Asumir la cruz

viernes, 9 de agosto de 2019
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09/08/2019- Viernes de la decimoctava semana del tiempo ordinario

Entonces Jesús dijo a sus discípulos: “El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga.
Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida a causa de mí, la encontrará.
¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero si pierde su vida? ¿Y qué podrá dar el hombre a cambio de su vida?
Porque el Hijo del hombre vendrá en la gloria de su Padre, rodeado de sus ángeles, y entonces pagará a cada uno de acuerdo con sus obras.
Les aseguro que algunos de los que están aquí presentes no morirán antes de ver al Hijo del hombre, cuando venga en su Reino”.

San Mateo 16,24-28.

“Si alguno viene en pos de mí, niéguese a sí mismo, cargue con su cruz de cada día y sígame. Porque quien quiera salvar su vida la perderá, pero quien pierda su vida por mí, ése la salvará.” En el árbol de la cruz está el faro que ilumina el camino discipular. Jesús lo dice en el evangelio de Juan, capítulo 12, 32: “Cuando yo sea elevado en lo alto atraeré a todos hacia mí”. La cruz tiene fuerza de atracción, y por la fuerza del amor que se contiene en ella misma en la entrega, es capaz de sacar de nosotros lo mejor. Es una fuerza escondida que nos invita a ser protagonistas de la transformación de la humanidad. Cuando la asumimos con entereza, por gracia de Dios, se convierte en un antes y un después de nuestras vidas.

Desde esa perspectiva se entiende la pregunta del peregrino de Emaús, aquellos dos hombres que vienen cansados, agobiados de tanta desilusión frente a la muerte del que, en principio, había parecido como el líder de una nueva comunidad que estaba naciendo. Y entre los prodigios de su obrar profético, y de sus palabras que convencían a la multitud, ellos no pueden creer cómo es que han ocurrido las cosas que han pasado. Y entonces, el peregrino de Emaús, Jesús escondido bajo un velo para que ellos no lo reconozcan, les pregunta: “¿No era necesario que Cristo padecería todo esto, y entrara así en su gloria?”.

En la lectura serena y reconciliada de nuestra historia con sus cruces, vamos a encontrar dos realidades bien profundas, ocultas, que necesitamos develar, a las que debemos abrirles el velo, para descubrir la luz que ilumina. Detrás de la Cruz, las cruces de nuestra historia, de nuestra historia reconciliada, está escondida la luz que ilumina nuestro camino de transformación. Y por otra parte, ahí mismo está escondida la gracia con la que el Señor viene a renovarnos.

Hay que reconciliarse, no pelearse, no negarlas, no dejarlas allí sin terminar de reelaborarlas. Seguramente vos has hecho experiencia de haber pasado por momentos muy difíciles, y después de esos momentos dijiste, “cuánta vida había escondida detrás de tanto dolor”, “cuánta sabiduría Dios dejó en el camino después de tanto sufrimiento”, “cuánta fortaleza Dios me dio después de aquello que ocurrió”. No hay felicidad plena si no se pasa por estas cañadas de oscuridad. Sin embargo, en nuestra sociedad hay negación del dolor y del sufrimiento, y sólo lugar para el placer, cuando la vida también incluye éstos otros lugares.

Hoy permitite encontrarte en ese lugar de tanto dolor, con otra mirada que hasta aquí no has tenido. La mirada de quien sabe que la muerte, para quien la vive con fe, viene con una carga de vida que transforma.