Día 5: Interno conocimiento de mi pecado

martes, 24 de febrero de 2015
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mili10

Hoy vamos a detenernos a pedirle al Señor que nos revele lo que hay en lo profundo de nuestro corazón. Es importante tener en cuenta que sólo Dios puede revelar el pecado a cada uno. Por eso tenemos como petición el pedir el “conocimiento interno de mis pecados”, descubrir qué es lo que hay en lo más profundo de nuestro corazón, qué hay detrás de mis actitudes, de mis búsquedas, qué pueda experimentar el desorden de mis obras. Estas cosas que me hacen vivir la vida sin tener en cuenta la voluntad de Dios le llamamos afectos desordenados.

En el ejercicio de hoy vamos a pedir la gracia de la enmienda, de volver a empezar, de nacer de nuevo como Jesús invita a Nicodemo. Podemos decir que éstas meditaciones sobre el propio pecado tienen como fin poder entablar con el Señor un diálogo de misericordia. Éste es un momento importante dentro de los ejercicios, por eso San Ignacio recomienda que terminemos cada espacio de oración con un coloquio de misericordia en donde pida conocimiento de mis pecados, conocer cómo me quita libertad, y no me deja ser feliz… que sienta lo que tengo que cambiar para ordenar la vida.

“Señor que vea”

Nos dice el P. Ángel Rossi que la petición más justa para éste día al rezar es aquello que le pide el ciego de nacimiento en Marcos 10,51 “Señor,que vea” es decir que sea Dios quien me muestre cuál es mi pecado o cuál es aquella dimensión que necesita ser cambiada. Que Él muestres de mi vida las actitudes, gestos, palabras que lastima a Él y a nuestros hermanos.

El poder ver el propio pecado es revelación de Dios, sólo Él lo muestra a la persona. No está en nosotros, lo más que está en nosotros es pedirle humildemente perdón. Nosotros leemos, examinamos, y al hacerlo le vamos pidiendo al Señor que Él sea el que nos vaya mostrando aquello que Él quiere que cambie. No significa cambiar todo, sino aquello que el Señor quiere en éste tiempo de mi corazón.

San Ignacio, hace pedir una gracia en estos días al revisar el corazón: de tratar de ver y ponerle nombre a nuestros pecados. Ignacio no espera que hagamos una lista, sino que esta gracia que él llama de “crecido e intenso dolor de mis pecados” es decir, poder sentir el dolor y el desorden de mis pecados, y lo que provoca… poder conocerlo y experimentar éste desorden para poder aborrecerlo, para poder luchar contra él.

La gracia, dice el P. Ángel Rossi, sería que Dios me haga sentir el dolor de mis pecados, para lo cual a veces no hace falta todos los pecados, sino alguno o algunos de ellos que tocan al corazón éste dolor. No es un dolor torturante que hace daño, es un dolor purificador. Es la diferencia entre el arrepentimiento y el remordimiento: el primero buscamos arrepentirnos y generar un cambio, mientras el remordimiento no es de Dios, es del mal Espíritu. San Ignacio dice que el mal Espíritu muerde y entristece al alma. Se puede revisar el pecado de dos modos: ponerle nombre con una inmensa esperanza y con sentido de misericordia que a la vez convive con un intenso dolor del pecado, junto a una experiencia interior de que el Señor me está rescatando. Es por un lado una experiencia dolorosa y a la vez una experiencia que purifica, nos libera y nos hace bien. El mal espíritu en cambio la muerde al alma, la llena de remordimiento.

San Ignacio invita a revisar los lugares donde he vivido. El pecado no es un comportamiento aislado, tiene una estructura y un ambiente que lo posibilita. El pecado es la acción libre del hombre en contra del proyecto de Dios, que le hace daño a él mismo y a los demás, y por eso afecta al deseo de Dios que quiere nuestro propio bien y el de los otros. El pecado es relacional.

¿Desde donde pararme para ver mi propio pecado? se pregunta el P. Ángel Rossi a lo que contesta: quizas nos haga bien, imaginarnos frente a alguien a quien queremos muchos… una persona humana, un amigo, nuestro padre, nuestra abuela, alguien a quien uno no quisiera de ninguna manera fallarle. El pecado es eso, fallarle a aquellos que más queremos. Lo que buscamos con el ejercicio no es tanto la gravedad del pecado sino éste dolor de la ingratitud.

