El viaje de Jesús a Jerusalén

martes, 18 de marzo de 2008
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Después de esto, Jesús recorría la Galilea; no quería transitar por Judea porque los judíos intentaban matarlo. Se acercaba la fiesta judía de las Chozas.

Sin embargo, cuando sus hermanos subieron para la fiesta, también él subió, pero en secreto, sin hacerse ver. Promediaba ya la celebración de la fiesta, cuando Jesús subió al Templo y comenzó a enseñar.

Algunos de Jerusalén decían: “¿No es este aquel a quien querían matar? ¡Y miren cómo habla abiertamente y nadie le dice nada! ¿Habrán reconocido las autoridades que es verdaderamente el Mesías? Pero nosotros sabemos de dónde es este; en cambio, cuando venga el Mesías, nadie sabrá de dónde es”.  Entonces Jesús, que enseñaba en el Templo, exclamó: “¿Así que ustedes me conocen y saben de dónde soy? Sin embargo, yo no vine por mi propia cuenta; pero el que me envió dice la verdad, y ustedes no lo conocen. Yo sí lo conozco, porque vengo de él y es él el que me envió”.

Entonces quisieron detenerlo, pero nadie puso las manos sobre él, porque todavía no había llegado su hora.

Juan 7; 1 –2; 10; 14; 25 – 30

 

Llegados los días de la Semana Santa, entramos en una manera particular de sentir y de estar, que debe ser purificada y que advierte nuevas necesidades y nuevos momentos interiores. Una nueva sensibilidad de nuestro mundo interior para contemplar a aquel que aparentemente de modo dramático va la muerte, pero que de modo vertiginoso es la vida, y que no podemos contener ni comprender por nuestra propia fuerza. Es Jesús, el viviente, en el que creo, que ama y muere para vencer la muerte.

Nadie puede hacer lo que hace Jesús. No existe capacidad ni ciencia capaz de amar y transformar el fracaso como herramienta para la vida nueva. Nadie puede hacerlo, sólo Jesús.

Jesús será el incomprendido y el que vive de la experiencia de la contención del Padre. Él cree, espera, ama y obedece al Padre. Jesús es el rostro del Padre. Jesús es el hombre que murió y resucitó, y que está en medio de nosotros.

El Señor no quería andar por Judea porque intentaban matarlo. Por supuesto, como hombre no quería morir. No quería sufrir porque nadie naturalmente sano, desea que lo maten. Jesús desea morir, que es distinto. Estaba dispuesto a morir pero no deseaba que lo maten. Son dos cosas distintas. Una cosa, es desear morir por un motivo superior y, otra cosa, es tener que soportar porque te quieren matar.

Jesús quería anunciar y salvar. No quería que lo maten pero quería cumplir la voluntad del Padre. La iba cumplir en el momento en que el Padre prescribía y no cuando prescriban las circunstancias, la ocurrencia o los caprichos de algunos.

Jesús es Señor. El mirar el misterio de la cruz, es mirar a Jesús que es dueño de la historia. Miedos siempre se tiene de morir y nadie quiere morir. Jesús tampoco, pero Jesús decide dar la vida obedeciendo al Padre. Lo más grande en todo esto es la fidelidad al Padre.

Nosotros meditamos demasiado en el dolor, sacrificio y humillación, pero hay algo más profundo en lo que se debe meditar. Es conocer más a Jesús. Nos quedamos a veces en la piel y por eso no nos convertimos. Estamos en la razón; me duele e impresiona.

Lo que falta en el mundo de la fe es el conocimiento de Cristo. Jesús, les decía: “¿Así que ustedes me conocen y saben de dónde soy?”. Ellos le respondieron: Pero nosotros sabemos de dónde es este; en cambio, cuando venga el Mesías, nadie sabrá de dónde es”. Sabían bien quien era Jesús.

“Yo te alabo Padre, Señor del Cielo y de la tierra por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes, y haberlos revelados a los pequeños. Sí, Padre, por que nadie conoce al Padre sino el Hijo y nadie conoce al Hijo sino el Padre, y aquel a quien el Padre lo quiera revelar. Sí, Padre, por que así lo has querido”.

