El Concilio Vaticano II se propuso tener una visión positiva y no condenatoria

martes, 12 de marzo de 2019
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12/03/2019 – El padre Carlos Schickendantz, doctor en Teología e investigador de la Pontificia Universidad Católica de Chile, se refirió en la primera entrega del ciclo a la figura del papa Juan XXIII como el santo padre que convocó al Concilio Vaticano II. “Este pontífice despierta simpatía, incluso en nuestros días, en un amplio ámbito de personas creyentes, como también entre aquellas pertenecientes a las más diversas tradiciones culturales o religiosas. Afortunadamente hoy no faltan buenos estudios que ilustran la compleja y rica biografía de esta figura imprescindible para explicar la situación de la Iglesia en el mundo moderno. Su gran obra, el Concilio Vaticano II, ha puesto los presupuestos, no las recetas, para afrontar los nuevos desafíos que emergen de un escenario fascinante por su complejidad y diversidad. En particular, el tipo de Concilio —y, con él, el estilo de cristianismo que imaginó— ha sido determinante. ¿Sabía adónde iba? Sí y no”.

El sacerdote cordobés agregó: “Como es sabido, el Concilio Vaticano I, en el siglo 19, había terminado de una manera abrupta por razones políticas ajenas a él. Allí solo se trataron y definieron los temas referidos a la autoridad papal. Un estudio más amplio sobre la Iglesia, como estaba previsto en los textos preparatorios, no pudo ser considerado. De allí que en el siglo 20 se repitieron intentos, claros en Pío XI y Pío XII, de reanudar aquella asamblea. Consta, por ejemplo, una iniciativa a comienzos de 1949 que por diversos motivos no prosperó. Es claro que estas iniciativas tenían poco que ver con la convocatoria de Juan XXIII y que, por tanto, no pueden ser consideradas como etapas hacia el Vaticano II1. Otra dinámica, más importante, debe ser advertida. El Vaticano I se inserta en la evolución que sufre la eclesiología católica de Contrarreforma y que condensará en la figura papal todas sus expectativas y aspiraciones. Las definiciones dogmáticas de dicho concilio, la ampliación del campo del magisterio, el código de derecho canónico de 1917, la devoción creciente al sumo pontífice, etc., conducirán a que muchos estimen inútil una asamblea conciliar. Un ejemplo no carente de relieve puede detectarse en el autorizado Dictionnaire de thélogie catholique de principios del siglo XX que, en la voz “Concilio”, afirmaba: “Los concilios ecuménicos no son necesarios para la Iglesia”. Que esta era una idea más o menos difundida incluso varias décadas después, lo ejemplifica el hecho de que el cardenal Domenico Tardini, secretario de Estado del papa Juan XXIII, en la primera conferencia de prensa en la historia del Vaticano, el 30 de octubre de 1959, debió responder a la “objeción que ha sido levantada desde diversas partes, esto es, qué utilidad podría tener un Concilio considerando que al Sumo Pontífice, como enseña la doctrina católica, le compete el primado de jurisdicción sobre todos los fieles y sobre todos los obispos”, a lo cual debe sumarse, recordaba Tardini, el don de la infalibilidad de la enseñanza en determinadas situaciones. Convocar un concilio sería una muestra de cómo el Papa “ejercita con mucha discreción sus amplios poderes”; tal era el extraño razonamiento del cardenal. De allí que sea cierto lo que testimonian algunos autores, como el jesuita suizo Peter Henrici: ´El anuncio del Concilio vino cuando nadie lo esperaba. El magisterio ordinario del Papa parecía hacer superfluo”.

El padre Schickendantz indicó que “la convocatoria al Concilio fue el fruto de una convicción muy personal del Pontífice. “Se trata de una decisión libre e independiente, como nunca se había verificado quizás en la historia de los concilios ecuménicos o generales”, anota el historiador G. Alberigo. Un discurso con orientaciones clave. Por otra parte, “a la determinación con que el Papa presentó su decisión, parece que no le correspondía una idea suficientemente definida del concilio”. Con el tiempo se ha advertido mejor la importancia del discurso inaugural de octubre de 1962 ya citado. Es verdad que no hay allí un programa, no se diseña un reglamento, no se fijan tiempos de trabajo para la asamblea. Pero tampoco es un mero saludo: “Es una de las expresiones más logradas de cómo Roncalli veía el Concilio”. Como lo indican estudios sobre los borradores del texto, es cierto que el contenido del discurso pertenece completamente a Juan XXIII: “Está ampliamente documentado cómo la reivindicación de Juan XXIII de que él había escrito el discurso con ‘harina de su propio costal’, corresponde a la realidad. Pues en gran parte del texto hay una serie continua de redacciones manuscritas o dactiloescritas con correcciones hechas a mano”. Algunos aspectos se delinean allí con claridad. Por lo pronto, un término clave, aggiornamento, puesta al día, comienza a formar parte del vocabulario oficial del Concilio”.

“Significativa es también la lectura positiva, no condenatoria, de la situación de Juan XXIII imaginó el Concilio como un espacio institucional autónomo; constituía un ámbito de la vida de la Iglesia distinto al de su gobierno ordinario. Esta perspectiva se expresa en la famosa crítica a los “profetas de calamidades, avezados en anunciar siempre infaustos acontecimientos, como si el fin de los tiempos estuviese inminente”. A juicio de Juan XXIII, se trata de “algunas personas que, aun en su celo ardiente, carecen del sentido de la discreción y de la medida. Ellas no ven en los tiempos modernos sino prevaricación y ruina; van diciendo que nuestra época, comparada con las pasadas, ha ido empeorando”. De allí la actitud que reclama: “En nuestro tiempo, la Esposa de Cristo prefiere usar la medicina de la misericordia más que la de la severidad. Ella quiere venir al encuentro de las necesidades actuales, mostrando la validez de su doctrina más bien que renovando condenas”. Precisamente, la ausencia de condenas es una característica peculiar de este Concilio. Puede corroborarse que muchos padres conciliares acudieron una y otra vez a este discurso, incluso hasta las semanas finales del Concilio, para evitar ese tipo de sentencias. Una de las más solicitadas fue la del ateísmo marxista; condena que finalmente no se concretó”, sostuvo el especialista en teología.