El Padrenuestro nos revela el misterio de la filiación divina – Segunda parte

martes, 18 de septiembre de 2007
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Enseguida, Jesús se dirigió a una ciudad llamada Naím, acompañado de sus discípulos y de una gran multitud.

Justamente cuando se acercaba a la puerta de la ciudad, llevaban a enterrar al hijo único de una mujer viuda, y mucha gente del lugar la acompañaba.

Al verla, el Señor se conmovió y le dijo: "No llores".

Después se acercó y tocó el féretro. Los que lo llevaban se detuvieron y Jesús dijo: "Joven, yo te lo ordeno, levántate".

El muerto se incorporó y empezó a hablar. Y Jesús se lo entregó a su madre.

Todos quedaron sobrecogidos de temor y alababan a Dios, diciendo: "Un gran profeta ha aparecido en medio de nosotros y Dios ha visitado a su Pueblo".

El rumor de lo que Jesús acababa de hacer se difundió por toda la Judea y en toda la región vecina.

Lucas 7, 11 – 17

La Sagrada Escritura tiene varios sentidos, el principal es el literal, sin embargo los Santos Padres recurren muchas veces a un sentido espiritual, alegórico. San Ambrosio en este caso más allá del sentido principal que es el literal, él encuentra aquí una imagen de la resurrección espiritual.

La viuda es el Iglesia, “la Iglesia tu madre” dice San Ambrosio que intercede por cada uno de sus hijos, llorará contigo como una madre viuda por su hijo único, ese joven muerto que está inmóvil, frío en el féretro, es el alma en pecado, un cadáver espiritual. Entonces, dice San Ambrosio, aunque los síntomas de la muerte sean tan evidentes que aparecen las esperanzas de vida aunque los cuerpos de los difuntos ya están cerca del sepulcro, sin embargo a la voz de Dios los cadáveres que estaban a punto de descomponer se levantan y vuelven a hablar, el hijo es devuelto a la madre, es llamado del sepulcro, es arrancado de él, ¿cuál es este sepulcro tuyo? Tus malas costumbres, tu falta de fe, dice San Ambrosio y termina diciendo que llore pues esta piadosa madre que no tan solo mucha gente sino una gran muchedumbre comparta el sufrimiento de esta tierna madre que es la Iglesia, entonces tu resucitarás de tu sepulcro.

San José Cupertino nació en 1603 en el pequeño pueblo italiano llamado Cupertino. Sus padres eran sumamente pobres. El niño vino al mundo en un pobre cobertizo pegado a la casa, porque el papá, un humilde carpintero, no había podido pagar las cuotas que debía de su casa y se la habían embargado.

A los 17 años pidió ser admitido de franciscano pero no fue admitido. Pidió que lo recibieran en los capuchinos y fue aceptado como hermano lego, pero después de ocho meses fue expulsado porque era en extremo distraído. Dejaba caer los platos cuando los llevaba para el comedor. Se le olvidaban los oficios que le habían puesto. Parecía que estaba siempre pensando en otras cosas. Por inútil lo mandaron para afuera.

Al verse desechado, José buscó refugio en casa de un familiar suyo que era rico, pero él declaró que este joven "no era bueno para nada", y lo echó a la calle. Se vio entonces obligado a volver a la miseria y al desprecio de su casa. La mamá no sintió ni el menor placer al ver regresar a semejante "inútil", y para deshacerse de él le rogó insistentemente a un pariente que era franciscano, para que lo recibieran al muchacho como mandadero en el convento de los padres franciscanos.

Sucedió entonces que en José se obró un cambio que nadie había imaginado. Lo recibieron los padres como obrero y lo pusieron a trabajar en el establo y empezó a desempeñarse con notable destreza en todos los oficios que le encomendaban. Pronto con su humildad y su amabilidad, con su espíritu de penitencia y su amor por la oración, se fue ganando la estimación y el aprecio de los religiosos, y en 1625, por votación unánime de todos los frailes de esa comunidad, fue admitido como religioso franciscano.

Lo pusieron a estudiar para presentarse al sacerdocio, pero le sucedía que cuando iba a presentar exámenes se trababa todo y no era capaz de responder. Llegó uno de los exámenes finales y el pobre Fray José la única frase del evangelio que era capaz de explicar completamente bien era aquella que dice: "Bendito el fruto de tu vientre Jesús". Estaba asustadísimo pero al empezar el examen, el jefe de los examinadores dijo: "Voy a abrir el evangelio, y la primera frase que salga, será la que tiene que explicar". Y salió precisamente la única frase que el Cupertino se sabía perfectamente: "Bendito sea el fruto de tu vientre".

