Asumir el camino de la cruz

lunes, 8 de agosto de 2022
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08/08/2022 – Para Dios, en nosotros todo es posible, dejémosle actuar en nuestra vida y nos confiemos a Él mientras asumimos los nuevos desafíos que tenemos por delante en ésta semana.

 

“Mientras estaban reunidos en Galilea, Jesús les dijo: «El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres: lo matarán y al tercer día resucitará». Y ellos quedaron muy apenados. Al llegar a Cafarnaúm, los cobradores del impuesto del Templo se acercaron a Pedro y le preguntaron: «¿El Maestro de ustedes no paga el impuesto?». «Sí, lo paga», respondió. Cuando Pedro llegó a la casa, Jesús se adelantó a preguntarle: «¿Qué te parece, Simón? ¿De quiénes perciben los impuestos y las tasas los reyes de la tierra, de sus hijos o de los extraños?». Y como Pedro respondió: «De los extraños», Jesús le dijo: «Eso quiere decir que los hijos están exentos. Sin embargo, para no escandalizar a esta gente, ve al lago, echa el anzuelo, toma el primer pez que salga y ábrele la boca. Encontrarás en ella una moneda de plata: tómala, y paga por mí y por ti».

Mateo 17,22-27

 

 

 

El Evangelio de hoy nos habla del segundo anuncio de la pasión, muerte y resurrección de Jesús (Mt 17,22-23). El primer anuncio (Mt 16,21) había provocado una fuerte reacción de parte de Pedro que no quiso saber nada del sufrimiento de la cruz. Jesús había respondido con la misma fuerza: “¡Lejos de mí, satanás!” (Mt 16,23) Aquí, en el segundo anuncio, la reacción de los discípulos es menos agresiva. El anuncio provoca tristeza. Parece que empiezan a comprender que la cruz forma parte del camino.

No pocas veces nuestra primera reacción ante la cruz es querer huir, no querer asumirla porque nos cuesta, es querer ir para otro lado. Como Pedro, durante la última etapa de su vida, cuando va camino a la crucifixión que ya le había anunciado Jesús; y Pedro agarra para otro lado. Entonces un ángel se le cruza en el camino y le pregunta ¿A dónde vas Pedro?

El Señor también a nosotros nos pregunta ¿a dónde vas?, escapando de la cruz. Uno quiere ir para otro lugar. La fuga se da de muchos modos: evadir la propia responsabilidad, evitar cargas pesadas, rechazar a los demás, no defender o no asistir a quien me necesita para no meterme en problemas, o no asumir tal apostolado que me da más trabajo, no perdonar a quien me ha ofendido; son modos diversos de escaparle a la cruz. Otras veces, al no poder evadir el sufrimiento, no queremos sino deshacernos de eso que nos pasa, y arrojar lejos la cruz. Más aún: cuando la cruz la llevamos por mucho tiempo, o nos pide una gran dosis de sacrificio, le preguntamos al Señor ¿hasta cuándo?, ¡basta ya! Incluso hay quien opta por pelearse con Dios, apartarse de Él.

La actitud adecuada ante la cruz, según lo que dice Jesús, es aceptarla, cargarla, saber llevarla. Es todo un aprendizaje saber llevar la cruz de todos los días. A veces lleva un tiempo hasta que uno le agarra la vuelta, hasta lograr que el peso sea bien soportado, haciendo fuerza pero una fuerza equilibrada en toda tu persona.

Cuando la cruz tiene novedad, tiene un peso y una densidad nuevos: hay que aprender a cargarla. Hay que encontrarle la vuelta. Saber asumir la cruz con inteligencia y con intentos, con aciertos y desaciertos; pero con una conciencia: Dios a nadie le pide más de lo que puede. Y también: Dios nos da la gracia, nos basta la gracia de Dios. En medio de nuestra dificultad, nos basta la gracia de Dios.

El sentido del dolor

San Juan Pablo II en la carta apostólica Salvificis Doloris nos decía: El sufrimiento, parece ser, casi inseparable de la existencia terrena de todo hombre. El dolor es un misterio. Una realidad inherente a nuestra condición humana.

