Coloquio de un alma pobre

martes, 3 de febrero de 2015
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Señor, cuando me siento ciego y sin luz

para comprender lo que debo hacer yo

o sugerírselo a los demás,

vienen a mis labios las palabras

del ciego del Evangelio:

“Señor, que vea”.

Dame, sobre todo, sensibilidad

y prontitud para escuchar,

para que pueda oírte

cuando llamas a mi puerta:

“Mira que estoy a la puerta y llamo”.

A veces, Señor, me encuentro

interiormente tan pobre,

tan sucio, tan lleno de heridas.

Extiéndeme tu mano,

como hiciste

con el leproso del Evangelio:

“Si quieres puedes limpiarme”.

Danos tu fuerza

para cumplir nuestra misión,

la misma fuerza

que diste a los apóstoles,

cuando los llamaste para seguirte,

la que diste a Mateo

cuando le dijiste: “Sígueme.

Y él se levantó y le siguió”.

Siguiendo el consejo

de tu Madre en Caná:

“Hagan lo que Él les diga”,

estamos ciertos de que,

si acogemos tus palabras,

tu fuerza todopoderosa

no sólo cambiará el agua en vino,

sino que hará

de nuestros corazones de piedra

corazones de carne.

Por eso te pedimos:

“Ayuda mi falta de fe”.

Padre Arrupe sj