Fíjense: esa es la mirada de la Fe

viernes, 1 de diciembre de 2006
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Fíjense en la higuera y los demás árboles. Cuando echan brotes, ustedes al verlo saben que se acerca el verano. Pues lo mismo ustedes cuando vean que suceden éstas cosas sepan que el Reino de Dios está cerca. Les aseguro que no pasará ésta generación hasta que todo esto suceda. El cielo y la tierra pasarán pero mis Palabras no pasarán.
Lucas 21, 29 – 33

Dice Anselm Grün:  “Si quieres construir un barco enseña a las personas el anhelo del mar” texto que procede de Saint Exupery. En el anhelo se encuentra una fuerza que nos habilita a abordar bien concretamente las utopías. El anhelo ha impulsado a las personas de la Edad Media a construir catedrales elevadas. Esta arquitectura vivía del anhelo, la música vive del anhelo, ella abre una ventana al cielo.

Todo arte es en última instancia manifestación de lo eterno, de lo nunca acaecido. Expresión de un anhelo de algo distinto, el anhelo tiene la fuerza de dinamitar el hormigón, de partir la coraza que hemos construido para ser insensibles al mundo del otro. El anhelo abre nuestro mundo estrecho, mantiene abierto el horizonte sobre nosotros. El anhelo no desoye los hechos alarmantes de nuestra vida, nos coloca en el sendero de la esperanza que nos permite ver la realidad sin desesperar.

Me quedo con la primera de las frases “Si quieres construir un barco enseña a las personas el anhelo del mar”. Enseñar los grandes anhelos porque tenemos necesidad de construir tantas cosas. No será que tenemos que empezar por construir el sentido de aquellas cosas que van a sostener nuestra vida, que hoy mantienen nuestra esperanza viva, que nos mantienen activos, con la mirada y el pecho erguidos, levantada la mirada al horizonte, soñando pero construyendo desde ahora.

¿Cómo se construyen los grandes acontecimientos del mañana? Sembrando los anhelos en el presente. Esos deseos de lo profundo, ese deseo de las cosas importantes. Me parece tan significativo esto que por eso lo elegí para compartirlo antes de leer La Palabra, con este espíritu leer el Evangelio. Qué lindo cuando les enseñamos a los niños los anhelos, les enseñamos a desear. Es muy importante generar buenos deseos en los corazones. Desear las cosas importantes y necesarias no es fácil.

En nuestra cultura, la presentación de la sociedad es una sociedad mercantilista proponiendo como ganar el peso y haciendo apetecible lo que es bajo, lo que no es esencial en la vida. Nos acostumbramos a apetecer lo pasajero. Cuando vemos como nuestra sociedad de consumo ha ido generando toda una cultura que en el fondo nos denigra porque nos hace desear aquello que no es esencial para la vida y por esas cosas nos desvelamos y nos sacrificamos.

Construimos la vida en torno a grandes esfuerzos que terminan desgastándonos y llenándonos de insatisfacción y dependencia para adquirir cosas que son absolutamente secundarias en la vida. Cuántas veces tenemos profundas necesidades y estamos entretenidos en deseos vanos, deseos secundaros. Qué lindo cuando los padres quieren que los hijos estén bien, que sepan valorarse, cuidarse. Para ello hay que sembrar el cariño en la obra, ahora en el presente. Los papás no deben tener miedo en sacrificarse por sus hijos, no es perder tiempo sentarse a jugar con los niños, darles besos, hacerles cosquillas, correrlos por el patio, salir a caminar.

Cuando uno hace eso puede sembrar en ellos la capacidad de descubrir, de detener nuevos anhelos. Un niño que se siente amado aprende a amar, a anhelar en la vida. Un niño que recibe la atención y el cariño se hace sólido, se hace fuerte, y es más difícil que esa persona sea entretenida en deseos vanos. Los va a tener igual pero va a tener capacidad de discernimiento porque al tener afecto va a tener claridad en su corazón. Las personas tienen claridad cuando son amadas y valoradas. Cuando se juega y se comparte con ellos y también cuando se les pone límites, cuando se les dice no, cuando se les da una penitencia. Eso es fundamental para sembrar buenos anhelos en el corazón de esos niños, se crían sanos.

