Cultura de la Gratuidad: mendigos del Reino

jueves, 19 de julio de 2007
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Vengan a mi todos los que están fatigados y agobiados, y yo los aliviaré. Carguen con mi yugo y aprendan de mi que soy sencillo y humilde de corazón, y encontrarán descanso para sus vidas porque mi yugo es suave y mi carga ligera.

Mateo 11, 28 – 30

Aprender el gesto del mendigo. La figura es la del gesto de la comunión en la misa. Nosotros vamos a celebrar el misterio de la Salvación, y vamos y pedimos.

Me encanta como la Iglesia nos ha ido educando y haciendo revivir una experiencia maravillosa de los primeros tiempos. Gesto al que muchos cristianos se oponen, “cómo vas a tomar a Jesús con las manos!”. Podríamos decir lo mismo: “¿cómo vas a tomar a Jesús con tu lengua?” Porque si tu pecas con tus manos o tus manos están sucias, primero, si tus manos no están limpias físicamente, a Jesús no le molesta la mugre. Se aguanta los pecados, cómo no se va a aguantar la mugre, ¿no?. Pero digo, si tú tienes las manos sucias y crees que son indignas, es que quizá tu corazón haya hecho que tu lengua sea más indigna, porque con ella ciertamente que has quitado la fama a tu prójimo, has hablado mal, has expresado palabras hirientes, has usado la lengua para la mentira y ¿vas a comulgar?, no seamos fundamentalistas.

Qué lindo la Iglesia, con su sabiduría de madre, nos hizo hacer el gesto que es natural. Porque Jesús dice: “Yo soy comida, cómanme”. Entonces, ¿cómo uno empieza comiendo? Abre la boca y se va hasta el plato, necesito tomarlo con mis manos.

¿Y por qué lo tomo con mis manos? Porque es un don. No hay nada en mí que sea inferior, ni un órgano inferior al otro, todo en mi persona es un don. Pero todos los dones que tenemos en nuestra conformación física expresan algo, que tiene que ver con alguna dimensión del misterio. Se puede expresar más el misterio con algunos gestos. Por eso, cuando nos damos la paz, nos abrazamos o nos damos un beso. No nos pegamos una trompada, no nos damos una patada en el traste. Nos damos un abrazo, un gesto adecuado. Un signo.

Cuando recibimos al Señor, lo recibimos en la boca, porque ¿Qué queremos decir? Porque es alimento. Pero primero la Iglesia dice recibieron tus manos. ¿Por qué? Porque hay que tenderlas a las manos. ¿Qué quiere decir tender las manos? Que estoy pidiendo. Ah, no, pero a mi no me gusta pedir. Ahí está el problema. Hay una gran sabiduría de la Madre Iglesia, de enseñarnos a ser mendigos del misterio de Dios del que no somos dignos.

Cuando a uno no le gusta pedir, es porque uno cree que tiene dignidad. Pero ante Dios nadie es digno. Todo es gratuidad. Por eso, no dejemos de pedir, el Señor lo dice claramente en la Palabra: “Pidan y recibirán, busquen y encontrarás, porque al que pide nunca se le niega.”

¡Qué lindas las palabras de Jesús!

Así que este gesto hemos elegido para esta semana. Ser mendigos de Dios. Extender nuestras manos como en la Eucaristía para recibirlo al Señor. Y que lindo, yo que doy la comunión a las personas, veo que muchas personas van a recibirlo a Jesús y no abren sus manos, tienen miedo de tenderla.

¡Levanten sus manos, ábranlas, pónganlas para recibir algo importante! Una debajo de la otra. Y extendidas las manos, levántenlas. Que no tenga que ir el cura hasta allá abajo. Está bien, Dios ya se humilló, ahora levantemos nosotros y vayamos al encuentro del Señor, Él ya vino a nuestro encuentro, ahora vayamos nosotros al encuentro de Dios. Vayamos a pedir el pan de la Salvación.

