Ayuda y consuelo de los que sufren

martes, 31 de agosto de 2021
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31/08/2021 – El otro aspecto de la misericordia es la compasión con los que están sufriendo. El Señor no ama tanto a los que se sienten más fuertes (Sal 147, 10), sino “a los que esperan en su misericordia” (Sal 147, 11). Es bello alabar al Señor cada vez que vemos que él da su ayuda a los pequeños: “Alaba alma mía al Señor, que protege al forastero, sustenta al huérfano y a la viuda” (Sal 146, 1.9). En esta misericordia María reconocía especialmente la grandeza de Dios, que muestra su grandeza salvando a los pequeños, y se hacía pequeña y simple frente a Dios. Por eso ella decía: “Mi alma canta la grandeza del Señor, y mi espíritu se estremece de gozo en Dios mi salvador, porque miró con bondad la pequeñez de su servidora. Su misericordia se extiende de generación en generación sobre aquellos que le temen” (Lc 1, 46-48. 50). Como enseñaba san Juan Pablo II, la misericordia brota del amor de Dios que se inclina hacia toda miseria humana para sanarla, para dignificar a la persona, y por ser fruto de un amor verdadero, esta misericordia no nos hace sentir miserables, al contrario, “cuando esto ocurre, el que es objeto de misericordia no se siente humillado, sino descubierto y valorizado”.

Muchas veces, en nuestro dolor, no llegamos a reconocer los consuelos del Señor, que en medio del mismo dolor nos está ofreciendo crecer en una unión maravillosa con él, o que nos manda pequeños regalos para suavizar nuestra angustia. San Pablo a veces veía que el Señor no lo liberaba de sus males, pero sabía reconocer los consuelos que Dios le enviaba: “De todas partes nos acosaban las tribulaciones, luchas por fuera y temores por dentro. Pero Dios, que consuela a los afligidos, nos consoló con la llegada de Tito” (2 Co 7, 5-6). ¡Cuántas veces nos apremian esas “luchas por fuera y temores por dentro”! Porque el problema no es sólo lo que nos pasa sino también cómo lo vivimos por dentro. A veces no tenemos que esperar con ansiedad que todo se resuelva rápidamente, sino que tenemos que hacernos de paciencia y dejarnos consolar por el Señor en medio de las dificultades. Él es el “Dios de todo consuelo, que nos consuela en todas nuestras tribulaciones” (2 Co 1, 3-4). Porque “así como participamos abundantemente de los sufrimientos de Cristo, así también por Cristo abunda nuestro consuelo” (2 Co 1, 5). Esto nos lleva a no pensar sólo en nosotros mismos sino en tratar de ser mensajeros del Señor para llevar un consuelo a los demás: “para que nosotros podamos dar a los que sufren el mismo consuelo que recibimos de Dios” (2 Co 1, 4).  Cuando los santos descubren esa presencia especial del Dios de amor en el momento en que  están sufriendo, llega un momento en que prefieren ofrecerse para sufrir en lugar de otros: “Me ofrezco como víctima de holocausto a tu amor misericordioso, suplicando que me consumas, haciendo que en mi alma desborden las olas de ternura infinita que están encerradas en ti”.