El discernimiento en la vida cotidiana

miércoles, 23 de diciembre de 2009
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El discernimiento en la vida cotidiana1

Diego Fares sj

Primer encuentro: discernir las alegrías duradera

La lección de la Alegría duradera

Dios, para hablarnos, primero nos alegra

Al pensar en compartir algunas experiencias sobre “El discernimiento espiritual en la vida cotidiana”, lo primero que sentí fue que teníamos que comenzar con la Alegría.

Es que el Reino de los cielos, como enseña Jesús en las parábolas de los perdidos y encontrados, es semejante a la alegría indescriptible que experimenta el comerciante aquel que discierne, entre una multitud de perlas, una de infinito valor. Ese alegrón, el más grande de su vida, le hace vender todo lo demás para comprarse la Amistad con Cristo.

La alegría! Es que Dios para hablarnos primero nos alegra. Como hizo con María: Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.

Hay alegrías duraderas y alegría pasajeras

Pero hay alegrías y alegrías. Y San Ignacio, maestro de discernimiento, nos enseña que la primera lección que Dios nuestro Señor le dio, al comienzo de su vida espiritual, fue la lección sobre la alegría duradera.

Alegría en medio de la vida cotidiana

Adelantemos que una alegría duradera necesariamente tiene que ver con la vida cotidiana. Porque toda experiencia de vida, por especial que sea, si se extiende en el tiempo, se mezcla con la vida cotidiana… Suena el teléfono, viene alguien, tenemos que hacer las cosas de cada día…

¿Cuándo aprendió Ignacio esta lección?

Lo consolador es que esta lección Ignacio la aprendió cuando todavía no era ni santo ni Ignacio, sino el pobre Íñigo, con la pierna destrozada por la bala de cañón que lo derribó en Pamplona, luego de varias operaciones que no lograron acomodarle del todo el hueso y lo dejaron rengo para humillación de sus vanidosas ambiciones.

¿Qué quiero comunicar con esto? Algo muy sencillo y muy cierto: que si Ignacio pudo aprender esta lección de la alegría duradera también podemos aprenderla nosotros, la gente común, vos y yo.

Si el Señor hizo que se le abrieran los ojos a un Ignacio aburrido en su enfermedad (se la pasaba leyendo novelas de caballería y cuando se le acabaron leía vida de santos porque eran los únicos libros que tenían en el castillo), entonces el Señor puede abrirle los ojos cualquier persona.

Abrir los ojos a la alegría

Abrir los ojos a la alegría de la resurrección es el trabajo de Jesús con los discípulos de Emaús. Si pudo percibir esta alegría verdadera un Ignacio que, como él mismo cuenta, tenía el corazón embebido por una pasión –estaba enamorado de una mujer inalcanzable para él- y estaba mal porque quedaría rengo, si él en ese estado pudo discernir lo especial de la alegría del Espíritu, digo, también usted que escucha la radio mientras hace sus cosas, puede sentirla y gustarla en su corazón.

Les pido un momento de su atención para escuchar el relato de Ignacio. Tengan en cuenta que no es una anécdota más. Así como San Cayetano es patrono del Pan y del Trabajo, San Ignacio es patrono de los Ejercicios Espirituales y cuando se trata del discernimiento Ignacio es un amigo siempre dispuesto a ayudarnos.

De hecho, se decidió a contar su vida interior –llena de gracias especiales que guardó entre él y Dios- cuando se convenció de que sus experiencias serían de utilidad para otros que quisieran aprender a rezar y a discernir.

Lo imaginamos a Ignacio convaleciente y dice así:

Nuestro Señor le fue dando salud; y se fue hallando tan bueno, que en todo lo demás estaba sano, solo que no podía tenerse bien sobre la pierna, y así le era forzado estar en el lecho. Y como era muy dado a leer libros mundanos, que suelen llamar de Caballerías, sintiéndose bien, pidió que le diesen algunos de ellos para pasar el tiempo; pero en aquella casa no se halló ninguno de los que él solía leer, y así le dieron una Vida de Cristo y un libro de la vida de los Santos en romance.

