Esperar el encuentro

martes, 20 de octubre de 2020
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20/10/2020 – En el Evangelio de hoy San Lucas 12,35-38  Jesús nos dice: esten atentos y con las lámparas encendidas a la espera de Dios que viene.

Tres historias nos ayudan a reflexionar en torno al encuentro con el Señor. En la primera nos dentemos en la figura de San Agustín que, caminando por una playa, se encuentra con un niño que intentaba llevan el mar y contenerlo en el pequeño pozo que había hecho. Esto le hizo darse cuenta que con su intelecto no podría abarcar a Dios porque Él es mucho más que la razón.

La segunda historia nos acerca al joven rico que, sabiendo que su comportamiento era el correcto, le pregunta al Señor que más le hacía falta para alcanzar la vida eterna. Al recibir la respuesta de Jesús de que dejara todo y lo suiguiera, este se entristece. Tampoco el comportamiento ético de mínima puede atrapar a Dios.

La respuesta la tiene Ella, María, fiel a la Palabra, que amando sirve.

En el creer y en el amar se mantiene la lámpara encendida. Que dios te renueve en la fe y en tu capacidad de amar.

 

 

Jesús dijo a sus discípulos: “Estén preparados, ceñidos y con las lámparas encendidas. Sean como los hombres que esperan el regreso de su señor, que fue a una boda, para abrirle apenas llegue y llame a la puerta. ¡Felices los servidores a quienes el señor encuentra velando a su llegada! Les aseguro que él mismo recogerá su túnica, los hará sentar a la mesa y se pondrá a servirlo. ¡Felices ellos, si el señor llega a medianoche o antes del alba y los encuentra así!”

San Lucas 12,35-38.

 

 

Esperar el encuentro

Entre la primera y segunda venida de Jesús están las venidas intermedias del Señor. El que se fue vendrá y el que vendrá está viniendo. Hay encuentros con el Señor que son cotidianos, hay algunos que son significativos y especiales que lo podemos vivir en los momentos cruciales de nuestra vida, hay otros que son sorpresivos, hay algunos que son muy deseados y esperados. El encuentro con el Señor se da en la medida que el velar tenga una disposición interior ajustada a lo que está por venir, al Señor que está viniendo por eso en esto de velar y esperar la venida del Señor y la posibilidad de encontrarnos desde esa expectativa tiene mucho que ver desde donde esperamos y como esperamos. Hay expectativas, esperas que no producen el encuentro porque no es el lugar justo desde donde tenemos que esperar como le ocurría a Elías en el monte. Él lo esperaba en el trueno, en el relámpago, en el huracán, en el terremoto y no estaba allí el Señor porque lo esperaba desde un lugar donde Dios no se iba a manifestar, vino en una brisa suave. Nosotros también tenemos actitudes interiores desde donde esperamos el encuentro con el Señor, donde el encuentro no se da porque no esperamos desde donde tenemos que esperar.

 

 

Esperar desde la razón

¿Esperar a Dios desde la razón? ¿Será ese el lugar desde donde somos invitados a esperar al Señor?

Es cuando nuestra relación con Dios se acentúa más desde la perspectiva del conocimiento, de la idea. Es la pregunta de los griegos cuando se acercan a Felipe: queremos ver al Señor. A veces un compromiso meramente intelectual es el de querer conocer a Dios. Interesa la existencia de Dios más que la vida de Dios, la persona del Señor. Poder hablar de su ser puede ser un modo de querer dominarlo, poseerlo. Es una forma de darle un crédito de máxima a la razón como si fuera que en ella pudiéramos atrapar el misterio reduciéndolo al límite de lo humano. Entregarse a compartir su vida es mucho más riesgoso, es lanzar la propia vida al océano del misterio, perder en cierto modo las amarras del control de la propia barca. Dios es más importante como parte de una cosmovisión que como una actitud de vida cuando nosotros desde la razón creemos que podemos entenderlo todo y dominarlo respecto de su misterio. El templo de ésta actitud racional es un sistema perfecto de ideas donde todo queda explicado. Esta perspectiva de espera hace que logremos generar una imagen racionalizada de Dios, una imagen estilizada perfectamente arquitectónica pero no tiene fuerza, la expectativa no tiene tensión, no hay vida en la espera. Es Dios que se nos va a presentar en la racionalidad y al que presentamos desde la racionalidad es un Dios frío, lejano, que está hecho para ser admirado racionalmente pero que no mueve la vida. No es eficaz su operatividad. No es un Dios real, es un Dios hecho y construido desde la razón. Este Dios es intemporal, por lo tanto no aparece en las cosas nuestras de todos los días, es inmutable, es causa suprema de todas las cosas. Todo esto lo dice el que razona fríamente sobre Dios pero no cree que Dios sea una persona. No dice mentira cuando afirma lo que dice de Dios en la sana doctrina. Dice verdades pero medias verdades que suelen terminar siendo grandes mentiras.

