Contigo pan y cebolla

miércoles, 13 de junio de 2007
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Un día, dos de los discípulos iban a un pueblo pequeño llamado Emaús, situado a unos diez kilómetros de Jerusalén.  En el camino hablaban sobre lo que había ocurrido, mientras conversaban y discutían el mismo Jesús se acercó y siguió caminando con ellos, pero algo impedía que sus ojos lo reconocieran.  Él les dijo:  “¿qué comentaban por el camino?”.  Ellos se detuvieron con el semblante triste, y uno de ellos llamado Cleofás le respondió:  “tu eres el único en Jerusalén que ignora lo que pasó en estos días”.  ¿Que cosa?, les preguntó.  Ellos le respondieron:  “lo referente a Jesús de Nazaret, que fue un profeta poderoso en obras y en palabras delante de Dios y de todo el pueblo, y como nuestros sumos sacerdotes y nuestros jefes lo entregaron para ser condenado a la muerte y lo crucificaron.  Nosotros esperábamos que fuera Él quien liberara a Israel, pero a todo esto van tres días que sucedieron estas cosas.  Es verdad que algunas mujeres que estaban con nosotros nos han desconcertado.  Ellas fueron de madrugada al sepulcro y al no hallar el cuerpo de Jesús volvieron diciendo que se les habían aparecido unos ángeles asegurándole que El está vivo.  Alguno de los nuestros fueron al sepulcro y encontraron todo como las mujeres les habían dicho pero a Él no lo vieron”.  Jesús les dijo:  “hombres duros de entendimiento… como les cuesta creer todo lo que anunciaron los profetas. ¿No era necesario que el Mesías soportara esos sufrimientos para entrar en su gloria?”.  Y comenzando por Moisés, y continuando con todos los profetas, les interpretó en todas las escrituras lo que se refería a El.  Cuando llegaron cerca del pueblo a donde iban, Jesús amagó a seguir adelante, pero ellos le insistieron:  “quédate con nosotros porque ya es tarde y el día se acaba”.  Él entró y se quedó con ellos.  Estando a la mesa tomo pan, pronunció la bendición, luego lo partió y se los dio.  Entonces los ojos de los discípulos se abrieron y lo reconocieron, pero Él había desaparecido de su vista y se decían:  “¿no ardía acaso nuestro corazón mientras nos hablaba el camino y nos explicaba las escrituras?”.

Lucas 24, 13 – 32

El Evangelio de Emaús siempre me inspira para orar sobre los matrimonios.  

Debajo del sagrario, en mi Parroquia tenemos un ícono donde aparecen los discípulos de Emaús partiendo el pan con Jesús, en ese ícono los discípulos están representados por un hombre y una mujer, es un matrimonio en realidad, quien ha hecho este ícono interpreta que Cleofás es esposo de María, uno de los discípulos, dice la Palabra, era Cleofás.

En el Evangelio de San Juan, en el capítulo 19 del verso 25 en adelante al 27 dice:  “al pie de la cruz estaba María, la madre, la hermana de María, la mujer de Cleofás”, posiblemente este Cleofás sea el esposo de María, del que habla el Evangelio de San Juan, ellos, como matrimonio peregrinan llorando la muerte de Jesús, llorando la desesperanza que tienen en el corazón, pero seguramente entre lágrimas se habrá mezclado la desazón de lo que supone caminar en la vida matrimonial, con lo que trae como desafío cada trecho del camino: el vínculo que tiene el llamado interior de hacer de dos, uno.

“El hombre dejará a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y los dos formarán una sola carne”, es muy bueno cuando de dos terminamos sumando uno, y puede ser muy malo cuando uno más uno nos sume siempre uno, depende de que uno se hable: del uno que se aísla o del uno que se integra, de las dos formas es doloroso y es inevitable el sufrimiento.

El que genera a veces el aislamiento en la vida vincular y el que exige de suyo por su propia naturaleza la alianza con el otro, que tiene su discurso de desprendimiento, de abandono, de entrega, de apertura, de recepción, de acogida, de abrazo… contigo pan y cebolla.

Cuantas historias de peregrinos como los de Emaús podemos encontrar hoy en el camino de nuestra catequesis, donde entre llanto y el dolor fueron buscando la manera de encontrarle una razón a lo que les tocaba sufrir, y poco a poco fueron encontrando el calor de lo que había en medio de ellos, que no era nada de ellos sino los que lo hacía estar en común, era un proyecto que superaba lo particular y en la suma daba uno, pero no desde el aislamiento sino desde este otro lugar.

Cuando la suma da uno en la integración, a la larga esa suma multiplica.  La casa se hace de puertas abiertas y el vínculo se fortalece.  Tu historia es seguramente de cebollas y panes, de lágrimas y de gozos, de mesas familiares compartidas en la alegría y de luchas y trabajos por conseguir en lo de todos los días el proyecto de unidad y de comunión sea una realidad… contigo pan y cebolla.

Ni solo pan ni solo cebolla.  Pan y cebolla.  Luz y sombra.  Gozo, alegría, tristeza y angustia, cruz y resurrección, dulce y agrio, agrio y dulce.

