Dejame nacer de nuevo

lunes, 12 de abril de 2021
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12/04/2021 – ¿Quien es Nicodemo? Es la pregunta que instalamos. Es un fariseo, doctor de la ley que lo visita a Jesus. Lo atrae los milagros. Va de noche a verlo y está dispuesto a reconocer a Jesus como el que viene de Dios. Tiene una búsqueda auténtica.

Había entre los fariseos un hombre llamado Nicodemo, que era uno de los notables entre los judíos. Fue de noche a ver a Jesús y le dijo: “Maestro, sabemos que tú has venido de parte de Dios para enseñar, porque nadie puede realizar los signos que tú haces, si Dios no está con él”. Jesús le respondió: “Te aseguro que el que no renace de lo alto no puede ver el Reino de Dios. ” Nicodemo le preguntó: “¿Cómo un hombre puede nacer cuando ya es viejo? ¿Acaso puede entrar por segunda vez en el seno de su madre y volver a nacer?”. Jesús le respondió: “Te aseguro que el que no nace del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios. Lo que nace de la carne es carne, lo que nace del Espíritu es espíritu. No te extrañes de que te haya dicho: ‘Ustedes tienen que renacer de lo alto’. El viento sopla donde quiere: tú oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni adónde va. Lo mismo sucede con todo el que ha nacido del Espíritu”. 

San Juan 3,1-8

¿Quién es Nicodemo?

Durante cuatro días leeremos en el evangelio de Juan el diálogo entre Jesús y Nicodemo. Este hombre es un fariseo, doctor de la ley que va a visitar a Jesús, aunque lo hace de noche. Está bien dispuesto: reconoce a Jesús como maestro venido de Dios, porque lo acompañan los signos milagrosos de Dios.
Jesús recibe a Nicodemo y dialoga serenamente con él. A Nicodemo no deja sorprenderlo la manera como Jesús anuncia y enseña acerca de lo que es el Reino. Nicodemo comienza su conversación tanteando al Maestro, hablando en primera persona del plural y alabándolo. Pero cuando lo oye decir que hay que “nacer de nuevo”, no puede comprenderlo.

Jesús le advierte que si no se tiene el deseo de querer ser una persona nueva ese Reino estará distante. Sin embargo continúa conversando con Jesús, a pesar que su noche se vuelve más oscura aún, acabará entendiendo. Aquella fue para Nicodemo su noche pascual: pasó de la oscuridad a la luz.

Nacer de nuevo

Jesús no habla de volver a nacer biológicamente, como no hablaba del agua del pozo con la samaritana, ni del pan material cuando anunciaba la Eucaristía. Jesús no se impacienta. Propone, conduce y presenta el misterio del Reino.

La fe en Jesús es el tema central de todo el diálogo. Creer en Jesús supone «nacer de nuevo», «renacer» de agua y de Espíritu. La fe provoca consecuencias profundas en la vida. No se trata de adquirir unos conocimientos o de cambiar algunos ritos o hábitos: nacer de nuevo indica la radicalidad del cambio que supone la «resurrección de Jesús» para la vida de la humanidad.

Nacer de nuevo es recibir la vida de Dios y nos afecta por completo. Creer en Jesús y vivir su vida, desde el Bautismo, es estar en continua actitud de renacimiento: para que esa vida de Dios que hay en nosotros, animada por su Espíritu, vaya creciendo y no se apague por el cansancio o por las tentaciones de la vida.

Agua y Espíritu son los dos símbolos empleados por Jesús. Ambos expresan la acción del Espíritu Santo que purifica y da vida, limpia y anima, aplaca la sed y respira, suaviza y habla. Agua y Espíritu hacen una sola cosa.

Para el hombre antiguo el soplo del viento era algo totalmente misterioso; al viento no se lo puede aferrar, no se lo puede meter en un puño, no se lo puede comprender; ni siquiera se puede establecer su dirección. Eso es exactamente lo que ocurre con el que ha nacido del espíritu.
La vida del “nacido del espíritu”, no se puede comprender con medidas, normas y categorías humanas, porque toda su persona se funda en Dios y en su Espíritu divino. Es una existencia que participa del soplo del espíritu y, por tanto, de Dios. Quien ha nacido del Espíritu se deja guiar por Él, pues ya no se pertenece a sí mismo sino a Dios. Su manera de pensar, de actuar de dirigir su vida, está ahora marcada por la presencia del poder de Dios, el cual se manifiesta en el amor.

Existe una vieja manera de vivir, basada en el poder, el interés, la comodidad que aparece cada vez que la vida nos coloca ante una decisión. Es como la respuesta automática. Si no introducimos una decisión nueva, nuestra manera espontánea de funcionar siempre se ajusta a los criterios de la carne.

Hay una manera “nueva” de vivir, que es la manera según el Espíritu cuando dejamos de ser el centro, cuando el amor y la verdad sellan nuestras decisiones, cuando andamos los caminos de la justicia y la solidaridad.

Al ser bautizados, esta nueva vida se hace realidad en nosotros, pero es necesario que como toda vida: crezca, se desarrolle y dé fruto. El evangelio, con sus afirmaciones sobre el “renacer”, nos interpela a nosotros igual que a Nicodemo: la Pascua que estamos celebrando tiene que producir en nosotros efectos profundos de renacimiento.

 

En la noche se ilumina un nuevo camino

 

Nicodemo se acerca a Jesús de noche porque se ha sentido profundamente atraído por el mensaje del Maestro de Galilea, pero al mismo tiempo, le da vergüenza exponerse frente a esta enseñanza nueva que ha seducido su corazón, desea encontrarse con Jesús y va al encuentro con Él de noche.

En la noche, en la oscuridad, Jesús pone luz en el corazón de Nicodemo invitándolo a comenzar a recorrer un camino nuevo que supone un nuevo nacimiento, que no es volver al seno materno sino nacer del agua y del Espíritu Santo, sin duda Jesús está hablando del don, de la gracia bautismal, el nuevo nacimiento en nosotros, el renacer, el comenzar de nuevo no depende tanto de un propósito, de un esquema de vida, de una pauta de conducta con la que comenzamos a rehacer nuestra vida sino un cambio, una transformación desde lo hondo. Jesús propone una metanohia, una transformación desde la raíz, un cambio desde el origen de donde hemos sido concebidos.

En el seno materno fuimos concebidos pero Dios tenía un proyecto desde antes. Antes de haberte concebido tu madre Yo te había pensado, nos dice Dios y es bueno volver a ese lugar y descubrir ese nacimiento primero, en el corazón de Dios, en el pensamiento y en el querer de la voluntad y el amor de Dios. Nacer del agua y el Espíritu es ir mas allá del seno materno, es ir al seno divino, al seno trinitario, al lugar donde fuimos concebidos eternamente por Dios bajo el signo del Amor.

El cambio comienza en nuestro corazón, esta transformación nos viene dado por la obra del Espíritu Santo que actúa en nosotros a través de la gracia bautismal.

Está aconteciendo en nuestras vidas un cambio de radicalidad cuando con la presencia del Espíritu Santo, en lo mas hondo de nuestro ser todo comienza a ser nuevo.