Día 9: El anuncio de los ángeles a los pastores

lunes, 9 de marzo de 2020
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09/03/2020 – En el ejercicio ignaciano de hoy somos invitados a detenernos en la escena de la anunciación del Ángel a los pastores. Dijo el Padre Javier que el pastor es una “figura clave dentro de la literatura bíblica. El primer rey, el ungido, David, es un niño pastor al que el profeta unge como quien guiará al pueblo de Israel. Desde aquí nace la manera de vincular al pastor al estilo de liderazgo.”

También nos exhortó a estar atentos al “llamado que estamos recibiendo” en donde reconoceremos “algunos elementos que nos traen los anuncios para despertar el propio. Lo primero es tener en cuenta que Dios quiere tener trato personal con” cada uno de nosotros.

“Hay algo específico que el Señor te está diciendo, te muestra el camino de conversión al que te está llamando a responder”.

Momentos de la oración:

Oración preparatoria: pedir gracia a Dios nuestro Señor para que todas mis intenciones, acciones y operaciones (el ejercicios de hoy) se ordenen puramente al servicio y alabanza de Dios.

Petición: interno conocimiento de nuestro Señor Jesucristo para más amarlo y mejor servirlo

Traer la historia: La visita de los ángeles a los pastores (Lc 2, 8-18)

Coloquio: dialogar con el Señor sobre este acontecimiento maravillo de la visita de los ángeles a los pastores. ¿Qué me despierta? ¿A qué me invita?

Examen de la oración: ¿Cómo me fue? ¿Qué pasó en la oración? ¿Recibí alguna invitación del Señor?

 

Catequesis completa

 

Si querés profundizar en el ejercicio de hoy, a continuación te dejamos el material utilizado por el padre Javier para la catequesis de hoy:

 

1. Una primera aproximación al texto podríamos hacerla desde un paralelo con el relato de la anunciación a Zacarías (1, 11 ss) o a María (1, 26 ss.); o con muchos pasajes del Antiguo Testamento, como la anunciación a Abraham (Gn 1-20), a Moisés (Éx 3, 2-12), a Gedeón (Jc 6, 11-21) y el anuncio del nacimiento de Sansón (Jc 13, 2-20).

En todos estos “anuncios” se hallan los siguientes elementos: 1) presentación del sujeto que recibirá el mensaje; 2) aparición del ángel; 3) turbación que experimenta el sujeto; 4) mensaje comunicado por el ángel; 5) pregunta que expresa una duda; 6) sigo dado en respuesta; 7) partida del ángel.

En el caso de la aparición del ángel a los pastores, parece que se dieran estos elementos: 1 en el v. 8, 2 en el v. 9, 3 en el v. 9b, 4 en los vv. 10 s., 6 en el v. 12 y 7 en el v. 13. Pero falta el elemento 5 y también, entre el 5 y el 6, se inserta una secuencia con la aparición del ejército celestial de los ángeles y el himno angélico, que resulta heterogéneo con el género literario de los anuncio de ángeles y que trae consigo una modificación del elemento 7, pues ya no se trata de la partida de un ángel, sino de ángeles.

Podríamos, por tanto, contemplar esta escena evangélica teniendo en cuenta sobre todo lo característico de la misma, que no se da en otras “anunciaciones”, sean del Antiguo Testamento, sean del Nuevo (Mt 1, 18-24); o repetir –en el sentido ignaciano del término- las contemplaciones que hemos hecho con anterioridad en estos mismos Ejercicios o en otros.

2. Otra aproximación al texto de la aparición de los ángeles a los pastores la podríamos hacer recordando lo que era en aquellos tiempos el anuncio del nacimiento de un príncipe real.

El ángel trae a los pastores, la “buena nueva” del nacimiento de “un salvador, que es Cristo Señor, que os ha nacido, en la ciudad de David” (v. 11).

Este lenguaje nos recuerda, de manera sorprendente, el estilo de las cortes helénicas cuando se anunciaba el nacimiento de un príncipe real: se ha encontrado una inscripción del año 9 a.C., que dice que: “Cada uno puede considerar con razón este acontecimiento –el nacimiento de Augusto- como el origen de su vida y de su existencia, como el tiempo a partir del cual no debe arrepentirse de haber nacido. La Providencia ha suscitado y adornado maravillosamente la vida humana dándonos un Augusto, para que sea benefactor de los hombres, nuestro Salvador para nosotros y para aquellos que vendrán después de nosotros. El día del nacimiento de Dios ha sido para el mundo el comienzo de las buenas recibidas gracias a él”.

