El rostro de Dios

jueves, 26 de abril de 2007
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Nadie puede venir a mí, si el Padre que me envió no se lo concede, y yo lo resucitaré el último día. Está escrito en los profetas y serán todos instruidos por Dios. Todo el que escucha al Padre y recibe su enseñanza viene a mí. Esto no significa que alguien haya visto al Padre, solamente aquel que ha venido de Dios ha visto al Padre. Les aseguro que el que cree tiene la vida eterna. Yo soy el pan de vida. Sus padres comieron el maná en el desierto y sin embrago murieron. Este es el pan que ha bajado del cielo para que quien lo coma no muera.

Juan 6, 44 – 50

Vivir de la fe para nosotros significa todo esto justamente. Haber descubierto una iniciativa que no surgió de nosotros, sino de Dios. “No son ustedes los que me han elegido, yo los elegí”. Esas palabras de Jesús… ¿Cómo que no? Si yo decidí seguirlo, si yo dejé a mi padre y a las barcas, y las redes y lo seguí, ¿Cómo que no? Podría decir alguno de los apóstoles; si yo dejé la mesa de los impuestos, me levanté y lo seguí, yo decidí seguirlo.

No sé porque pero sentí que tenía que seguirlo. Fue una decisión mía. Claro… siempre también hay una decisión mía. Siempre también hay una opción porque Jesús llama a la persona, y la persona es ese ser maravilloso, que fue creado como Dios. A la imagen suya del Verbo de Dios, a su imagen y semejanza, para ser capaz de responder con una actitud libre a la invitación que Dios haga primero.

San Juan nos recuerda “Dios nos amó primero” y san Pablo lo va a decir de esta manera “Me amó y se entregó por mi”. Como diciendo, no puedo más que reaccionar de un modo discipular frente a semejante testimonio, frente a tremenda manifestación del Don. No hay manera de querer más a los demás que ser capaz de morir por los demás, y dar la vida del Padre, y será siempre un Don. Y siempre será primero don de Dios “No puedo ser indiferente al amor de Dios”, nos dirá Pablo.

“Nadie puede venir a mí”. Cuando Jesús dice esto, no está diciendo simplemente la expresión material nadie puede venir a mí, está diciendo: nadie puede venir si no es atraído. ¿Y quién atrae? El Padre. El proyecto de Dios, ha sido este: regalarnos a Jesús para que por Jesús se nos posibilite el reencuentro, el ser familia de Dios, el ser depositarios del Espíritu de Dios, el ser experimentados en la salvación. Ser abrazados en el amor de Dios.

Jesús es el rostro del Padre. Es el gran instrumento de Dios Padre. Jesús es la manera como Dios me está amando, me está rescatando. Esta es la gran iniciativa, entregar la propio hijo.

Tenemos una figura tan linda en el AT, la de Abraham, que nos recuerda todo esto del Padre. Abraham es el hombre que está dispuesto a sacrificar a su propio hijo para hacer posible la voluntad de Dios. “Lo que el Señor me pida, lo que sea necesario, si tengo que sacrificar a Isaac, sacrificaré a Isaac”. Abraham se pone en camino para cumplir el designio incomprensibe en la mente humana. El designio por el cual el Señor le ha manifestado su deseo.

El Padre desea que Abraham sacrifique a su propio hijo, porque quiere enseñarle a toda la historia, desde la raíz de nuestra fe, que esta es nuestra identidad, nuestra forma. No hemos inventado a Dios, es Dios que ha inventado el modo de querernos, y no encontrando otra manera más que sacrificando lo más querido de sí mismo: su propio hijo. Aquel que no tuvo en cuenta su condición divina, ni hizo alarde de su categoría de Dios, sino que se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor; Jesús, y se entregó por nosotros. Jesús, el rostro del Padre.

Dios me amó primero, esa es la iniciativa, esa es la modalidad: Dios da el primer paso.

Anselm Grün, en su libro para experimentar a Dios “Abre tus sentidos”, dice que buscar a Dios significa dejar que Dios nos cuestione. No podemos buscar a Dios como si buscáramos una cosa, como algo que se puede conseguir, como un objeto que uno ya conoce. Deberíamos preguntarnos por Dios desde nuestra humanidad y dejarnos interpelar por Él. Cuando nos cuestiona si somos en verdad personas, si sabemos quienes somos en realidad, y si lo hacemos, lo que hacemos es correcto. Buscar a Dios demanda buscar al ser de lo humano. Esto significa que nunca nos daremos por conformes con lo que hemos alcanzado.

En el camino hacia Dios, estamos siempre en movimiento, no nos podemos detener ni descansar. Dios nos cuestiona sin cesar. Como le preguntó a Adán nos pregunta a nosotros: Adán, ¿Dónde estás?, ¿Dónde estás? ¿Estás verdaderamente allí donde te has detenido? ¿O estás con tus pensamientos y deseos en otra parte? ¿Dejas que te encuentre o es que estás huyendo? ¿Te escondes como Adán porque quieres evadirme? Sólo puede buscar a Dios aquel que busca su propia verdad, y que se deja confrontar por Dios.

