Día 9: El anuncio del ángel a María

lunes, 13 de marzo de 2017
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Angel a Maria

 

13/03/2017 – Transitamos la segunda semana de ejercicios Ignacianos que nos ponen en elección: de Dios por cada uno de nosotros, y nosotros, que en nuestra libertad, intentamos elegirlo y lo que Él eligió para nosotros. Queremos adentrarnos en la dimensión de un Dios que se anonada, que se abaja, al punto de hacerse un embrión humano. Decide hacerse a nuestra nada, naciendo en un pesebre.

En esta segunda semana, pedimos “interno conocimiento de nuestro Señor Jesucristo para más amarlo y mejor servirlo”. Es una semana, ya no de reforma de vida, sino de conformar la vida, de recibir el llamado de Jesús a su seguimiento.

Hoy contemplamos el anuncio del ángel a María: Lc 1, 26-38

 

La anunciación de María

El relato de Lucas (1, 26-38) tiene un contexto literario: el estrecho paralelismo entre la anunciación del ángel Gabriel a Zacarías y la del mismo ángel a María; paralelismo que no ha sido utilizado por Lucas por simple placer estético, sino que tiene un sentido: la primera anunciación prepara la segunda y sus diferencias son muy significativas y muestran, en general, la gran distancia que media entre el Bautista y el Señor (esquema del rey temporal, comparada con la eternal, EE 91-98).

La comparación entre las dos anunciaciones es la siguiente:

Al presentar a los padres del Bautista, Lucas insiste en que son estériles (v.7), siendo el nacimiento del mismo “espiritual”, como dice Pablo (Gál 4,29), y para preparar al lector para el anuncio del nacimiento, ya no de padres estériles, sino de una madre virgen, cosa que es más “espiritual” todavía.

El contraste entre Jerusalén y Nazaret es muy grande: Por una parte, la ciudad santa; en esta, el templo y, dentro del mismo, el santuario, de este lado el velo que lo separaba del Santo de los Santo, cuando Zacarías cumple, por primera vez en su vida –y que sin dudas sería la última- el acto más solemne de su representante.

Por otra parte, no un sacerdote, sino una doncella de quince o dieciséis años, en una provincia despreciada –la “Galilea de los gentiles” (1 Mac 5,15)-; en esta, una ciudad insignificante, de la que “no podía salir nada bueno” (Jn 1, 46) y que no había sido mencionada ninguna vez en la Escritura (y ni siquiera Flavio Josefa, historiador contemporáneo).

En este contraste resalta que las más grandes obras de Dios se realizan en el más grande silencio y oscuridad. Cuanto más grande es la obra de Dios, más necesita este –por así decirlo- de la nada de la criatura.

El saludo del ángel tiene lugar únicamente con María y la palabra griega (jaire) puede significar sólo un saludo, común entre dos personas que se encuentran. Pero si se recorre otra versión encontramos este mismo saludo cuatro veces y cada vez para introducir un anuncio mesiánico, como en la situación angélica: Sof 3, 14-17; Jl 2, 21-27; Zac 9,9; Lam 4, 21-22.

Es un saludo que manifiesta y causa alegría, en este caso por ser María como el favor de Dios personificado (“plena de gracia”, o sea, objeto del favor de Dios), lo que implica además la presencia salvífica de Dios (como en los otros saludos arriba indicados).

La turbación de Zacarías no es la misma que la de María, pues la de esta proviene de la sorpresa que le causa el saludo: como dice el texto: “discurría qué significaría el saludo”. Mientras que en el caso de Zacarías, “el temor se apoderó de él” (1,12, con nota de BJ).

Por eso, el “no temas” del ángel a María va acompañado de una explicación del saludo anterior: “Has hallado la gracia”. ¿Por qué? Porque “vas a concebir y dar a luz un niño, a quien pondrás por nombre Jesús. Él será grande y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará y su reino no tendrá fin”, que recuerda el pasaje del Antiguo Testamento que debía ser muy repetido en Nazaret y que María debió haber meditado (Lc 1, 19 y 2, 51) desde su infancia: “El pueblo que andaba a oscuras vio una luz grande (Is 8, 23-9, 1)”.

