Aprender a disfrutar

domingo, 4 de julio de 2010
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Espiritualidad para el siglo XXI (Cuarto y último ciclo)
Programa 12: Aprender a disfrutar

Eduardo Casas

Texto 1.
    Disfrutar tendría que ser la reacción o la consecuencia natural ante el hecho cotidiano de vivir; sin embargo, se ha convertido culturalmente casi en una imposibilidad. Por diversas razones -los miedos, los problemas, las presiones, la inseguridad, entre otras cosas-  se nos va atrofiando la capacidad de disfrutar.
Hay que rehabilitar esta potencialidad, volver a re-educarse en ella, generar hábitos para aprender nuevamente a disfrutar del placer de estar vivo. Nos basta con simplemente decirlo sino, a la vez, sentirlo y experimentarlo realmente.
    Hay que ser un entusiasta “vividor de la vida” sin arrepentimientos, ni culpas, ni traumas. Hay que agradecer con todo: con la sangre, la piel, el cuerpo, la mente, la inteligencia, los afectos y las pasiones. Con todo y en todo hay que sentir que la corriente de la vida no se detiene y que su curso nos lleva y nos impulsa sin remordimientos, ni complejos. Hay que vivir porque para eso estamos en la vida. No hay que subsistir, ni sobrevivir, ni resignarse o resistir. Hay que vivir plena y profundamente porque la vida es una sola vez y se agota, tiene un tiempo preciso y una energía limitada. La vida es hoy y este presente es el que tenemos que disfrutar, cueste lo que cueste. No hay nada que perdonar, ni postergar. Sólo se trata de seguir.
Jesús en su Evangelio nos exhorta a vivir el presente cuando dice: “No se inquieten por su vida, pensando qué van a comer, ni por su cuerpo, pensando con qué se van a vestir. ¿No vale acaso más la vida que la comida y el cuerpo más que el vestido? Miren los pájaros del cielo: ellos no siembran ni cosechan, ni acumulan en graneros, sin embargo, el Padre que está en el cielo los alimenta. ¿No valen ustedes acaso más que ellos? ¿Quién de ustedes, por mucho que se inquiete, puede añadir un solo instante al tiempo de su vida? ¿Y por qué se inquietan por la ropa? Miren los lirios del campo, cómo crecen sin fatigarse ni tejer. Yo les aseguro que ni Salomón, en el esplendor de su gloria, se vistió como uno de ellos. Si Dios viste así la hierba de los campos, que hoy existe y mañana será echada al fuego, ¡cuánto más hará por ustedes, hombres de poca fe! No se inquieten entonces, diciendo: ¿Qué comeremos, qué beberemos o con qué nos vestiremos? Son los que no creen los que van detrás de estas cosas. El Padre que está en el cielo sabe bien lo que ustedes necesitan. Busquen primero el Reino y su justicia y todo lo demás se les dará por añadidura. No se inquieten por el día de mañana; el mañana se inquietará por sí mismo. A cada día le basta su aflicción”. (Mt 6, 25-34)
    ¡Cuánta fresca sabiduría tiene esa página del Evangelio! Nos enseña a contemplar el vuelo de los pájaros, a acariciar la tersura de la hierba del campo y a no preocuparnos desmedidamente por el afán de las cosas y el imperio de las necesidades, aunque sean las más elementales. Dios es un Padre providente que se ocupa de todo cuanto está destinado a nuestra vida. La existencia -por sí misma- está plagada de múltiples aflicciones. Hay que ir viviendo el día a día, paso a paso. Buscar primero lo que está primero. Todo lo demás es “añadidura”,  resulta secundario y accidental. Hay que vivir sabiendo las prioridades y obrando en consecuencia.
    ¿Vos vivís, te ocupás o te preocupás?; ¿buscás lo esencial o estás perdido en medio de las añadiduras?; ¿le devolvés al día el cúmulo de sus aflicciones al llegar a la noche, te podés desprender un poquito o por el contrario seguís sujeto a los problemas?…
Texto 2.
Hay un texto del Evangelio que muestra a Jesús estremecido de gozo profundo, provocado por la moción del Espíritu Santo que lo conmueve. Dice así: “En aquél momento Jesús se estremeció de gozo, movido por el Espíritu Santo, y dijo: «Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así lo has querido” (Lc 10, 21).
    Pocas veces en la vida nos sentimos conmovidos, agitados y estremecidos de hondo gozo. No siempre nos estremece el aleteo profundo de las fibras del alma en un espasmo de complacencia, deleite y fruición. En medio de todas las agitaciones y aceleraciones se nos va olvidando el secreto de disfrutar. 
    La palabra disfrutar viene del latín cuya raíz “dis” significa “separar” o “sacar” y “fructus”  significa fruto. Literalmente disfrutar es sacar el fruto, sacar provecho de algo. No en el sentido utilitario e interesado sino gratuitamente.
    Disfrutar tiene que ver con el “por qué sí” de la vida. Disfrutamos algo “por que sí”. No hay que buscar una razón, una justificación racional  o un motivo necesariamente. No hay que justificar el placer. Está y se siente, se experimenta. Es un regalo que se brinda y se prodiga generosamente.
    El término “disfrutar” no casualmente viene de la palabra “fruto”. Tiene que ver con “sabor”, saborear el fruto. Saborear la vida y lo que se vive. Deja de padecer.
    Sabiduría viene de sabor. El “saborear” la existencia y sus dones es la práctica una sabiduría de vida. Disfrutar es una actitud sabia. Nos gratifica, nos vuelve menos amargos, menos resentidos, menos miserables, nos reconcilia con la vida y sus continuos e inmerecidos regalos. Todo tendría que ser un disfrute. Hay que terminar con el agobio de que todo es una carga, una pena, un castigo, un trabajo, un deber, un compromiso, una responsabilidad, un mandato, un imperativo, una orden.
    Hay gente que ha pasado toda la vida preparando el terreno, aireando la tierra, comprando abonos y fertilizantes, consiguiendo semillas y ha cuidado esas plantas pero nunca separa el fruto: no “dis-fruta”. No hay que  hacer crecer el fruto sin permitirse luego disfrutarlo.
    ¿Cuál es tu actitud natural y permanente de la vida: disfrutar o padecer?; ¿tu personalidad y tu carácter son más propensos a ver el lado luminoso, vital y placentero de la existencia o –al contrario- te situás en el “otro lado” de la existencia, en su cara más áspera, conflictiva, preocupante y sombría?

