De santos y de locos, no nos alcanza

jueves, 12 de julio de 2007
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Llegaron a la otra orilla del mar, a la región de los gesarenos. Apenas Jesús desembarcó, le salió al encuentro desde el cementerio un hombre poseído por un espíritu impuro. Él habitaba en sepulcros y nadie podía sujetarlo, ni siquiera con cadenas. Muchas veces lo habían atado con grillos y cadenas pero él había roto las cadenas y destrozado los grillos y nadie podía dominarlo. Día y noche vagaba entre sepulcros y por la montaña dando alaridos e hiriéndose con piedras. Al ver de lejos a Jesús, vino corriendo a postrarse ante él y gritaba con fuerza: – ¿Qué quieres de mí, Jesús Hijo de Dios, el Altísimo? Te conjuro por Dios, no me atormentes. Porque Jesús le había dicho: – ¡Sal de este hombre espíritu impuro! Después le preguntó: – ¿Cuál es tu nombre? Él respondió: – Mi nombre es Legión, porque somos muchos. Y le rogaba con insistencia que no lo expulsara de aquella región. Había allí una gran piara de cerdos, que estaba paciendo en la montaña. Los espíritus impuros suplicaron a Jesús: – Envíanos a los cerdos, para que entremos en ellos. Él se lo permitió. Entonces los espíritus impuros salieron de aquel hombre y entraron en los cerdos. Y desde lo alto del acantilado toda la piara, unos dos mil animales, se precipitaron al mar y se ahogaron. Los cuidadores huyeron y difundieron la noticia en la ciudad y en los poblados. La gente fue a ver qué había sucedido. Cuando llegaron adonde estaba Jesús, vieron sentado, vestido y en su sano juicio al que había estado poseído por aquella legión y se llenaron de temor. Los testigos del hecho les contaron lo que había sucedido con el endemoniado y con los cerdos. Entonces empezaron a pedirle a Jesús que se alejara de su territorio. En el momento de embarcarse, el hombre que había estado endemoniado le pidió que lo dejara quedarse con él. Jesús no se lo permitió, sino que le dijo: – Vete a tu casa con tu familia y anúnciales todo lo que el Señor hizo contigo al apoderarse de ti, y al compadecerse de ti. El hombre se fue y comenzó a proclamar por la región de la Decápolis lo que Jesús había hecho por él y todos quedaron admirados.

Marcos 5, 1 – 20

Las acciones de exorcismo, que relata la Palabra de Dios, constituyen un género literario, un modo de construir el relato que supone algunos elementos que están claramente presentes en el texto que acabamos de compartir.

El primer elemento es el encuentro, entre el que exorciza y el que va a ser exorcizado.

El segundo elemento es el mecanismo de defensa, que despliega la presencia del mal, del demonio y lucha contra quien va a exorcizar.

El tercer elemento es la apopompa, que es la expulsión, la liberación.

El cuarto elemento es la epipompa, el envío del demonio a una víctima. El envío del demonio al mismo demonio, en este caso, a los cerdos. Que representan la figura del mal y al mar donde caen, donde también está representada la figura del mal.

Y el quinto elemento, el impacto, que la acción de liberación (el exorcismo) genera en otros espectadores.

Todos estos elementos están presentes en el relato de exorcismo, como figura literaria. Como modo de construir y de hacer presente una acción prodigiosa, como es la de liberación de las fuerzas del mal en una persona, que impacta en sí mismo y que para poder contarlo de alguna manera, necesitamos un orden, una estructura esquelética. Los códigos que ayudan a la construcción de esta estructura están contenidos en estos 5 puntos, que acabamos de decir. Y que aparece en todo el relato exorcista.

Pero ¿qué es el exorcismo? Cuando hablamos de exorcismo hablamos de liberación de la fuerza del mal. ¿Y cuáles son esas fuerzas del mal que aparecen en este relato? Todas aquellas que, al final del relato, vuelven a resistir a Jesús, que ha obrado y ha sembrado la Gracia de la sanidad, sobre una población que resiste, bajo la acción del mal (como un pueblo pagano, éste donde va Jesús), la actividad de Jesús.

Claro, es una mentalidad que Jesús viene a exorcizar. El exorcismo que realiza Jesús, representado en la figura de éste que está poseído por legión, comienza por este lugar, pero apunta a liberar una mentalidad pagana, ausente de Dios. Que al ver que Jesús hizo lo que hizo, con aquel que era como el chivo expiatorio comunitario, después terminaría con aquellos que habían descargado toda su culpa en aquel, al que tenían atado con cadenas.

