El Espíritu que derramó Señorío…

jueves, 10 de mayo de 2007
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Nuestro Señor Jesucristo es imagen de Dios invisible, primogénito de toda la creación; porque en Él fueron creadas todas las cosas; en los cielos y en la tierra.  Las visibles y las invisibles.  Todo fue creado por Éll y para Él.  Él existe con anterioridad a todo y tiene en Él su consistencia.  Es también la cabeza de la Iglesia. Es el principio, el primogénito de entre los muertos, para que sea Él el primero en todo.  Dios Padre tuvo a bien, en su plan, hacer residir en Él toda la plenitud, reconciliar por Él y para Él todas las cosas y pacificar mediante la sangre de su cruz, lo que hay en la tierra y en los cielos.

Colosenses 1, 15 – 20

El hombre, dice Ignacio de Loyola, es creado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor; y con esto ganarse a sí mismo para Dios, usando de todas las cosas según este señorío de Dios.

Estamos al final de la primera parte de lo que se da en llamar los ejercicios ignacianos, “Principio y Fundamento”.

La razón de ser del acto creador y amoroso de Dios es ser uno con nosotros, con estos ejercicios Ignacio nos invita a recorrer un camino para reformar la propia vida.

“Principio y fundamento” es clave para tener en cuenta la razón de ser de nosotros mismos y como se articula nuestra gran motivación existencial con la persona del Señor.  

Ha sido el hombre creado para alabar, reverenciar y servir a Dios y así, dice Ignacio, de este modo, con esta actitud y mediante esto, salvar su alma; es decir salvar su propia vida, todas las otras cosas son para el hombre; y a estas, dice san Ignacio, el hombre debe utilizarlas, en tanto y en cuanto vayan ordenadas a este fin.

Debemos actuar de manera tal que todo esté orientado al fin de la creación, que es alabar, bendecir y servir a Dios Nuestro Señor, y debemos utilizar todo lo creado con la indiferencia propia del que sabe que está en las manos de Dios, y por lo tanto no le ha de importar tanto, dice San Ignacio de Loyola, tener salud que enfermedad, honor que deshonor, dinero que no dinero, porque lo importante no es el medio del que se vale el hombre para alcanzar el fin, sino poder alcanzar el fin, en la medida que esté ordenado y orientado al querer y a la voluntad de Dios.

De allí proviene la santa indiferencia.  Lo que la determina no es una actitud apática, ni de permitir que todo nos de exactamente lo mismo, mediocre, y mucho menos en términos morales, relativista.

La santa indiferencia es esta actitud interior de desprendimiento, para que pueda hacerse el querer de Dios, porque el querer de Dios se manifiesta en el señorío de Jesucristo.

Y justamente, lo que te quiero proponer para la catequesis de hoy es redescubrir el centro de la vida de Jesús en nuestra vida.  Jesús en el centro de nuestra vida.

Las expresiones de la Palabra nos ayudan a esto.  ¿La Palabra de qué habla?, de este señorío de Jesucristo, que es imagen de Dios el Padre; es el primogénito.  En Él fuimos creados, por Él también hemos sido redimidos, Él es ahora la cabeza del cuerpo, que somos nosotros, su pueblo, su Iglesia.  Todo tiene sentido y razón de ser en Él.

Y es la experiencia de quien tiene un encuentro importante con Jesús, de quien empieza a entenderlo todo en Él, a entender todo lo que pasó.

Yo recuerdo cuando decidí seguir el camino discipular, en orden a la vida consagrada, en el ministerio sacerdotal, sabiendo en la fe que Dios me llamaba a ser su ministro sacerdote, cuando pude decir que sí a la invitación que Dios me hacía, vi claramente en un momento que mi educación, mis amistades, mis educadores, todos estaban puestos como en un plan, en un proyecto que Dios había elegido para darle curso a mi camino, también pude poner en perspectiva los errores que cometí en la vida, hasta esa edad de 17 años, que no son tantos, pero que son suficientes como para ir haciendo sabio aprendizaje, de meter la pata, de equivocarse, de descubrir que el corazón humano es frágil, pude identificar aquello que era el lugar donde Dios me decía que lo había permitido para mostrar su grandeza y su presencia en mi vida, que esos momentos me habían educado en su Providencia, nada escapa a las manos del que Dios ha creado y ha elegido para sí.  Ese sos vos, ésa sos vos también.

Estoy seguro que has hecho esta experiencia si has tenido verdaderamente un encuentro con Jesús, encuentro que te permite descubrir que nada escapa a su Providencia, y que de todo Él se vale para los que ama, aún del pecado, dice San Pablo:  “bendita culpa que mereció tan grande Redentor”.