Creo que la Iglesia ha encontrado un gesto clave, y a veces nosotros no le damos importancia.

Yo recuerdo cuando la Iglesia dejó algunas cosas, enseguida saltan muchas personas que tienen como conceptos muy armados, que traen mucho el misterio a las estructuras temporales de la Iglesia. Al lenguaje temporal, de la forma.

Cuando cambiaron las palabras del Padre Nuestro, había algunos que conocí yo, que no lo querían rezar. Decían; “yo sigo rezando como antes, yo ni loco rezo ésta, la Iglesia está cambiando la fe!” Me vi en la obligación de responderle, y decirle: Mire hermano, la fe no cambia, primero que si la fe cambia, ya cambió hace mucho, porque el Padrenuestro Jesús, no lo dijo en español. Lo dijo en su idioma natal. Por allá, en otros tiempos y en otro idioma. Ni siquiera usó las palabras que nosotros usamos antes del Concilio de Trento, ni las de después.

Lo que conservamos es el sentido estricto de la Revelación, por eso la adecuación de los gestos y las palabras en la liturgia significan la necesidad de vivir una respuesta siempre nueva al Don de Dios. “He aquí la esclava del Señor”, es lo que hemos de revivir. Una capacidad de ductilidad, de estar dóciles, abiertos a Dios, que siempre nos sorprende con la novedad de su Misterio.

Animarnos a ser mendigos de Dios es la propuesta para esta semana. Y también nos lleva a ser mendigos de los dones de nuestros hermanos, que son dones de Dios para ellos y tienen una misión igual que los dones que Dios me ha dado a mi, a vos, tienen una misión que está relacionada al servicio, a la vinculación, a la edificación de la comunidad. Que cada uno con el don que ha recibido se ponga al servicio de los demás, dice la Palabra. Pero miren que cosa tan simple y tan clara!

Y a veces uno, cómo se va perdiendo y olvidando de estas cosas. Jesús recibió el don de entregarse, la misión de entregarse y la ejerció como un don. Lo hizo desde la experiencia de la gratuidad. Lo dio y lo dio todo. Y dijo: “quiero que me reciban, quiero que busquen a Dios. Ahora Dios es posible, Dios está al alcance de la mano de ustedes. Tomen en su mano”.

No tengan miedo de mendigar, no es indigno mendigar. Indigno es creer que uno puede todo, que uno no necesita ayuda. Eso es indigno. Indigno será robar, será aprovecharse de otro, abusar de otro. Indigno será la suficiencia, el orgullo, pero la humildad, el saber pedir y el saber reconocer los dones, y pedir algo de esos dones que me beneficien o beneficien a mi comunidad, no es ningún atropello, no es ninguna indignidad. Eso es un concepto mundano que tenemos que ir venciendo. Tiene que ir triunfando el espíritu del Evangelio.

Cuando vamos a Dios pedimos. Tender las manos hacia la eucaristía es la figura que usamos, para vivir en clave de saber vivir. Saber pedir lo que necesito, saber pedir.

“No bueno, pero uno tiene que estar dispuesto a dar”. Por supuesto, da también lo tuyo. Pero quizá lo más importante es que sepas pedir. “No bueno, pero hay que dar, lo importante es saber dar y estar al servicio de los demás”. Ah si, si, si, pero primero tiene que pedir también. ¿Viste cómo nos cuesta?

Siempre damos vuelta la ecuación, siempre ponemos el muñeco con la cabeza para abajo y las patas para arriba. Nos encanta manejar la realidad. Y hasta cuando lo tan simple de la vida que se nos propone en el Evangelio, se nos anuncia, hasta ponemos en tela de juicio la Palabra de Dios. Y por eso nos cuesta vivir tanto el Evangelio. Porque no puede ser que Dios nos esté diciendo que hagamos esto de esta manera. ¿Cómo Dios nos va a estar diciendo que estemos pidiendo en vez de decir que estemos dando, primero?

