“Desde joven admiro a los sacerdotes metidos en el barro”, dijo el padre Gonzalo Llorente

sábado, 25 de mayo de 2019
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25/05/2019 – El padre Gonzalo Llorente es párroco desde hace muchos años en la comunidad de la Inmaculada Concepción de Chepes, en la provincia de La Rioja, pese a que nació en 1954 en la ciudad de Buenos Aires, en el seno de una familia numerosa, junto 12 hermanos más. Su padre, Saturnino Llorente, fue ingeniero agrónomo y gobernador de la provincia de Buenos Aires a fines de la década del 60. “Mi padre trabajó siempre como administrador de campos. Integró la comisión fundadora de la Asociación Cristiana de Dirigentes de Empresa junto al recordado Enrique Shaw, y luego la Corporación Rural de Emprendimientos Agrícolas. Mi mama, Elena, fue ama de casa, colaboradora de mi padre en la administración de campos y catequista. Mi infancia la paseé en un gran campo, a 30 kilómetros de la localidad de General Lavalle, en el sur cordobés”, recordó Gonzalo. “Mamá era realmente una santa. Siempre pendiente de acompañar a papá, pendiente de la gente. Acompañaba a papá no sólo en reuniones del Movimiento sino también en laborales, como las exposiciones agropecuarias. Monseñor Dean, obispo de Villa María, los autorizó a tener el Santísimo en casa. Nos enseñaron mucho la oración, con rosario diario en la capilla doméstica de casa. Mamá misionaba por el campo, daba catequesis en la escuelita del campo, arreglaba el jardín aún cuando estuviera embarazada y se las arreglaba con el auto para ir a todas partes cuando no estaba papá. Era muy sacrificada; vivía haciendo ofrecimientos, como dormir en el piso o sufrir el calor, leía mucho y le gustaba visitar enfermos”, agregó.

El padre Llorente recordó también: “Papá era más divertido, pero le daba el visto bueno a mamá en todo lo pastoral. A lo mejor hacía lo mismo que mamá pero no decía nada. Además, rezaba mucho”. Y añadió: “Cuando mis hermanos mayores comenzaron el secundario, mi familia decidió volver a Buenos Aires. Yo tenía 9 años cuando ocurrió eso. Mis padres eran muy inquietos espiritualmente y nos contagiaron el espíritu del Concilio Vaticano II y el documento de Medellín. Junto a los sacerdotes asuncionistas conocí al padre Carlos Mugica. A partir de allí comencé a admirar a los sacerdotes metidos en el barro, comprometidos con los más humildes”.

El sacerdote indicó que “cuando estaba en el segundo año de Ciencias Económicas de la UCA le dije a mi padre que quería hacer una experiencia misionera en el interior del país. Estaba buscando algo más para mi vida. Y esto me ayudó mi hermana Mercedes, que desde hace años atiende a los wichis en Formosa. En ese momento, Mercedes estaba en La Rioja y me habló muy bien de monseñor Enrique Angelelli. Así que ahí me vine por primera vez en 1973, siendo un joven. Y cuando llegué quedé entusiasmado con esta iglesia que vive la alegría del Evangelio, que celebra al Dios de la vida y se compromete con los más pobres. El riojano se preocupa por el otro, vive con las puertas abiertas, esto me enamoró”. El padre Gonzalo relató que cuando Angelelli fue asesinado, su padre le pidió que por seguridad volviera a Buenos Aires y así lo hizo. Pero siguió en vínculo con la iglesia riojana y finalmente se decidió por ingresar al seminario, que lo hizo en Tucumán. Cuando fuer ordenado diácono se instaló en Chepes y desde entonces acompaña pastoralmente esa comunidad del sur de La Rioja.

Por último, el padre Llorente rezó esta oración, heredada de San Juan Crisóstomo, uno de los Padres de la Iglesia:

Señor, haz que siempre tenga deseos de Ti.

Para que deseándote te siga buscando.

Buscándote te siga encontrando.

Y encontrándote pueda amar como Tú nos amas,

y vencer mis mezquindades.

Amén.