San Ignacio que fue un hombre fue un hombre dado a las vanidades del mundo, conoció el pecado y sin embargo ya grande y convertido va a decir que “el peor pecado del hombre es la ingratitud”. Todo pecado más grave o menos grave siempre es un gesto de ingratitud, es una respuesta ingrata a un amor que hemos recibido antes y que le respondemos de un modo mezquino o traicionero. Ese dolor de la traición al amigo que queremos, a nuestros padres o abuelos, lo ponemos frente al Señor en la cruz, reconocemos que está allí por mí. Desde ahí, frente a Él, revisamos con mucha humildad y desde su misericordia nuestro propio pecado.

No se trata de hacer un psicoanálisis sino que nos pongamos ante el espejo de la cruz y la Palabra de Dios para que nos ilumine por dentro. Hoy pedimos a Dios que nos cambie el corazón, un don que sólo Él puede darlo, por lo que se lo pedimos insistentemente. No es cuestión de voluntarismo sino de gracia, y las gracias hay que pedirlas.

Oracion

Lecturas para rezar

– Ezequiel 36,26: “Les daré un corazón nuevo y pondré dentro de ustedes un Espíritu nuevo, quitaré de su carne ese corazón de piedra y les daré un corazón de carne”. Le pedimos al Señor que pase por sus manos nuestro corazón, que lo cambie en el sentido que Él lo acaricie, lo cure y este corazón de piedra en el roce de su mano se vuelva, de a poco, un corazón de carne. Cada uno sabrá qué parte del corazón se ha vuelto piedra. Pedirle al Señor humildemente “Señor cambiame el corazón” y dejarme responder por Él con este texto de Ezequiel y hacerlo propio.

Nos dice el sacerdote jesuita, que como manera de examinar el alma podemos preguntarnos qué significa en mí el corazón de piedra, o qué lugares de mi corazón están endurecidos. Algunos lugares son luminosos y llenos de vida otros oscuros y fríos; algunos solitarios, otros poblados de rostros y cariño.

Basándose en Albizu, el P. Rossi reflexiona:

Quitá de mí el corazón cerrado, un corazón que pone llave a lo que pasa dentro con el pretexto de que sólo él entiende lo que le pasa y nadie más…

Quitá de mí el corazón enredado que vive dando vueltas sobre sí mismo…

Quitá de mí el corazón lleno de espinas que vive siempre a la defensiva…

Quitá de mí el corazón guardado, un corazón sin uso que no se termina de entregar que se vive cuidando de tener afectos, de solidarizarse, de amar de más y de ser amado de menos. Un corazón guardado a veces para una supuesta ocasión que nunca llega, un corazón enamorado de sí mismo…

Quitá de mí el corazón víctima que considera que todos lo han herido, que no le queda sino estarse sólo con él, todos le están en deuda…

Quitá de mí el corazón empachado de sí mismo que harta a los demás hablando de sí, o a veces un corazón inalcanzable que siempre todos tienen que ir hacia él y nunca baja a los demás. Un corazón narciso que se pasa la vida contemplándose a sí mismo, ególatra, autosuficiente que necesita de los demás para sentirse admirado. De los otros ama sus aplausos no a la persona, ama a los que piensen bien de él…

Quitá de mí el corazón dividido, disperso, desordenado, desprovisto de la capacidad de elegir… Acá entra la sensualidad, lo que entra por los sentidos, la calle, la televisión, internet, esto que hace que el corazón esté esclavo, que ha asentado la vida en la arena movediza de la dispersión, que por esto mismo está descentrado que le falta el hogar interior. Un corazón que se ha vuelto ciego…

Quitá de mí el corazón implacable, inmisericorde, que no se perdona nada, que vive a presión, que no sabe disfrutar. Un corazón ícaro que vive persiguiendo un ideal que es inalcanzable, vive frustrándosé porque no tiene la humildad de reconocer que no todo lo puede…