Por supuesto, que el amor hace que estemos al servicio, pero no tengas miedo de pedir. Así de simple. No es para filosofar. No es para ver cuál es la prioridad.

Mire, ¿quiere que nos refiramos a los orígenes de su existencia y de la mía? Usted pidió. ¿Usted qué vino a ofrecer al mundo? Qué va a ofrecer si usted no tenía nada. A usted alguien le dio. Hay más idea de que usted tuvo que pedir permiso para venir a la vida, que venir a ofrecer algo a la vida. Es medio simple lo que digo.

A mi me impresiona la experiencia de la gratuidad. Porque esto es lo que fundamenta el saber pedir, el saber mendigar, en el sentido auténtico de la palabra. Vivir con libertad. Vivir la experiencia de la gratuidad. Saber reconocer los dones, significa pedir.

Yo veo que mi prójimo tiene esto, mi hermano, mi comunidad, aquel sacerdote, aquel laico, aquel matrimonio, tienen una capacidad… ¿Por qué no pedir que nos ayuden? ¿Che, nos pueden dar una mano? Cuántas cosas que no pedimos porque tenemos tantos argumentos para no pedir. El orgullo!!!

El orgullo estúpido que nos anula, que no nos deja compartir, que no nos deja vivir la experiencia del gozo, de saber valorar y disfrutar del talento y del don del hermano. Ese orgullo es el que nos traiciona permanentemente. Tenemos que vencerlo.

Volver a mirar ese gesto: voy a comulgar y pido la Eucaristía. Abro mis manos unidas, abiertas hacia el Cielo, la palma hacia arriba esperando, como aquel mendigo. ¿no? Te golpean la puerta, o la puerta del auto y te tienden la mano, y dicen “una cosita, por favor”.

¿Qué es lo que me impide pedir? ¿Cómo no pedir a Dios, si Él tiene todos los dones?

En el camino de la vida pastoral, como sacerdote, me he encontrado con las comunidades con muchos hermanos, muchos cristianos, que suelen tener esa costumbre de decir así “ah no, yo rezo por los otros, yo no pido nada para mi”. Bueno puede ser interpretado de diversas maneras, pienso. Yo creo que nunca hay que olvidarse de uno. El primer objeto de atención es mi propia persona, el primer prójimo, mi cuerpo, las necesidades de mi corazón, de mi alma. Primero yo.

Nunca hay que olvidar el mandamiento que dice “amar al prójimo como a sí mismo”. O sea que uno no tiene que olvidarse de sí. Por eso, cuando pedimos a Dios, también tenemos que pedir y quizás en primer lugar por nosotros.

Creo que nosotros estamos demasiados adueñados de la vida, demasiadas seguridades. Nos hemos mal acostumbrados a vivir mentirosamente, tenemos demasiadas seguridades y todos podemos morirnos, por ejemplo. No se asuste, no se asuste. Y bueno, y si se asusta más vale que sea de este lado y no del otro. ¿no?

La vida es una experiencia de gratuidad. Yo siempre digo, ¿cómo podré devolver el amor a mi papá, a mi mamá, a mis abuelos, a mis hermanos, a mis tíos, a mis amigos? ¿Cómo les voy a devolver el cariño? ¿La educación que he recibido?

Cuando vamos a la experiencia del mundo del trabajo, ¿cómo me van a pagar el servicio que yo hago? ¿Hay dinero que pague el servicio de una persona? El sueldo es un sueldo razonable para la vida pero no puede pagar el don de la persona. Hay un abismo absoluto. Son dos orillas que no se van a encontrar nunca. El don, la entrega, el amor que pone la persona por su servicio, y un sueldo por su trabajo. No hay manera de que un sueldo pueda compensar la tarea de una persona, no.

