Como padre y amigo

miércoles, 21 de julio de 2021
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27/07/2021 – La Palabra de Dios describe de distintas maneras el amor de Dios, porque no hay un amor de este mundo que lo exprese perfectamente, su amor será siempre infinitamente más bello que cualquier amor de esta tierra. Pero para adaptarse a la sensibilidad de cada uno de nosotros, a veces se presenta como padre, otras veces como amigo, o como esposo. Por ejemplo, como un padre lleno de amor: “Como un padre es cariñoso con sus hijos, así es cariñoso el Señor con sus fieles” (Sal 103, 13). “Con cuerdas humanas los atraía, con lazos de amor, y era para ellos como los que alzan a un niño contra su mejilla” (Os 11, 4).

Juan Pablo I había dicho que “Dios es padre, más aún, es madre”. Luego san Juan Pablo II decía que “Dios contiene en sí, trascendiéndolos, todos los rasgos de la paternidad y de la maternidad”.  Por eso tantas veces en las Escrituras muestra a su pueblo esos rasgos maternos y no deja de decir: “Como un hombre es consolado por su madre, así los consolaré yo a ustedes” (Is 66, 13). Entonces él también puede sanar el amor de madre que pueda faltarnos: “¿Acaso olvida una mujer  su niño de pecho, sin enternecerse con el hijo de sus entrañas? Pues, aunque ella se olvidara, yo no te olvidaré. Míralo, te llevo tatuado en la palma de mi mano” (Is 49, 15-16). “Aunque ella se olvidara”: qué fuerza que tienen esas palabras, porque en nuestro corazón siempre está el dolor del abandono, el miedo de ser olvidados por las personas que queremos. Pues bien, el Señor te dice: “yo no, yo no te olvido nunca, estás tatuado en la palma de mi mano”.

En otros textos bíblicos se presenta de otras maneras, porque si hemos tenido una mala experiencia de la paternidad o de la maternidad, nos resulta difícil concebir el amor paterno y materno del Señor. Por eso, a veces la Biblia lo presenta como amigo. Abraham era llamado “amigo de Dios” (Sant 2, 23; Is 41, 8).  Pero cada creyente puede considerarse su amigo: “hizo maravillas por su amigo” (Sal 4, 4). Porque la sabiduría divina que actúa en el mundo “entra en las almas santas para hacer de ellas amigos de Dios” (Sab 7, 27).

Esto se produce de una manera más real, intensa y directa cuando la gracia de Dios nos eleva por encima de nuestra naturaleza y nos introduce en la intimidad de la Trinidad, y además nos transforma de tal manera que podemos amar a Dios con el amor que él mismo nos infunde. Es la intimidad de la Trinidad que Cristo nos comunica. Así, elevados, nos volvemos verdaderamente amigos del Señor. Por eso Cristo afirma: “les he dado a conocer todo lo que oí de mi Padre” (Jn 15, 15). La amistad es intimidad, es charla sincera, es compartir lo más secreto del corazón, es caminar juntos por la vida. Todo eso podemos vivirlo con nuestro Dios.

Para poder alabar la misericordia del Señor con nosotros primero tenemos que reconocer su amor. Porque su misericordia no es “lástima”, no es como mirar desde arriba a los pobres necesitados. Eso sería deformar la misericordia de Dios y entenderla mal. Santo Tomás de Aquino enseña que Dios tiene  compasión de nosotros “porque nos ama como algo de sí mismo” (ST II-II, 30, 2, 1m).  Es decir, porque es nuestro amigo, y en el amor de amistad “el amante está en el amado en cuanto juzga como propios los bienes o males del amigo” (ST I-II, 28, 2). Es la unión del amor lo que provoca que venga en nuestra ayuda. Por eso, antes que alabar su misericordia tenemos que alabar su amor tan real y verdadero, tan cercano y tan nuestro.