Los límites y los estímulos son muy importantes, quererlos y tenerlos cortitos, esa es la manera de sembrar los anhelos. Cuando uno es capaz de lo más inmediato, de los reclamos de ellos, también ellos después van a percibir nuestros reclamos, los intereses que tenemos nosotros, cuando queremos enseñarles algo importante, el valor de la oración, el valor de la Palabra de Dios en nuestra vida, cuando les queremos enseñar el valor del perdón, si el chico está sano y está fuerte cree, está seguro del valor de la enseñanza del papá y de la mamá, del adulto, del maestro, por eso es tan triste cuando no nos involucramos en lo pequeño porque después necesitamos de lo importante y no tenemos a la persona porque no hemos sido capaces de involucrarnos en lo pequeño, en lo inmediato, en lo simple.

Por eso el secreto de vivir está en sembrar lo pequeño. Así se forman las grandes cosas. Y con constancia. “Gracias a la constancia salvarán sus vidas” dirá Pablo en la Palabra y eso es fundamental para nosotros. Ser constantes, permanecer estar, ser constantes en el amar, en las caricias, en los “no”, ser fieles, leales a nuestros hijos. Los pequeños necesitan mucho de nuestra coherencia, de nuestra madurez porque ellos van a querer ser como nosotros, eso necesita nuestro país, nuestro mundo, personas que los amemos, que les marquemos rumbos claros, que enseñemos con nuestra vida como se construye a partir de los sueños.

¿Cómo sembrar hombres capaces de construir un mundo nuevo? Sembrando sueños, sembrando anhelos y deseos en el presente. Hay anhelos muy profundos en el corazón humano pero a veces hay anhelos que se dispersan detrás de las búsquedas muy mezquinas. La cultura de la sociedad de consumo genera una cultura de la mezquindad, hace avaro el corazón trayendo el mundo a la medida de uno y el soñar y generar anhelos hace que uno salga de sí y se proyecte. Se vive lo que se sueña en la vida, lo que no se sueña no se vive. Estamos hechos para generar anhelos, soñar, proyectar y luego concretar, por eso es hermoso hacer esta reflexión, pensar cuánto nos han querido los que nos exigieron. Ellos también son los que nos contaron cuentos, los papás. Los anhelos nos llevan a desear que llegue el momento deseado y una vez que lo hemos vivido tenemos tantas cosas para contar después, porque esos anhelos son los que van a dejarnos el recuerdo sabroso de las cosas vividas, las cosas disfrutadas, lo que nos costó sacrificio.

Sembrar anhelos, un tema simple pero tan importante en nuestra vida. ¿Qué anhelos estamos sembrando en el corazón de los pequeños? Vale la pena la pregunta porque por ahí pasa una de las opciones fundamentales de la educación, de la paternidad, de la vida de familia, mirar a los pequeños, ellos van a construir la contención que vamos a necesitar también nosotros en el mañana, nosotros vamos a cosechar lo que estemos sembrando y ciertamente es importante que sembremos decididamente anhelos y sueños en el corazón de los niños.

La primer palabra de Jesús en ésta mañana, les dice a los suyos “Fíjense”, en la higuera y los demás árboles, fíjense, observen, abran los ojos, dense cuenta, abran esos oídos, ese corazón, esos sentidos y perciban, así como perciben con sus sentidos externos, su olfato, su tacto, su gusto, su oído, su vista, así como con los sentidos externos perciben una realidad, y en sus sentidos internos se dan cuenta que hay algo más importante que viene, que hay cosas que se van dando, “fíjense” como diciendo El Señor: no usen los dones de su percepción de la realidad para cosas simplemente pasajeras, egoístas, úsenlos para las cosas importantes, sepan ver la presencia de lo importante.

“Fíjense” es una palabra que nos llama la atención, fijarse significa dejar de mirar de todo un poco para mirar esto puntualmente, fijar la mirada, atender, ponerse en comunión con esto que están viendo.

Creo que hay una atención fundamental que tener presente como persona, como hijos de Dios, saber descubrir el lenguaje de Dios en los aconteceres, en las cosas que nos toca vivir todos los días. Fíjense, estén atentos, vigilantes. Nos estamos preparando para un tiempo en el que la Palabra de Dios nos invita a la vigilancia, no sólo a reconocer los límites, el fin de las cosas, lo limitado de la realidad sino mucho más profundamente nos ayuda el Señor a que fijemos la fe y desde la fe en la mirada fijemos una percepción diferente de la realidad, nos demos cuenta que todo tiene un destino trascendente.