Leyéndolos muchas veces, algún tanto se aficionaba a lo que allí hallaba escrito. Cuando dejaba de leer, algunas veces se paraba a pensar en las cosas de los Santos y otras veces en las cosas del mundo que antes solía pensar. Y de muchas cosas vanas que se le ofrecían una tenía tanto poseído su corazón, que se estaba luego embebido en pensar en ella dos y tres y 4 horas sin sentirlo, imaginando lo que había de hacer para conquistar a su amada. Y estaba con esto tan envanecido, que no miraba cuán imposible era poderlo alcanzar; porque la señora no era de vulgar nobleza: no condesa, ni duquesa, mas era su estado más alto que ninguno destas.

Todavía nuestro Señor le socorría, haciendo que sucediesen a estos pensamientos otros, que nacían de las cosas que leía. Porque, leyendo la vida de nuestro Señor y de los santos, se paraba a pensar, razonando consigo: ¿qué sería, si yo hiciese esto que hizo San Francisco, y esto que hizo Santo Domingo? Todo su discurso era decir consigo: San Francisco hizo esto; por qué no puedo hacerlo yo también. Duraban también estos pensamientos buen rato, y después se sucedían los del mundo…

Había todavía esta diferencia: que cuando pensaba en aquello del mundo (los libros de caballería y lo que haría para conquistar a su amada), se deleitaba mucho; mas cuando después de cansado lo dejaba, hallábase seco y descontento; y cuando (pensaba) en ir a Jerusalén descalzo, y en no comer sino yerbas, y en hacer todos los demás rigores que veía haber hecho los santos; no solamente se consolaba cuando estaba en los tales pensamientos, mas aun después de dejando, quedaba contento y alegre. Pero no miraba en ello, ni se paraba a ponderar esta diferencia, hasta en tanto que una vez se le abrieron un poco los ojos, y empezó a maravillarse desta diversidad y a hacer reflexión sobre ella. Tomando por experiencia que de unos pensamientos quedaba triste, y de otros alegre, y poco a poco viniendo a conocer la diversidad de los espíritus que se agitaban, el uno del mal espíritu, y el otro de Dios. Este fue el primer discurso que hizo en las cosas de Dios; y después cuando hizo los ejercicios, de aquí comenzó a tomar lumbre para lo de la diversidad de espíritus” (EE 8).

Nos quedamos un momento con el sabor de este relato, verdadera parábola de la alegría verdadera. Les propongo recordar durante unos momentos algunas de sus alegrías más duraderas: la de la amistad, el nacimiento de los hijos, la primera comunión, haber sido perdonados, alguna peregrinación a María, algún gesto de generosidad en que se dieron enteros… Alegrías verdaderas.

Hay alegrías duraderas

Hay alegrías duraderas. Alegrías que permanecen frescas y auténticas como una fuente en el corazón.

Las distinguimos perfectamente de esas otras que fueron artificiales, que fueron lindas mientras duró la experiencia, pero que luego nos dejaron con resaca, tristes y desolados.

Las alegrías duraderas tienen que ver con lo auténtico. Las pasajeras, con lo artificial, con los efectos especiales.

¿Por qué nos alegra la naturaleza, un amanecer, el cielo tachonado de estrellas, el canto de los pajaritos, el cariño de nuestro perrito…? Porque son auténticos, se nos dan enteros, gratuitamente. El sol alumbra a todos, ricos y pobres.

Hay alegrías verdaderas y duran para siempre. Hay que reafirmar esta verdad, porque uno en algún momento, comenzó a desconfiar y se quedó con la idea de que sólo hay alegrías fugaces, que se roban, que se consumen, que se tienen que armar artificiosamente y gozar a escondidas. Y la alegría no es un producto, no es efecto de una sustancia, no es resultado de una técnica.