Mientras que el “no temas” a Zacarías va acompañado del anuncio de que “tu petición ha sido escuchada; Israel, tu mujer dará a luz un hijo”. Zacarías pide una señal de lo que se le anuncia, porque “yo soy viejo y mi mujer es estéril” (Lc 1, 18.26, con nota de BJ). Al pedirla, muestra su poca fe, no recordando otros textos del Antiguo Testamento en que se hablaba de una estéril que, por el poder de Dios, se convertía en madre: Sara, madre de Isaac (Gn 18, 10-15); Ana, madre de Samuel (1 Sam 1, 5-28); la madre de Sansón (Jc 13, 2-7).

En cambio, la pregunta de María no implica falta de fe en lo que le dijo el ángel; al contrario, su pregunta se justifica porque en el anuncio del ángel ve, de su parte –y no de la de Dios- una imposibilidad: no sólo “no conozco varón”, sino que no lo concederá en adelante, por su decisión, de permanecer virgen.

Se dice que tal decisión no podía germinar en la mente de una doncella judía de aquel tiempo, que hablemos del “voto”, que sería un anacronismo, sino de simple decisión de permanecer virgen. Pero hoy sabemos que, en la región cercana a la predicación del Bautista, ese ideal estaba vivo en ciertos medio judíos, como los de Qumran, sobre todo entre hombres, como Juan el Bautista y el evangelista. Y si tal decisión había tomado María, se comprende también la necesidad de ponerse bajo la protección de un hombre, José; de modo que se explica que el ángel la hubiera encontrado “desposada con un hombre llamado José”, precisamente porque no conocía –ni iba a conocer- varón.

Así se explica la diversa respuesta del ángel a la duda de Zacarías y a la simple pregunta de María. A Zacarías le responde con el castigo de su poca fe: “Mira, vas a quedar mudo, hasta el día en que sucedan estas cosas, porque no diste crédito a mis palabras, las cuales se cumplirán a tu tiempo”. A María, en cambio, se le explica que, precisamente porque es virgen, va a ser madre de Dios.

“Hágase en mí según tu Palabra”

“El Espíritu vendrá sobre ti”: María no ignoraba que con frecuencia en la historia de su pueblo, el Espíritu del Señor había venido sobre ciertos personajes elegidos por Dios para una misión especial y los había revestido de su fuerza (Jc 6, 24), se había apoderado de ellos (Jc 14, 19), los había llenado (Gn 41, 38 y Éx 31,3), por un tiempo solamente –cuando la misión era temporal- o de continuo, como la escritura lo decía de David, el antepasado del Mesías; y ahora oye que este Espíritu del Señor vendrá sobre ella. ¿En qué sentido?

“Y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra”: en este contexto, este “poder” no puede ser sino el mismo Espíritu Santo. Es decir, el mismo Yaveh, que había reposado sobre el tabernáculo, había llenado la morada hasta el punto de impedir la entrada incluso de Moisés (Éx 40, 34-35), había habitado el templo de Jerusalén, cuando la consagración del mismo por Salomón (1 Rey 8, 10-13). Ahora en ángel anuncia que llenará el seno de María, haciendo de él un santuario, un “Santo de los Santos” viviente.

“Por eso el que ha de nacer de ti será santo y será llamado Hijo de Dios”. Esa santidad no es como la de Sansón o Samuel o el Bautista, sino una consagración a Dios absolutamente única, porque será el resultado de una Presencia única en el seno de María, como se ha dicho en la frase anterior.