Llegó al fin el examen definitivo en el cual se decidía quiénes sí serían ordenados. Y los primeros diez que examinó el obispo respondieron tan maravillosamente bien todas las preguntas, que el obispo suspendió el examen diciendo: ¿Para qué seguir examinando a los demás si todos se encuentran tan formidablemente preparados?" y por ahí estaba haciendo turno para que lo examinaran, el José de Cupertino, temblando de miedo por si lo iban a descalificar. Y se libró de semejante catástrofe por casualidad.

Ordenado sacerdote en 1628, se dedicó a tratar de ganar almas por medio de la oración y de la penitencia. Sabía que no tenía cualidades especiales para predicar ni para enseñar, pero entonces suplía estas deficiencias ofreciendo grandes penitencias y muchas oraciones por los pecadores. Jamás comía carne ni bebía ninguna clase de licor. Ayunaba a pan y agua muchos días. Se dedicaba con gran esfuerzo y consagración a los trabajos manuales del convento (que era para lo único que se sentía capacitado).

Desde el día de su ordenación sacerdotal su vida fue una serie no interrumpida de éxtasis, curaciones milagrosas y sucesos sobrenaturales en un grado tal que no se conocen en cantidad semejante con ningún otro santo. Bastaba que le hablaran de Dios o del cielo para que se volviera insensible a lo que sucedía a su alrededor. Ahora se explicaban por que de niño andaba tan distraído y con la boca abierta. Un domingo, fiesta del Buen Pastor, se encontró un corderito, se lo echó al hombro y al pensar en Jesús, Buen Pastor, se fue elevando por los aires con cordero y todo.

Los animales sentían por él un especial cariño. Pasando por el campo, se ponía a rezar y las ovejas se iban reuniendo a su alrededor y escuchaban muy atentas sus oraciones. Las golondrinas en grandes bandadas volaban alrededor de su cabeza y lo acompañaban por cuadras y cuadras.

Sabemos que la Iglesia Católica llama éxtasis a un estado de elevación del alma hacia lo sobrenatural, durante lo cual la persona se libra momentáneamente del influjo de los sentidos, para contemplar lo que pertenece a la divinidad. San José de Cupertino quedaba en éxtasis con mucha frecuencia durante la Santa Misa, cuando estaba rezando los salmos de la S. Biblia. Durante los 17 años que estuvo en el convento de Grotella sus compañeros de comunidad presenciaron 70 éxtasis de este santo. El más famoso sucedió cuando 10 obreros deseaban llevar una pesada cruz a una montaña y no lo lograban. Entonces Fray José se elevó por los aires con cruz y todo y la llevó hasta la cima del monte.

El Papa Benedicto XIV que era rigurosísimo en no aceptar como milagro nada que no fuera en verdad milagro, estudió cuidadosamente la vida de José de Cupertino y declaró: "Todos estos hechos no se puede explicar sin una intervención muy especial de Dios".

Los últimos años de su vida, José fue enviado por sus superiores a conventos muy alejados donde nadie pudiera hablar con él. La gente descubría donde estaba y corrían hacia allá. Entonces lo enviaban a otro convento más apartado aún. El sufrió meses de aridez y sequedad espiritual (como Jesús en Getsemaní) pero después a base de mucha oración y de continua meditación, retornaba otra vez a la paz de su alma. A los que le consultaban problemas espirituales les daba siempre un remedio: "Rezar, no cansarse nunca de rezar. Que Dios no es sordo ni el cielo es de bronce. Todo el que pide, recibe".

Murió el 18 de septiembre de 1663 a la edad de 60 años.

Que Dios nos enseñe con estos hechos tan maravillosos, que Él siempre enaltece a los que son humildes y los llena de gracias y bendiciones.

 

Catequesis del Padrenuestro

 