La historia es así, la vida es así, la vida se construye y se hace desde estos lugares, por eso Jesús se instaló en el medio del camino del matrimonio de María y de Cleofás para preguntarles de que hablan en el camino, es el diálogo que despierta Jesús lo que permite superar este momento crítico del matrimonio, que ve desvanecido su proyecto familiar detrás de la opción que habían hecho, seguramente como todos los que iban detrás de Jesús dejándolo todo para animarse a vivir en Jesús.

Quiero detenerme en la pedagogía de Jesús para despertar a María y Cleofás, para meterse en la crisis de ellos, de este matrimonio peregrino que hemos elegido hoy como ícono para interpretar este Evangelio.

¿Que hizo Jesús?:  los escuchó.  ¿Qué hizo en definitiva Jesús?:  dialogó.  Creó el diálogo como instrumento a través del cual las cebollas fueron como quedando en el camino.  No lloraron lo que pasó en aquel tiempo, sino que empezaron a amasar con Jesús el pan, que en el calor del relato fue cociéndose hasta llegar a compartirlo al final.

Cuando partieron el pan se abrieron los ojos y descubrieron que toda aquella otra historia dolorosa tenía sentido bajo el signo del amor de Dios, fue el diálogo el que permitió abrir este camino, es siempre el diálogo buscado, el diálogo que nunca debe romperse, el que permite ir encontrando los caminos que se nos cierran por todas partes.

Cuando uno más uno no son dos porque se aíslan, el diálogo puede hacer que uno y uno sean uno en Jesús, sean uno bajo el signo del pan compartido, donde no hay lugar para la tristeza , para la desesperación, para la angustia.

Estamos llamados a ser testigos del diálogo, en este tiempo donde los hombres en el proceso de la globalización, y en el mundo de las comunicaciones han perdido la capacidad para comunicarse y encontrarse.  Tal vez sea este uno de los signos proféticos más hermosos que podemos ofrecer al mundo de hoy como Iglesia, el de aprender a dialogar y a encontrarle el costado saludable a una historia demasiado dura:  la que nos toca enfrentar todos los días.

El diálogo en la vida matrimonial, en la vida conyugal, en el vínculo de la alianza, es un camino… Contigo pan y cebolla.

Para que este pan y cebolla sean historia desde la cual aprendemos a valorar el pan que compartimos, te invito a abrirte al diálogo y a que abras tu corazón y nos compartas tu historia de lucha, de dolor, de gozo y de alegría.

Encontrando el modo de aplicar la pedagogía de Jesús en el vínculo, es posible armar la historia que parece que en un momento determinado se desarmó, que no era para vos.  Es posible armar el rompecabezas de las mil piezas y comenzar a reconstruir, encontrándose con lo disperso que quedó en el camino, podrás decir: “pero él no quiere hablar” o “ella está muda”.  No, el diálogo del que hablamos no es un intento de poder recordar, repasar y revisar lo que pasó, sino que es otra cosa, es un don.

Como ha sido para María y Cleofás, el diálogo, el don de Jesús, la entrega de Jesús que ha venido a poner en diálogo la historia que se había roto entre Dios y los hombres, se había cortado la comunicación y por eso los hombres habían caído en Babel, como representación de la confusión, de la ausencia de comunicación y diálogo en el vínculo del hombre con todo lo que forma parte de su ser.

El diálogo como don, el diálogo también como ejercicio, por eso, si es don es regalo, es presencia de Jesús, hay que pedirlo antes de intentarlo, hay que abrirse a su gracia más que empezar a buscar solo en estrategias de donde poder desarrollarlo.

Antes de empezar a pretender dialogar conviene abrirse a la gracia para recibirlo, porque el diálogo es Jesús. Él es el puente, el vínculo entre Dios y los hombres, ese que nos falta a nosotros, ese que encontraron ellos cuando peregrinaban, y entre la historia dolorosa que expresaron por el camino y lo que encontraron al final pudieron transitar, desde la angustia de las cebollas lloradas, o sobre las que lloraron mientras caminaban, y el pan que compartieron al final, un trecho recorrido sobre este puente de diálogo que Jesús abre entre ellos y con Él para revisar la historia y para empezar a escribir una nueva historia.

Al punto tal, que dice la Palabra:  “ellos pegaron la vuelta al final y le fueron a decir a otros lo que habían encontrado en el camino”.  Contaron como su corazón ardía en fuego, en llamas, cuando la Palabra de Dios, la Palabra dialogal del Dios que ha salido de sí mismo, para entrar en contacto con nosotros, les habló por el camino.

¿Como abrirse al diálogo, como desarrollarlo?: abrirse supone expectativa , supone oración de petición, de intercesión, abrirse supone capacidad de acogida de este don que no nos pertenece y al que tenemos que hacerle espacio para recibirlo, es presencia de Jesús en medio nuestro.

Desde ese lugar de gracia después podemos nosotros empezar a trabajar, a generar disposiciones interiores que nos ayuden a favorecer el encuentro con la intención de comunicarme, de buscar y encontrar el momento, con capacidad de escucha.  

