“Dios me fue marcando de a poco el camino”, indicó el padre Fabián Pintos

lunes, 24 de enero de 2022
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24/01/2022 – El padre Fabián Pintos es sacerdote diocesano de San Roque, en Chaco, y párroco en la comunidad de Nuestra Señora del Carmen de Villa Berthet. Nació en ese lugar y es el primer sacerdote que salió de la mencionada localidad. Se caracteriza porque tiene un corazón inquieto que busca al Señor. Al compartir su historia de vida, dijo: “Mi papá había hecho la marina y estuvo varios años en esa tarea. Cuando volvió al pueblo conoció a mi mamá y formaron la familia. Todo ocurrió a unos kilómetros de Villa Berthet, en la zona rural. Nosotros somos siete hermanos y yo soy el tercer hijo. Tenemos una octava hermana que es adoptiva y ya les voy a contar bien por qué. Es que Marilyn, mi hermana mayor, fue asesinada por su pareja en el año 1994. Fue algo que conmocionó a nuestro pueblo. Yo estuve cinco años sin comenzar a hacer el duelo de su muerte, me llevó mucho tiempo comprender lo que pasó. La pequeña hija de Marilyn se convirtió así en nuestra hermana”.

“Yo fui criado por mis abuelos paternos debido a la enfermedad de mi segundo hermano. Muchos años después mi madre me confesó que además me confió a la Virgen, a la advocación del Carmen, porque ella no podía en ese momento de la enfermedad de mi hermano poder acompañarme como quería. Mis primeros pasos en la Iglesia los di como monaguillo, más la comunión y la confirmación, más el grupo de la Juventud Franciscana. También mis padres hicieron el Cursillo de Cristiandad y eso nos ayudó mucho como familia, nos dio un orden interno. En mi adolescencia, cuando un sacerdote de mi comunidad abandonó el sacramento del orden sagrado, me distancié de la vida eclesial. Vivía en oración pero sin ir a la Iglesia. Y en esa época me integré a grupos solidarios e hice deporte. En mi quinto año del secundario fue cuando ocurrió el asesinato de mi hermana”, destacó.

Cuando terminé esa etapa quise estudiar para abogado pero no pude, así que lo hice para docente. Soy profesor de nivel primario. Fue ahí que trabé amistad con un sacerdote recién ordenado y comencé a visitar enfermos y ancianos. Y de tanto rezar me di cuenta que quería ser sacerdote. El llamado llegó a las 15 horas de un día de enero de 1999, cuando nos visitaba la Virgen. Ingresé al preseminario en Saenz Peña, pero en secreto. Aunque mi madre se dio cuenta que estaba haciéndolo, por más que yo no lo decía a nadie. Luego, ingresé al seminario interdiocesano La Encarnación de Resistencia en el año de gracia del 2000. Eso fue una gran riqueza para mí. Fue encontrar amigos, familia, fraternidad y acompañantes espirituales maravillosos”, rememoró Pintos.

Mi ordenación sacerdotal se dio en el 2007. Con mi primera parroquia tuve mucho trabajo rural, en Pampa del Infierno. Mientras que mi segunda parroquia fue en Villa Río Bermejito, con otra realidad distinta a la anterior. Allí aparecen grandes pastores a mi lado como Gustavo Montini y Fernando Croxatto, hoy ambos son obispos. Y mi tercer parroquia desde 2018, es en el pueblo donde nací y vive casi toda mi familia”, señaló el padre Fabián.

“Ya como monaguillo noté algo que era semilla de mi vocación sacerdotal y también en la primera comunión esto comenzó a notarse. Cuando iba a mi primera comunión se me salió la cadena de mi bicicleta mini y tuve que pedirle al sacerdote que me dejara lavarme las manos. “Lo importante es tener siempre el corazón limpio”, me dijo el cura aquella vez y algo en mí comenzó a nacer. Dios me fue marcando de a poco el camino. Hice programas de radio, me gusta escribir y escribo mucho, pero en mi corazón sentía que me faltaba algo para ser feliz, algo en mí hacía que me preguntara qué quería Dios. Soy una persona de corazón inquieto, no me conformo, es parte de mi personalidad”, sostuvo en otra parte del diálogo.

Por último, el sacerdote diocesano de San Roque compartió esta oración que nació tras un momento de oración frente al Santísimo:

Si tuviera un corazón como el tuyo

seguramente abrazaría a muchos más,

tendría más rostros mendicantes de súplica entre las manos.

Habría más paz y más gracias renovadas con confianza.

Si tuviera un corazón como el tuyo

ya no tendría tantos reclamos y quejas,

ya no pretendería ser abogado de todos,

ya no reduciría tu justicia a mis modos,

efímeros, sin firmeza y torpes.

Si tuviera un corazón como el tuyo,

cada día sería una novedad que reinicia,

cada noche una gratitud que consume,

cada minuto un retazo de lo perpetuo

que se hace presente en los sueños.

Si tuviera un corazón como el tuyo,

la alegría sería mi carta de anuncio,

las penas dejarían sus enseñanzas con pisadas de fuego,

el compromiso sería sin medidas

y no sólo para calmar la mente.

Si tuviera un corazón como el tuyo,

la esperanza del abrazo divino sería mi guía y mi destino,

la fe me anclaría en tus ojos eternos

con seguridad y confianza,

el amor marcaría mis obras y palabras.

Si tuviera un corazón como el tuyo,

mi historia sería besada, abrazada y amada

con la misma fuerza de los santos

y los hombres sin precio,

mi alma tendría la libertad de los hijos del Altísimo.

Si tuviera un corazón como el tuyo

vería en los pobres y sus necesidades

el mismo cuerpo de Cristo,

mis tiempos tendrían una jerarquía superior,

mi verdad no tendría discursos sin ecos.

Si tuviera un corazón como el tuyo

las durezas se ablandarían

en tu mirada tan tierna,

la fortaleza renovaría mi espíritu

de ocasiones endeble,

el trabajo sería un relámpago de gozo que se percibe.

Si tuviera un corazón como el tuyo,

me parecería más a ti,

sería más pleno mi ser,

sería el hijo amado en tu mano alfarera.

Ay, Jesús, Pastor Bueno,

dame un corazón como el tuyo.

Amén.