Día 15: Las bienaventuranzas

martes, 17 de marzo de 2020
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17/03/2020 – En la ejercitación de hoy nos detenemos en las Bienaventuranzas. El P. Javier nos invita a detenernos en el evangelio según San Mateo 5, 1-12: “A esta escena no sólo la rumiamos sino que la contemplamos cómo estando allí presente. Me quedo con la multitud recluida y encerada, temerosa, contagiada o con peligro de contagio, cómo la humanidad de hoy. Y Jesus que se mueve entre nosotros diciéndonos ‘ánimo’.” Y nos animó a dejarnos habitar “y transformar con esta palabra de Jesús ,’alégrense’ que viene a animarnos. Así “nacerá en nosotros una alegría serena, firme que nos pone en lucha contra todos los virus que atentan contra el gozo de vivir”.

El padre Javier nos alienta a que “en este tiempo pidamos la gracia de ‘estar en paciencia’. Estar en paciencia es mucho más que tener paciencia es saber sobrellevar con grandeza de alma los momentos duros y difíciles.”

 

Momentos de la oración:

Oración preparatoria: pedir gracia a Dios nuestro Señor para que todas mis intenciones, acciones y operaciones (el ejercicios de hoy) se ordenen puramente al servicio y alabanza de Dios.

Petición: interno conocimiento de nuestro Señor Jesucristo para más amarlo y mejor servirlo

Traer la historia: Hoy contemplamos el evangelio de San Mateo 5, 1-11. Hoy, Jesús aparece en la montaña frente a la muchedumbre hambrienta y sedienta. La invitación es a que puedas meterme en la escena escuchando a Dios que te dice “no tengas miedo, yo estoy con vos”. Que puedas escuchar como te exhorta a ir hacia adelante en el cuidado de tu vida y la de los demás. También puede ayudarte la exhortación apostólica Gaudete Et Exsultate en el capítulo 3 a partir del nro 64.

Coloquio: dialogar con el Señor sobre esta contemplación. ¿Qué me despierta? ¿A qué me invita?

Examen de la oración: ¿Cómo me fue? ¿Qué pasó en la oración? ¿Recibí alguna invitación del Señor?

 

Catequesis completa

 

Estamos en el corazón de los Ejercicios, que son tiempo de elección. Y para elegir, San Ignacio nos hace contemplar la vida de Cristo, ver sus gestos y su modo de tratar a la gente, oír sus palabras; en ese conocimiento interno y en esa identificación personal con el Señor, va brotando lo que Dios nos va pidiendo. Nos metemos en las escenas del Evangelio como si presente me hallase y dejamos que el relato vuelva sobre mi vida. En ese momento, cuando hago reflectir la escena y me pregunto qué significa en mi vida, la escena me interpela, me da la clave de aquello que siento o me hace sentir el Señor, por dónde me quiere llevar. Y exige de mí una respuesta. La Palabra de Dios no es una historia antigua sino que es tan eficaz y tan actual como en aquel momento.

Hoy contemplamos la escena del Monte, el discurso de las bienaventuranzas, en Mt. 5, 1-12 (el texto paralelo es Lucas 6):

“Al ver a la multitud, Jesús subió a la montaña, se sentó, y sus discípulos se acercaron a él. Entonces tomó la palabra y comenzó a enseñarles, diciendo:
«Felices los que tienen alma de pobres, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos.

Felices los pacientes, porque recibirán la tierra en herencia.
Felices los afligidos, porque serán consolados.
Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados.
Felices los misericordiosos, porque obtendrán misericordia.
Felices los que tienen el corazón puro, porque verán a Dios.
Felices los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios.
Felices los que son perseguidos por practicar la justicia, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos.
Felices ustedes, cuando sean insultados y perseguidos, y cuando se los calumnie en toda forma a causa de mí.
Alégrense y regocíjense entonces, porque ustedes tendrán una gran recompensa en el cielo; de la misma manera persiguieron a los profetas que los precedieron.”

A esta escena no solo la meditamos sino que también la contemplamos: “Al ver a la multitud, Jesús subió a la montaña, se sentó, y sus discípulos se acercaron a él.” Uno puede sentirse parte de la muchedumbre, meterse en la escena. También puedo ponerme del otro lado -sin pretender ponerme en la figura de Cristo- pero pedirle al Señor la gracia de saber mirar, de tener una mirada a la muchedumbre, en torno a nosotros; saber ver a los cercanos.

La Madre Teresa decía “miramos pero no vemos”, porque a veces no vemos ni a nuestros familiares o amigos, mucho menos a los lejanos, a los pobres. Levantar la mirada: ¿cuál es mi pequeña o gran muchedumbre? ¿Qué tipo de mirada tengo yo para mi gente?

Entonces tomó la palabra y comenzó a enseñarles, diciendo: «Felices…” El Señor, al ver nuestra pobreza, nuestra aflicción, nuestros deseos insatisfechos, es como si los asumiera y da una especie de diagnóstico al corazón de la gente, y a cada uno de nosotros. A través de las bienaventuranzas Jesús describe cómo se siente la gente, lo que les pasa; y al mismo tiempo Jesús tiene una mirada profética: Jesús los ve y nos ve ya salvados, ya purificados. Es la mirada de su corazón de Buen Pastor, que mira la salvación, y lo que le nace es hablarles de la felicidad. Los ve pobres, sencillos, deseosos de escuchar su Palabra, sedientos de justicia, ve los gestos de misericordia (por ej., trayendo a los enfermos en camilla, o ayudando a tanta gente para que se acerque a Jesús). Jesús fue con la gente, se sentó y mirando a la gente les fue hablando. Es un lindo tono de cercanía, de este Señor fascinante, seductor por su mansedumbre, por su sencillez…

El padre nos invita a escuchar las bienaventuranzas pero no desde afuera, sino subiendo a la montaña con la multitud y dejándome seducir por esta imagen del Señor que los mira y me mira a mí también, gustando del tono misericordioso con que el Señor se acerca a mí.

Petición

Vamos a demandar, como dice San Ignacio, “conocimiento interno del Señor que por mí anuncia la Buena Noticia”; “que más le ame y amándolo, le siga”. Sentir que el Señor subió al monte de las bienaventuranzas por mí, no solo por aquella multitud, sino también por mí.