La cuaresma es el tiempo del conocimiento de Jesús. Si hay algo que debe definir a la cuaresma, no han de ser los ayunos y la oración, sino la contemplación del rostro de Cristo.

La penitencia y el ejercicio de la caridad han de nacer del conocimiento de Jesús sino nunca habrá ayuno y oración, que libere, que transforme y que resucite.

San Agustín decía: “Señor dame conocerte. Permíteme decirte que me conozca y que te conozca.

Necesito conocerme para entender la realidad, para comprender mis sentimientos, para decidir como encauzar y entregar mi vida.

Necesito conocerte, no sólo conocer tus designios; sobre todo me interesa conocerte y encontrarte. Permanecer en vos, Señor, como lo deseas”.

“Que sean uno en mí como yo en el Padre”. Tú lo dijiste, así no los contó Juan. Conocerte será nuestro desafió y nuestra satisfacción más profunda. Conocerte Señor.

Nos planteamos la experiencia del pecado. Miremos al pecado. Nos preguntamos que es el pecado. Cuantas veces planteamos nuestra vida y nuestro caminar en la fe, como superación de defectos y de pecados. Obviamente, habrá que superar el pecado y lo haremos con la ayuda de la gracia. Lo haremos paulatinamente. El caminar en la fe es un proceso, soportando los vicios y las consecuencias de nuestros pecados durante muchos años. Quizá toda la vida.

El proceso y la experiencia del pecado no puede tener ninguna comprensión, si no es a la luz de la experiencia y del conocimiento del Señor. No son las circunstancias, el verdadero lenguaje que debe hacer que el hombre defina su existencia, sino la razón profunda.

San Pablo decía: “No luchamos con los poderes temporales sino con las potencias sobrenaturales”. Esa es la mirada de la fe. Comprender el misterio definitivo y profundo del ser humano. Cuando miramos la cruz y nuestros pecados que la ocasionaron, estamos mirando y comprendiendo el rostro de Jesús. Explica aquello por lo cual Cristo está en la cruz. Que vino para librarnos del pecado. Si no conocemos a Jesús no podremos reconocer nuestros pecados.

Como los judíos y los fariseos iban a decir quien era Jesús si ya sabían quien era. Si no necesitaban que se les diga, que el se manifieste y le diga quien era él. Ellos sabían quien era. Cuando uno sabe ya no necesita que se le explique. Este quizá sea nuestro principal pecado. El no conocer y no saber de Jesús.

No lo vamos a aprender estudiando catequesis o leyendo el catecismo. Estos nos van ha ayudar y será fundamental. Podrá ser un camino de liberación.

Hay que disponerse porque ya recibieron el bautismo. Ya tienen sembrado adentro el germen del bautismo con Jesús, del descubrimiento del rostro de Jesús y este es la principal forma de caminar en la fe que debe tener todo bautizado. No hay que confundirse, no hay que plantear la vida espiritual en otros términos sino desde la perspectiva del conocimiento de aquel que se manifiesta.

¿Quien eres Señor? ¿Dónde vives Señor? Vengan y lo verán. ¿Quien eres Señor? El que me ve a mí, ve al Padre.

Diría Felipe: ¿Cuál es el camino?. “Felipe, hace tanto tiempo que estoy con ustedes y no me conoces”.

Tanto tiempo que estamos en la fe, que rezamos y dedicados a la pastoral, a lo religioso y al servicio y ¿Porque nos peleamos? Porque tenemos celos, cerramos las puertas, tenemos fantasmas, miedo, nos desanimamos, no tenemos fuerzas para ir adelante. Es porque no conocemos a Jesús.

La historia del pecado es la historia del descubrimiento del señor. Esta es la herida profunda.

Por eso el llamado de Pablo: “déjense reconciliar y tengan los sentimientos de Cristo Jesús”. El llamado a la humildad.

