Jesús viene a renovarnos la mirada por la fe

miércoles, 3 de febrero de 2021
image_pdfimage_print

03/02/2021 – En el evangelio de hoy, Jesús no puede hacer signos en su propio pueblo por la incredulidad de sus paisanos. Se han acostumbrado a verlo como carpintero, como el hijo de María, y no pueden creer en lo que sus ojos ven y en los relatos que llegan sobre Él. A nosotros nos puede pasar lo mismo, por eso en este día le pedimos a Jesús que nos renueve la mirada para ver lo de siempre con otros ojos.

 

Jesús salió de allí y se dirigió a su pueblo, seguido de sus discípulos. Cuando llegó el sábado, comenzó a enseñar en la sinagoga, y la multitud que lo escuchaba estaba asombrada y decía: “¿De dónde saca todo esto? ¿Qué sabiduría es esa que le ha sido dada y esos grandes milagros que se realizan por sus manos?¿No es acaso el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago, de José, de Judas y de Simón? ¿Y sus hermanas no viven aquí entre nosotros?”. Y Jesús era para ellos un motivo de tropiezo. Por eso les dijo: “Un profeta es despreciado solamente en su pueblo, en su familia y en su casa”.

Y no pudo hacer allí ningún milagro, fuera de curar a unos pocos enfermos, imponiéndoles las manos. Y él se asombraba de su falta de fe. Jesús recorría las poblaciones de los alrededores, enseñando a la gente.

Mc 6,1-6

 

Catequesis completa

Los paisanos del tiempo de Jesús solo alcanzan a ver en el hijo de María y José el carpintero, a un vecino más de ahí. Jesús se extraña de la falta de fe de ellos y citando aquello tan antiguo que solo es en su propia tierra despreciado un profeta da a entender que su peregrinar trasciende el ámbito al que pertenece al vinculo que tiene con ellos de familiaridad vecinal.

La falta de fe de sus vecinos es lo que le impide un paso más en cercanía que permita ver en el hijo de José y María al mismo enviado de Dios. Cuando no hay fe las cosas de Dios resultan extrañas, resultan incomprensibles, porque el misterio que esconde Jesús sólo se lo puede penetrar por el don maravilloso de la fe. Es solo por la fe como podemos acceder desde la carne de Jesús al misterio de la redención.

Es solo por la fe donde podemos penetrar lo impenetrable que resulta el misterio de Dios entre nosotros si no estamos asistidos por la fe. Habitando en medio nuestro en la cotidianidad haciendo que la vida no caiga en la rutina, el don de la fe nos abre al misterio de la presencia de Dios que vino a poner su morada en medio nuestro.  Todo se hace rutinario cuando nos falta el don de la fe y no encontramos sentido ni rumbo. “Las cosas son como son y no pueden ser de otra manera”. La vida del hombre en su dignidad está para ser vivida en plenitud y lo hacemos cuando desde la inteligencia, sin evadirnos, podemos encontrar valor y sentido en el claroscuro de la vida. Eso lo aprendemos cuando desde la fe leemos los signos de los tiempos que Dios va dejando en el camino. Así el camino es de plenitud y no nos enredamos en lo de todos los días. La voluntad de Dios no nos quiere transcurriendo el tiempo sin sentido sino siendo partícipes, protagonistas.

“Sabemos, además, que Dios dispone, todas las cosas para el bien de los que lo aman, de aquellos que él llamó según su designio” (Rom 8, 28).  Nada de lo que acontece escapa de las manos de Dios, todo lo que acontece es para bien de los suyos, que somos todos.  Nada escapa a la mirada de Dios, y somos quizás nosotros los que nos movemos sin Él. Que Él nos de mirada de trascendencia y sentido en medio de las cosas de todos los días.

Jesús y su propuesta en lo de todos los días, del valor de lo que trasciende, no sólo para darnos un aire nuevo sino para mostrarnos que no existe nada de todo lo que acontece que no se escape de sus manos.

