Espiritualidad Misionera del Enfermo Un llamado de amor

viernes, 4 de diciembre de 2009
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Vengan a mí todos los que están fatigados y agobiados que yo los aliviaré (Mt. 11.28).
Dios que te creó sin ti, no te salvará sin ti, decía San Agustín. Si Jesucristo viene a traemos la salvación, quiere de nosotros correspondencia a sus gracias y respuesta a su llamado. La fe es indispensable para la salvación, es un regalo de Dios mediante el Espíritu Santo, pero también es un acto humano consciente, libre, acorde con nuestra propia dignidad (Cfr. Catecismo 178 y ss).
Respuesta desde la limitación humana
La acción liberadora y sanadora’ de Dios se concreta en Jesucristo y únicamente a Él deben dirigirse los clamores y las súplicas de quienes sufren y necesitan ser curados. El contacto personal, de fe, con el Hijo de Dios es la causa de nuestra salvación. Con solo tocar su manto, quedaré curada (Mt.9, 21), decía una mujer, según narra el Evangelio. Y un leproso le dice: si quieres, puedes limpiarme (Mt. 8,2).
Si buscamos con sinceridad, tal vez con desespero, las respuestas a nuestras inquietudes íntimas, solamente Cristo es la respuesta a nuestra condición humana limitada, enferma o necesitada. El que está enfermo tiene en su dolencia una ocasión para madurar su fe, para ponerla a prueba, para acrisolarla, pues tales situaciones permiten descubrir la acción de Dios que está presente en nuestra historia, en nuestras amarguras y luchas, que está con nosotros y en nosotros: Yo estoy con ustedes (Mt. 28,20).
Que te suceda de acuerdo con tu fe
Desde nuestra fe, el dolor es la oportunidad de sentir la solidaridad de Cristo que nos ama. En nuestras situaciones estrechas y limitadas que reflejan la pobreza de nuestra condición humana no podemos menos que decirle que lo necesitamos: sólo tú tienes palabras de vida eterna. Los ciegos corrían detrás de Jesús y le gritaban: Hijo de David, ten piedad de nosotros (Mt. 9, 27). Una mujer cananea le presenta a gritos su necesidad: Señor, Hijo de David, piedad de mí (Mt. 15,22). Las multitudes acuden a Él, con fe y confianza y le llevan paralíticos, lisiados, ciegos, mudos, y muchos otros enfermos y los ponen a sus pies para ser curados (Mt.15, 30). . ‘ Tanto los mismos enfermos, como sus parientes, o la misma comunidad, todos, suplican fervientes la sanación para sí o para aquellos a quienes aman.
En la escuela de la cruz de Cristo
La obra de Cristo se prolonga, por acción del Espíritu Santo, en sus miembros los bautizados. Desde las limitaciones, los dolores, las enfermedades, los cristianos viven su propia pascua. Sumergidos en su muerte, resucitamos con Él a una vida nueva. . Todos los cristianos en todas las situaciones, pero especialmente cuando sufren, se hacen sacramento vivo de Jesucristo: llevamos siempre en nuestros cuerpos el morir de Jesús a fin de que también la vida de Cristo’ se manifieste en nuestro cuerpo (2 Cor 4,10).
Cooperación en la obra redentora
Como Jesús, el enfermo está llamado a vencer y a trascender el dolor, enfrentándolo con fe, asumiéndolo con alegría y convirtiéndolo en sacrificio por su propia redención y por la salvación del mundo entero
Los enfermos, los que tienen grandes limitaciones, los que están reducidos e inmóviles en el lecho del dolor pueden ser activos colaboradores de Jesucristo: completó en mi carne lo que falta a la redención. Es menester que a la cruz del calvario acudan todos los creyentes que sufren en Cristo para que el ofrecimiento de sus dolencias acelere el cumplimiento de la plegaria del Salvador por la unidad del mundo y la salvación de todos, dice el Santo Padre.
Es más, el ejemplo y testimonio de los enfermos cristianos, puede iluminar a los hombres de buena voluntad para que se acerquen a la cruz del Redentor, el cual ha asumido sobre sí los sufrimientos físicos y morales de todos los’ hombres de todos los tiempos, para que en su amor entregado y crucificado puedan encontrar el sentido a su existencia, la motivación para la ofrenda de su dolor y la respuesta a sus inquietudes y preguntas.