Texto 3.
    La Biblia nos dice que “lo que uno siembra, eso cosechará”. Hay que  gozar o disfrutar sabiendo que lo más importante no es el fruto en sí sino saberlo disfrutar. El gozar no significa caer en excesos. Disfrutar de todos los placeres ilimitadamente es insensato. Por otra parte, evitar algunos legítimos y saludables placeres es ser insensible. Hay que disfrutar la vida para darnos cuenta y sentirnos que aún estamos aún definitivamente vivos.
    Disfrutar no tiene que ver con lo que tienes en la vida. Hay gente que tiene mucho y disfruta poco y hay quienes poco tienen y disfrutan mucho. Disfrutar es una actitud, una capacidad espiritual. El que tiene calidad de vida espiritual es quien puede disfrutar. La incapacidad de disfrutar atrofia el espíritu y se constituye en una enfermedad, en una patología.
    El gozo no tiene que ver con el “goce”. El gozo es una capacidad espiritual y específicamente humana. El goce -en cambio- es un instinto primario que también tienen los animales. El  goce puede embotar los sentidos hasta alienarnos, puede ser vacío y solitario. Muchas adicciones   generan este fecto como sustituto y simulacro del auténtico  gozo. Este en cambio es una dimensión de plenitud y serenidad que colma de un cierto bienestar y de una sensación de paz el interior. El goce, en cambio, vacía, aturde y enajena.
    En los todos los detalles de la vida aparecen las promesas de un gozo por inaugurar: un poema, una buena canción, un libro interesante, una linda película, escuchar música, estar con un amigo, gustar un buen vino y una rica comida, gozar de los hijos y de los padres en todas las etapas de la vida, del descanso, de la risa, de la lluvia y la brisa, de la sombra de un árbol, de las fotos viejas, de la caricia y sonrisa de los que amo, gozar del silencio de la tarde y del asombro del amanecer, esperarlo a Dios quietito y dejarse sorprender por Él.
    Hay que aprender de cada cosa, de nosotros mismos y de nuestros errores. Hay que  reírse de uno mismo y sus torpezas. No hay que buscar sufrir. No hay que llamar a los problemas. Hay que aprender a vivir y a vincularse con los otros. Ellos, sobre todo los más próximos tienen que ser fuente de placer para nosotros. Tenemos que disfrutar de estar juntos y encontrarnos.  En el amor no sólo hay que llegar hasta a morir por el otro sino –fundamentalmente- vivir para disfrutar juntos.
    Buscá motivos para disfrutar y hacélos consciente. Que la energía interna fluya. Explorá. Utilizá todos los sentidos. Abríte a las sensaciones. Actualizar el momento y sentir con intensidad. No instintiva, ni animalmente sino palpando las mejores sensaciones. Hay que disfrutar sabiendo que nada es eterno y que nada es perfecto. Hay que dar con el sentido de cada cosa. Valorarla, agradecerla, cuidarla. Todo tiene su secreto y su magia. Todo tiene un regalo para nosotros si lo sabemos apreciar. Decíme cuál es tu secreto  para aprender a disfrutar…

