El pan del trabajo que hace recuperar la dignidad

martes, 7 de agosto de 2018
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07/08/2018 -En el día de San Cayetano compartimos la catequesis reflexionando el Evangelio de Lucas, donde narra lo vívido por los discípulos de Emaús:

Aquel mismo día iban dos de ellos a un pueblo llamado Emaús, que distaba sesenta estadios de Jerusalén, y conversaban entre sí sobre todo lo que había pasado. Y sucedió que, mientras ellos conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y siguió con ellos; pero sus ojos estaban retenidos para que no le conocieran. Él les dijo: «¿De qué discutís entre vosotros mientras vais andando?» Ellos se pararon con aire entristecido. Uno de ellos llamado Cleofás le respondió: «¿Eres tú el único residente en Jerusalén que no sabe las cosas que estos días han pasado en ella?» Él les dijo: «¿Qué cosas?» Ellos le dijeron: «Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras delante de Dios y de todo el pueblo; cómo nuestros sumos sacerdotes y magistrados le condenaron a muerte y le crucificaron. Nosotros esperábamos que sería él el que iba a librar a Israel; pero, con todas estas cosas, llevamos ya tres días desde que esto pasó. El caso es que algunas mujeres de las nuestras nos han sobresaltado, porque fueron de madrugada al sepulcro, y, al no hallar su cuerpo, vinieron diciendo que hasta habían visto una aparición de ángeles, que decían que él vivía. Fueron también algunos de los nuestros al sepulcro y lo hallaron tal como las mujeres habían dicho, pero a él no le vieron». Él les dijo: «¡Oh insensatos y tardos de corazón para creer todo lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que el Cristo padeciera eso y entrara así en su gloria?» Y, empezando por Moisés y continuando por todos los profetas, les explicó lo que había sobre él en todas las Escrituras. Al acercarse al pueblo a donde iban, Él hizo ademán de seguir adelante. Pero ellos le forzaron diciéndole: «Quédate con nosotros, porque atardece y el día ya ha declinado». Y entró a quedarse con ellos. Y sucedió que, cuando se puso a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando. Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron, pero él desapareció de su lado. Se dijeron uno a otro: «¿No estaba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?» Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén y encontraron reunidos a los Once y a los que estaban con ellos, que decían: «¡Es verdad! ¡El Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón!» Ellos, por su parte, contaron lo que había pasado en el camino y cómo le habían conocido en la fracción del pan.

Lucas 24, 13-35

 

 

Elías comió solo de este pan. En la soledad del profeta. Los jóvenes discípulos de Emaús lo comieron de a dos, como amigos que, juntos, emprenden el camino de regreso hacia la esperanza. Nosotros lo comemos entre todos, como Iglesia, como Pueblo de Dios. Y la fuerza de este pan se incrementa con nuestra unión y compañerismo.

Hay un pan que es de fiesta, un pan que es fruto y premio del trabajo, alegría de la mesa compartida. Pero el pan es también pan que se come de camino al trabajo y que da fuerza para la ardua tarea. Ése es el pan que venimos a buscar hoy: el pan que fortalece. El pan que da energías. El pan que hace sentir ganas de trabajar y de luchar. El pan que se comparte de camino con los compañeros. Ese pancito que uno come en medio del trabajo y ayuda a tirar hasta el fin de la jornada. Éste es el pan que queremos dejar en herencia a nuestros jóvenes, porque ellos son nuestra esperanza; el pan del trabajo que hace recuperar la dignidad y tirar para adelante!