La alegría duradera es algo que se nos da gratuitamente, si sabemos abrir los ojos y el corazón y tenemos la humildad y la paciencia de recibir en toda su plenitud la alegría que nos dan las cosas gratuitas. Si uno está apurado no puede recibir la alegría de una puesta de sol o de pasar un rato jugando con un perrito…

La alegría duradera se puede dar a los demás aunque no la sintamos nosotros

La alegría duradera también es algo que podemos dar a los demás, si nos damos enteros, generosamente. Uno siempre capta cuando una persona se le da entera, sin apuro, mirando a los ojos, escuchando atentamente, acompañando un poco más de lo que se requeriría…

Y lo más lindo, quizás, es que podemos dar alegría a otro –a tus hijos, por ejemplo- aunque no la sintamos nosotros sensiblemente. (Como hizo la Madre Teresa durante años, que nos alegró a tantos siendo que ella sufría angustias).

Jesús nos enseña a descubrir la alegría duradera

Jesús es el Maestro que nos enseña a descubrir – a discernir- la alegría duradera: esa que sólo El da y que “nadie nos puede quitar”, la alegría de su Espíritu.

En la naturaleza

Jesús nos hace descubrir esa alegría en la naturaleza: miren los lirios y las florcitas del campo, tanta belleza reviste la tierra gratuitamente y no la pueden imitar todos los sastres del mundo; ¿Tenés preocupaciones? Qué comerás, con qué te vestirás? Está bien, pero acordate que las tenés porque estás vivo. La alegría de la vida es mayor que las preocupaciones por la vida.

El Padre es quien está detrás de las alegrías duraderas

Jesús nos enseñó a descubrir al Padre detrás de estas experiencias de belleza y de plenitud de la naturaleza: es el Padre el que cuida a todos, el que hace brillar el sol sobre justos y pecadores. La alegría auténtica brota del Padre, fuente de alegría y santidad.

Y nos hizo ver también la misma alegría en las experiencias en las que alguien se dona entero, sin mezquindad, en lo secreto: la viuda que da dos moneditas y sale con el corazón radiante; el buen samaritano, que ayuda al herido y se va satisfecho y vuelve a visitarlo. La alegría del que reza en lo escondido de su pieza y pide por todos. Como decía San Alberto Hurtado: hay una secreta relación entre el darse por entero y esa paz del alma, que es la forma permanente de la alegría. Las alegrías que no se borran de la memoria del corazón son las que vienen de cuando nos dimos enteros, en cosas pequeñas o grandes, pero enteros.

Estar atentos

Una última característica de estas alegrías de Jesús es que hay que estar atentos y bien dispuestos para recibirlas porque vienen “sorpresivamente”, a veces sin esperarlo –como el que se encuentra el tesoro en el campo-, y otras luego de largos tiempos de trabajosa búsqueda –como el comerciante que encuentra por fin la perla preciosa que tanto deseó-. No depende de nosotros el cuándo pero sí el estar atentos y dispuestos a “vender todo” para disfrutar del tesoro.

Hay alegrías verdaderas, que duran para siempre.

Como tarea para el tiempo entre este encuentro y el próximo, les propongo dos ejercicios: uno de discernimiento hacia atrás: tratando de grabar bien en el corazón y de agradecer esas alegrías hondas que el Señor nos regaló en la vida. Son nuestro tesoro y hace bien tenerlas siempre frescas en el recuerdo.

El otro, un ejercicio de probar a darnos por entero en algún gesto sencillo y discernir y gustar esa alegría que brota inmediatamente, don del Espíritu que bendice todo pequeño gesto realizado con mucho amor, como decía Madre Teresa.

1 Desgrabado de siete programas emitidos por Radio María, en el Programa ‘Vengan y vean’ los viernes 25/09, 9 y 23/10, 6 y 20/11 y 4 y 18/12 de 17:40 a 18:00 hs.