Texto 4.
    Todo es un milagro, un don, un regalo, un sueño una bendición, una promesa, una gracia. Todo forma parte de un único prodigio. Todo confluye en un mismo amor. Se nos ha dado la vida para disfrutar de todo. Dios nos lo concede.
Tenemos que descartar la imagen patética de un dios castigador y sádico, maltratador y violento que sólo se satisface de penitencias, privaciones y sufrimientos. Si Dios es amor, es –entonces-  también gozo y fruición. Intensidad de vida vivida y plenitud interior.
Hay que aceptar y alegrarse por las cosas con gratitud. Las cosas no son algo que nos es debido. Todo forma parte del don. Para agradecer algo, hay que saber primero a quién agradecérselo. La gratuidad de la existencia sólo podemos agradecérselo al Creador. Bendecir para poder celebrar todo lo visible y lo invisible, con la exultación de corazón de niño asombrado.
    La fe se queda admirada ante la intensidad impetuosa del misterio de Dios. De ese estupor  nace una suave  inclinación hacia la plegaria, oración muda, colmada de agradecimiento.
La vida es  preciosa y enigmática.  Es un éxtasis, una aventura, un reto y un desafío constante, una oportunidad fugitiva. Es un hecho prodigioso y extraño. No es algo que nos pertenezca. Como a extranjeros, le damos siempre la bienvenida. Es un perpetuo milagro estar en vida. 
    El asombro agradecido implica una actitud de profunda humildad. Es preciso tener la sabiduría del anciano, la cordura del hombre maduro, el impulso del joven, la risa del niño y la mirada asombrada de quien se asoma por primera vez a la vida.
Hay que ser y estar agradecidos con todo y con todos: con Dios, con los demás, con las circunstancias, con la vida misma. El desagradecido tiene mala memoria porque sólo recuerda lo malo. El agradecimiento es una virtud, hija de la justicia. El que es agradecido es justo y memorioso. No hay que olvidar la gratuidad en la que estamos inmersos y contenidos. A pesar de todo, aún se puede vivir mejor de lo que lo hacemos. Se trata de ensayarlo. Sólo se trata de vivir.
    Este mundo podría no existir –aunque de hecho existe- y recibimos junto a  él, todo cuanto se nos ha confiado, esta conciencia de la gratuidad requiere una actitud de humildad. La vida es un don inmerecido. Nadie tiene derecho a esa gratuidad que se le dispensó sin pedirla, nadie puede reclamar nada.
La existencia no sólo es maravillosa sino milagrosa: todo en el universo es maravilloso y de algún modo puede ser juzgado también de milagroso. Para los que no tienen fe,  el mundo pareciera que oculta algún secreto poder mágico. Este mundo no se explica por sí mismo. Bien puede ser un milagro desde una explicación sobrenatural o un mero sortilegio fortuito desde una explicación natural. Ciertamente pareciera que hay una acción misteriosa en el acontecer del mundo, cualquiera que fuese su significado.  Nuestro mejor modo de agradecer este propósito es a través de una manera de humildad y modestia que se llama “agradecimiento”.