El saber escuchar, el expresar no ideas y conceptos sino el sentir interior, el no tener miedo a mostrar mi vulnerabilidad, mi necesidad, el evitar reaccionar subjetivamente, el no querer entrar en competencia con el otro son instancias necesarias para el diálogo.

Yo puedo tener muchas razones, pero también puedo haberme equivocado, hay que saber pedir perdón, la clave está en empezar a cambiar yo mismo o yo misma, cada uno de estos pasos es todo un camino que vamos a recorrer poquito a poco.

Cuando uno y uno da uno porque es uno, uno con el otro es realmente una suma maravillosa, una suma milagrosa digamos, cuando uno y uno dan uno, uno mismo, uno en el otro y el otro en uno, nos parecemos mucho al misterio donde las personas son distintas y son una, nos parecemos a Dios, por eso el milagro de uno y uno es uno, el diálogo colabora en este sentido, el diálogo como don de presencia de Dios y como trabajo, como don es regalo y hay que pedirlo, hay que clamarle al cielo que se haga presente el que redime, el que saca del aislamiento, el que permite que la historia no se repita.

Esa suele ser la dificultad para que lleguemos a ser uno, yo vengo de un lado y el otro viene del otro, y lo más fácil es que nos repitamos en lo que somos, si nos repetimos es porque no entendimos que en realidad no era juntarse, era unirse, que es distinto.

Por allí se dice hoy y… nos juntamos, no se trata de juntarse, porque cuando uno se junta se pega, se yuxtapone a otro, en cambio cuando uno se une en alianza, se hace uno con el otro y el misterio de la comunión de ser el uno para el otro y el otro para el uno, hace que bajo un mismo techo comience a construirse una nueva historia, que no es la que traía él, ni la que traía ella, es un camino de redención y de salvación, es historia de salvación que Dios la hace posible.  

Es un milagro.  Es presencia de Dios.  Es Dios en medio. Es Él quien nos muestra que nosotros podemos ser el uno en el otro.  El Padre en el Hijo, el Hijo en el Padre, el Padre y el Hijo en el Espíritu.  Tres personas distintas un mismo Dios.  

A eso apuntamos también en los vínculos en el ámbito conyugal, hermano, hermana, casado, casada, tal vez de donde tengas que salir sea de ese pensar que las cosas son como vos supiste que eran cuando la aprendiste, donde las aprendiste sin animarte a descubrir que, aun cuando hayan sido muy buenas, no es suficiente para que armes un proyecto con otro o con otra que viene con otra historia, y que unida a la tuya supone comenzar a construir una nueva historia.

Es el miedo a entregar y recibir lo que impide que tengamos verdaderamente voluntad e intención, querer comunicarnos que es el primer paso, “yo estoy dispuesto a salir de mi mismo para empezar a construir”, “es que el otro no está dispuesto”, “es que el otro no quiere, yo si”, “yo quisiera, pero ella no quiere”, “yo intento pero no me sale”, “encuentro una puerta cerrada”, y si, tal vez tengas que permanecer al lado de la puerta hasta que se abra, y tocar una y otra vez hasta que se abra.

¿Qué llavero tenés que usar para entrar a esa puerta?, no para entrar a los golpes, no para romper la cerradura, lo mejor que te puede pasar es indicarle al otro, al que está detrás de tu puerta, donde está la llave, porque la tiene él desde dentro, y cual es el picaporte que debe abrir para que pueda entrar.

¿Es momento, tenés intención y voluntad de comunicarte?.  Ojo, no es cualquier momento, vos te diste cuenta que era necesario empezar a recomponer la cosa, y entonces:  “viejo…. tenemos que hablar”, y el otro viene pero por el otro lado no tiene nada que hablar, esto que hace tu intuición femenina, tu capacidad de captar el fondo de la historia, de un golpe de vista te ponga en situación de esa debilidad que vos tenés, porque sos mujer, también porque sos madre además de esposa, de encontrarle la vuelta, como cuando haces la comida, para crear el ámbito justo y decir lo que hay que decir sin tanto melodrama.

Tratá de buscar la forma de crear el ámbito, para que no te salga ese sentimiento de determinación, y buscar el momento y encontrarlo, que es el arte más difícil, tener la intuición de que es dialogando como se resuelven las cosas, pero no imponiendo el diálogo, al diálogo se llega por acuerdo de dos, no por la buena voluntad de una o de uno.

A vos también te puede pasar, que de tu sentimiento machista de querer resolver las cosas desde ese lugar, y entonces cuando ella está sumamente conflictuada y necesita su proceso, su tiempo, que es distinto del tuyo, uno puede decir: “bueno, no pasó nada, después de todo no es tan difícil”.  Es dificil y complicado a veces, no quieras simplificar las cosas para no entrar en su mundo y vos permanecer en el tuyo, como si nada estuviera pasando

Desde tu modo de hombre de resolver las cosas, desde esa psicología más directa en algún sentido, corrés el riesgo de perderte el detalle, que es desde donde la vida se construye todos los días.

Busquemos  y encontremos el momento para dar un pasito más allá, sin que nos resulte extraño, sin que nos resulte marciano el planteo.