El amor al prójimo se expresa en gestos concretos

miércoles, 11 de julio de 2007
image_pdfimage_print
Se levantó un legista y dijo para ponerlo  a prueba: Maestro que debo hacer para tener en herencia la vida eterna? El le dijo: que está escrito en la ley?. Como lees Respondió: amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y a tu prójimo como a ti mismo. Bien has dicho, has eso y vivirás le respondió. Pero el queriendo justificarse dijo a Jesús: quien es mi prójimo? Jesús respondió: bajaba un hombre de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de los salteadores que después de despojarlo y golpearlo se fueron dejándolo medio muerto. Casualmente bajaba por aquel camino un sacerdote y al verlo dio un rodeo. También pasó por allí un levita. Lo vio y siguió su camino. Pero un samaritano que iba de camino llegó junto a el y al verlo tuvo compasión, acercándose vendó sus heridas, echando en ellas aceite y vino y montando sobre su propia cabalgadura lo llevó a una posada y cuidó de el. Al día siguiente, sacando dos denarios se los dio al posadero y dijo: cuida de el y si gasta algo más te lo pagaré cuando vuelva. Quien de éstos tres te parece que fue prójimo del que cayó en manos de los salteadores? El dijo: el que practicó la misericordia con el. Le dijo Jesús: vete y haz tu lo mismo.

Lucas 10, 25 – 37

Jesús nos hace abrir los ojos. Quienes deberían haber hecho por su oficio la atención de aquel hombre maltratado y haber puesto en práctica en lo concreto el mandamiento que conduce a la vida eterna no lo hicieron y un samaritano enemistado fuertemente con los judíos del tiempo de Jesús es el que aparece en escena llevando adelante desde la parábola que Jesús plantea la tarea y acción que correspondía en todo caso por oficio a aquellos que no lo supieron asumir.

Lo dieron vuelta, lo rodearon, lo esquivaron y aquel hombre maltratado por los salteadores del camino vio como un samaritano, uno que era de la vereda del frente por así decirlo asumió su responsabilidad o la responsabilidad de detenerse bajo el riesgo de se también el maltratado, curarlo, ponerle aceite, vino, para sanarle las heridas, montarlo sobre la cabalgadura, llevarlo a la posada, en la posada quedarse un tiempo con el, indicar al posadero que lo cuide, que todo los gastos van por cuenta suya y si gasta algo de más que lo anote en su cuenta.

Este es el prójimo concreto que asume en la caridad el gesto que se espera de quienes aspiran a tener vida para siempre. La vida que no se acaba, la vida que no termina, crece, aumenta, se extiende, se desarrolla en nosotros por éste encuentro con los hermanos heridos en el camino. Las heridas que encontramos en el camino de los hermanos que sufren a veces son físicas como las que sufrió éste asaltado en el camino. Y lo descubrimos en cuantos que viven en situación de calle y que van poblando las esquinas de nuestra ciudad tirando la mano, pidiendo una limosna, escondidos detrás de un poco de vino, tratando de pasar su dolor detrás de la bebida que va calmando su pena.

Los descubrimos en nuestras plazas sentados en sus bancos. Aparecen muchas veces en las puertas de nuestros templos a estos heridos del camino. Tocan las puertas de nuestras casas pero también son aquellos otros que vestidos de saco y corbata con el maletín en la mano recorren nuestras calles igualmente y aparecen hondamente angustiados, profundamente decepcionados y detrás de esa hierática figura que va queriendo esconder lo que les pasa se manifiesta de vez en cuando ese dolor hondo moral profundo, tan dolorosa experiencia como aquella que igualmente forma parte del paisaje de las esquinas, de las plazas y sus bancos.

Hay hermanos heridos que necesitan que nos detengamos y detenernos es abrir el oído básicamente y escuchar sus sentimientos profundos de dolor y la necesidad de ser acompañados, de ser recibidos, de ser atendidos. Posiblemente el herido del que estamos hablando esté cerca de tu casa, forme parte de tu paisaje cotidiano y porque te produce mucho dolor enfrentarlo, atenderlo, vos como yo a veces pasamos de largo, lo esquivamos. Hoy el Evangelio nos invita a reaccionar de una manera distinta, a perder el tiempo para ganar la vida , a perder el tiempo atendiendo para ganar la vida que no pasa.