Un perro de caza va tras la huella que ha olfateado. La huella es la pisada de un animal o de una persona. El perro de caza sigue la pista que ha husmeado, hasta que logra cazar a su presa. Desde hace tiempo, dice Grün, los monjes han utilizado esta imagen para ejemplificar la búsqueda de Dios.

El monje es como un perro de caza, que tiene frente a sí, el rastro de la presa. Un monje debe observar a los perros de caza en su cacería. Cómo sólo uno de ellos descubre a la presa y la persigue, mientras que los otros al verlo correr lo persiguen. Estos últimos seguirán tras él hasta que el cansancio los haga regresar. Sólo aquel que tiene a la presa en la mira, seguirá persiguiéndola hasta que logre alcanzarla. Nada podrá detenerlo, como a los otros. Ni un abismo, ni un bosque, ni matorrales, ni espinas, ni heridas hasta que logre atrapar a su presa. Así debe el monje buscar a Cristo el Señor, teniendo la Cruz frente a Sí constantemente, obviando toda dificultad, hasta lograr llegar al crucificado.

El monje es aquel que tiene el rastro de Dios frente a sí. Su búsqueda de Dios no es siempre agradable. Pasa por espinas y abismos, y en este andar será herido una y otra vez. A menudo tendrá la impresión de que busca en vano. Pero no debe flaquear, debe tener siempre frente a sí, el rastro de Dios hasta que finalmente lo alcance.

Dios te buscó. Por las calles y plazas, por los pasajes y las casas, te buscó de lugar en lugar. Se dice que reinas en las alturas, y yo te digo, te sigo en pensamientos inconmensurables. Se dice que habitas en las profundidades, y te busca en lo profundo de mis miedos. Sólo en la Iglesia se te podía encontrar, Así he de escuchar y trato de alcanzarte en las altas torres. Arrodillado en los bancos de madera, y te aguardo frente a las puertas cerradas del tabernáculo, en la penumbra del pabilo, que promete tu presencia. ¿Cómo puede escuchar detrás de pesadas puertas de hierro? ¿Cómo puedes venir a mi? No tengo ninguna llave para dejarte entrar en este mundo…

Él es la Palabra, se dice. Y sólo ahí se lo puede encontrar. En la Palabra, que sacia mi hambre. Te busco en mi alcoba y la Palabra me encuentra. El Reino de Dios está en lo íntimo. Lo he encontrado, pero aun sigo en la búsqueda de la razón de mi ser.

El fundamento de quien busca a Dios se basa en el hecho de que Dios nos ha buscado en su amor y nos ha tocado. Porque no puedo buscar a Dios, no puedo pretender tocar y alcanzar aquello que ya no me ha alcanzado de alguna manera. Sin esa alguna manera no podré yo intentar, de alguna manera abrazar a Dios. Dios primero viene a mi encuentro. Por eso, el fundamento de nuestra búsqueda es que Dios nos buscó primero. Él nos ha dejado el rastro de su amor frente a nosotros.

Es esta figura del perro de caza, (qué linda figura!), va olfateando la huella que ya está, el olor que ya está. No podría tener alguna posibilidad de ser activado ese olfato, si no estuviera esa huella y ese aroma antes presente. No se busca sino lo que ya es preexistente. Él nos ha dejado el rastro de su amor frente a nosotros.

Esto es muy importante para entender como he de levantarme cada día para vivir, para tomar mis decisiones, hacer mis pasos cada día. Para hacer mi trabajo, para ver cómo me siento con los demás. Cómo enfrento las responsabilidades, para poder dar orden y sentido a mi búsqueda. Porque todos buscamos. ¿Somos conscientes de que en el fondo buscamos a Dios en todo lo que buscamos?

Es el Señor que nos ha dejado el rastro de su amor frente a nosotros, dice Grün, por ende sólo nos queda por levantarnos y buscar lo que nuestra alma ama. Ese rostro de Dios lo dejó porque es el instrumento de aquello que va a buscar, en el fondo de nosotros. Se va a buscar para la felicidad, para la plenitud. Es en el fondo lo que necesitamos, lo que deseamos.

No nos damos cuenta, pero ¡cuidado! Porque podemos perder el olfato, podemos desviarnos del camino, podemos olvidarnos, podemos seguir nuestros propios olores y no los de Dios. Seguir el rastro de Dios. Como es el perro de caza, que va caminando, muriéndose, permanentemente intranquilo, su olfato es lo más activo que tiene. Y ese olfato moviliza toda la vida, el cuerpo del animal, lo hace inquieto permanentemente. Ese olfatear, ese buscar… También así es nuestra persona.