Quitá de mí el corazón enfermo de apariencia, abrumado de la necesidad de contentar a los otros, un corazón enfermo de “tener que” y no poder disfrutar…

Quitá de mí un corazón atrincherado en su capilla interior, demasiado ocupado en la propia santidad, un corazón que ama a la humanidad pero no soporta a los hombres…

Quitá de mí el corazón de piedra

corazon como ofrenda

 

– Apoc 2 y 3  Aquí Dios se dirige a 7 iglesias:

Éfeso (Apocalipsis 2:1-7) – la iglesia que había abandonado su primer amor (2:04). “Conozco tu conducta: tus fatigas y paciencia; y que no puedes soportar a los malvados y que pusiste a prueba a los que se llaman apóstoles sin serlo y descubriste su engaño. Tienes paciencia: y has sufrido por mi nombre sin desfallecer. Pero tengo contra ti que has perdido tu amor de antes”

Esmirna (Apocalipsis 2:8-11) – la iglesia que sufre persecución (02:10). “No temas por lo que vas a sufrir: el Diablo va a meter a algunos de vosotros en la cárcel para que seáis tentados, y sufriréis una tribulación de diez días. Manténte fiel hasta la muerte y te daré la corona de la vida”

Pérgamo (Apocalipsis 2:12-17) – la iglesia que necesitaba arrepentirse (2:16).

Tiatira (Apocalipsis 2:18-29) – la iglesia que tenía una falsa profetisa (02:20).
Sardis (Apocalipsis 3:1-6) – la iglesia que se había quedado dormida (03:02). “Acuérdate, por tanto, de cómo recibiste y oíste mi Palabra: guárdala y arrepiéntete. Porque, si no estás en vela, vendré como ladrón, y no sabrás a qué hora vendré sobre ti”
Filadelfia (Apocalipsis 3:7-13) – la iglesia que había esperado con paciencia (3:10). “Vengo pronto; mantén con firmeza lo que tienes, para que nadie te arrebate tu corona”
Laodicea (Apocalipsis 3:14-22) – la iglesia que estaba tibia e insípida (a Dios) (03:16). “Conozco tu conducta: no eres ni frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! (…)  Yo a los que amo, los reprendo y corrijo. Sé, pues, ferviente y arrepiéntete. Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo”

Confesar

Plegaria del perdonado (Norberto Alcover S.J)

La mas honda experiencia humana es la experiencia del amor.
La supera a todas porque es mas decisiva, mas autentica y mas profunda.
Dentro del universo del amor Senor, aparece tu perdón como aquel amor que todo lo supera, porque va mas lejos que nadie ni que nada. Tu Palabra es el cántico a ese Perdón y la Parábola del hijo Prodigo es su plenitud.
Ahora soy yo ese hijo prodigo del Evangelio, soy yo quien reconoce que ha huido de tu casa, soy yo quien ha experimentado su frustración, soy yo el agobiado por el hambre de paternidad.
Y digo que voy a volver, y digo que si, vuelvo a Ti sabedor de la urgencia del camino y de la facilidad de recorrerlo porque al final te encuentro a Ti, mi Dios del Perdón y del Amor.
¿Cuantas veces no me has abrazado cuando volvía a ti?
¿Cuantas veces no me has besado cuando me acercaba a ti?
¿Cuantas veces no me ha desbordado tu ternura cuando caía en tus brazos?
En lo mas hondo del pecado descubro siempre la mayor hondura de tu perdón que es amor, de un amor que se hace perdón. Tomame pues con tus brazos de Padre, visteme de la vestidura de tu Gracia que es Jesucristo siempre vivo y prepara el banquete de la Eucaristía para que coma y beba perdón, salvación y Amor. Ya estoy cansado de vergonzosas huidas, quiero recuperar la experiencia de tu persona, de tu cercanía, de tu forma de vida. Sabiendo que si tu me perdonas también tendré yo que perdonar a los demás, confiando que no me rechazas.
Acepto tu perdón sin medida: setenta veces siete y con toda la alegría de mi corazón. Padre mío que estas en la Gloria, gracias por ser para mi el padre amante del hijo prodigo.