Este buen samaritano del Evangelio salió de su ruta. El bajaba yendo a otro lugar y fue capaz de cambiar su rumbo porque lo exigía aquel dolor y aquel sufrimiento. En nuestro apuro por las cosas que marca la agenda a veces no contamos con ésta disposición, con éste detenernos, con éste pararnos en el camino, con éste mirar en lo profundo, con éste escuchar desde adentro. Hoy Jesús quiere que asumamos el papel de buenos samaritanos deteniéndonos en el camino y aprendiendo a cargar con el dolor de nuestros hermanos.

Han pasado dos ministros de Dios delante de aquella situación dura, difícil de ver a éste hombre golpeado, maltratado por los asaltantes del camino.

Quien podría responder adecuadamente a la circunstancia que se presenta sino éste personaje que en su parábola Jesús hace aparecer, el tercero en discordia. Como en toda narración popular el auditorio esta esperando al tercer personaje que es un laico samaritano. Jesús elige intencionalmente el ejemplo, fallan los servidores de Dios y el abominable samaritano racialmente espúreo, sigmático, responde de forma plena al amor. Que sorpresa despierta en el relato la aparición de éste que iba a prestar ayuda a un judío aunque estuviese muriéndose?

La suerte del judío estaba en manos de uno que no tenía la Torá, al que podríamos llamar desde la literatura judía: un hijo de las tinieblas, aunque no sabemos si el herido era judío porque para moverse a hacer el bien aquel samaritano no necesitó preguntar absolutamente nada. Solo se detuvo. Rompió con todas las categorías sociales, religiosas, culturales. Mostró con su gesto que el Evangelio lo trasciende todo, que la buena nueva del amor que Jesús plantea va mucho más allá de lo que se espera, de las categorías y de las coordenadas que definimos los hombres con nuestras actitudes mezquinas y con nuestra mirada corta cuando no encasillada.

El samaritano con su caridad hizo por decirlo así con Mateo Bautista a Dios amable. Atendió a aquel hombre anónimo con un acto anónimo. Podríamos decir sin brillo humano.

El samaritano se comportó con el desconocido mal herido. Como no se comportará Dios conmigo que soy su hijo? Esto es lo que deja el mensaje de la Parábola que Jesús nos trae. Este gesto de caridad podríamos decir guarda toda una liturgia que el relato evangélico va desandando, desenvolviendo y mostrando para que nosotros podamos celebrar con gozo en nuestra propia vida lo mismo cuando en una circunstancia semejante nos encontremos.

Podríamos llamarla la liturgia de la caridad. Celebrar la caridad . Esto es lo que hace el buen samaritano y esto es lo que nos enseña Jesús en su gesto. Lo primero que hizo fue llegarse a el, se hizo próximo, cercano, no se apartó, no lo esquivó, no se excusó, se llegó a el. No llegó de cualquier manera.

Dice la Palabra: llegó a el, se acercó a el, se hizo próximo a el con compasión, tuvo compasión de el. No se le movieron solamente los pies y las manos para atenderlo. Esto fue respuesta del corazón, se le movió el corazón para dar respuesta, se acercó, superó el miedo. Estoy seguro por lo que dice la Palabra que no se fijó donde estaban los que lo golpearon ni miró de reojo si podía meterse en un embrollo o no o si la suerte de el iba a ser la que pasaba su amigo que estaba delante de el. Se comprometió con el hecho, se acercó, superó el miedo.

La pregunta ¿me harán algo? estaba como de más. Ese signo de pregunta no formaba parte de su geografía ni de su esquema en el momento. Lo asistió. Adsistire quiere decir ponerse al lado, más todavía, ponerse en el lugar de. Ofreció creativamente sus recursos.