    Todo tiene un designio. El rojo intenso de las rosas y su aroma se debe a una sabia elección. El color de la hierba no es una equivocación o un ciego azar casual. No hay tampoco necesidad. La hierba pudo haber tenido –efectivamente- otro color. Detrás de cada cosa, hay una elección de Dios. Para aquellos que creemos en Jesús, confesamos un Dios que se hace más humano que la humanidad misma y cuyo un universo que se concentra en la cuna de un Niño pasando luego por la Cruz y el sepulcro vacío.

Jesús seguirá cautivando por los siglos. Muchos la consideran un mito porque ejerce su influencia y atracción. Nuestra fe es la realización y la superación de las mitologías y las filosofías. No es una ficción. No es un invento. Es un anuncio verdadero. La fe tiene un sugestivo poder porque entra –sin forcejeos- en la cerradura de la vida. Es una clave, una llave. Es la llave que puede abrir todas las puertas.

¿La fe te ha ayudado a reconciliarte con la vida?; ¿te sirve para seguir indagando sobre los sentidos ocultos de la existencia?; ¿te ha regalado un sentido de gratuidad y agradeciendo para con todas las cosas?… En definitiva, ¿te ayuda a vivir?…

Texto 5.
    Si este mundo podría no existir –aunque de hecho existe- y recibimos junto a  él, todo cuanto se nos ha confiado. Esta gratuidad requiere una actitud de humildad: nadie es digno de su existencia. La vida es un don inmerecido. Nadie tiene derecho a esa gratuidad que se le dispensó sin pedirla. Nadie puede reclamar nada.
    La existencia no sólo es maravillosa sino milagrosa: Todo en el universo es maravilloso; pero puede ser juzgado también –de algún modo- de milagroso. Para los que no tienen fe,  el mundo pareciera que  oculta algún secreto poder mágico. Este mundo no se explica por sí mismo. Bien puede ser un milagro desde una explicación sobrenatural, o un sortilegio desde  una explicación natural. Ciertamente pareciera que hay una acción misteriosa en el acontecer del mundo, cualquiera que fuese su significado.
    Todo tiene un designio. El rojo intenso de las rosas se debe a una sabia elección. El color de la hierba no es una equivocación o un ciego azar casual y fortuito. No hay tampoco necesidad. La hierba pudo haber tenido –efectivamente- otro color. Detrás de cada cosa, hay una elección de Dios. Para aquellos que creemos en Jesús, confesamos un Dios que se hace más humano que la humanidad misma y cuyo universo que se concentra en la cuna de un Niño pasando luego por la Cruz y el sepulcro vacío.
    Jesús seguirá cautivando por los siglos. Muchos la consideran un mito porque ejerce la misma influencia y atracción. Nuestra fe es la realización y la superación de mitologías y  filosofías. No es una ficción. No es un invento. Es una historia, un relato verdadero. La fe tiene ese sugestivo poder sobre la vida porque entra –sin ningún forcejeo- en la cerradura de la vida. Es una clave, una llave que puede abrir todas las puertas.
    ¿La fe te ha ayudado a reconciliarte con la vida?; ¿te sirve para seguir indagando sobre los sentidos ocultos de la existencia?; ¿te ha regalado un sentido de gratuidad para con todas las cosas?… En definitiva, ¿te ayuda a vivir?…

Texto 6.
    Un día un buscador sintió que debía ir hacia la ciudad. Después de dos días de marcha por los polvorientos caminos divisó la ciudad a lo lejos.  El buscador traspaso  el portal de la ciudad y empezó a caminar lentamente entre las piedras blancas que estaban distribuidas como al azar entre los árboles. Dejó que sus ojos eran los de  un buscador, quizá por eso descubrió, sobre una de las piedras, aquella inscripción: Azir  vivió 8 años, 6 meses, 2 semanas y 3 días. Se dió cuenta de que esa piedra no era simplemente una piedra. Era una lápida. Sintió pena por el niño de tan corta edad. Mirando a su alrededor, el hombre se dio cuenta de que la piedra de al lado, también tenía una inscripción: Kalib, vivió 5 años, 8 meses y 3 semanas.

    El lugar era un cementerio y cada piedra una lápida. Todas tenían inscripciones similares: un nombre y el tiempo de vida exacto del muerto, pero lo que lo contactó con el espanto, fue comprobar que, el que más tiempo había vivido, apenas sobrepasaba 11 años. El cuidador del cementerio pasaba por ahí y se acercó. El buscador entonces preguntó: ¿qué  pasa con este pueblo?, ¿qué cosa tan terrible hay en esta ciudad?, ¿por qué tantos niños muertos enterrados en este lugar?, ¿cuál es la horrible maldición que pesa sobre esta gente?

