Caminando con Francisco en tiempo de pandemia

jueves, 9 de abril de 2020
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09/04/2020 – En el inicio del curso de abril de “Discípulos de Emaús”, el padre Alejandro Puiggari invitó a caminar este tiempo junto al magisterio y la cercanía del papa Francisco. Y para ello tomó las resonancias de la bendición urbi et orbi que otorgó desde Roma el Santo Padre junto a la indulgencia plenaria en medio de la pandemia del coronavirus. “La bendición del papa Francisco ocurrió desde una Plaza San Pedro totalmente vacía, algo inédito”, dijo el padre Alejandro.

Los profesoras del ISCA, Silvia Cavadini, Pablo Garegñani, Cristian Saint Germain y Laura de Isla, sumaron sus aportes, como también el padre Ariel Diaz de la diócesis de Concepción de Tucumán. El padre Puiggari también recordó el texto que elaboró con lo que resonó en su corazón tras recibir la bendición del papa. Este es el texto:

Nunca tan solo, nunca tan acompañado…

Nunca tan Pedro, nunca tan Francisco…

Hoy como nunca te hemos experimentado como piedra, como padre, como hermano…

Hoy como nunca nos sentido acompañado en nuestros miedos, en nuestra perplejidad…

Hoy como nunca te hemos dejado de juzgar para dejarnos que nos ayudes a despertar al Maestro, porque en este atardecer de la humanidad todos sentimos que perecemos…

“La tempestad desenmascara nuestra vulnerabilidad y deja al descubierto esas falsas y superfluas seguridades con las que habíamos construido nuestras agendas, nuestros proyectos, rutinas y prioridades”.

“Con la tempestad, se cayó el maquillaje de esos estereotipos con los que disfrazábamos nuestros egos siempre pretenciosos de querer aparentar; y dejó al descubierto, una vez más, esa (bendita) pertenencia común de la que no podemos ni queremos evadirnos; esa pertenencia de hermanos”.

Gracias Francisco por ayudarnos a presentarle a Jesús nuestros miedos para juntos suplicarle: “Despierta, Señor”.

Gracias Francisco por ayudarnos a reconocer que “en nuestro mundo, hemos avanzado rápidamente, sintiéndonos fuertes y capaces de todo. Codiciosos de ganancias, nos hemos dejado absorber por lo material y trastornar por la prisa. No nos hemos detenido ante tus llamadas, no nos hemos despertado ante guerras e injusticias del mundo, no hemos escuchado el grito de los pobres y de nuestro planeta gravemente enfermo.

Gracias Francisco por recordarnos que “el comienzo de la fe es saber que necesitamos la salvación. No somos autosuficientes; solos nos hundimos. Necesitamos al Señor como los antiguos marineros las estrellas. Al igual que los discípulos, experimentaremos que, con Él a bordo, no se naufraga. Porque esta es la fuerza de Dios: convertir en algo bueno todo lo que nos sucede, incluso lo malo. Él trae serenidad en nuestras tormentas, porque con Dios la vida nunca muere.

Gracias Francisco por invitarnos a mirar el ancla, el timón de toda esperanza: la Cruz del Señor.”En medio del aislamiento donde estamos sufriendo la falta de los afectos y de los encuentros, experimentando la carencia de tantas cosas, escuchemos una vez más el anuncio que nos salva: ha resucitado y vive a nuestro lado. El Señor nos interpela desde su Cruz a reencontrar la vida que nos espera, a mirar a aquellos que nos reclaman, a potenciar, reconocer e incentivar la gracia que nos habita. No apaguemos la llama humeante (cf. Is 42,3), que nunca enferma, y dejemos que reavive la esperanza.”

Gracias Francisco porque volvimos de la Plaza de San Pedro distintos. Con el ánimo renovado deseosos de recrear “espacios donde todos puedan sentirse convocados y permitir nuevas formas de hospitalidad, de fraternidad y de solidaridad”.

Gracias Francisco por ponernos bajo el amparo de la Madre, “estrella del mar tempestuoso” y hacernos sentir la fe petrea de Pedro que nos recuerda que no tengamos miedo porque El Señor está con nosotros.

Gracias Francisco…. simplemente porque hoy sentimos tu abrazo consolador y nos congregaste para animarnos como Iglesia unida a poner fijos nuestros ojos en Jesús, nuestro único Señor. Y la oración se viralizó, las distancias se acortaron y la plaza se vacía se transformó en un gran cenáculo.

Gracias Señor… Nos volvemos a casa más serenos. Resuena tus palabras en nuestros corazones. “No tengan miedo”… Y al atardecer de este viernes, todos nos sentimos reconfortados porque “descargamos en ti todo nuestro agobio, porque Tú nos cuidas”.

Amén