Día 1: Buscar y hallar la voluntad de Dios

jueves, 18 de febrero de 2016
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18/02/2016 – Hoy comenzamos el primer día de los ejercicios ignacianos. El primer punto en el primer día de los ejercicios, San Ignacio en su libro pone el título “Buscar y hallar la voluntad de Dios”, con lo que plantea la finalidad de los ejercicios.

Desierto

Buscar y hallar el querer de Dios

San Ignacio lo plantea diciendo “ejercicios espirituales, se entiende todo modo de examinar la consciencia, de meditar, de contemplar, de orar vocal y mental, y de otras espirituales operaciones”. Cuando uno hace un ejercicios, por ejemplo físico, después se puede registrar que signos hay en el cuerpo y en torno a eso tomar algunas decisiones. En la espiritualidad pasa lo mismo. Hay una serie de ejercicios espirituales que hacemos que presentan síntomas a las que llamamos mociones. Cuando nos dejan gozo y paz, suelen venir de Dios.

Una vez que nosotros haciendo discernimiento descubrimos lo que es de Dios lo tomamos, y descartamos lo que no. Así vamos encontrando la voluntad de Dios.

Este seguir las mociones que inspiran nuestro corazón y así tomar las que vienen de Dios y lanzar las que no, nos van a ir ordenando a la voluntad de Dios que siempre es amorosa. Hablar de voluntad de Dios implica una voluntad amorosa que desea lo mejor para nosotros. No es una bajada de línea, sino una presencia de amor que viene a tomar nuestro ser desde dentro.

Lo primero es ir encontrando un espacio para la oración, un tiempo concreto. Para buscar la voluntad de Dios necesitamos orar, darle un tiempo. Después discernir lo orado para descubrir qué es lo que dice, y así tomar lo que nos dice, y descartar lo que no es de Dios. Una vez discernido andar por donde Dios nos dice, dejándonos seguir más por su amor que por su mandato. 

¿Que es discernir la voluntad de Dios?

En la expresión de los padres del desierto, el buscar la voluntad de Dios, es actuación de un cierto sentido del alma, que no se expresa necesariamente mediante un juicio claro y distinto, sino que se desarrolla en la vida cotidiana y se pronuncia sobre el sentido, la orientación de las mociones interiores afectado: el ánimo o desánimo, la esperanza o la desesperanza, el coraje o el temor. Es muy importante pedir gracia de discernimiento para entrar a ejercitarse en el mes de San Ignacio. Por eso cada día, antes de hacer el ejercicio, rezaremos con la oración de la sabiduría. 

Las meditaciones y contemplaciones son las que hacen que en nosotros se muevan las varias mociones espirituales, “las que según sea su orientación han de ser bienvenidas (las que son del buen espíritu) y rechazadas las que buscan desviarnos del camino de Dios”.

Cuando se hacen los ejercicios se mueven cosas dentro de nosotros que Dios las mueve para ponerlas en orden. Son esas cosas que están dentro nuestro que no son buenas y que necesitamos sacar, y otras muy buenas que hay que reafirmarlas. Por eso hay que rezar y definir el día y el momento del ejercicio que siempre es una oración y contemplación, y después hacer el examen.

Para que el ejercicio de resultado hay que respetar la materia de oración de cada día. Es un ejercitar con lo que vamos a ir compartiendo cada día y con eso rezar. 

El camino que recorremos juntos es seguir en el alma de quien hace los ejercicios el obrar del Espíritu Santo. Los ejercicios tienen que conducirnos a despertar la vida del Espíritu que está dentro nuestro.

El ejercitante no solo debe cumplir con el ejercicio de cada día, sino estar atento a lo que se va moviendo desde dentro y abierto a los que se va dando en la vida cotidiana. La invitación de Ignacio es pasar a la interioridad, buscando y tratando de descubrir lo que se me mueve y a dónde me orienta. Así capatar nuestras motivaciones más profundas, e incluso ir rectificando aquellas motivaciones que no son buenas que nos clausuran en nosotros, que nos llenan de miedo.

Presupongo en mí 3 pensamientos

San Ignacio dice desde su experiencia: “presupongo ser tres pensamientos en mí, a saber, uno propio mío… y otros dos que vienen de fuera el uno que viene del buen espíritu y el otro del malo” (EE 32).

Eso desde fuera o desde dentro no resulta tan sencillo de distinguir, lo que si hay que decir que la solicitud desde fuera, es desde fuera de la libertad, la cual se ve en situación de elección en el marco de una dramática lucha entre el bien y el mal, entre la luz y las tinieblas que durará hasta el fin de los tiempos (GS 37).

Dice el P. Fiorito (autor que nos acompañará ayudándonos a interpretar a San Ignacio), “en lo profundo del corazón humano no hay más que dos movimientos: el amor y el egoísmo. Uno viene de la mano de Dios amor y el otro del pecado, personificado en “el enemigo de la naturaleza humana””. No siempre es el diablo. Muchas veces somos nosotros mismos, por nuestros desórdenes y faltas de responsabilidad o desviaciones. Es verdad que el mal opera sobre nuestras debilidades. 