    El anciano sonrió y dijo: no hay ninguna  maldición, lo que pasa es que aquí tenemos una vieja costumbre. Cuando un joven cumple 15 años, sus padres le regalan una libreta, como esta que tengo aquí, colgando del cuello, y es tradición entre nosotros que, a partir de allí, cada vez que uno disfruta intensamente de algo, abre la libreta y anota en ella: a la izquierda que lo disfrutado y a la derecha, cuanto tiempo duró ese gozo. Así vamos anotando en la libreta cada momento, cuando alguien se muere, es nuestra costumbre abrir su libreta y sumar el tiempo de lo disfrutado, para escribirlo sobre su tumba. Porque ese es, para nosotros, el único y verdadero tiempo vivido. La verdadera vida está en lo que uno disfrutó para siempre.

Texto 7.

    Después de cruzar a la otra orilla de este mundo, mi ángel me aguardaba. Tenía escrito mi nombre en su frente. El fue mi guía, mientras nos íbamos acercando más y más a la luz.

    De pronto, fui escuchando una música que nos envolvía con su suavidad. Iba aumentando de intensidad a medida que nos acercábamos a un horizonte que sólo irradia una esplendente luz.

    Cuando le pregunté a mi ángel, él me dijo que esa era la música del cielo. Me pareció sublime y maravillosa. Era una música que tenía textura, como la luz y el color.

    También noté que en nuestro sendero, en el mismo suelo, había a cada paso, una perla brillante y hermosa que nos conducía a la luz final. El ángel –adivinando mi corazón- me dijo: las perlas del sendero son lágrimas cristalizadas.

    Las lágrimas que derramaste y las que derramaron por vos aquellos que te aman, esas lágrimas son ahora las perlas de tu camino y esa música que oyes –esa música del cielo que escuchas en tu alma- es la risa de todos los momentos que disfrutaste y que hiciste disfrutar a quienes te aman.

    Todas tus lágrimas son perlas del camino y todas tus risas se han convertido en la música de tu propio cielo. Tu risa -ahora- es un acorde infinito de la música de Dios.

Texto 8.

    Para cada uno que muere -con su muerte- termina el mundo. Cada uno se lleva el mundo consigo, lo que cotidianamente vivió y también –de algún modo- concluye, al menos para él, el vasto universo que nos rodea. “Un mundo” ha terminado. Otro, empieza. Para quien tiene fe, existe -más allá del tiempo- un encuentro esperanzado. En esa conversación a solas, totalmente privada, que Dios tiene agendada con nosotros desde toda la eternidad, en un “cara a cara”, entre otras cosas, nos preguntará si hemos disfrutado de todo lo que Él nos dio. Si hemos disfrutado del mundo y de la Creación, de la vida y de la historia que nos tocó, de los afectos y de los simples detalles de la existencia.
   
    La vida es este presente que tenemos entre manos. Es un hoy que apenas dura. Es una intensidad fugaz. No hay lugar para la mezquindad del corazón mientras la vida se da sin retaceos. No hay espacio para acumular y para guardar, cuando todo se dona generosamente.

Hay que disfrutar, gozar, alegrarse, compartir, festejar y celebrar. La existencia es un ritual digno de una inmensa fiesta. Cada día es un nuevo cumpleaños del mundo. Cada jornada es una artesanía que no se repite. Es una originalidad que nunca más volverá a repetirse.

    Todo está a medio camino sino se disfruta. Es cierto que no todo puede ser disfrutado. Una enfermedad, un accidente, un error, un fracaso no se pueden disfrutar pero, sí se puede aprender de ellos. El que aprende, disfruta de lo aprendido porque lo ha ayudado a crecer.

    Es preciso cambiar el optimismo por la esperanza, la ilusión por la felicidad, la utopía por la realización.

    Es hora de pedirle a Dios el don de disfrutar. El gozo es un fruto del Espíritu Santo. El que no lo tiene, el que no aprendió a gozar de la vida, tiene que pedirle a Dios que le conceda ese sencillo e inapreciable don.