Padre Nuestro, si nosotros separamos estas dos palabras de esta invocación desvirtuamos, divorciamos en nuestra vida y en nuestras palabras lo que Dios ha unido que es el amor a Dios y al prójimo, no es posible reconocernos hijos de Dios si no nos reconocemos hermanos entre nosotros, el Señor no acepta nuestra ofrenda si al mismo tiempo estamos resentidos contra alguien, es por eso que Jesús nos dice que debemos reconciliarnos primero con nuestros hermanos y solo después presentar nuestras ofrendas ante Dios, del mismo modo si no perdonamos a los que nos ofenden Dios no perdona nuestras ofensas, por eso es que Jesús nos invita a rechazar el individualismo de pensar que Dios es mi Padre, no es Padre Nuestro por eso que esta invocación nos invita a abrir nuestro corazón no solamente al amor a Dios sino al amor al prójimo porque Cristo ha querido identificarse con nuestro prójimo sufriente, “Tuve hambre y me diste de comer; estaba desnudo y me vestiste, estuve enfermo y me visitaste, preso y me visitaste” no se trata de una ideología abstracta de una fraternidad universal sino en una relación personal con Dios que me abre a una relación también personal con mi prójimo, es la comunidad el ámbito en el cual nosotros podemos descubrir a Dios, es mas fácil en comunidad rezar porque “Donde o tres están reunidos en mi nombre yo estoy en medio de ellos” dice Jesús, es muchas veces el medio necesario como cuenta el metropolita Antonio que una vez vino a confesarse un oficial del ejército ruso y le dijo que él se reconocía pecador pero que no se sentía arrepentido de sus pecados, que a pesar de un sincero esfuerzo de su inteligencia su corazón permanecía frío y que por eso no se podía confesar porque no sentía el dolor de sus pecados ni el amor de Dios que podía perdonarlo, entonces Antonio le pidió de que si era capaz luego de que termine la misa se confiese públicamente ante toda la comunidad, el oficial del ejército un hombre muy valiente aunque sorprendido acepto la propuesta y cuando terminó la misa el oficial se paró cerca del Altar y empezó a decir sus pecados que no eran pequeños, él sabía que la gente lo iba a juzgar duramente y que otra cosa no se merecía porque era digno de reproche duro porque sus pecados habían sido muchos, entonces él esperando el juicio de los desconocidos empezó a hablar y hablar sobre sus pecados y a medida que se iba confesando se iba dando cuenta que esos desconocidos no eran ningunos desconocidos sino que eran sus hermanos y que ellos lejos de juzgarlo lo miraban con pena y compasión y buscaban de consolarlo con la mirada o justificarlo, ayudarlo, entonces estos desconocidos se transformaron en hermanos que lloraban junto a él y se alegraban por su arrepentimiento y entonces este oficial que no había podido confesarse por la frialdad de su corazón gracias a la compasión de la comunidad logró ablandar su corazón, “la comunidad tenía un solo corazón y nadie pasaba necesidad” dice el Libro de los Hechos de los Apóstoles.

Si separamos estas dos palabras Padre Nuestro desvirtuamos la cruz de Cristo, el mensaje cristiano, la cruz simboliza esas dos dimensiones que son la vertical y la horizontal porque la cruz reconcilia el cielo con la tierra y los hombres entre ellos. El Padre Nuestro como la cruz tiene dos dimensiones al reconocer a Dios como Padre nos reconocemos a nosotros como personas y a todos los hombres como hermanos por eso la cruz nos pertenece, si estamos de pie con la cabeza erguida y abrimos los brazos también nosotros con nuestro cuerpo formamos una cruz porque somos capaces de elevarnos al cielo a través del amor a Dios y de abrazar a los demás a través del amor al prójimo que son un mandamiento, son lo mismo dice Jesús, es el Padre Nuestro. Históricamente a la ruptura con Dios se sigue la ruptura con el prójimo porque luego del pecado original que cometieron nuestros padres Adán y Eva, casi inmediatamente le sigue el fratricidio Caín mató a Abel, por otro lado dice San Juan cómo podemos amar a Dios a quien no vemos si no amamos al prójimo al quien vemos, este es uno de los aspectos mas extraordinarios del Evangelio es el deseo de Cristo de identificarse con nuestro prójimo sufriente “Tuve hambre y me diste de comer” dice nuestro Señor. Cuenta la vida de una santa mística de Italia que estando en agonía y no teniendo la posibilidad de recibir la Eucaristía pidió que trajeran al convento a un pobre, porque en el pobre está Cristo. El pobre es algo sagrado porque Cristo se identifica con él, el pobre no solo material sino también espiritual.

Los Santos Padres en su comentario del Padre Nuestro insisten en este aspecto comunitario, eclesial de la oración, San Juan Crisóstomo dice “El Señor nos enseñó a rezar juntos por todos nuestros hermanos, pues él no dice Padre mío que estas en los cielos, sino Padre nuestro, para que nuestra oración sea en unión con todo el cuerpo de la Iglesia”.

San Cipriano dice “el maestro de la paz y de la unidad ante todo no quiso que nuestra oración fuera realizada privadamente, que el que reza lo haga solo por sus necesidades”. En realidad nosotros no decimos Padre mío que estás en el cielo, dame mi pan cotidiano, perdona mis deudas, líbrame de la tentación, nuestra oración es universal y comunitaria y por eso cuando oramos lo hacemos no solo por una persona sino por todo el pueblo, ya que todo el pueblo constituye una unidad.