Ponerse delante del Señor para descubrirlo y pidiendo que él se manifieste. Todos necesitamos de esa revelación. Como entender el misterio de la vida en esta cuaresma sino es a la luz del conocimiento y del encuentro personal con Jesús. Lo esencial del cristianismo es el descubrimiento de Jesús.

Yo no conozco a nadie que se halla enamorado de corazón y para siempre por teléfono. Conozco que por Internet y por teléfono muchos se comunican buscando una relación, y suscitan sentimiento pero son impulsos que pueden variar, pero la razón de la vida se encuentra cuando se encuentra con la persona. Hasta que no la conoce no pasa a ser la razón de la vida. Hasta que no lo toca y no siente sus abrazos, sus besos, su calor.

Hasta ese encuentro, no suscitan esos sentimientos que llegan hasta la cabeza. Hacen que la mente vuele y empiece a soñar un proyecto de vida. Hasta que no sucede esto, no hay un conocimiento y no hay una proyección auténtica de la vida. La necesidad de conocer a Jesús.

Conocer tantas cosas que la agarro con las manos como el agua y cuando me acuerdo, ya no las tengo más en las manos.

La experiencia de un matrimonio: El hombre se dedica al trabajo, a los amigos y a las salidas. La señora se refugia en los hijos y empieza la experiencia de la soledad en la relación matrimonial.

Empiezan a vivir la vida soportando y aguantando. Pasa y madura el soporte hasta la muerte. Entonces llegan a viejos y se miran el uno al otro y surge una pregunta necesaria en ese matrimonio que había vivido de esa manera, tan ocupado y tan entregado a lo de uno. Y vos ¿Quién eres? No te conozco. Hace tanto que estamos unos al lado del otro. La verdad es que ya no sé quien eres porque ya no eres la persona que conocí, con la que empecé un camino. Cambiaste tanto y todos cambiamos a lo largo del tiempo. Ahora ya no sé quien eres.

Que manera de vivir desde la experiencia del desconocimiento mutuo. De nosotros y del Señor. Pongo el ejemplo de una situación que pasa muchas veces en los matrimonios. Cuando se les casan los hijos se encuentran en la experiencia de la soledad. Nunca cultivaron el compañerismo, la confianza, el conocimiento mutuo, la alegría de mirar juntos la vida. No tuvieron tiempo porque estaban muy ocupados y eso era lo esencial de un matrimonio.  

Lo esencial en la vida es Dios. Lo demás, viene todo después. Y si bien tenemos que atender muchas cosas que no son esenciales, tenemos que atenderlas desde lo esencial. Desde el encuentro y desde el conocimiento con Jesús.

Pero Jesús llega hasta la sinagoga en medio de la fiesta. Por más que Jesús quiera andar oculto, hay un momento en que el Espíritu Santo le va revelando y haciendo entender cuales son los deseos de Padre. Por eso se lo describe en esa fidelidad de permanecer oculto. Esa humildad y sujeción de Jesús al cariño y proyecto del Padre. Jesús no duda que la misión y la fuerza de él, está en la fidelidad al Padre. Va en el silencio. El encuentro con el Padre, el impulso del Espíritu le va enseñando que ahora quiere que hable. Que dé testimonio. Que se manifieste como el testigo, el que no puede callar.

Pablo, enloquecido y herido por el amor del Señor, llegó a decir en su vejez, aquellas palabras: “Hay de mí sino anuncio el evangelio, pobre de mí”. Lo que habrá sentido Jesús. Nosotros no nos aguantamos las ganas de servir y de ayudar al prójimo, impulsados por la gracia del Espíritu Santo después de un retiro espiritual y de la oración. También, de una concienzuda vida espiritual sentimos un impulso interior de ir más allá de las fronteras. Nos trasformamos en misioneros.

Santa Teresita, comprendió que quería ser el amor en todas las vocaciones, en todos los servicios y en todas las entregas por la salvación de sus hermanos, para que el amor de Jesús llegue a todos.

