticia, el pecado. Es un Padre incapaz de decirle a un hijo que todo está bien sólo para que no se sienta lastimado; es un Padre incapaz de soportar que su hijo se estanque, se encierre y deje de crecer. Por eso prefiere a veces tocar su corazón y hacerle sentir el dolor de su miseria para que se decida a salir del polvo, se libere y se ponga a caminar. A ese Padre no le resulta indiferente que su hijo lleve una vida equivocada. Esto no significa que el Padre Dios se dedique a mandarnos enfermedades o accidentes o problemas. Esas cosas dependen de la naturaleza, de los errores humanos y de cosas que son parte del funcionamiento de este mundo. El Padre Dios sólo las permite, y puede ayudarnos a sacar algo bueno también de esas dificultades.

La corrección que hace el Padre Dios no consiste en esos problemas, sino que se trata de una corrección interior, y consiste en hacernos probar la miseria que nosotros mismos elegimos, en hacernos sentir interiormente el vacío de nuestro egoísmo, el sinsentido de la vanidad, el gusto amargo del rencor, para que nos decidamos a renunciar a esos venenos interiores y busquemos la liberación del corazón en su amor divino. En ese sentido es cierto que el Padre Dios nos corrige, porque nos ama.

Leamos un hermoso texto de la Palabra de Dios donde esto se expresa con mucha claridad: “Ustedes olvidaron la exhortación que se les dirige como a hijos: Hijo mío, no desprecies la corrección del Señor, ni te desanimes al ser reprendido por él, porque el Señor corrige a los que ama. Cierto que ninguna corrección es inmediatamente agradable, sino penosa; pero luego produce fruto” (Heb. 12, 5-13).

Cuando alguien se desvía del buen camino y se esclaviza con los deseos del mundo, y vive arrastrado por los instintos y las necesidades mundanas, deja de vivir con la dignidad de un hijo de Dios y se priva a sí mismo de la fuerza y de la vida que nos da el amor del Padre. Nosotros mismos hacemos una elección en contra de ese amor, porque ese amor del Padre quiere que gocemos de las cosas de la vida, pero busca arrancarnos de los apegos desordenados que hacen que nuestro corazón se ate amargamente a las cosas del mundo; pero si nosotros elegimos dejarnos esclavizar por el mundo, no le estamos dejando espacio al amor del Padre.

El Padre no está en contra del placer, porque él quiere que gocemos (1 Tim 6, 17), pero no soporta que vivamos pendientes de las cosas del mundo y que nos aferremos a ellas como si fueran eternas. El en su amor nos creó para mucho más, y espera que busquemos algo que sea eterno en medio de las alegrías y dolores de la vida. Por eso, cuando estamos embelesados con algo de este mundo y nos estamos hundiendo, el Padre coloca el hastío en nuestro corazón, nos hace descubrir que no encontramos en eso todo lo que necesitamos, nos hace experimentar el vacío de la fama, nos hace sentir que el placer no es todo, nos hace descubrir el egoísmo en que nos encerramos muchas veces cuando estamos pendientes sólo de realizar nuestros propios planes. Y en esa amargura del alma se nos va abriendo el camino a la conversión.