Desde la escritura, en Rm 7, 14 se nos presenta, al igual que la patrística, de: “espíritu y carne”, la primera el espíritu es más interior. La carne busca atentar contra el Espíritu que es donde Dios nos quiere.

La clave que nos va a acompañar a lo largo de todo éste camino será: a las mociones de Dios las seguimos; a las que no son de Dios las rechazamos. 

¿Qué son las mociones y qué los espíritus?

Las mociones son las realidades concretas, subjetivas, que experimentamos dentro de nosotros, como pensamientos, deseos, gustos, sentimientos (EE 32) y espíritus son las realidades subjetivas que ocurren fuera de nosotros que son las que actúan influyendo en lo que pasa dentro nuestro, a estos les llamamos buen o mal espíritu según a donde nos oriente en relación al querer de Dios aquí y ahora.

El Espíritu Santo mueve en mí, por ejemplo, compasión por una persona en la calle. Esa moción es sobrenatural, porque no está en mi naturaleza acercarme a quien olor y es desagradable. Sin embargo, desde fuera de mí, el Espíritu me inspira y me mueve superando mi natural resistencia.

Un ejemplo desde el mal espíritu: yo tengo una relación buena y armoniosa con mi familia. Sin embargo, en medio de una situación muy sencilla, despertó que me sacara y dijera un montón de cosas hirientes que nunca hubiera querido decir. Es un impulso que viene de fuera, que toma mi naturaleza no tan bien trabajada. No estaba la división en nosotros, sino que se metió desde fuera. El modo de combatirlo será cerrarle la puerta del corazón.

Los ejercicios nos van a ayudar en estos días a habituarnos a distinguir entre el buen y el mal espíritu y preguntarnos qué moción se genera en nosotros (ánimo o desánimo, fervor o sequedad, coraje o cobardía) y saber así si colabora o no al buen camino.

En los ejercicios nos capacitamos para como dice San Juan: “no se fíen de cualquier espíritu, sino examinen si los espíritus vienen de Dios” (1 Jn 4,1) o como dice Pablo: “examínenlo todo y quédense con lo bueno” (1 Tes 5, 21) osea que a lo demás lo tiramos fuera.

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Momentos de la oración

1- Oración preparatoria (EE 46) me pone en el rumbo del Principio y Fundamento: que lo que yo vaya a hacer me ponga en el contexto de buscar y realizar, ya desde ahora, y por encima de todo, la voluntad de Dios.

2- “Traer la historia” (EE 102) Se trata de reconstruir la historia de lo que contemplo a partir de los datos. Ayudará leer detenidamente y varias veces el pasaje que quiero contemplar:  Sabiduría 9, 1-12.

3-“La composición de lugar” (EE 103) tengo que componer la escena, re-crearla, reconstruirla desde los datos que la Escritura me ofrece.

4- Formular la petición (EE 104) La petición es la que enrumba la oración, la pone en búsqueda de algo, no la hace simple pasatiempo, sino persistente interés en alcanzar algo.

“Vergüenza y confusión de sí mismo”

Es un ponernos en la presencia de Dios, como el publicano en el templo, sabiéndonos pecadores y cuánto Dios nos abraza con ternura y amor.

5- Reflectir para sacar algún provecho: significa dejarme mirar por la escena, como ubicarme en ella: aquí me implico en ella como si presente me hallare. Es dejar que lo mirado me mire y me diga algo nuevo. Eso que se me dice son las mociones que se me dan.

6- Coloquio: es una conversación a partir de lo que he vivido en la contemplación. No me faltarán palabras para pedir, agradecer, alabar o simplemente disfrutar de lo que se me ha dado. Es más un gozar de la presencia de Dios y escucharlo.

7- Examen de la oración: me pregunto cómo me fue. Las preguntas no hay que hacérselas a la cabeza sino a las imágenes.  Y desde ahí puedo hacerme preguntas como éstas: ¿Cómo es esta imagen? ¿De qué está construida? ¿Qué hay y qué no hay en la imagen? ¿Qué es lo que la imaginación se resiste a construir? ¿Por qué será que Dios quiera que me detenga en esta imagen o en esta palabra y no en las otras? ¿Por qué yo u otra de las personas están presentes o ausentes en la imagen?.

Hay que hacerle preguntas a la imagen, a la sensación o a la palabra que ha resonado más en mi oración. Por eso a un buen contemplador le bastarán pocas imágenes. Es importante saberse ubicar bien en la contemplación: dónde estoy en ella y qué se me dice a mí en particular. Tal vez difiere de lo que se les dijo a los personajes de la Palabra. Me quedará la labor de interpretar ese signo y a la luz de Dios no me costará hacerlo.