Esta es nuestra manera de entender la vida, y proponer el Evangelio. Desde la experiencia de la gratuidad, porque nos parece esencial recuperar este sentido de la vida. Este sentido de la esperanza. Este sentido de la solidaridad. Del agradecimiento. De poner todo lo que tenemos en el asador.

¿Y dónde van a encontrar la raíz de todas estas palabras? Donde sino, en la experiencia de que hemos recibido gratis, y que por tanto debemos también dar gratuitamente.

Generar una cultura desde la experiencia de la gratuidad, es el testimonio de los cristianos. Esa gran misión del Pueblo de Dios. De todos los bautizados.

Hagamos lo que hagamos. Recemos, cumplamos ritos, cumplamos de una manera o de otra; Tengamos que hacer tales cosas por el prójimo, tengamos tales apostolados. No tengamos tiempo, hagamos bien nuestro trabajo, estemos donde estemos, lo importante es que lo hagamos con nuestra plantita, con nuestra existencia, con el sentido que tenga nuestra plantita. Con la finalidad e identidad propia de cada uno. Con el llamado y el don que cada uno ha recibido de Dios.

Vivir siempre alimentado desde esta experiencia de la gratuidad.

Por eso este gesto de pedir la comunión, me pareciera iluminador para esta semana, este saber valorar la vida más como don.

Creo que esto es fundamental culturalmente hablando, sobre todo cuando la propuesta, de nuestro tiempo para nuestra gente, es que la felicidad es el placer y el gozo. Entonces se produce una invitación a vivir una experiencia reducida de la Verdad.

Todos necesitamos del gozo y del placer, pero no puede ser el objetivo de nuestras búsquedas.

Yo en la vida me propongo cosas que me exigen generosidad, entrega, en fin, conozco alegrías que son como dones, y me vienen cosas al corazón que yo no me las esperaba, una sorpresa. Pero al tiempo no es sorpresa, porque no vienen si yo especulo, con la entrega de mi vida. Sino si yo me entrego con el corazón y verdadera dedicación, a aquello que siento que tengo que dar un sí en mi vida.

Y cuando siento los temores y aun así soy capaz de dar un paso, para dar este si, entonces Dios también nos sorprende con enorme cantidad de experiencias de alegría y de gozo.

Yo siempre digo; la felicidad es una gran búsqueda de la persona. Pero no puede ser el objetivo. El objetivo debe ser un proyecto de vida, la felicidad es como un don, como un regalo, y ese don no lo tenemos que manipular nosotros. Lo que si tenemos que manipular es la entrega nuestra. Que está en nuestras manos. La búsqueda de la felicidad depende en buena medida de nuestra disposición para entregar nuestro talento.

Lo hemos recibido gratis, lo vamos a entregar también gratis.

CULTURA DE LA GRATUIDAD PARA ESTE TIEMPO.

Jesús después de haber sido en su anuncio despreciado, Jesús se lamenta ante aquellas ciudades que no se convierten, ante la evidente presencia de los signos del Reino.

Corazaín, Betsaida, si en otras ciudades se hubieran sucedido estos signos, hace rato que se hubieran convertido. Jesús como triste, como lamentándose, pero es sólo una apariencia de tristeza, es el Cristo que tiene el celo que sufre la salvación. Que viene a dar el consuelo, y el hombre que no comprende ese don de Jesús.

Es el Jesús que va a decir inmediatamente, “Yo te alabo Padre…”

Maravilloso el Señor, indicándonos el camino con sus gestos, lleno del Espíritu Santo, nos va a dejar este testimonio, es capaz de llorar por la falta de conversión de aquellas ciudades. Por mi falta de conversión.

En realidad el Señor fue capaz de sufrir y dar la vida para que yo me convierta. Y que me convierta quiere decir, que nazca de nuevo, que sea una novedad, una nueva persona.

Y esto no era posible sino por este dar la vida de Jesús. Pero el mismo que llora por mis pecados, el que es capaz de sentir la tristeza por mi falta de conversión, es también el mismo que inmediatamente puede alabar a Dios.