Cuando Jesús lo puso en su sano juicio, los que vieron el avance de la sanidad de Jesús, sobre este referente icono de lo mal que estaba aquel pueblo, dijeron “ahora viene por nosotros”. Y entonces, antes de que Jesús siga avanzando, le dijeron “hasta aquí llegamos”.

Sin embargo, ¿cómo termina el relato? El curado quiere irse con Jesús. Y Jesús le dice “no, quedate en el pueblo”. Porque la fuerza de liberación que Jesús desata en esta persona, hace que el sanado se haga sanador. Y el exorcizado pueda comenzar a transformar la mentalidad de aquellos que rechazaron a Jesús, pero para los cuales ya no hay más tiempo.

Para ellos también ha llegado la hora del anuncio de un nuevo modo de vivir, es el estilo que Jesús ha marcado en el corazón de éste, que de los sepulcros pasa a la ciudad, en su sano juicio para comenzar a transformar la locura en la que vivían todos aquellos, apartados de Dios. Este es el paganismo, la negación de Dios, la ausencia de la trascendencia.

Es realmente rico el relato que estamos compartiendo. Y es interesante, cómo Jesús actúa frente a esta multitud, que está como concentrada sobre uno, (al que le podríamos llamar el chivo expiatorio comunitario), pero que en realidad habla de todos aquellos que no están. Y a los cuales Jesús comienza a avanzar, y a pesar de que le niegan el ingreso al pueblo, el Señor estratégicamente ha encontrado el modo de darle continuidad a la obra que inició. Dejó plantada la semilla en éste, al que le impide seguir con él, porque tiene una misión para realizar: dar testimonio entre los suyos de la obra y la grandeza de Dios.

La intención descriptiva que tiene el relato de Marcos, habla del costado tremendo de la humanidad enferma y poseída bajo la fuerza de lo negativo. De lo cual hay que tomar conciencia, para poder verdaderamente abrirse a la Gracia, al regalo de liberación y de redención que Dios es capaz de obrar. Y por eso Marcos se detiene a mostrar toda esta dimensión terrible, dramática, dolorosa, oscura, triste que representa este hombre que habita en sepulcros. Es decir, es un muerto en vida. Está atado, es un esclavo en ese lugar. Al mismo tiempo, vive en un territorio pagano, impuro, apartado de Dios, entre animales impuros (los puercos).

“Habita en los sepulcros y nadie podía sujetarlo, ni siquiera con cadenas.” ¿Quién lo encadenó? Sino aquellos que aparecen al final de la escena, diciéndole a Jesús que se aparte de ellos. Lo han encadenado, podríamos leerlo así también, todo esta situación de gran negación de Dios, que hay en el lugar donde nuestro amigo habita.

Lo reitera esto en el versículo 4. Es un estado de asociabilidad, salvajismo, autodestrucción, muerto social en la que vive el personaje, atado con grillos y con cadenas.

Sujetado por “peligro público”. Es un energúmeno. Es decir, accionado desde dentro por un demonio, es una multitud de fuerzas del mal, que actúan y operan simbólicamente sobre uno que representa el conjunto; que después aparece igualmente negando la presencia de Jesús. Resistiendo a la fuerza liberadora que trabaja el Señor. Y por eso, no te acerques a los poblados. Pero ya es tarde, la semilla ha sido plantada. Hay uno por donde comenzó a transformarse la historia.

Éste, el que fue liberado, vagaba entre sepulcros. Como nos pasa a veces a nosotros, ¿no? Y como bien podríamos vernos representados nosotros. ¿Cuáles son los lugares de muerte por dónde vagamos, por donde deambulamos interior y exteriormente? ¿Cuáles son los lugares para donde nosotros no hay sosiego? Donde sentimos realmente que la vida la vivimos, porque hay que pasarla. Pero no la vivimos realmente como merece ser vivida. Con pasión, con entusiasmo, esto es, en Dios. Sino en los lugares de muerte, allí donde no hay vida.

¿Cuáles son esos lugares? ¿Cómo podrías pintarnos tus sepulcros? Pintarte tu sepulcro, darte cuenta que es un lugar de muerte ese sentimiento de angustia, que te gobierna por dentro; de decepción. Ese gobierno interior que lo marca las legiones de las depresiones por las que caés a lo largo del día. Cuando puede más el letargo, el peso, que las ganas de vivir. Puede más tu tedio interior, tu bajón, que tus ganas, tus reales ganas de vivir.

