“Con sólo tocar su manto sanaré”

lunes, 6 de julio de 2015
image_pdfimage_print

Hemorroísa

06/07/2015 – Mientras Jesús les estaba diciendo estas cosas, se presentó un alto jefe y, postrándose ante él, le dijo: “Señor, mi hija acaba de morir, pero ven a imponerle tu mano y vivirá”. Jesús se levantó y lo siguió con sus discípulos.

Entonces se le acercó por detrás una mujer que padecía de hemorragias desde hacía doce años, y le tocó los flecos de su manto,pensando: “Con sólo tocar su manto, quedaré curada”.Jesús se dio vuelta, y al verla, le dijo: “Ten confianza, hija, tu fe te ha salvado”. Y desde ese instante la mujer quedó curada.

Al llegar a la casa del jefe, Jesús vio a los que tocaban música fúnebre y a la gente que gritaba, y dijo:”Retírense, la niña no está muerta, sino que duerme”. Y se reían de él.Cuando hicieron salir a la gente, él entró, la tomó de la mano, y ella se levantó. Y esta noticia se divulgó por aquella región.

 

Mt 9,18-26

En medio de la multitud que lo apretuja por todos lados, Jesús siente que hay algo que sale de su cuerpo. Una fuerza de conexión profunda que le arranca algo. Surge del pensamiento de esta mujer que padece desde hace años una hemorragia que no la deja vivir, de donde brota el amor sanante y lleno de esperanza de Jesús “con sólo tocar su manto quedaré curada”.

Contemplamos su corazón; el de ella creyente y atraída por la fuerza del amor que en lo escondido alcanza al de Jesús. También corazón bueno, esperanzado y tierno del del Maestro. Cada vez que nuestro corazón en la expresión más honda de su deseo alcanza al Señor con sencillez y veracidad, al mismo tiempo, el Señor que se deja alcanzar y nos alcanza con su ternura y con la fuerza con la que nos invita a seguirlo como discípulos. Hoy queremos dejar que aparezcan con fuerza los deseos hondos que buscan a Jesús. Algunos están escondidos y necesitamos hacerles lugar para que aparezcan. 

Vemos en ella una actitud de remar contracorriente, y esto es virtud, sobretodo cuando aparecen esos movimientos interiores que buscan asfixiar el deseo. Como dice Santa Teresa, cuando por deseos vanos demoramos. Queremos que se despierte en lo más profundo del corazón los anhelos grandes que hay en nosotros: de fraternidad, de servicio, de entrega, de gozo y esperanza en medio de los dolores de la vida… Un corazón como el de esta mujer piensa con fuerza vital, piensa positivamente con fe, piensa desde el silencio para sabe que aún ahí hay expresiones que pueden ser más fuertes que los gritos. Incluso en el evangelio de hoy, vemos como el deseo de ella, silencioso, es capaz de superar el griterío de la multitud. Ha logrado alcanzar el alma del Maestro sin palabras. Qué bueno poder decirnos a nosotros mismos cuánto hay escondido en nuestro corazón cuando el deseo de las cosas grandes alcanza al Señor que quiere transformarnos y darnos vida. 

Los amigos del silencio que en lo interioridad no se aísla sino que son capaces de en lo silencio encontrar la fuerza que los vincula con lo esencial son los que queremos contemplar hoy mirando a la hemorroísa. Queremos que también aparezca en nosotros la fuerza del silencio que desde lo hondo es capaz de alcanzar a Jesús. En el amor está ese poder que en silencio se va madurando y que crea el deseo con el que en sencillez llegamos al corazón de Jesús. Hay tantos que van cultivando este modo de ser, en donde nadie lo nota, con intimidad con el Señor y abierto a los otros. Personas que pueden mirar desde alma y en esa fuerza del amor nos hace connaturales a Cristo y a todos, dando conocimiento del alma. Gente que no hace ruido, que no se hace notar, y que piensa en Jesús todo el tiempo.

El evangelio dice que la mujer tocó el manto de Jesús y Él notó que una fuerza salió de Él. Jesús se da cuenta de la intensidad de la fe como un buen director coral que es capaz de identificar la música. La mujer toca el manto y el tono hace vibrar el tono de Cristo y le saca una fuerza que se multiplica el don de lo compartido entre ellos. Allí “cesó la hemorragia”. “¿Quién tocó mi manto?” habla en términos de tono. Los discípulos responden con sentido común “todos te tocan”. Una cosa es estar amontonados y otra es estar juntos; una cosa es estar pegoteados y otra unidos. Al rededor suyo hay mucho amontonamiento, pero contacto fraterno y de comunión solamente una, la mujer que se acercó por detrás y tocó su  manto. “¿Quién tocó mi manto?”. El Señor también nos invita a nosotros a animarnos a despertar en lo más hondo de nuestro ser los deseos escondidos, para que en clave de eternidad seamos capaces de alcanzar a Jesús y dejarnos alcanzar por Él.

Hemorroísa1

Jesús percibe la intensidad de la fe

Jesús percibe los tonos de la fe. Cuando decimos “aumenta mi fe” no significa pedir mucha, sino pedimos que nos aumente la capacidad de ir tan lejos como Dios quiera. Es un pedir “dejame entregarme donde vos quieras”. No con la entrega de quien se deja y se resigna, sino de quien en su amén se deja llevar por el Señor. Pedimos una fe intensa, mansa que en un pequeño toque con la nota justa en su amor, sea capaz de ir hasta donde Dios nos quiera conducir. Una fe como el granito de mostaza, pequeña pero potente. Lo importante está en el potencial escondido en ese grano chiquito. “Lo importante no es cuánto amor ejercemos sino la intensidad con la que amamos” dice Santa Teresita. No importa cuántas obras hagamos de amor, sino con cuánta intensidad hacemos las pequeñas obras de amor con mucho amor.

Es Jesús quien la atrae y la lleva a pensar y creer “con sólo tocar su manto quedaré sanada”.

La mujer busca ser liberada de esta sangre que fluye y que hace que se le pierda la vida. Cuánta vida vacía de sentido, cuánto de hemorroísos hay en el mundo de hoy… Vida que fluye y que se escapa y se pierda. Que encontremos causes en donde la vida se multiplique. La hemorroísa pierde vitalidad y energía, derramándola en todo sin que valga la pena entregar la vida en algo. Nosotros buscamos que la vida tenga un eje, un valor, que valga la pena entregarla. Que el Señor cure nuestras faltas de sentido.

O por la mucha actividad o por la mucha preocupación, o por los muchos golpes y desiluciones, que pueden ser muchas o pocas pero intensas, vamos perdiendo entusiasmo y consistencia vital, es decir capacidad de estar en Dios. Que el Señor nos haga una vez más estar en Él, y en el contacto con Él retomar el rumbo, el cause y la vitalidad que transformó todo su ser. 

Jesús conoce a la gente que es como la hemorroísa, conoce a su pueblo sencillo que toca su manto… En ese manto tanta piedad popular que a través de imágenes de la Virgen o de algún santo, con simpleza y fe entramos en contacto con Él. Jesús ama a esta gente y les dedica lo mejor de su amor, porque Él es como uno de ellos. En el día de hoy, mientras tu vida se va desarrollando, que bueno que sientas que el Señor te alcanza, que Él te toca y te invita a tocarlo. Que lindo descubrir que Él mientras pasa y te toca con su manto, desde el amor, te invita a que te acerques. Que ese lugar de encuentro, en medio de tu tarea, sea la fuente de la fraternidad junto a otros.

Padre Javier Soteras