 

Pero este paralelismo no da razón de todo el pasaje de Lucas: la proclamación del heraldo imperial no tiene en cuenta a los ángeles, ni un “signo” como el que menciona el relato de la aparición de los pastores (que es lo que también falta en otros anuncios de ángeles, tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo Testamento) ni tampoco el himno evangélico.

Explica algo, pero no todo el pasaje evangélico que estamos contemplando.

 

3. El versículo central del pasaje de Lucas es 11b, que parece inspirarse en la terminología de la predicación cristiana primitiva: el ángel tiene el mismo papel que los apóstoles en los Hechos de los Apóstoles (obra también de Lucas). Como ellos, anuncia al Cristo Señor. Pero mientras que la predicación cristiana primitiva proclamaba el señorío de Jesús en el cuadro de su glorificación después de la resurrección, quien lo había manifestado en toda su dignidad, Lucas, en su Evangelio de la infancia, lleva este Señorío de Jesús a los mismos orígenes de su vida en la tierra.
Jesús nace Señor y sin duda esta idea es la que lleva a Lucas a tomar, por un momento, el estilo de los anuncios de nacimientos reales. Pero lo que sobre todo ha querido mostrar es que, ya desde el nacimiento de Jesús, el Evangelio o Buena Nueva pascual había sido anunciado.

El niño en el pesebre era ya Cristo el Señor y el día de su nacimiento –en el “hoy” mismo- el Evangelio de la Pascua comenzaba entre los hombres.

4. En el versículo siguiente, el 12, se habla de un “signo”. Pero es curioso que este “signo” sea que los pastores “encontrarán a un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre”, con la advertencia explícita de que “esto os servirá de señal de que hoy os ha nacido, en la ciudad de David, un Salvador, que es el Cristo Señor”.

Estamos acostumbrados a otro tipo de “signo” o señal. Por ejemplo, el que da el ángel a la Virgen, para confirmarla en lo que acaba de decir (Lc 1, 35: “el Espíritu Santo vendrá sobre ti”): “Mira, también Isabel, tu parienta, ha concebido un niño […] porque ninguna cosa es imposible para Dios” (LC 1, 36-37).

Es evidente que esto es extraordinario (Lc 1, 36: “este es ya el sexto mes de aquella que llamaba estéril”) y vale como “signo” o señal de la anterior afirmación: “Vas a concebir y dar a luz un hijo” (Lc 1, 31).
Además, el “signo” dado a la Virgen se entiende como respuesta a una pregunta de la misma (Lc 1, 34: “¿cómo será esto, puesto que no conozco varón?”) y aquí los pastores no han hecho ninguna pregunta, sino que sólo han recibido el anuncio del ángel.

 

Este “signo” o señal que reciben los pastores se parece a los que acompañan la misión de los apóstoles, después de la resurrección y Pentecostés, mencionada en los Hechos (obra también de Lucas): es una constante de esta misión que sea acompañada de “signos” del “gran poder”, manifestado en este tipo de misión: testimonio de estos son todos los “sumarios” de los Hechos de los Apóstoles (hech 2, 43; 4, 33; 5, 12. 15 s.; 8, 6-13; 14,3); también 2 Cor 12, 12.

Este tipo de “signo”, propio del tiempo del Espíritu que se comunica a los hombres “en los últimos días”, ya no son fenómenos llamativos, destinados a garantizar una promesa que se cumplirá en el futuro, sino la aparición de una nueva realidad que hace interrupción en la historia de los hombres: el reino, en el lenguaje de los sinópticos, y el Espíritu, en la óptica particular de Lucas.

El papel de estos “signos” no es dar confianza en que se cumplirá la promesa, sino un apoyo a un llamado a la conversión, propio de la proclamación kerigmática de los primeros tiempos de la Iglesia. De donde su fuerza no nace, como en otros signos, de lo extraordinario, sino del poder que tiene ante un corazón ya “compungido” por la predicación apostólica (Hech 2, 37).