 

 

Todos los que trabajamos con enfermos, en especial con los que padecen de una enfermedad crónica y ancianos sabemos lo que es para ellos la angustia y el sufrimiento; muchas veces difícil para sobrellevar y aceptar tanto el dolor físico o interior, al verse disminuidos en sus actividades, en su autonomía, etc. Todos con ternura y dedicación los acompañamos a que crezcan en la fe, miren la vida con esperanza y se relacionen con los demás con amor. Ayudamos en sus procesos para que asuman cristianamente su enfermedad o su ancianidad, para que como dice el autor de la carta a los Colocences Ahora me alegro de de poder sufrir por ustedes, y completo en mi carne lo que falta a los padecimientos de Cristo, para bien de su Cuerpo, que es la Iglesia (Col 1,24)
Pablo en su ministerio entre los gentiles y ante las adversidades que se le presentan en su actividad apostólica no duda de asumirlas y orientarlas cristianamente en pos de la Iglesia, ofreciendo sus aflicciones para el crecimiento de la Iglesia de Cristo. Todos nosotros tenemos que acompañar a quienes están en una situación de enfermedad o ancianidad en el ofrecimiento a Cristo de ese sufrir en pos de la iglesia, como agentes agentes activos de la misión de la Iglesia. Esta misión es una tarea de todos los bautizados.
El Concilio Vaticano II nos dice …todos los hijos de la Iglesia han de tener viva conciencia de su responsabilidad para con el mundo… Sepan sin embargo, que su primera y principal obligación en pro de la difusión de la fe es vivir profundamente la vida cristiana…. se ofrecerá espontáneamente a Dios oraciones y obras de penitencias para que fecunde con su gracia la obra de los misioneros…(Decr. Ad gentes 36). También Juan Pablo II nos refiere Entre las formas de participación, el primer lugar corresponde a la cooperación espiritual: oración, sacrificios, testimonio de vida cristiana. (ReMi 78).
Por lo tanto no tenemos que perder de vista que la oración, el sacrificio y el testimonio de vida son esenciales en la vida de los enfermos y ancianos y que un acompañamiento profundo y fecundo de nuestra parte tiene que ayudarlos a que puedan vivir estos tres elementos integralmente. De esta manera su dolor no será estéril, todo lo contrario sus vidas se plenificaran al configurse con la de Cristo y la actividad misionera se verá fecundada con una vida oblativa, humilde y silenciosa.
Pbro. Fabián Mondini, Miembro del Equipo Nacional UEAM (www.ompargentina.org.ar)