La misericordia de Dios sólo es capaz de manifestarse en la medida en que nosotros caigamos en la cuenta y reaccionemos ante nuestro propio límite, descubriendo que sólo en Dios podemos ser verdaderamente lo que estamos llamados a ser:  a vivir la grandeza de lo que Él siempre pensó para nosotros.

Retomando el texto a los Colosenses, lo que se puede captar en toda la propuesta paulina en relación y en comparación con el rostro del Señorío que nos muestran los evangelios de Mateo, Marcos, Lucas y Juan es esto:  en Pablo el señorío es un poder operante.  En los evangelios aparece este poder operante de Jesús, pero también aparece la imagen de Jesús que va actuando y en su accionar va reflejando el rostro del Padre.  En Pablo, en sus cartas y en esta que acabamos de compartir hay un poder operante y una energía creadora, una luz resplandeciente, una vida que se da, más que una figura que se mira o un rostro que se contempla.  Hay una gracia de fuerza señorial de Jesús que actúa por el don del Espíritu que nos ha dejado.

Claro que en el relato de los evangelios vemos es al Jesús guiado por el Espíritu, que muestra su señorío.  Ahora, el Señor, al que no vemos con nuestros ojos, pero al que vivimos en la fe, nos deja aquello que nos prometió:  el don del Espíritu Santo, que establece el señorío de Jesús en tu historia y en la mía.

¿De qué manera puedo yo encontrarme con Jesús el Señor, en mi vida, por la operación, presencia, y fuerza de la Gracia que deja en mi propia historia y en mi vida?.  Es el don maravilloso de Jesús que envía su Espíritu para que actúe y obre en nosotros.

Este principio de operación, de gobierno y creación, esta fuerza transformadora que lleva a cabo una enorme obra que todo lo puede, es hasta hacer capaz la nueva creación de un mundo en el Espíritu, es la que Jesús nos regala con su nuevo modo señorial.  El señorío de Jesús actúa en nosotros por el Paráclito, el Espíritu que Él nos ha enviado, el Espíritu Santo.

Él obra en nosotros, en cada creyente, lo mismo que en toda la Iglesia, impera sobre todo lo creado, lo visible y lo invisible, en el Señor que nos dejó el Espíritu se saluda, se da gracias, se juzga, se exhorta sobre el bien, se soporta el mal, se ejercita la paciencia, se alcanza la victoria, se vive de manera significativa lo de todos los días, lo cotidiano, como una forma extraordinaria de vivir.

Este es justamente el modo donde se refleja Jesús como el Señor. Cuando el Espíritu toma mi existencia, y me permite levantarme tempranito a la mañana, pegarme un baño, desayunar, escuchar las noticias, leer el diario, compartir el primer encuentro con mis hermanos en la oficina, cuando suben al taxi y los llevo al lugar donde van, cuando empieza mi tarea con mis hijos llevándolos a la escuela, y desde allí en todo ese primer quehacer, voy poniéndome en la presencia de Aquel que hace de eso tan simple, tan nuestro y tan cotidiano, algo verdaderamente importante y significativo.

Claro, cuando lo importante es lo espectacular y lo notorio, porque sale de lo común, aparece como noticia porque rompe con el esquema de lo habitual, lo tuyo y lo mío, lo nuestro de cada día parece perder valor o significancia.  Vos sabés que para que una noticia sea noticia, en los códigos de comunicación hay una serie de pautas que debe cumplir para establecerla como tal, entre otras cosas lo que se presenta debe tener valor de trascendencia, romper con lo habitual; porque lo común no impacta y lo que no impacta no se comunica.

Fijate que esos criterios no siempre están presente en tu vida, cuando hablamos de noticias, hablamos de lo notorio, importante y significativo y cuando eso no se da en tu vida, cuando no tenés lo que es lo importante frente al mundo de las noticias, vos y yo quedamos como al margen.

Sin embargo vale la pena hablar de nuestras historias, que se hacen importantes cuando vivimos en clave de Dios, cuando nos dice:  “Mirá, vos valés y vos importás”, no para alabarte o para adularte, sino porque “Yo estoy con vos”, y “Yo doy valor a tu vida, le doy importancia, significado y trascendencia”.

El Señor nos dice que lo importante y desbordante como noticia es que Él se quedó, que Él está con nosotros, porque aquello otro, lo noticiario, puede no trascender aun cuando aparezca en todos los medios, en cambio el que vive en Dios, se mueve, respira y en Él existe, siempre trasciende.

Trasciende, va más allá de sí mismo, se encuentra con el que verdaderamente da sentido a las cosas.  Aun cuando nadie se entere ni de cómo te llamas ni de cuál es tu agenda de hoy, ¿quién habla de tu historia?, ¿quién habla de lo que te pasa?, ¿quién de tu alegría y tu dolor?.

