Cómo cumplir con el mandato de Jesús de “estar en el mundo sin ser del mundo”

viernes, 28 de septiembre de 2018
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28/09/2018 – El padre Alejandro Nicola abordó el tema de la relación que tenemos los cristianos con el mundo que nos rodea. “Como dice Jesús, estamos llamados a estar en el mundo pero no ser del mundo. ¿Eso que significa? Algunos lo pueden entender como una huida, o como ir en contra del mundo. Otros pueden creer que es aceptar todo tal cual como se nos propone. Pero los que tenemos que hacer es preguntarnos: ¿Cuál es la identidad propia del cristiano?”.

En ese contexto, el padre Nicola compartió la “Carta a Diogneto”, que es una descripción de las cristianos en el mundo, muy rica y expresiva. Esta es esa carta que forma parte de la Patrística de la Iglesia:

“Los cristianos no se distinguen del resto de la humanidad ni en, ni en el habla, ni en el vestido. Porque no residen en alguna parte en ciudades suyas propias, ni usan una lengua distinta, ni practican alguna clase de vida extraordinaria. Ni tampoco poseen ninguna invención descubierta por la inteligencia o estudio de hombres ingeniosos, ni son maestros de algún dogma humano como son algunos. Pero si bien residen en ciudades de griegos y bárbaros, según le correspondió a cada uno, y siguen las costumbres nativas en cuanto a alimento, vestido y otros arreglos de la vida, pese a todo, la constitución de su propia ciudadanía, que ellos nos muestran, es extraordinaria y verdaderamente paradojal.. Residen en sus propios países, pero sólo como forasteros; comparten lo que les corresponde en todas las cosas como ciudadanos, y soportan todas las opresiones como los extranjeros. Toda tierra extraña es su patria, y toda patria les es extraña. Se casan como todos los demás hombres y engendran hijos; pero no los abandonan. Comparten la mesa pero no la cama. Están en la carne, pero no viven según la carne. Su existencia es en la tierra, pero su ciudadanía es en el cielo. Obedecen las leyes establecidas, y sobrepasan las leyes con su particular modo de vivir. Aman a todos los hombres, y son perseguidos por todos. No se hace caso de ellos, y, pese a todo, se les condena. Se les da muerte, y aun así están revestidos de vida. Piden limosna, y, con todo, hacen ricos a muchos. Se les deshonra, y, pese a todo, son glorificados en su deshonor. Se habla mal de ellos, y aún así son reivindicados. Son escarnecidos, y ellos bendicen; son insultados, y ellos respetan. Al hacer lo bueno son castigados como malhechores; siendo castigados se regocijan, como si con ello se les reavivara. Los judíos hacen guerra contra ellos como extraños, y los griegos los persiguen, y, pese a todo, los que los aborrecen no pueden dar la razón de su hostilidad. En una palabra, lo que el alma es en el cuerpo, son los cristianos en el mundo. El alma esta difundida en todos los miembros del cuerpo, y los cristianos en las diferentes ciudades del mundo. El alma tiene su morada en el cuerpo, y, con todo, no es del cuerpo. Así que los cristianos tienen su morada en el mundo, y aun así no son del mundo. El alma que es invisible es guardada en el cuerpo que es visible; así los cristianos son reconocidos como parte del mundo, y, pese a ello, su religión permanece invisible”.

Asimismo, el padre Nicola nos trajo el concepto de la Ciudad de Dios, tal como lo pensaba San Agustín. Este es el texto:

“También la Ciudad terrena que no vive de la fe desea la paz terrena, y la concordia en el mandar y obedecer entre los ciudadanos la encamina a que observen cierta unión y conformidad de voluntades en las cosas que conciernen a la vida mortal. La Ciudad celestial, o, por mejor decir, una parte de ella que anda peregrinando en esta mortalidad y vive de la fe, también tiene necesidad de semejante paz, y mientras en la Ciudad terrena pasa como cautiva la vida de su peregrinación, como tiene ya la promesa de la redención y el don espiritual como prenda, no duda sujetarse a las leyes en la Ciudad terrena, con que se administran y gobiernan las cosas que son a propósito y acomodadas para sustentar esta vida mortal; porque así como es común a ambas la misma mortalidad, así en las cosas tocantes a ella se guarde la concordia entre ambas Ciudades. Así que esta ciudad celestial, entre tanto que es peregrina en la tierra, va llamando y convocando de entre todas las naciones ciudadanos, y por todos los idiomas va haciendo recolección de la sociedad peregrina, sin atender a diversidad alguna de costumbres, leyes e institutos, que es con lo que se adquiere o conserva la paz terrena, y sin reformar ni quitar cosa alguna, antes observándolo y siguiéndolo exactamente, cuya diversidad, aunque es varia y distinta en muchas naciones, se endereza a un mismo fin de la paz terrena, cuando no impide y es contra la religión, que nos enseña y ordena adorar a un solo, sumo y verdadero Dios. Así que también la Ciudad celestial en esta su peregrinación usa de la paz terrena, y en cuanto puede, salva la piedad y religión, guarda y desea la trabazón y uniformidad de las voluntades humanas en las cosas que pertenecen a la naturaleza mortal de los hombres, refiriendo y enderezando esta paz terrena a la paz celestial. La cual de tal forma es verdaderamente paz, que sola ella debe llamarse paz de la criatura racional, es a saber, una bien ordenada y concorde sociedad que sólo aspira a gozar de Dios y unos de otros en Dios. Cuando llegáremos a la posesión de esta felicidad, nuestra vida no será ya mortal, sino colmada y muy ciertamente vital; ni el cuerpo será animal, el cual, mientras es corruptible, agrava y oprime al alma, sino espiritual, sin necesidad alguna y del todo sujeto a la voluntad. Esta paz, entretanto que anda peregrinando, la tiene por la fe, y con esta fe juntamente vive cuando refiere todas las buenas obras que hace para con Dios o para con el prójimo, a fin de conseguir aquella paz, porque la vida de la ciudad, efectivamente, no es solitaria, sino social y política”.

En relación a este texto, el padre Nicola subrayó que “San Agustín fue testigo de la caída del Imperio Romano en Occidente y por escribió esto. Aquí indica que la paz es el objetivo fundamental de la existencia humana. La paz permite que el hombre pueda crecer, pueda desarrollarse, pueda progresar”.