Decía: “¿Cuál será mi lugar, si estoy encerrada en un convento? Quiero ser el amor. Ser el amor, la caridad, el motor del mundo”. Llenarse de Dios, es vivir del amor. Eso es lo que hace que la persona tenga la presencia según el plan de Dios. Siendo el amor, el plan de Dios fue que ella permaneciera oculta en un convento. En la vida de clausura. Es una vida que podría haber sido tan útil a la sociedad, como decimos nosotros que entendemos que es lo que hace falta. Sin embargo, vivió encerrada y murió, allí adentro. Siendo joven entregó su vida y de esta manera glorificó a Dios.

De esta manera construye el mundo desde el plan de Dios. Jesús nos enseña la fidelidad a la voluntad del Padre. Como voy a aprender a vivir sino es dejando que el Espíritu Santo me vaya impulsando por los designios de Dios. Por eso, un buen cristiano mirando a Jesús aprende a vivir y perfeccionar su conocimiento de Jesús para tener un conocimiento de la voluntad de Dios. La voluntad de Dios nos llega a través de la voluntad de Jesús. Jesús es el que sopla el Espíritu Santo. “Sopló sobre ellos y añadió: reciban el Espíritu Santo”. Siempre son las palabras y gestos de Jesús.

Hoy sopla el espíritu, él es él que da el conocimiento de lo que quiere Dios de mí. Un cristiano se pregunta cuál es el deseo de Dios. El hombre fue criado para un conocimiento que supera todo lo humano y no tiene la capacidad de lograr aquello para lo que fue creado. Necesita de la gracia del Señor. Jesús sigue siendo esencial. Nos indica como hemos de vivir este tiempo de la fe.

No aguanta Jesús. Pulsado por el Espíritu empieza a hablar, sale de su silencio y ocultamiento. No era una huida desde la cobardía, de un corazón que tiene miedo, que enfrenta la realidad que le toca. Era la fidelidad al Padre. Los silencios y ocultamientos de Jesús, no tenían que ver con sus sentimientos de hombre sino con los deseos de Dios. Los deseos del Padre ordenaron los sentimientos, los pasos y las decisiones de Jesús. Si nosotros vivimos con esta preocupación, con este interés y esta actitud, vamos ir pareciéndonos a Jesús.

Hay tantos motivos que nos impulsan y nos mueven a los cristianos en contra de la voluntad de Dios, que hubiera sido preferible que fuéramos paganos. Pero aunque nos muevan impulsos y sentimientos que no son lo de Dios, es bueno y positivo que hagamos y que queramos hacer el camino de Jesús. Por que entonces, hay una posibilidad de que Dios haga su obra en nosotros, que el espíritu empiece a ser el dueño de nuestras decisiones como lo fue de Jesús.

Al empezar la cuaresma y al llegar al primer domingo de la cuaresma lo vimos a Jesús impulsado por el Espíritu al desierto para ser probado. Allí vivió tiempos de ayuno y oración. Era la voluntad de Dios. Fue probado pero fue enviado por el Espíritu. Jesús no se planteó una vida espiritual, el Padre se la planteó. Jesús no se planteó un proyecto pastoral, el Padre se lo fue diciendo momento a momento. Él investigaba y se pasaba las noches en oración. Jesús rezaba que quiere el Padre.

Aquí estoy, Padre, instrúyeme. Disponerme al encuentro con Dios. Vivir de la voluntad de Dios, de lo que quiere el Señor de mí. No importan la planificación y los proyectos, ellos importan en la medida del plan de Dios. Que manera de hacer y de organizar mi vida, tantas veces contrarias al plan de Dios pero en nombre de Dios.

Cuántas veces en nuestra vida pastoral tenemos la organización por sobre la salvación. Lo hacemos en nombre de la salvación porque sino, no hay orden, esto es un desastre. Ese es nuestro argumento ¿Y el amor al Padre y la fidelidad a la voluntad de Dios? Señor obra en nosotros un conocimiento y proceder conforme a tu espíritu.