El botiquín de este buen samaritano era el usual de entonces para todo caminante prevenido. Llevaba un sillín de su cabalgadura, una cantimplora de vino y algunas vendas de tela por si las dudas. Con eso lo curó. No pensó y si me pasa algo a mí ¿ que hago?. No especuló con su suerte. Vendó sus heridas, dice la Palabra. Tal vez hasta pueda haber desgarrado su pañuelo, el que tenía guardado, para secarse el sudor en esas caminatas tan largas donde el sol golpea tanto. Derramó aceite para calmar, vino para desinfectar. Estos viejos remedios universales que ya los recomendaba el viejo Hipócrates. Lo subió en la propia cabalgadura, es más, se pone como un esclavo, como un sirviente de éste que pasa a ser su señor, lo lleva a la posada, busca la ayuda adecuada sin temer que sospecharan como un extranjero pudiera hacer esto. Cuidó de el.

Quiere decir entregó su tiempo, dio dos denarios al posadero, es decir no escatimó en dar de su propio peculio prometiendo volver para hacerse cargo de los gastos que vinieran de la internación.

Hay un paso tras otro paso, hay un gesto tras otro gesto que viene acompañado por un sentimiento que no es externo sino interior. Es su corazón que late al ritmo de la necesidad que se plantea y para la cual se inventa y se reinventa una actitud, un gesto, una acción, una liturgia de la caridad. La que hoy celebra el Señor con nosotros y nos invita a celebrar con El para cuando nos encontremos con un golpeado en el camino sea que esté vestido de traje y corbata, sea que se encuentre como muchos en nuestros paisajes ciudadanos en las esquinas de nuestras calles, en las puertas de nuestros templos o en los bancos de nuestras plazas.

Realmente el buen samaritano podríamos decirlo así ejerció el culto de la caridad con todas sus prácticas como un excelente ministro en el mejor de los altares, el campo de la necesidad concreta. Con la mejor víctima: el cuerpo malherido de aquel hombre, cuerpo sufriente de Cristo en el. Con vestiduras aptas, aunque rotas, tal vez para vendar a aquel hombre. Con profunda inclinación en ese hacerse a lo que el otro le ocurre, disponerse para ayudarlo, con manos santas, purificadas por la caridad, con una solemne música, la que nace de las palabras tiernas de consuelo, con palabras de aliento que sostienen en el sufrimiento, con la buena súplica que surge de los gemidos del herido, con santa devoción podríamos decir.

La devoción que más a grada a Dios es preocuparte por los pobres. Es el de atender a los impedidos, a los que se encuentran en distintas enfermedades, como dice San León Magno. Realmente en éste escenario de la vida con la que nos encontramos habitualmente desde el dolor del hermano tenemos como celebrar una liturgia porque hay un altar, porque hay una víctima, porque estamos vestidos para esto y revestidos para lo mismo, porque nos podemos inclinar como nos inclinamos frente al misterio así entre el dolor, porque nuestras manos se purifican en la caridad, porque la música nace de las palabras de aliento y de consuelo, porque el gemido interior del dolor se hace súplica y porque la más hermosa devoción, la que más le agrada a Dios es ésta: la de detenernos frente al que sufre y atenderlo en su necesidad.

Por éstos tiempos se acostumbra a la hora de elegir una persona para desarrollar una determinada actividad determinar el perfil que debe esconder, que debe guardar, que debe tener presente aunque escondido y que hay que sacar a la luz la persona que asume ese determinado rol, esa determinada función. Le llamamos perfil.

Cual es el perfil del responsable del audio en Radio María, del operador? Todo un tema: trabajar. Cual es el perfil de la encargada de producir el programa de la mañana? Cual es el perfil del director de Radio María? Que perfil tiene un miembro del consejo directivo? Que perfil debe guardar un buen samaritano? Que perfil de padre se espera para estos tiempos? Cuales son los valores que deben entrar en juego en la paternidad para éste tiempo?, en la maternidad? Que perfil de joven cristiano se necesita que aparezca como luz para otros jóvenes en éste tiempo?