    Si la vida es un don; disfrutar es el don de la vida. Hay que reírse, jugar, descansar, gozar, soñar, tener sentido del humor. Todo contribuye para el bienestar. La vida espiritual no está reñida del gozo y del placer. La espiritualidad no es padecer, mortificarse y postergarse. No es victimizarse. Hay lugar para la fiesta y no sólo para el sacrificio. Para el compartir y no sólo para la compasión. Para el encuentro y no sólo para la desolación.

    Hay lugar para la vida: la simple vida humana con la que se hace la vida espiritual. La espiritualidad es vida humana en el Espíritu de Dios.

    La espiritualidad es una intensidad de disfrute. Dios es una sabrosa intensidad que percibe el corazón que goza lo divino de la gracia. Todo es posible de ser disfrutado: también Dios, sobre todo.

    Todo llegando a tu vida. Un nuevo don aparece. Mirálo y tomálo. Es para vos. Puede ser el mejor. Descorré el telón, una nueva función arranca. Protagonizála. Es otra oportunidad llena de luz, es una nueva forma para tus sueños, que no se escape la esperanza.

Texto 9.

    Ciertamente Jesús sonrió. Disfrutó de los lirios del campo y de los pájaros del cielo. Vio el espectáculo de las estrellas durante las cuarenta noches en el desierto. Sintió la frescura del agua que  pidió a  la mujer samaritana en el calor del mediodía, mientras descansaba junto al pozo en el camino. Compartió con los suyos y con su Madre la fiesta de Caná. Celebró el amor humano y les regaló a los novios y a los invitados su primer milagro.

Disfrutó algunas noches de pasarla enteras en oración. El tiempo transcurre como un suspiro, no dura nada cuando se lo goza intensamente. Se conmovió dando gracias al Padre, en el Espíritu, porque sólo a los pequeños se les revelan las cosas grandes. Sólo a los agradecidos.

Disfrutó de la amistad y la hospitalidad de sus amigos de Betania: Marta, María y Lázaro. Se recocijó haciendo el bien a todos. En una mirada, en un gesto silencioso, en una palabra de consuelo, en un abrazo profundo: todo Dios se estremecía con entrañas humanas.

    Tal vez Jesús haya bailado como cualquier judío de su época. Quizás haya cantado en la vida, en la carpintería o cuando asistía a la sinagoga y al templo de Jerusalén. Posiblemente haya silbado durante los trabajos compartidos con José. Seguramente se habrá reconfortado al volver a Nazaret, a su pueblo y a su hogar. Sin lugar a dudas habrá saboreado el pan amasado y la comida hecha por las manos de su Madre. También –quizás- guardó un poco de vino para la despedida que hizo en su Última Cena con sus amigos más íntimos, sus doce seguidores.

    Jesús fue inmensamente, profundamente, humano. Siempre fue humano, demasiado humano: por eso fue poderosamente divino. Seguramente Jesús hizo todo lo que hace un ser humano bueno y noble.

    Seguramente habrá disfrutado de lo que Dios, su Padre, le iba dando. Disfrutó de hacerse hombre y aprender cada cosa del acontecer humano. Disfrutó el ser uno de tantos.

    De todos los aprendizajes humanos que hacemos en la vida, uno no aprende a reír y a llorar. No aprendemos eso. Vienen con nosotros. Son reflejos innatos.

    ¿Cómo habrá sido Jesús cuando de niño jugaba?, ¿cómo habrá sido su risa, las risas de niño y las risas de adulto?; ¿cómo habrán sonado sus carcajadas?;  ¿por qué en el Evangelio ha quedado consignado el llanto de Jesús y no su risa?, ¿por qué lo imaginamos serio, tan formal, tan solemne, tan rígido?

Cuando Jesús reía, era Dios quien lo hacía. Dios mismo se reía. ¡Quién pudiera ser la risa de un Dios alegre, henchido de vida misma!    

    Querido Jesús, enséñanos a disfrutar del regalo de la vida, así como vos lo hiciste. ¡Tanto te gustó la vida que, probada la muerte, resucitaste para seguir viviendo para siempre!

    Jesús enséñanos a escuchar la risa de Dios en nuestro corazón y la risa de los que amamos en la plegaria de sus labios. Amén.