Tenemos el olfato para encontrar a Dios. Ha sido un don de Dios. Buscar a Dios significará responder al Dios preexistente. Al Dios que nos amó primero, al Dios que nos llamó, que nos eligió. Al que nos miró y nos tuvo en cuenta. Al que activó nuestra capacidad de búsqueda. El que dijo: Fulano! Y tocó mi nombre. Tocó mi identidad, mi persona y me despertó.

Seguir y buscar a Dios será responder. Sin dudas nuestra búsqueda de Dios, en el fondo, siempre es una historia de amor. Nuestra búsqueda del amor de Dios finalizará sólo con la muerte, querido amigo, querida amiga. La muerte, que es cuando lo habremos encontrado definitivamente. En este mundo sólo podemos despertarnos y levantarnos para ponernos en su búsqueda, que es parte de nuestra esencia humana.

Si abandonáramos la búsqueda de Dios nos conformaríamos con poca cosa. Como en el ejemplo de la parábola del hijo pródigo. Nos conformamos sólo con saciar nuestro apetito con desperdicios, que en realidad están destinados a alimentar a los cerdos. Nuestra alma permanecerá viva mientras continúe nuestra búsqueda de Dios.

Mucha gente se niega a preguntarse por Dios. ¡Qué necedad! Es realmente quizá la más profunda de las necedades. La pérdida de la sabiduría, podría definirse, el no preguntarse por Dios, la máxima evidencia. Pero hasta con los ojos del cuerpo podemos darnos cuenta del rastro de Dios. En la presencia suya, este sol de hoy! Ya es un rastro. Tener la vida que tenemos. Hoy me levanté respirando, me levanté y pude incorporarme. Me levanté con ánimo para rezar, para vestirme, para cumplir mi tarea con ilusión. Y le dije a Dios: Señor, ayudame porque solo no puedo vivir este día. Por eso aceptá que ponga mi vida en tus manos. No puedo vivir sin buscar a Dios.

San Benito entiende al monje como aquel que busca a Dios, cuya tarea es mantener el preguntarse por Dios, a través de su búsqueda constante de un Dios, que no es precisamente el de la sociedad actual. Llevar una vida espiritual no significa amoldarse al espíritu de la época y a hacer lo que hacen todos. Empiezan los problemas de preguntarse por Dios. Parece que preguntarse por Dios, buscar a Dios, significa no someterse a algunas cosas. Desprenderse, desembarazarse. Quizá renunciar a algunas cosas, tomar distancia de la rutina, del ambiente, de la costumbre, del mundo, de las propuestas que nos gritan por todos lados intentando aturdir nuestra búsqueda de Dios.

Sólo aquel, dice Grün, que a través de su propia vida deja abierta esa pregunta por Dios, puede ayudar a despertar a la conciencia de hijo, a aquel que está desesperado, a aquel que está hambriento, a aquel que está ido. Y esto es importante. Si tú te preguntas por Dios, debes comprender que tu pregunta te involucra; que tu pregunta habla de tu vida espiritual. Que tu vida espiritual no te permite estar conforme con todo lo que te rodea y lo que se te propone.

Estás insatisfecho, pero además estás en deuda con algunas personas. Tu búsqueda de Dios te pone en situación de responsabilidad, te pone en comunión, en coinonía con los que necesitan.

Hay muchas necesidades en las personas que te rodean. Algunos necesitan plata, otros necesitan cariño, otros ser escuchados, otros que se les dé algo, otros necesitan comer o vestirse. Otros necesitan paz. Todos esos necesitan de Dios y revivir su vida espiritual. Por eso necesitan de ti, que eres capaz de preguntarte por Dios.

La vida espiritual que se expresa en nuestra búsqueda de Dios es aquello que hace posible que todo en nosotros, la vida espiritual es lo que nos permite ordenar, orientar y movilizar toda nuestra experiencia. Que es una experiencia de comunión.

Tu encuentro con Dios, que es el encuentro que Dios quiso hacer primero con tu persona, que es la respuesta positiva, la aceptación gozosa, agradecida, lleno de estupor tu corazón, se transforma también en alguien que necesita ayudar a encontrar a Dios a otras personas. No te olvides.

Sólo aquel que a través de su propia vida deja abierta esa pregunta por Dios, puede ayudar a encontrar a otras personas, cuyo horizonte se ha oscurecido o cerrado.

Grün dice, lamentablemente la Iglesia en los últimos tiempos se ha ocupado mucho de temas secundarios y ha descuidado la búsqueda de Dios y el preguntarse por Dios. Sólo cuando las personas descubran en la Iglesia la verdadera búsqueda de Dios, se dejarán impregnar por ella.

Este libro pretende volver a situar el preguntarse por Dios, según la tradición benedictina, como la pregunta central que decide nuestra esencia humana.

¿Quién es Dios? ¿Por qué debo buscarlo?