Hoy podríamos preguntarnos nosotros que perfil de buen samaritano debemos encarnar para repetir lo que el Evangelio nos deja hoy como legado, como herencia. Yo diría esto: hace falta tener un corazón accesible a la misericordia es decir capaz de compadecerse. El perfil debe ser de una voluntad que mueve a hacer el bien, bien. No solamente hacer el bien, sino que lo hace muy bien.

Un buen samaritano en éste tiempo tiene que hacer el bien, bien hecho. Capacidad de ser hospitalarios, de recibir, de acoger, de abrazar el dolor del otro. La motivación para ser un buen samaritano debe ser sana. Muchas obras de caridad nos muestran a veces a personas que se acercan para cubrir su tiempo.

No está del todo mal que así sea pero en todo caso éstas motivaciones hay que irlas purificando en relación al objeto que atrae mi voluntad, mi entrega, mi esfuerzo, mi sacrificio. Es la necesidad del otro y el gesto de caridad que me exige atender a un niño, a un anciano, a un pordiosero.

El buen samaritano es un creativo. Uno se imagina cuando lo encontró a éste golpeado que empezó a sacar de la galera cosas que ni el sabía que las llevaba, por ejemplo las vendas que utilizó. La llevaba por las dudas. De repente se acordó y empezó a sacar lo que tenía para recrear la vida de aquel que estaba golpeado. Espíritu creativo, intuición, previsión. Una proximidad auténtica. No la vio pasar de largo, no la vio de costado, la vio de frente a la realidad y se arrimó al dolor del que sufría. Capacidad de escucha, de entrega del tiempo, se desvió del camino, pasó la tarde con el. Capacidad de dar, dio dos denarios y se hizo cargo de lo que después hacía falta.

Una persona de una rica humanidad capaz de entregarse sin preguntar, sin exigir. Una capacidad de descubrir la necesidad del otro y de estar atento al otro más que a si mismo, sin quejas, sin ufas, con el corazón dispuesto a dar y en alegría. Un buen samaritano es aquel que genera ambiente donde todos están a gusto, donde todos se sienten hospedados, albergados, contenidos.

Hace falta un corazón de buen samaritano capaz de hacer carne la misericordia de Dios. Posiblemente hoy Dios te esté llamando a vivir en plenitud éste Evangelio y hacer aparecer en vos el perfil del buen samaritano que está escondido en lo profundo de tu corazón.

Superando las condiciones sociales, religiosas, políticas, las simpatías o las antipatías, los gustos y los disgustos, es lo que hace éste buen samaritano. Se hace hospedero el en su propio corazón y después encuentra un lugar concreto donde poder terminar de hospedarlo al malherido.

Hay un texto del libro del Levítico 19, 33-34 donde la Palabra le recuerda al pueblo de Israel porque tiene que practicar la hospedería, la hospitalidad. Este valor muy propio de nuestra tierra que ha acogido a tantas culturas de tantos lados. Crisol de culturas decimos en nuestra patria, hospedera de extranjeros que llegan a ella y se hacen rápidamente de los nuestros.

Dice así la Palabra: cuando un forastero resida junto a ti en tu tierra no lo molestes. Al extranjero que reside junto a ti lo mirarás como a uno de tu propio pueblo y lo amarás como a ti mismo y da la razón Dios porque tiene que ser así el pueblo de Israel, porque ustedes fueron forasteros en las tierras de Egipto y yo Yahvé su Dios los he hospedado.

Dios es el hospedero del pueblo extranjero en tierra extranjera y por eso nosotros hecho a imagen y semejanza de El estamos llamados a imitar éste gesto tan conmovedor como el que hoy hemos compartido en el Evangelio de San Lucas 10, 25 – 37:

El Buen Samaritano, el buen hospedero o el amor hospitalario podríamos decir de Dios reflejado en la liturgia concreta de la caridad y bajo ese perfil que nos ha regalado hoy la catequesis para buscar nosotros encarnar la hospitalidad, de ser buenos hospederos en la necesidad de los hermanos.