Pareciera que sólo aquellos que ocupan los lugares de “trascendencia” que ofrece el mundo mediático valen la pena ser atendidos y vale la pena ser tenidos en cuenta. Tan patético es esto, que los medios ahora hablan de los medios, o no has visto programas a la tarde, a la mañana o a la noche donde la entrevista es, no a la gente común y corriente, a la que construye la historia todos los días, sino a los personajes que construyen un mundo mediático, donde parece que todo sólo allí tiene significado.

Alguien se ha atrevido a decir que lo que no aparece en el mundo de los medios no existe, y en cierto modo es cierto, porque los medios son un instrumento de comunicación que no podemos obviar por el avance de la tecnología, y en cierto modo no es cierto porque vos escribís historias mínimas pero trascendentes e importantes que no aparecen en ningún lugar.

Te invito a que redescubras el valor de lo que sos, de lo que hacés y de lo que tenés, de lo que vivís y de lo que importás a la luz de la presencia del Señor en tu vida. Jesús, el que nos ha dejado su Espíritu.

El envío de Jesús aparece en nuestra historia cuando el Espíritu Santo tiene un acto de presencia reveladora en nuestra vida, hasta que eso no ocurre Jesús es cosa de otra historia, no de mi historia personal, no forma parte de mi historia.

Esto que acabo de decir como principio en torno al cual debemos reflexionar el señorío, lo podemos descubrir en la Palabra, en y desde las comunidades cristianas.  Cuando uno lee los evangelios y los primeros capítulos del libro de los Hechos de los Apóstoles hasta Pentecostés, puede descubrir esto que acabo de compartir como lugar de discernimiento.  Uno no hace vivencia del señorío de Jesús hasta la manifestación del Espíritu Santo.

¿Quién dice la gente que soy yo?, dice Jesús, ¿quién dicen ustedes?… Pedro aparentemente acierta, el Espíritu le revela, pero al tiempo Pedro desacierta en su expresión porque él tenía una expectativa de mesianismo distinta a la de Jesús, no era tan fácil entender su Señorío particularmente expresado en la Cruz, en la entrega de su vida.

Marcos, lo hemos dicho en otras oportunidades, utiliza una muletilla, casi como un golpeteo que da a entender el modo como están parados los discípulos, en el seguimiento de Jesús a lo largo de todo su evangelio.  Ellos no entendían nada de que se trataba, cuando en el libro de los Hechos, en los primeros capítulos nos muestra a los discípulos, dice “ellos estaban reunidos en la sala alta”, y allí se quedaban en esa instancia, hasta que el Espíritu Santo con su soplo da vuelta la historia de aquellos hombres temerosos, llenos de complejos, que se acusan unos a otros, que se pasan en vueltas, que no entienden qué es y cómo ha pasado lo que ha pasado.

Empiezan a salir, ellos, que estaban encerrados en aquel lugar sueltan no sólo su lengua y hablan con elocuencia tal que todos los entienden, a pesar de tener y pertenecer a distintas culturas e idiomas, sino que obran milagros al modo como Jesús y más todavía; siguiendo la promesa de Jesús “ustedes harán cosas mayores que yo aún”, y al mismo tiempo aunque les pegan, no se callan, no dejan de proclamar la Buena Noticia.

¿Qué ocurrió para que esta diferencia sea tan marcada?, el Espíritu Santo se derramó con poder y señorío, hizo presente el señorío de Jesús.

¿Por qué?, porque es el que ha resucitado a Jesús como Dios y Señor nuestro y es el que viene a resucitarnos también a nosotros para hacernos uno con Jesús, señores de la historia.  También nosotros hemos sido llamados a reflejar ese señorío; de allí que en la medida en que vivimos en el Espíritu y somos hombres y mujeres del Espíritu, la libertad, el dominio de sí mismo y de todo lo creado, la armonía y la paz, el control y la confianza, la espera y la lucha nos sostienen detrás de un objetivo, que Dios sea Dios en nuestra historia, que el Señor manifieste su poder salvador en nuestra propia historia.

De allí que el principio y fundamento de Ignacio en el camino discipular tiene que ver con esto de “el hombre ha sido creado para alabar, bendecir y dar gracias al Señor”, para servir al Señor, Él debe hacerse Señor en mi historia, y esto ocurre cuando se manifiesta la Gracia del Espíritu Santo que Jesús ha prometido y que desde el día del bautismo habita dentro de mí, me inhabita, me habita interiormente.

Es este Espíritu Santo que resucitó a Jesús de entre los muertos el que se derrama sobre el resto del cuerpo, sobre cada uno de sus miembros, para resucitarnos y con Jesús participar de su Señorío.