El reino, el tesoro escondido y la perla preciosa

miércoles, 1 de agosto de 2018
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01/08/2018 – Hoy en el Evangelio Jesús dice que el Reino de los cielos se parece a un tesoro que un hombre encuentra, vende todo lo que tiene y compra ese campo donde encontró el tesoro, también que se parece a un buscador de perlas finas que al encontrarla vende todo para ir por ella. Nosotros somos ese tesoro, esa perla por la que Jesús pagó el precio con su propia sangre.

 

Catequesis en un minuto

“El Reino de los Cielos se parece a un tesoro escondido en un campo; un hombre lo encuentra, lo vuelve a esconder, y lleno de alegría, vende todo lo que posee y compra el campo. El Reino de los Cielos se parece también a un negociante que se dedicaba a buscar perlas finas; y al encontrar una de gran valor, fue a vender todo lo que tenía y la compró.”

Mateo 13,44-46

 

Una sorpresa de Dios

Con estas dos expresiones parabólicas, Jesús nos abre al valor supremo del Reino y la actitud del hombre para alcanzarlo. Abrirse a la generosidad con la que Dios se vincula con el hombre a partir de la perspectiva del Reino es el tesoro, es la perla.

Han sido imágenes empleadas por Jesús para expresar la grandeza del llamado a la vida nueva que Él nos tiene preparada en el vínculo con esta dimensión “el Reino de los Cielos” que Él preside. El camino para alcanzar esta vida nueva para siempre, este permanecer eterno, este encontramos en la gratuidad y ofrenda con la que Dios viene a invitarnos a la entrega. El tesoro del que habla la Palabra significa abundancia de dones que se reciben, gracia para vencer los obstáculos, para crecer en la fidelidad día a día.

La perla indica la belleza y la maravilla de Dios en la vida. No solamente es algo de altísimo valor, sino también el ideal más bello y perfecto que el hombre puede conseguir: vincularse al Reino. El Reino de los Cielos es Jesús y lo que Él comunica. Vincularse a Jesús es vincularse la novedad de vida que Él trae.

 

En camino de búsqueda

Justamente hay una novedad en la segunda parábola con respecto a la del tesoro: el hallazgo de la perla supone una búsqueda esforzada.

Así puede pasar con Jesús y su llamada: muchas veces viene después de un tiempo de ardua búsqueda. En otros momentos el encuentro es impetuoso, furtivo, inmediato, sorprendente. Dios irrumpe, dice presente, es inconfundible su estar allí, no hay dudas de que es Él, y casi sin pedir permiso. El hombre que descubre esta presencia, este llamado y este encuentro, no puede sino darlo todo para quedarse con aquello, y sentir que nada se pierde sino que todo se transforma. La entrega se devuelve en el 101%.

Una vez descubierta la perla, el tesoro, es necesario dar un paso más. La actitud que se toma es idéntica en las dos parábolas, y está escrita con los mismos términos: ir, vender todo cuanto se tiene y quedarse con lo que se ofrece. El desprendimiento, la generosidad, es la condición indispensable para alcanzarlo.

Este pasaje del Evangelio cae dentro de nosotros echando raíces. Uno lo ha leído tantas veces sin terminar de darse cuenta de qué se trata, y poco a poco va como cayendo en la cuenta de que no se trata sino de la donación de Dios y la entrega que Él hace de sí mismo. Como correlato no espera sino algo semejante, a la medida de nuestras posibilidades, en tiempo, en capacidad de transformación y de cambio, en hacer nuestra vida más al modo como Él nos la propone en el Evangelio, en actitud solidaria y comprometida con los que esperan sin tal vez poder dar nada, los más pobres entre los pobres; en la búsqueda de una actitud nueva para estar a la altura de lo que hoy es exigencia para ser mamá y papá, de ser un buen ciudadano, comprometido con la transformación de la realidad.

Es por el camino del amor por donde la búsqueda se hace certeza, el orientador cristiano es el amor, la caridad. Dios es meta y presencia anticipada. No perdamos de vista el quién y para qué hacemos lo que hacemos. Ese Amor es lo que llena de sentido todo.

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