¿Sabes dónde está la debilidad de la espera de éste razonador frío calculador que a veces nos habita por dentro? Es que Dios ha sido constituido más en objeto de pensamiento que en perspectiva vital existencial. Por lo tanto éste Dios nada tiene para decirle a mi vida al sentir profundo donde la vida se juega en las cosas humanamente simples tan trascendentes. Si esperamos a Dios solo para que venga a explicarnos razonablemente lo que ocurre, lo que me ocurre posiblemente nunca termine por encontrarme con lo que estoy esperando porque Dios es más que algunas buenas razones.

 

Esperar desde la ética

En esto de ir aprendiendo a esperarlo a Dios donde va llegando es bueno ir desprendiéndonos de aquellas actitudes que no nos permiten enfocarnos bien a la expectativa de su venida decíamos la racionalidad es una y el sueño de encontrarse con Dios desde la ética sería otra.

Cuando nosotros tenemos el sueño de encontrarnos con Dios desde la ética las expectativas están en ajustar nuestro comportamiento a un Dios que manda desde un determinado deber ser. Es la expectativa de encuentro que tiene el joven rico: ¿qué tengo que hacer para alcanzar la vida eterna? Los Mandamientos los había cumplido desde su juventud ahora tenía que dejarlo todo, venderlo e ir detrás de Jesús. A esto no se animó el joven rico porque el dejarse todo a un Dios hacía que abandonase las seguridades que le daba un determinado comportamiento. Es que el hombre con buena disposición se acercaba a Jesús para dar un paso más desde un mandato solo podía hacerlo y esperaba que aquel buen hombre como le llama el a Jesús, Maestro bueno, le dijera qué hacer y le dice que hacer: dejá tus seguridades vendé todo y seguime. Abandona tu esquema, desprendete de lo que hasta aquí has creído de Dios, animate dar un paso en la oscuridad de la fe detrás de las sorpresas con las que yo te voy a ir guiando en el camino. Yo soy el Dios vivo y real con rostro concreto.

Dios dice no me identifico con tu comportamiento porque soy más que tu buen comportamiento. Tengo más para darte y porque soy el Dios bueno tengo más para darte no me puedo quedar en tu forma de comportarte como si todo pudiéramos en el encuentro encerrarlo en tu modo de hacer las cosas por más bueno que seas. Esto es lo que nos dice Jesús cuando nosotros creemos poder atrapar a Dios en determinadas conductas. Si es verdad que a Dios no lo podemos atrapar por la razón tampoco lo podemos atrapar por nuestra buena voluntad. Cristo le dice al joven que se acerca que se anime dar un paso más. No está mal lo que ha hecho hasta ahí solo que para encontrarse con Dios que es bueno hay que dejar aun lo bueno que podamos haber hecho, Dios es más bueno que todo lo bueno que podamos haber hecho. Dios es mucho más y para encontrarse con ese más de Dios hay que dejar lo sabido, la bondad de lo construido y abrirse a más que tiene que ver con el crecimiento en nosotros del deseo por más. Muchas veces no podemos dar ese paso por estar pendientes de lo que está bien y lo que está mal. Eso no nos permite esperar en Dios sino estar demasiado pendientes de nosotros mismos. Hay que salir de la ética del deber ser para entrar en la ética de las posibilidades que tenemos para ser lo que Dios quiere que seamos. La ética de lo posible, no es la ética del relativismo donde todo da igual. La ética de lo posible tiene muy en claro por delante que es lo que hace al ideal de vida al que aspira el que se encuentra con el rostro del Dios real. El tiene muy en claro desde ésta parte y alrededor suyo que se puede ir haciendo mientras buscamos alcanzar aquello que es lo que nos marca el rumbo de lo ideal y por eso se hace a lo que puede ir siendo que no es poner las cosas en situación de mediocridad sino en realismo, en posibilidades de ser. El Dios de lo posible tiene solamente lugar cuando vivimos de una ética de la posibilidad de ser en El.

 

Esperar desde el creer y el amar

Es la actitud de María nuestra Madre.

Es la única forma de abrirse al encuentro, es la única manera de darle cabida al que viene, es la única forma que Dios nos invita para poder generar la posibilidad del encuentro: creerle a Dios, amarlo al Dios vivo para mantener la expectativa permanente del encuentro. La experiencia del Dios real que no es atrapable por la razón ni encapsulable en la ética, la experiencia del Dios real no permite evadirse, fugarse en ideas y en actividades ni encasillarlo en alguna ideología o en algún código de ética mínima. No hay que descubrirlo a Dios, hay que dejarse encontrar por El. Si todavía no lo encontraste y por primera vez te hablan de El dejate encontrar, dejate amar. El viene a mostrarte el mapa vital existencial con el que te llamó a la vida. El es la Vida con mayúscula. El Dios de rostro da a entender que el tesoro escondido surge a la luz de ésta presencia que revela y pone de manifiesto lo mejor que hay en nosotros. Más que convencerte por argumentos te convence por el testimonio de su presencia, su fuerza no es de argumentos sino de vida que trasciende y se impone sin forzar las cosas. Es Dios. A ese Dios se lo espera desde la interioridad, desde el espíritu. Toca el corazón y mueve a amar al prójimo.