Porque Dios se rebela a los humildes y sencillos de corazón. “yo te alabo Padre, Dios del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas rebelado a los pequeños, si Padre porque así lo has querido.” ¡Qué maravilla no!?

A veces me pregunto, ¿Qué necesito para ir al encuentro de Dios?

Saben, me tengo que hacer la pregunta. Porque tenemos tantas obligaciones para llegar a Dios. Nos hacemos de tantas estructuras, de compromisos, de responsabilidades. Y si no las cumplimos es como que no tenemos nada que ofrecerle a Dios. En esta línea de la experiencia de la gratuidad, digo, ¿Qué necesitará Dios de mi?

¿Qué cumpla qué? ¿Qué sea fiel en qué?

No necesita eso, ni siquiera que yo no peque. No necesita Dios que yo no sea un pecador. Necesita algo tan simple…

Y digo, la gente no va a Dios. “No porque tengo vergüenza, porque hice mal, porque no dije la verdad, porque falté a la caridad, porque hablé mal de mi prójimo, porque me siento mal, porque me enfermé, porque tengo problemas, entonces no puedo ir a Dios”

¿Cómo que no puedo ir a Dios? ¿Qué es lo que tenés que hacer tan correcto para que Dios te reciba? Pero en serio les digo. Yo me hago esta pregunta. Me parece tan concreto y tan real esto porque, es lo que he mamado y percibido en la vida de tantas personas, y en la mía propia. ¡Qué manera de limitarnos y ponernos motivos que nos impiden llegar a Dios!

Yo no puedo ir a Dios, por esto y por esto… ¡Caramba!

Yo te alabo Padre por haber ocultado estas cosas a los sabios.

Los sabios en el mundo elaboramos muchas ideas y conceptos. Armamos muchas estructuras de pensamientos, que no nos dejan vivir. Es tan simple vivir…

Pero cuando nos llenamos la cabeza por ejemplo, de moral, y entendemos que moral son las conductas determinadas… no hay dudas de que quien tiene un principio y que tiene un concepto de la vida, tiene la necesidad de proyectar su forma de vida en sus sentimientos, sus pensamientos y sus pasos, conforme a ese concepto de la vida.

Ahora, si nuestra vida de cristiano es un concepto, ¡Claro!, no podemos ir a Dios.

Pero si nuestra interpretación de la vida es Jesús, es la relación con el Señor, es el encuentro con la persona de Jesús. Pero evidentemente que la moral no va a ser lo que determine nuestra vida. La moral va a ser la consecuencia de este encuentro, de esta relación, de esta amistad, de esta comunión, de esta concordancia.

De este ser en Cristo. Si Jesús, es el hijo de Dios, es un ser viviente y personal, que se ha hecho hombre por el misterio de la encarnación, que permanece en nuestra vida no sólo por la Gracia, sino con una presencia sacramental; no sólo en la presencia por su poder en el tiempo y en la historia, en la naturaleza, y en el prójimo sino en los sacramentos y en mi propio corazón. Si Jesús es un ser viviente y es la razón de mi vida, yo no tengo que estar pensando en la moral.

Y si la moral de mi vida no se adecua a esta experiencia de Jesús, quiere decir que tengo, en todo caso, una razón más profunda para ir a Jesús!!!! Porque herido por el pecado, por mi inconducta, soy más dependiente de Jesús. “Yo te doy gracias Padre por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes”.

Y si me tengo que poner a hacer una disquisición teológica de todo esto me enfermo. Me enfermo.

NECESITAMOS DE UN JESÚS REAL, VIVO! Después estudiemos todo lo que queramos. Hagamos todas las doctrinas que queramos, siempre que sean conformes a mejorar la explicitación del misterio viviente de Jesús, del acontecimiento que es Jesucristo y de nuestras vidas en Él.