¿No te parece que esos sentimientos, esa legión de fuerzas interiores son tus sepulcros? Que aparecen exteriormente representados en tu mirada, en tu gesto intolerante, en tu actitud incomprensiva, en tu incapacidad para darle tiempo a otros, en tu apuro por hacer rápido las cosas. No sabés para qué y más de una vez, por allí has tenido la luz para decirte “¿por qué ando tan apurado?” ¿No te parece que son lugares donde no se vive en plenitud?

Estos interiores y exteriores, donde vos vagás como el amigo, y una multitud de fuerzas de adentro y de situaciones de afuera te hacen andar como muerto en vida. Y lo reconocés. Cuando en un acto de conciencia, en un momento determinado del día, te decís (como me pasa a mí), “¿por qué estoy como estoy? ¿Qué me pasa que estoy así?

O no te ocurre, que en medio del fragor del apuro, del frenesí, de la locura de una cosa tras otra, vos por ahí te lo preguntás ¿vale la pena que yo me angustie por tanta cosa?

Son esos raptos de luz, sobre los que hay que saber detenerse para darle lugar al proceso de liberación y de autoexorcismo que nos merecemos dar. Para que desaparezca, se va ya lejos, todo aquello que no colabora con el proyecto de plenitud, de felicidad, de serenidad, de sano juicio, de normalidad, en el que Dios nos quiere viviendo.

Si, nos justificamos, “de santos y locos todos tenemos un poco”. Pero en realidad, los verdaderos santos, son normales. Y en el evangelio aparece claro, que este sacado de sí mismo, este tumbado, decimos, este enajenado. Este salido de su cauce, que vive como muerto en vida. Al final, se encuentra en su sano juicio. Es decir, es normal.

Por allí hasta encontramos, en que “de santos y locos todos tenemos un poco”, el justificativo para darle rienda suelta a este andar por nuestros sepulcros como locos, bajo el signo de que “Dios así lo quiere”. Entonces justificamos a nuestra locura, a nuestra no-normalidad, a nuestra falta de quicio y de juicio sobre un paradigma que no es, sobre un modelo que no es Verdad. Cuando una persona de fe comienza a desvariar y justifica su desvarío y su falta de contacto cordial con la realidad, detrás de lo religioso, hay que dudar de lo auténtico de lo religioso.

No hay autenticidad religiosa en la falta de normalidad, en la falta de sanidad.

La naturaleza es el sustrato, es el sustento en torno al cual la Gracia de Dios se deposita. La Gracia supone una naturaleza, que de verdad mientras más sana va siendo la Gracia de Dios más disponible está para ser verdaderamente instrumento de la Gracia de Dios. De allí, que hay que ir haciendo procesos de normalización, en el camino de la santidad.

Nuestro amigo comienza un camino de santidad. ¿Sabés por qué? Porque empezó a caminar en su sano juicio y fue abandonando los lugares de locura en que se movía. Dios nos quiere sanos y santos. No nos quiere locos ni enfermos.

Cuando estamos un poquito sacados, y un poquito fuera de lugar, cuando hay una fuerza adentro incontenible que nos hace andar por un montón de lugares de muerte y desparramando muerte, y matando a otros que se nos acercan; y a la vez creemos que podemos hacerlo compatible con el espíritu de fe, estamos lejos de la propuesta de Jesús.

De santo y loco todos tenemos un poco… no nos alcanza. No nos sirve. Y tiene que ver con el Evangelio. Con el Evangelio tiene que ver la normalidad y la sanidad, la que propone Jesús en este texto de liberación. En este amigo que nos representa, el liberado de los sepulcros. Vos también estás llamado, estás llamada a salir de tus lugares de muerte y a dejar que Jesús trabaje en vos progresivamente. Para ir llevándote sobre un camino de mayor sanidad, de mayor normalidad.

¿Qué quieres de mí Jesús, Hijo de Dios el Altísimo? Es la pregunta que brota de la persona que no está en su sano juicio, y que más que abierta a una respuesta por parte de Jesús, se ofrece como una resistencia y un ataque a la persona del Señor. Y Jesús que hace frente a la pregunta y que comienza a liberar a este hombre de esta fuerza interior que lo oprime, y que no lo deja vivir en paz: ¡Sal de este hombre espíritu impuro! ¿Cuál es tu nombre? Le pide que se identifique, e identificándose termina por desarmar la estructura de resistencia que ha instalado en el corazón del que tiene que ser liberado.

