Jesús transforma la tristeza en esperanza

martes, 8 de mayo de 2018
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08/05/2018 – Compartimos la catequesis, la cual dedicamos especialmente a Nuestra Señora de Luján en su día, y donde, desde el Evangelio del día, podemos ver a Jesús que anuncia su despedida pero a la vez descubre en el corazón de sus discípulos una tristeza, que ni es de Dios ni a Dios nos lleva y por eso los exhorta a transformar la tristeza en esperanza.

 

Catequesis en un minuto

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Ahora me voy al que me envió, y ninguno de ustedes me pregunta: ‘¿A dónde vas?’. Pero al decirles esto, ustedes se han entristecido. Sin embargo, les digo la verdad: les conviene que yo me vaya, porque si no me voy, el Paráclito no vendrá a ustedes. Pero si me voy, se lo enviaré. Y cuando él venga, probará al mundo dónde está el pecado, dónde está la justicia y cuál es el juicio. El pecado está en no haber creído en mí. La justicia, en que yo me voy al Padre y ustedes ya no me verán. Y el juicio, en que el Príncipe de este mundo ya ha sido condenado.”

San Juan 16,5-11.

 

Jesús prepara el camino

Este Jesús que no solo prepara su camino de regreso al Padre sino que también comienza a anunciar lo que hoy conocemos cono la tercera persona de la Santísima Trinidad, está contando la intimidad Divina de Dios mismo.  Jesús lo dice claramente “ahora me voy”, está decidido a irse para poder mandar al Espíritu Santo, pero nota la tristeza en el corazón de los discípulos. La tristeza descubre que hay algo de fondo ¿cuál es fundamento de la tristeza? Es una tristeza religiosa, motivada por la partida de Jesús.

¿Es posible estar triste si vivimos nuestra fe? Tal vez esto sucede porque estamos cerrados en nosotros mismos, en una burbuja. Vivimos con cara de viernes santo, no reflejamos la alegría de la Resurrección.

San Francisco de Asís, quien llamada hermano y hermana a todos, a la tristeza le dice “Vete de mi tristeza porque tú ni de Dios vienes ni a Dios me llevas”. 

No olvidemos que la primera palabra que el Ángel le dio a María fue “Alégrate”. Hoy queremos, junto con  María, decir ésta palabra y recibirla. La alegría no es el fruto de un objetivo logrado, es el fruto de la presencia del Espíritu Santo en nuestro corazón.

 

 

Catequesis completa