Y la respuesta de María –que no se puede dar en el caso de Zacarías- es un acto de obediencia al mensaje de Dios, pero sobre todo de fe en su palabra, como lo indicará Isabel (Lc 1, 45: Feliz, porque…):

“Dijo María: He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”. Con su respuesta María merece la primera bienaventuranza del Evangelio (que será la última dicha al incrédulo Tomás, Jn 20, 29). Y así como la historia sobrenatural del Pueblo de Dios comienza con el acto de fe absoluta de Abraham, que se pone en camino “como se lo había dicho Yahveh” (Gn 12,4), así la historia del Nuevo Testamento se inaugura en el momento preciso en que María concibe a Cristo, el Dios con nosotros, el Emmanuel, en quien se recapitula la humanidad. María desde el comienzo, al enterarse por el ángel de que Isabel su prima anciana está embarazada, muestra el camino guiada por el Espíritu que ha de seguir el Hijo, un peregrino incansable de la buena noticia. También se nos marca a nosotros un camino de peregrinación, de ser andariegos y peregrinos de la buena noticia, de proclamar la ternura del Señor por su pueblo, sobretodo a los que más sufren.

Nosotros en ese escenario somos convocados a dar paso a los buenos anuncios que el Señor quiere hacernos por éstas horas, y con el sorprendente gozo con el que el Señor nos quiere dispuestos a su llamada. Que hoy puedas descubrir cómo y de qué manera, Dios te llama a conformar tu vida a Jesús, que es “llegar a tener los mismos sentimientos de Cristo Jesús”, su mismo corazón latiendo en nuestras entrañas.

Los datos que vamos dando nos ayudan a ubicarnos en el contexto, pero lo importante es hacer el ejercicio, ver qué hacen los personajes, qué se dicen y dónde estoy ubicando yo “como un humilde servidor”. El Señor nos invita a permanecer ante el llamado en actitud sencilla y humilde, y al mismo tiempo contemplando para gustar y escuchar lo que dice ese llamado a nosotros.

Nota: Contemplo y miro, y donde siento que me llama la atención o que encuentro gusto, me quedo. Y con eso dialogo con el Señor, e intento confrontarlo con mi vida, y pienso y reflexiono qué es lo que el Señor me está queriendo decir en esta escena. Discierno lo que es de Dios y el llamado que me hace. Los ejercicios son para discernir la voluntad de Dios. Así, desde la oración descubrir que en mí se mueven cosas diversos y tengo que ir aprendiendo a distinguir cuáles vienen de Dios y cuáles no, sea mi naturaleza desordenada, el espíritu del mundo o el maligno que quiere desviarme del camino de Dios. Cuando lo que recibo es del buen espíritu es para tomarlo y seguirlo; cuando viene del mal es para rechazarlo.

La mirada del Señor sobre nosotros permanece, pero ahora intentando escuchar a dónde me quiere conducir y qué necesita mi vida de reforma.

Resumen ejercicio

1-Oración preparatoria (EE 46) me pone en el rumbo del Principio y Fundamento: que lo que yo vaya a hacer me ponga en el contexto de buscar y realizar, ya desde ahora, y por encima de todo, la voluntad de Dios.

2- “Traer la historia” (EE 102) Se trata de reconstruir la historia de lo que contemplo a partir de los datos. Ayudará leer detenidamente y varias veces el pasaje que quiero contemplar: Evangelio según San Lucas 1,26-38.

3-“la composición de lugar” (EE 103) tengo que componer la escena, re-crearla, reconstruirla desde los datos que la Escritura me ofrece.

4-Formular la petición (EE 104):

“Interno conocimiento de nuestro Señor Jesúcristo para más amarlo y mejor servirlo”

5-Reflectir para sacar algún provecho significa dejarme mirar por la escena, como ubicarme en ella: aquí me implico en ella como si presente me hallare. Es dejar que lo mirado me mire y me diga algo nuevo. Eso que se me dice son las mociones que se me dan.

6-Coloquio a partir de lo que he vivido en la contemplación, no me faltarán palabras para pedir, agradecer, alabar o simplemente disfrutar de lo que se me ha dado.

7-Exámen de la oración