Ante la presencia de la fuerza sanante, bajo cualquiera de las formas que aparezca en nuestra vida, instrumentada por un amigo/a, por un ambiente, por una situación familiar que nos invita a reflexionar y a volver a nuestro cauce, o la consciencia que uno va adquiriendo en sí mismo de que las cosas tienen que modificarse, comienzan a producirse también, en el mismo movimiento de la Gracia sanante, fuerzas que resisten dentro de nosotros a que la cosa sea distinta.

En el proceso de transformación de sanidad, en el crecimiento en la vida de santidad de plenitud, junto con este don aparece la contracara de la resistencia. Y el Evangelio lo muestra claramente, en boca de los demonios en principio, de la legión que opera dentro del poseído, se manifiesta la resistencia. Hay que incluirla dentro del proceso de crecimiento. No es lineal el proceso de madurez, de crecimiento, de sanidad.

Es sinuoso el camino, tiende a ser ascendente, pero… tiene su curva y contracurva.  Y por allí también tenga su lugar de meseta y de descanso, para emprender nuevamente el camino.

Pero básicamente nos detengamos en este lugar de la resistencia, este lugar de lo conocido, aunque sea malo, “más vale que bueno por conocer…”. Que pareciera ser un leit motiv de lo humano, que no se atreve a lo que no conoce y que no se anima a dar un paso, sino en seguridad, ante lo que viene.

O acaso el niño cuando aprende a caminar no se va agarrando al principio de los lugares donde deambulaba: la sillita, la falda de la mamá, pide la mano, se agarra de los muebles… hasta que liberándose de lo conocido se anima a dar pasos sobre lo desconocido. Forma parte del proceso el agarrarse de lo conocido hasta que… podemos caminar sobre lo desconocido.

Se ha generado una estructura de resistencias dentro de la vida de esta persona. Lo dice claramente el Evangelio, está encadenado, está agarrado por cadenas, que representan estas estructuras de resistencia. En vos también como en mí hay mecanismos de resistencias frente a lo nuevo, que hay comenzar a recorrer.

Y si vos te detenés a pensar en qué consisten, yo te puedo asegurar que tienen que ver con “más vale malo conocido que lo bueno que se me invita a caminar”. Y ahí empieza a operar la pereza, el “no te metás”, el “para qué tanto”, el “así las cosas no están tan mal”.

Es como vamos al médico después de mucho tiempo, y nos hacemos los análisis. Pensábamos que estábamos bien, hasta que los análisis empiezan a mostrar que no estabas tan bien. “Pero si a mi no me duele nada”. Es el mundo conocido en el que vivimos, el que nos delata esta falsa imagen de nosotros mismos. Es una necesidad de conservación, diría yo, la que nos hace permanecer en ese lugar.

Sin embargo ante la luz de lo nuevo, empiezan a saltar las clavijas, empieza como a desvencijarse los tornillos y las estructuras que nos mantenían en aquel lugar. Es la presencia de Jesús.

En el caso del Evangelio, no resiste el que había creado la multitud de resistencia y que lo tenía atado con grillos a nuestro hermano de Gerasa. No resiste más, da la cara y dice: ¿qué quieres de nosotros? Que se vayan, dice Jesús, que desaparezcan, que lo dejen en paz.

Preguntate dónde están tus resistencias ante lo nuevo. ¿Cuáles son las cosas que dentro tuyo dicen “si estaría bueno que vayas cambiando, pero, pero? Ese pero tiene detrás una artillería. “Está bien, pero no es para vos”; “sería bueno, pero es para otros, no pienses locuras”; “es para gente muy capaz, vos no sos capaz”; “es para gente sana, vos no sos sano, vos ya estás declarado como enfermo”; “lo tuyo no tiene solución”.

Ese discurso determinista con el que el mal opera para mantenernos entre grillos y cadenas. Sólo una fuerza de liberación, como la que hoy nos regala el Evangelio, es capaz de terminar con estos discursos.

Una fuerza de libertad es capaz de terminar con estas esclavitudes interiores.  A veces, tan incorporadas dentro de nosotros que estamos bien…. Hasta que alguien te muestra que no estás tan bien. Hasta que se desnudan tus fragilidades y aparecen tus pobrezas. ¡Qué sano que es encontrarse con eso para empezar un nuevo camino!

Ojalá surja de adentro tuyo. La pregunta ¿qué querés de mi Jesús? Y que hablen los lugares de nosotros que no están todavía evangelizados y que Jesús expulse de esos lugares, todos los sentimientos que operan negativamente para que nosotros seamos lo que realmente estamos llamados a ser, que nos exorcice el Señor. Que es quitar la fuerza del mal bajo cualquiera de las formas que haya anidado dentro de nosotros, y comencemos de verdad a vivir en Él.

Padre Javier Soteras