El testimonio de amor de Jesús transgrede las seguridades

jueves, 4 de abril de 2019
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Catequesis en un minuto

“Si yo diera testimonio de mí mismo, mi testimonio no sería válido.  Otro es el que da testimonio de mí y yo sé que es válido el testimonio que da de mí.  Ustedes mandaron enviados donde Juan, y él dio testimonio de la verdad. No es que yo busque testimonio de un hombre, sino que digo esto para que se salven.  Él era la lámpara que arde y alumbra, y ustedes no quisieron recrearse ni una hora en su luz.  Pero yo tengo un testimonio mayor que el de Juan: porque las obras que el Padre me ha encomendado llevar a cabo, las mismas obras que realizo dan testimonio de mí de que el Padre me ha enviado.  Y el Padre que me ha enviado es el que ha dado testimonio de mí.  Y ustedes no han oído nunca su voz, ni han visto nunca su rostro, ni habita su paz entre ustedes, porque no creen al que ha enviado.

Ustedes investigan las Escrituras ya que creen tener en ellas vida eterna, ellas son las que dan testimonio de mí; y ustedes no quieren venir a mí para tener vida.  La gloria no la recibo de los hombres; pero yo lo conozco, no tienen ustedes el amor de Dios.  Yo he venido en nombre de mi Padre, y no me reciben; si otro viene en su nombre propio, a ése lo reciben.  ¿Cómo pueden creer ustedes, que aceptan la gloria unos de otros, y no buscan la gloria que viene del único Dios?.  No piensen que los voy a acusar yo delante del Padre; ustedes tienen por acusador a Moisés, en quien han puesto su esperanza.  Porque si creyeran en Moisés, me creerían a mí, porque él escribió de mí.  Pero si no creen en sus escritos, ¿cómo van a creer en mis palabras?.”

En el evangelio de hoy la palabra testimonio aparece 10 veces. De los 16 versículos en 10 de ellos aparece testimonio.

Los testimonios que acreditan a Jesús son: las obras, sus milagros; Juan el Bautista, que lo presenta como Mesías, como Salvador; las palabras que están en la Escritura que se refieren a Él; y el Padre, que en las obras acerca del Hijo.

El pueblo con su interpretación literal de la ley se hace esclavo de esta. Y quienes detentan el poder, en tiempos de Jesús, usan la ley como modo de coacción. Atarse a las antiguas seguridades se vuelve uno incapaz de reconocer que también de Dios nos puede venir lo nuevo.

Así como los antepasados soñaban con la liberación de Egipto, y se fabricaban ídolos, que los apartaban del Dios de sus padres. Creyendo que con eso sus pasos hacia la libertad se harían más ciertos y seguros. Así también los contemporáneos de Jesús hacían sus propias tradiciones. Que les daban cierta autoridad, ante la desconfianza que les merecía el proyecto de Jesús.

Desconcertantes las palabras que dirige Jesús a sus adversarios “no soy yo quien los acusa ante el Padre, Moisés, en todo caso es el que los acusa”. Porque esto que hacen ellos, de atarse a las tradiciones ya lo habían hecho los antepasados y Moisés había sido muy claro, respecto de cómo no había que atarse a las seguridades, ni a los ídolos, ni a fabricarse tampoco nuevas leyes. Más que las que Dios daba para el camino.

Jesús viene como a romper una cosmovisión reductiva de la interpretación de la realidad. Que tienen los que detentan el poder, y que la han instalado en el corazón del pueblo. Se ha generado como una mirada miope fundada en el rigor de la ley, en términos literales. Esa ruptura que hace Jesús la genera el amor del Padre en Él, que se hace testimonio visible, a los ojos de todos. Dirá Jesús en otro pasaje del evangelio, “si no creen en lo que digo, crean al menos en las obras que hago”.

Jesús es un transgresor desde el amor. El amor es el que rompe este cerrojo de legalidad, de legalismo con el que los escribas y fariseos han presionado la Palabra de Dios.

El testimonio de Jesús es contundente, y va más allá. Trasciende las fronteras de la literalidad. Y se abre camino al sentido genuino de la Verdad revelada en la misma ley. “pero a ustedes se les dijo, pero yo les digo, Jesús es más”. Y este ser más es el que rompe con lo pautado, lo dado, lo hasta aquí comprendido.

Muchas veces nos ocurre en la vida, que o porque necesitamos para encontrar seguridad autorregularnos en nuestro comportamiento, o porque la etapa de la vida nos pone en un estadio de crecimiento. Es que frente a una u otra realidad nos sentimos invitados a dar un paso más. A romper las cadenas con las que nos hemos auto limitado, o a dar un paso más allá en el proceso de madurez y crecimiento en el estadio, o en la etapa de crecimiento en el que estamos.

Sólo el amor nos puede hacer capaces de transgredir el límite. Sólo cuando el amor es el que nos hace transgredir el límite somos contenidos más allá de los límites transgredidos. Cuando no es así se transforma en una temeridad nuestro modo de comportarnos. Que es muchas veces lo que ocurre en la sociedad contemporánea, tan difícil de reconocer su propia limitación, a partir de una conciencia de un poder que no tiene en realidad.

Eso que a veces ocurre, en la sociedad contemporánea de la cual somos hijos, este querer autodeterminarnos por nosotros mismos, con un sentido de omnipotencia que nos pone muy lejos de reconocernos como criaturas, y por lo tanto, pendientes y dependientes de Dios.

Cuando obramos así no hay contención, no hay forma de sostener nuestro modo de comportarnos. ¿Por qué? Porque estamos transgrediendo sin sentido.

La transgresión de Jesús es una transgresión con sentido. El sentido que da el amor. El que pone las cosas en su lugar, el que verdaderamente ordena. Y no desde afuera. Sino desde adentro. El comportamiento humano cuando es genuino, regula el amor desde adentro. Armoniza, une, fortifica, fortalece, llena de esperanza, alegra, nos hace dar siempre un paso más allá, madura el corazón.

Jesús es un transgresor para un nuevo orden. No para el anárquico modo del comportamiento humano, sin sentido. No es un sacado Jesús. Está puesto en el camino, y nos pone en el camino.

Y en este sentido su testimonio es el que abre caminos. Es un testimonio de amor. El único capaz de permitirnos superar los límites y hacernos avanzar, transgrediendo la ley en lo que esta tiene de literalidad que oprime.

Catequesis completa

Juan 5, 31 – 47