En otros términos, no sorprende, sino que anuncian kerigmáticamente un llamado de Dios. En este sentido, el “signo”, más eficaz es la misma cruz, como dice san Pablo: “Nosotros predicamos a Cristo crucificado, para los llamados, lo mismo judíos que griegos, un Cristo, fuerza de Dios y sabiduría de Dios” (1 Cor 1, 23-24).

Lo que acabamos de decir de la cruz nos hace entender mejor por qué a los pastores les fue dado, como “signo”, el pesebre: es, junto con la cruz, el signo más eficaz del llamado de Dios de la misericordia, que “tanto amó al mundo que le dio a su Hijo único” (Jn 3, 16), primero en un pobre pesebre y luego en la cruz.

 

Es el “signo”, en el pesebre, del paso “de Creador a hacerse hombre” y, en la cruz, “de vida eterna a muerte temporal”, como nos lo dice san Ignacio en el “coloquio” del primer “ejercicio” de la Primera semana. (EE 53)
Ambos a dos –pesebre y cruz- son “signos” pascuales (o sea, del “paso”) del Señor: el uno, al comienzo de su vida entre nosotros; el otro, al término de su misma vida, para resucitar a una vida mejor.

 

La primera “predicación” de Dios a los hombre –los pastores, en Lucas- es hecha por ángeles, pero según el modelo de lo que será luego la predicación o kerigma de los apóstoles. Por eso ambas palabras –ángeles y apóstoles- aunque diversas, se aproximan bastante en su significación: la primera indica más bien el “mensaje” que trae el enviado y la segunda, el “envío” del mensajero.

Los “signos” que ofrecen estos predicadores –ángeles o apóstoles- no suponen la fe, como los que había hecho el Señor (Mt 8, 10 y Mt 13, 58, donde el Señor no podía hacer milagros en Nazaret, porque no tenía fe), sino que la aumentan en el oyente. No se dirigían a su “cabeza”, sino a su “corazón” (v. 19).

 

5. Después de recibir la “predicación” de los ángeles, los pastores se convierten, ellos mismos, en predicadores (vv. 17-18). Uno de sus oyentes es María: “María, por su parte, guardaba todas estas cosas confiriéndolas (dándole vueltas) en su corazón” (v. 19).

En contraste con los betlemitas, cuya admiración (v. 18) se extinguirá pronto, María escucha con un “corazón noble y bueno” y guarda todo lo que escucha con cuidado: el imperfecto syntérei (conservaba) sugiere una impresión profunda y durable; el participio presente symballousa (confiriéndolas) prolonga este efecto (como Dn 8, 28 – “guardé estas cosas en mi corazón”-, lo que significa guardar un discurso o mensaje en el corazón).

María es aquí –y luego en Lc 2, 51- el tipo de los creyentes “que oyen la palabra de Dios y la cumplen” (Lc 8, 21), como lo tendríamos que hacer nosotros: el verbo “conservar”, junto con el “conferir” (o darle vueltas), expresa un esfuerzo de reflexión y de asimilación (o apropiación) de la palabra de Dios, similar al que nos recomienda san Ignacio cuando nos dice –durante toda la Segunda semana, a partir de las contemplaciones de la infancia- que debemos “reflectir para sacar provecho” (EE 106 y passim).

 

6. La proclamación o “predicación” de los ángeles termina con un himno: “Gloria a Dios y paz a los hombres” (Lc 2, 13-14), que es otro elemento que, como vimos al principio, nos aparta del “esquema” de los “anuncios” tanto del Antiguo testamento como del Nuevo Testamento. En Lucas, por ejemplo, ni el Magnificat ni el Benedictus forman parte de las “anunciaciones” a María o a Zacarías.

el himno lo es de alabanza, tema propio de Lucas (2, 20): aquí es una liturgia angélica, que tiene sus raíces en el Antiguo Testamento (Is 6, 3; Sal 29, 1 ss.) y tal vez en Mt 18, 10 y en 1 Cor 11, 10.

El culto de alabanza que celebramos nosotros, como comunidad creyente, no es sino un eco terrestre de la liturgia evangélica.