Estamos hechos para gloria de Dios. No vivimos sólo lo que estamos viviendo. Hay una trans-significación en cada acontecimiento, en cada relación, en cada visita, en cada encuentro, en cada saludo, en cada mirada que se encuentra, hay una trans-significación en el acontecer de la persona porque Dios nos hizo de ésta manera, nos puso en los límites del tiempo, nos regaló la experiencia de la carne, la experiencia de los sentimientos, la experiencia de construir nuestra persona desde los límites de toda ésta realidad pero nos puso su espíritu para que despierte en nosotros una capacidad de ver más allá. Estamos hechos para Dios.

No vivimos por tanto sólo el presente ni sólo las circunstancias. Ir más allá. Y a esto tenerlo en cuenta no sólo para las cosas gratas, no sólo para descubrir lo positivo de las cosas lindas sino cuando nos toca vivir lo negativo del momento arduo, difícil, saber que vamos tras una batalla que va más allá de ésta batalla puntual.

Como dirá Pablo también en la Palabra: “Nuestra lucha no son con los poderes temporales sino con las potencias espirituales”. Detrás de las dificultades hay un lenguaje, las dificultades suelen ser como el rostro de una advertencia de que hay algo más profundo. Cuando la mirada es honda, me hace acordar ésta reflexión a las palabras de Pablo. ¡Qué mirada tenía Pablo! Como él entendió ésta palabra:-“ Fíjense” para poder expresar esto que dice: “Donde abundó el pecado sobreabundó la gracia”. Si fue grande la desgracia, si fue grande la miseria, si fue grande la dificultad fue porque Dios estuvo especialmente presente. Esa es la mirada de la fe: “Fíjense

El sí de María ha sido un sí que necesitó mucha observación, la Virgen estuvo muy pendiente como las madres de sus hijos, los viven olfateando, mirando, los ven despertar a la vida, ellas van gozando y disfrutando, y de ello tienen un motivo para regodearse y se sienten fuertes por dentro.

El sí de María no fue un sí fácil, lo vio crecer al Niño, aquel primer acontecer cuando el niño llegó a la adolescencia, cuando se fueron para el templo de Jerusalén a celebrar la Pascua y se vuelven María y José y no se dan cuenta que el muchacho no estaba con ellos y después de un día empiezan a buscarlo y vuelven, la ansiedad y la preocupación de María forman parte del sí de María.

Ese sí a Dios pasaba por este acontecimiento tan normal de la vida. Estar con una criatura, criar a un hijo, verlo crecer, ser responsable de el. Es decir que el sí de María a Dios exige esta capacidad de observar. No es vulgar lo que vivimos, no es simple ni superficial sino que se desarrolla el proyecto de Dios en nuestra vida y nuestra respuesta a ese proyecto de Dios es un si grande que damos en el vivir cada paso que damos, cada acontecimiento, sacarle el jugo a cada circunstancia, disfrutar de las cosas pero ver más allá de ellas también. María se vuelve al templo con José y se encuentran al Niño hablando con los doctores de la ley, discutiendo allí y María no entiende pero Jesús con esa respuesta tan adolescente que María no comprende del todo: – “No sabías que tengo que dedicarme a las cosas de mi Padre”, María queda desorientada, una respuesta que le exige una nueva observación.

Dar el sí era volver a renovar el si, volver a escuchar a Dios, interpretar la presencia de Dios. Por eso es tan importante insistir en ésta sabiduría de vida que tiene María. Ella, Nuestra Señora guardaba y meditaba éstas cosas en su corazón. Fue nada más que esto. El niño estaba sometido a su padre, crecía en sabiduría y en gracia delante de los hombres en aquel secreto durante los treinta años, mucha intimidad, mucha comunión con la Madre y María aprendiendo permanentemente mirando más allá del ver, viendo pero entendiendo y no entendiendo pero intentando ver y esperando.