El dolor aparece en distintos momentos de la vida. Se hace presente de maneras diferentes, asume dimensiones diversas. A veces es físico, a veces psicológico, a veces es moral. A veces está vinculado a la convivencia, otras tiene que ver con el contexto sociocultural, como ahora. Pero acompaña la vida del hombre siempre.

Es una dimensión básicamente corporal y espiritual, en la que el dolor se manifiesta y se hace presente.

San Juan Pablo II nos ha recordado en esta carta hermosa que la redención, realizada por Cristo, al precio de la pasión y de la muerte de Cruz es un lugar decisivo dentro de la humanidad. Es un acontecimiento único y determinante del desarrollo de la vida del hombre en todo el arco amplio de la historia. No sólo porque cumple el designio divino de justicia y misericordia, asumiendo nuestros pecados y pagando por ellos, sino porque le da sentido.

La Cruz y la Resurrección, la Cruz y el brote de vida que viene con la Resurrección le da el valor agregado que tiene el sacrificio humano, bajo cualquiera de las formas que aparece en la vida del hombre.

El sufrimiento, decía el Papa, de Dios hecho hombre revela al hombre un nuevo significado: el sentido de sentido del dolor. Es tiempo de mirar al Crucificado.

Mirá, si vos no ves caminos, te aseguro que si te pones delante de la Cruz, vas a ver no solamente caminos, sino cuántas posibilidades que en el impedimento están escondidas.

Si vos no percibís sólo una sombra, metete de frente a la Cruz. Contemplá al Señor en silencio, dejá que te hable el Crucificado con la ofrenda de amor de su vida, y vas a ver cómo él que supo descender hasta el infierno mismo, nos muestra que no hay sombra que no esté habitada por la luz. Que no esté llena de esperanza, que no esté desarmada y reconstruida por la presencia del que lo entrega todo por amor.

La Cruz es todo un acontecimiento en la historia de la humanidad, que hace que las grandes preguntas del hombre, sobre todo ésta, la del dolor, la de la muerte, la del sufrimiento, la de la enfermedad, la del conflicto, encuentre respuesta.

No hay un titular del diario que pueda contra esta esperanza escondida en el árbol de la Cruz.

Los judíos piden señales y los griegos buscan sabiduría. Nosotros predicamos a un Cristo crucificado, escándalo para los judíos, necedad para los gentiles. Pero para los llamados, fuerza de Dios, sabiduría de Dios.

La predicación de la Cruz es una necedad para los que se pierden. Para nosotros es la fuerza de Dios. (Pablo, 1º Corintios 1, 17 en adelante). Qué misterio!

Qué misterio que en medio del dolor y de la muerte esté la vida latiendo. Por eso es la esperanza.

La cruz da a luz una vida nueva

Muchas veces el dolor de la realidad cotidiana es como un dolor de parto, es una nueva gestación. Es un darnos a luz de una manera nueva.

Quisiéramos pasar de largo, quisiéramos esquivar este hecho que nos está ocurriendo. Casi que no nos queremos atrever a darnos cuenta. Pero el problema está y la dificultad existe. Y forma parte de nosotros. Y nos afecta a todos. Pero es un gesto el que se nos pide, de un amor que supera, que enfrenta lo que exige, pide, reclama ser enfrentado para ser vencido.

La fuerza del amor de la Cruz, la fuerza, es la que María supo asumir desde el principio. Cuando en la profecía Simeón le dijo “a ti mujer una espada te va a atravesar el corazón.” Y éste va a ser ocasión para que muchos se pongan de pie y otros los que no quieran aceptar el signo de la Cruz van a tropezar.

Si nosotros sentimos de verdad, que nos caemos, que no podemos hacer pie, que la realidad nos voltea, miremos la Cruz, donde podemos ponernos de pie. La Cruz nos pone de pie, nos levanta.
Hubo un tiempo de Adoración de Jesús y un tiempo de contemplación del Señor Crucificado y Resucitado. Es un tiempo ganado a la crisis vivida y es un camino abierto, que silencia las mentiras y que trae de la mano la verdad que estamos buscando. Oremos frente a la cruz, entreguemos frente a la cruz.

Ninguna de las cosas que está pasando puede con la Gracia de Dios que nos ofrece a manos llenas, para superarlas desde Él. Se trata de vivir desde Dios y en Dios encontrar la respuesta que estamos buscando. En medio de tanto dolor, hay mucha esperanza.