A la vez Jesús alaba al Padre porque el Reino se anuncia y llega a los corazones sencillos y mansos. ¿Y cómo tienen que ser esos corazones sencillos? ¿Cómo debe ser esa sabiduría y esa prudencia del cristiano? Esa sabiduría y prudencia del sencillo de corazón. ¿En qué consiste, en definitiva, esa sencillez del corazón?

En que esa realidad de Dios puede ser percibida por aquellos que aceptan a Dios como es. Que aceptan la vida como es. Que la reciben, que la agradecen y que se dejan cautivar por ella. Y dejarse cautivar por esta vida que Dios nos propone, aceptar el mensaje de Dios no como una doctrina, sino como el acontecimiento de aquel en Quien seremos hechos de nuevo, renacidos. Aquel en Quien resucitaremos. Un mundo nuevo, una vida nueva. Es la experiencia del encuentro con Dios.

Señor dame un corazón sencillo para escucharte, recibir tu don, recibir lo Tu quieras dar. Recibirlo con agradecimiento. Señor dame un corazón sencillo.

Fíjense como en la Palabra se manifiesta esa unción interior de Jesús. Realmente, primero, llorando la falta de conversión, ungido por el Espíritu. Cuando tenemos mucho sentido de la realidad, mucho sentido del bien, de la justicia, ¡¿cómo nos duelen las injusticias?! ¿no?

Cuanto más hondo, más profundo es la conciencia de algo, más dolorosa, se hace lo contrario. Y hasta lo pequeño adquiere mucha dimensión. Es como cuando tenemos una tela y la miramos a lo lejos y está todo bien. Pero la acercamos a nuestra vista y a la luz, y contemplamos su trama y descubrimos sus defectos. Y le empezamos a ver sus fallas. Pero sólo la podemos percibir y sentir, como existente, a la cercanía de la luz.

Cuanto más somos de Dios, cuanto más le pertenecemos al Señor, cuanto más abrimos nuestra vida, mente y corazón a la acción del Espíritu, mayor es la obra de Dios en nosotros. Cuanto más nos disponemos a que Dios sea protagonista de nuestra vida, tenemos una dimensión más profunda y también más dolorosa del pecado, de las injusticias, de las mentiras, en fin… de aquellas cosas que son contrarias a la dignidad humana y al plan de Dios.

Y al contrario, cuanto menos nos interese Dios más insensibles estaremos.

Un signo muy claro de la necesidad de Dios es, justamente, todas las propuestas políticas, sociales que se establecen y los conceptos que quieren hacerse en nuestra cultura, la forma de vida y de pensamiento. La cultura de la muerte, la insensibilidad frente al niño por nacer, el desprecio de los ancianos que molestan, las dificultades que se ponen para que hayan sueldos dignos y trabajo para la gente; para que todos puedan tener su casa, eh, la insensibilidad….

Seguimos edificando las casas para arriba. ¿Por qué no las edificamos hacia abajo, hacia los laterales, hacia los fondos, los frentes? Que tengan un terreno, que tengan lugar de esparcimiento, que puedan tocar la tierra con sus manos, que los animalitos no estén en los departamentos, estén en un pedazo de tierra, de campo, donde puedan ser animales normales. Las personas puedan vivir normalmente, donde no dependan de un ascensor, de una cuestión eléctrica.

¿Por qué falta este sentido de humanidad en la construcción de las leyes, de los edificios, de la educación? ¿Por qué falta esta sensibilidad? Porque no hay un sentido de la trascendencia.

Este es el gran desafío que tenemos los cristianos. Comprender y anunciar como testigos de que si somos de Dios, vamos a tener una valoración concreta del acontecer humano. Pero desde una perspectiva trascendente. Eso significará que lo que yo toco con mis manos va a tener un profundo sentido y necesidad de fraternidad. Será solidario, será para el otro.

Pero es a partir de la experiencia de un sentido de la vida y de un sentido de Dios.