El ser de María, el ser interior de la Virgen, la actitud de María es una actitud vital, existencial, esperanzada. Es un sí difícil el de María, es un si que invita a renovar la búsqueda, la acogida, la apertura permanentemente. Tener que decir sí a Dios le exige tener que volver a fijarse permanentemente. Yo creo que esto es la fe también. Esto es nuestra vida espiritual. Fijarnos, fijarnos en los signos. Todo lo que pasa tiene una significación, es un lenguaje de algo más hondo y todo es profecía y todo es presencia de Dios.

Como Dios está en las cosas, en el acontecer, en eso que nos va pasando, en eso en lo cual muchas veces por no observar, por no fijarnos, muchas veces nos estamos confrontarnos con la vida, nos estamos criticando, despreciando, desaprovechando, a veces estamos duros, estamos enojados con algunas cosas que nos pasan y no sabemos leer más allá y el Señor, para que nos demos cuenta de la profundidad, de la existencia, de la presencia suya en el acontecer diario nos va a decir éstas palabras en el Evangelio: -“El cielo y la tierra pasarán pero mis Palabras no pasarán”.

Como Pablo que es capaz de decir viendo la miseria humana: -“Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia” . Es la mirada de la fe a la que nos invita la Palabra en éste primer día del mes de diciembre. En éste día estamos recordando el sí de María. Un sí difícil, largo, oneroso, es un sí que le pide volver a empezar todos los días, volver a abrir el corazón, volver a escuchar: “Fíjense”. Ahí está María.

Este sí de María a Dios, este contemplarla a Ella diciendo siempre un si a Dios se basa en esa profunda sensación de vivir por un llamado y también esa convicción profunda de que Dios es eterno, es para siempre y que Dios es lo definitivo. Esta fe de María tan limpia, tan sin pecado, la lleva a Ella a ésta experiencia de confianza y aún en medio de las limitaciones y de las incertidumbres humanas y de todas las pobrezas de lo humano y de todo el no comprender de lo humano, sin embargo, María tiene esa confianza filial, ese ser de hija propiamente y sentirse en las manos de su Padre la lleva a caminar renovando su sí cada día.

Este pasaje en donde Jesús se pierde en el templo muestra una de las circunstancias difíciles. Hay otro sí de los que hemos estado hablando en éstos días de María que también le han significado grandes renuncias. Cuando era más chico aquellas palabras de Simeón, “Este Niño será causa de caída y elevación para muchos, y a ti una espada te atravesará el corazón”. Eses sí de María superó totalmente lo que ella comprendía que daba.

Decir sí a Dios para nosotros, no sabemos que dimensiones tiene, no lo podemos saber, no nos corresponde saber, creo que lo importante es que quien dice sí al llamado de Dios, quien está dispuesto a la voluntad de Dios, al plan de Dios en su vida, quien se anima a dejarse amar por Dios no tiene miedo a las dimensiones del si, sabe que Dios llama y eso le basta. Sabe que Dios llama y que Dios es eterno. El cielo y la tierra pasarán pero mis palabras no pasarán jamás” dice el Señor.

Que testimonio el de esa fe persistente, perseverante, eso que no simplemente hace que no nos dejemos vencer sino que más que eso esa fe nos mantiene en una actitud esperanzada, concreta, que lleva a involucrarnos incondicionalmente en el proyecto de Dios, aceptar la vida como un don, como un llamado maravilloso. “Fíjense”, fijarse en el día de hoy como se fijaba María como Dios obraba en ella, como crecía Dios y fijarse y estar atento porque el Señor va creciendo, va desorientándonos con su crecimiento, nos va llenando de incertidumbres y a veces de grandes alegrías, de grandes satisfacciones, como nos pasa cuando vemos crecer los niños en la casa así también es nuestra vida espiritual porque el Señor siempre nos está hablando y cuando uno le dice sí a Dios el Señor tiene siempre sorpresas, siempre novedades.

Si hay algo que no es rutinario es Dios. Mucha gente piensa que el que reza no tiene nada que hacer, que es una persona aburrida, pero la persona que entra en comunión con Dios experimenta esta sorpresa, esta permanente iniciativa de Dios. Dios es inabarcable, infinito, interminable, tiene tanto para darnos. Esos deseos que tiene el Señor para nosotros son maravillosos. Aquellas palabras que hemos compartido en muchas otras circunstancias del Evangelio salidas del corazón, pasadas por las cuerdas vocales de Jesús y expresadas con ese deseo del corazón que también son del Padre y del Espíritu. “He venido a traer fuego sobre la tierra y como desearía que ya estuviera ardiendo” El Señor está lleno de sorpresas, tiene urgencias, el Señor es amor.

