¡Ánimo, no tengan miedo!

martes, 2 de agosto de 2016
image_pdfimage_print

En seguida, obligó a los discípulos que subieran a la barca y pasaran antes que él a la otra orilla, mientras él despedía a la multitud. Después, subió a la montaña para orar a solas. Y al atardecer, todavía estaba allí, solo.

La barca ya estaba muy lejos de la costa, sacudida por las olas, porque tenían viento en contra. A la madrugada, Jesús fue hacia ellos, caminando sobre el mar. Los discípulos, al verlo caminar sobre el mar, se asustaron. “Es un fantasma”, dijeron, y llenos de temor se pusieron a gritar.

Pero Jesús les dijo: “Tranquilícense, soy yo; no teman”. Entonces Pedro le respondió: “Señor, si eres tú, mándame ir a tu encuentro sobre el agua”. “Ven”, le dijo Jesús. Y Pedro, bajando de la barca, comenzó a caminar sobre el agua en dirección a él.

Pero, al ver la violencia del viento, tuvo miedo, y como empezaba a hundirse, gritó: “Señor, sálvame”. En seguida, Jesús le tendió la mano y lo sostuvo, mientras le decía: “Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?”. En cuanto subieron a la barca, el viento se calmó.

Los que estaban en ella se postraron ante él, diciendo: “Verdaderamente, tú eres el Hijo de Dios”.Al llegar a la otra orilla, fueron a Genesaret. Cuando la gente del lugar lo reconoció, difundió la noticia por los alrededores, y le llevaban a todos los enfermos, rogándole que los dejara tocar tan sólo los flecos de su manto, y todos los que lo tocaron quedaron curados.

 

Mt 14, 22-36

 

 

Después de la multiplicación de los panes Jesús envió a los discípulos a que se adelantaran y cruzaran a la otra orilla mientras Él se quedaba despidiendo a la gente.

La multitud quería convertir a Jesús en un signo político, con una mirada no muy distinta quizás a sus discípulos. Por eso, quizás, es que Jesús “los obligó a que se marcharan”. Quedó solo con la multitud. Después de despedirlos, subió al monte para orar a solas.

Nos podríamos imaginar a Jesús discutiendo con las personas, en medio de gritos. Y luego, la necesidad de orar, de estar a solas con el Padre. La multitud sin saberlo lo intentaba desviar de su misión. Y nos dice el evangelio que al anochecer seguía allí solo. Que lindo poder mirar esa escena: Jesús, solo en la oración. ¿Tengo yo también ese deseo de soledad, de encuentro a solas con el Padre en la oración?. Para Jesús eso es lo más importante, incluso más que el milagro de los panes que acababa de hacer.

Mientras tanto la barca con los discípulos estaba lejos de tierra, ajetreada por las olas. Una imagen de la Iglesia en salida, peleando con la corriente. Los discípulos que se asustan y creen ver un fantasma. “Ánimo, soy yo, no tengan miedo” les dice Jesús. Simplemente un “soy yo” y vuelve la calma. “Señor, si eres tú, mándame ir a tu encuentro sobre el agua”. “Ven”. Es una respuesta a un pedido audaz.

Pedro tendrá otras tormentas que afrontar, y sin lugar a dudas, esa escena habrá quedado guardada en su corazón. Dice el relato que en cuanto Jesús subió a la barca el viento se calmó. El grupo se admira, realmente este es el Hijo de Dios.

barco de papel

“Hombre de poca fe”

El curioso episodio de Pedro nos lo pinta de cuerpo entero. Impulsivo y temeroso. Creía poderlo todo, pero en medio del agua duda y comienza a hundirse. Todavía tiene que aprender a no valerse de su propia fuerza.

Jesús compagina su trabajo evangélico con estos encuentros íntimos con el Padre, y también con sus discípulos. En la oración encontraba la fuerza. ¿No será la causa de nuestros fracasos el no disponer de esos ratos a solas en la oración?.

La barca de los discípulos zarandeada por vientos contrarios es un claro signo de la Iglesia agitada por tantos vientos. También es el signo de la vida de cada uno de nosotros con sus respectivas tormentas. En ambas escenas hay algo claro: si Jesús no está en la barca todo parece hundirnos. Cuando Él está los vientos se detienen.

Como Pedro, tenemos la tendencia a fiarnos sólo de nuestras fuerzas. Quizás ingenuamente, es arriesgado y abandona sus seguridades para lanzarse. Eso es digno de ser imitado. Como cuando Abraham ya anciano debe desinstalarse para adentrarse en los caminos de Dios. Pedro se lanza con audacia pero al medir el peligro, tiene miedo y se hunde. “Señor, sálvame”. Seguramente Jesús nos podrá reprochar la poca fe, pero iremos aprendiendo a arriesgarnos convencidos de que la fuerza está en Jesús y no en nuestras fuerzas o talentos.

“Hombre de poca fe” es una expresión bastante común en el evangelio de San Mateo, siempre referida a los discípulos. Es que todavía no han aprendido a confiar incondicionalmente en el Maestro.Tantas veces dudamos de la fuerza de Dios y creemos que nuestras comunidades por ser débiles van a sucumbir frente a los vientos contrarios. Pero Jesús nos dice “¡Ánimo, no tengan miedo!”.

 

P. Gabriel Camusso