La realidad humana del dolor y del sufrimiento
Interrogante clave
¿Por qué hay que sufrir? El hombre coexiste con el sufrimiento en el mundo. El dolor y la enfermedad aparecen en cualquier momento de la vida y a pesar de tantos esfuerzos que se hacen nunca ha sido posible erradicarlos definitivamente. Es verdad que se ha ganado mucho con el avance de la medicina y de las intervenciones quirúrgicas, con las mejoras de la vivienda y de los sistemas de seguridad laboral y social. Sin embargo, paradójicamente, el progreso que se ha encaminado a proporcionar al hombre una vida más prolongada y confortable, le ha traído nuevos dolores y le ha cobrado un precio alto en víctimas y sufrimientos.
La vida del hombre es lucha y esfuerzo
No existe rincón de la tierra que no sea visitado por el dolor; la vida sigue y seguirá siendo lucha sobre esta tierra, como lo afirmaba el patriarca Job. Una lucha exige siempre esfuerzo y sacrificio; estemos donde estemos y hagamos lo que hagamos, el dolor, la enfermedad y la muerte inevitablemente nos saldrán al encuentro. Nada ni nadie nos librará de sufrir, de padecer enfermedades y de morir. Frente a ellos desaparecen la pobreza y la riqueza, las grandezas y los honores. Basta recorrer el camino del dolor en los sanatorios, hospitales y clínicas para constatarlo. Son muchos los seres humanos sobre los que el dolor ha hecho su presa y hoy son millones los que unidos al salmista pueden exclamar: las lágrimas son mi pan día y noche (Salmo 42, 4).
El dolor no es un castigo
Muchos consideran que el dolor es un castigo y lo convierten en un absurdo indescifrable. No pocos creyentes, todavía, tienen la imagen de un Dios castigador para quien el dolor es su medio de castigo o látigo contra los malos. Sin embargo, el interrogante surge cuando son los buenos y los inocentes los que sufren. ¿Es posible, entonces, que Dios castigue también al inocente?
En la noche oscura no estamos solos
Por otro lado, nos impresiona la constatación del triunfo aparente de malos y pecadores frente a la desgracia de los pobres y de los justos. El creyente debe ahondar más sobre estas realidades y descubrir que aun en las tribulaciones y en la noche oscura, la confianza en la presencia amorosa de un Dios bueno y misericordioso lo confortan y alivian: Mas para mí, mi bien es estar junto a Dios; he puesto mi cobijo en el Señor a fin de publicar todas sus obras (Salmo 73,24).
El Santo e Inocente da un nuevo sentido al dolor
El libro de Job es un largo y hermoso alegato para demostrar que el sufrimiento no puede ser castigo de Dios. que el dolor puede llegar también a los justos y una misma suerte toca a todos: al inocente y al culpable, al justo y al pecador (Ecle. 9,2-3). Además, todos sabemos que Jesús, el Hijo predilecto de Padre, es el varón de dolores por excelencia y que su santísima Madre, la que no tuvo mancha de culpa, participó intensamente en los dolores atroces de su Hijo.
Jesús comparte nuestro dolor hasta el último límite y lo transforma en prueba de su amor al Padre y a nosotros. Desde la cruz, clavado de pies y manos, en un estado de completa inmovilidad y de angustia suprema, realiza la más portentosa obra que se ha producido en el mundo.
Él nos enseñó claramente que las desgracias no son castigo de Dios. Suceda lo que suceda, nuestra confianza en el Padre del cielo que cuida amorosamente de nosotros debe ser infinita. … rebosan de alegría. aunque sea preciso que todavía por algún tiempo sean afligidos. a fin de que la calidad probada de su fe, más preciosa que el oro perecedero que es probado por el fuego, se convierta en motivo de alabanza y de honor. en la Revelación de Jesucristo (1 Pe 1, 6- 7).
El dolor nos abre horizontes insospechados
Los cristianos no buscamos el dolor por el dolor. Si los santos han suspirado por él o lo han aceptado con alegría, es porque, a la luz de la fe, descubrieron en su profundidad un tesoro de gracia del Espíritu debajo de sus tristes y negativas experiencias que les permitían asemejarse a su Maestro. Enfrentaron el dolor y la dificultad con la misma valentía de Jesucristo y lo convirtieron en medio; ocasión e instrumento para alcanzar los bienes de la salvación y el provecho espiritual para sí, para la Iglesia y para el mundo entero.
Desde la caridad y la esperanza cristiana
El esfuerzo de colaboración humana con la gracia de Dios pueden transformar el dolor en una herramienta útil para el bien común, en un acicate de superación en la búsqueda de la perfección:
1. El dolor nos protege. Ciertas sensaciones molestas nos ponen en guardia para que nos defendamos cuando algo perjudicial amenaza nuestro organismo.
2. El sufrimiento nos curte, nos forja, eleva nuestro espíritu y nos madura. El hombre no se hace entre blanduras, sino a golpe de sacrificios, de esfuerzos y de superación constantes; el hombre se forja en la lucha.
3. El hombre aprende con el sufrimiento y sale experimentado de él. El sufrimiento sensibiliza para comprender mejor el dolor ajeno, para solidarizarse con él y proporcionar ayuda recíproca.
4. El contacto con el dolor propio o ajeno nos da una idea más objetiva de la realidad de la vida, nos descubre la mentira de muchas apariencias halagüeñas, nos sitúa en la verdad, nos ahorra muchos desengaños.
5. La desgracia, la enfermedad y el dolor nos recuerdan la transitoriedad de todo y la limitación humana. Nos hacen reconocer que no somos dioses; que necesitamos de Dios y que sería gran torpeza querer cortar toda referencia a él.
6. Nos enseña que la felicidad plena no se da en esta vida. Así, relativizando todo lo creado, nos purifica el corazón de afectos desordenados hacia las cosas y nos lleva a servimos de ellas con señorío cristiano, sin convertirlas en nuestros fines supremos y el centro de nuestra vida.
7. Nos enriquece y hace crecer espiritualmente. La enfermedad es una buena ocasión para imitar a Jesucristo y demostrarle nuestro amor, fidelidad y gratitud.
8. Es también buena oportunidad para expiar los pecados propios y ajenos. Es camino obligado para la perfección y salvación, al igual que el medio que nos conduce a la configuración o a la semejanza con Cristo originada en la condición de bautizados.
9. Con su fuerza redentora, el dolor nos hace apóstoles y colaboradores eficaces de Cristo en la implantación de su Reino.
Para pensar
La enfermedad y el sufrimiento se han contado siempre entre los problemas más graves que aquejan la vida humana. En la enfermedad, el hombre experimenta su impotencia, sus límites y su finitud. Toda enfermedad puede hacemos entrever la muerte (Cat.No. 1500).
La enfermedad puede conducir a la angustia, al repliegue sobre sí mismo, a veces incluso a la desesperación y a la rebelión contra Dios. Puede también hacer a la persona más madura, ayudarla a discernir en su vida lo que no es esencial para volverse hacia lo que lo es. Con mucha frecuencia, la enfermedad empuja a una búsqueda de Dios, un retorno a Él (Cat.. 1501).