El que ama tiene también ésta modalidad y acercarse al plan de Dios, abrir el corazón en la escucha, animarse a decir un sí a Dios, el Señor nos va a cambiar la vida. Creer en Dios, dar testimonio de mi Dios, contar las cosas maravillosas que obra Dios en mi vida, decirlo con la vida.

Cuando los cristianos le dicen que si al Señor como María, se levantan para aprender de Dios todos los días. Tiene abierta el alma como un cuaderno nuevo para que cada día empiece a escribirse una historia nueva. Por primera vez se escribe en ésta hoja, esa es mi alma abierta, disponible, así es vivir, con éste estilo. No seguros, aburridos, leyendo las viejas historias por muchas que sean, que nuestro corazón sea como una hoja nueva, que todos los días se deje escribir la historia del amor de Dios.

Por eso renovar el si de María, volver a decir aquí estoy, volver a decir al Señor la gran pregunta del creyente ¿Señor qué esperas, que necesitas de mi para hoy? y animarse a ésta forma de vida. El Señor nos va a dar lo que nadie nos puede dar y nos va a transformar la vida. Nos va a sorprender permanentemente y vamos a tener que vivir como María guardando y meditando en nuestros corazones las maravillas permanentes y vamos a ser sorprendidos permanentemente. Se nos va a abrir los ojos de una manera increíble, nos vamos a dar cuenta de cosas increíbles que antes no nos dábamos cuenta. Este es el momento.

Seguro hoy a través de ésta catequesis el Espíritu de Dios esté obrando en nuestros corazones. Estamos haciendo la obra de María, la obra de la salvación, que es la obra del camino de la voluntad de Dios, como no va a estar obrando en los corazones. Esta obrando este despertar a la fe, este guardar y meditar en el corazón, éste aprender a percibir, éste darse cuenta de esos detalles, de esos signos, de esas manifestaciones del amor de Dios y gozarlos. Y lo que no entiendo, aquello que pasa quizás por el dolor, porque me supera, guardarlo, meditarlo, darle tiempo, porque eso es la gracia de Dios que va a ir transformando nuestro mundo interior para una nueva mirada y un nuevo sí.

“Ando despacito porque ya tuve prisa y llevo esta sonrisa porque ya lloré de más”.

Aprender a vivir como María, el sí de María nos debe enseñar a saborear mejor las circunstancias y los pequeños pasos de todos los días. Valorar más la mesa tendida, el reclamo del niño, el diálogo en el matrimonio. Valorar más, agradecer más, dejar de correr, dejar de sufrir mal, saber vivir, aprender a vivir, andar más despacio porque ya hemos tenido mucha prisa. Este es el gran testimonio de nuestro sí a Dios, de nuestra cultura emergente.

Nuestro tiempo urgido, lleno de ansiedades, en la locura de la búsqueda de felicidad que tiene la persona y que nunca la encuentra porque nunca se para y creo que eso es lo que tenemos que hacer, desandar el camino, andar más lento, más pausado, saborear más, menos cantidad, más intensidad, más captación, más percepción, más calidad, más adentro, más intimidad, más comunión, más escucha, ese es el sí a Dios.

Y esto no tiene que ser sólo un deseo, tiene que ser una realidad. La vida nos enseña a vivir, nos enseña la fe.

La fe y la presencia de Dios es lo mismo que la vida. Tiene que ver con nuestro pecado, con mi tarea, con mi levantarme todos los días, con mis gestos, mis actitudes, con mis ganas de cantar y de bailar. Tiene que ver con mis ganas de gozar, ahí está Dios, ahí está la fe. Tiene que ver con éste hacer, andar y desandar todos los días de la vida. Esa es la fe, ese es el sentir a Dios en María. Fe y Dios es una misma realidad, por eso no es fácil la fe pero es un don y hay que pedirlo.

“Te pedimos Madre del amor danos esa gracia de la fe, de aprender a andar despacio porque ya hemos tenido bastante prisa, ayúdanos Señora a tener ahora la sonrisa, ya hemos llorado mucho, hemos sufrido quizás mal. Enséñanos hoy a gozar, enséñanos hoy a reír, Madre Bendita, Amén”.