Nos pasa tantas veces que la realidad nos ahoga, nos achica la mirada, nos deprime el encontrarnos todos los días con la “novela” de la realidad… como para utilizar una imagen que aunque nos hayamos perdidos algunos capítulos no hay mucho que haya cambiado. El sistema lejos de liberar las fuerzas humanas para construir algo nuevo, termina por determinarlo o coartarlo. Cuando nos encontramos repetidamente en ese escenario el alma se nos va acabando y el sentir interior es de sinsentido y vacío. Allí intentamos sumarnos para “pasarla bien” o nos animamos a romper interiormente con una saludable rebeldía buscando nuevas salidas. Nosotros proponemos uno de renovación que es lo que entendemos Dios hizo desde hace tiempo cuando comprometió la gracia de la Salvación “cuando la caída del hombre lo puso bajo la caída del hombre, yo pondré en enemistad entre tú y la mujer.

Nosotros entendemos que es Dios mismo quien quiere intervenir en la historia y queremos sumarnos a Él en la construcción de un mundo nuevo. Ciertamente lo nuevo, lo no conocido, lo no sabido, genera un cierto temor y desconcierto. Cuando nos movemos en el esquema de repetirnos, de no quedar expuestos frente a los demás por temor al qué dirán, la vida termina por repetirse y sos uno más del montón. No se trata de sobresalir por sobresalir sino de llegar a ser lo que estás llamado a ser. Dios mismo a querido involucrar su presencia para que llegues a ser lo que pensó para vos desde siempre.

Para salir de esta rutina aburrida y el sistema tedioso, proponemos 3 puntos que puedan ayudarte a renovar en el camino:

1) El encuentro con la Palabra de Dios desde la lectura orante de la misma

2) revalorizar y renovar nuestra vida sacramental

3) recuperando el diálogo creyente de la oración en clave de amistad.

Encontrarnos con la Palabra de Dios y dejarnos interpelar

El encuentro con la Palabra de Dios en la lectura orante como un camino que nos lleva a poner en el centro ya no la economía del mercado, ni el “bienestar”, y poner en el centro lo que nos trasciende. Si no hay algo que nos trascienda difícilmente salgamos del encierro y bostezo aburrido de lo cotidiano. Es lo que les pasaba a los contemporáneos de Jesús que prefirieron quedarse con lo de siempre.

¿Cómo? Primero hacernos un tiempo. Ponerse frente al texto de la palabra y allí animarnos a meternos en la escena de lo que está ocurriendo. Por ejemplo, en el texto de hoy imaginarnos cómo es que Jesús llega a ese espacio común, cómo es que Jesús actúa en medio de ellos, cómo es que proclama la Buena noticia. Y la gente mirándolo a Jesús con asombro. Uno puede imaginarse el cuchicheo, la sorpresa, y el descrédito con el que lo miran. Entonces pensar como este Cristo que tiene una misión que trasciende a lo suyo, la gente busca encorsetarlo por miedo. ¿Cómo son esos diálogos, qué dicen, qué opinan, y cómo es que buscan dejarlo a Jesús allí en su territorio. Por otro lado Jesús que no se deja escapar.

Entonces imaginarme esa escena y con ello dialogar con el Señor. Por ejemplo las veces que en mi propia vida yo mismo me autoboicoteo, mientras Él me invita a algo nuevo, yo mismo me clavo. Me tengo que cuidar la salud y yo mismo como de manera desordenada, etc etc.

Se trata de leer la Palabra de Dios e imaginarme lo que pasa y desde allí reflexionar, ver qué me dice la Palabra y que tengo yo para decirle. La Palabra de Dios siempre tiene algo nuevo para decirme aquí y ahora.

Dios no es extraño a mi historia y no solamente me dice esto en la Palabra que le da un contendido a mi propia historia sino que como la Palabra de Dios actúa en lo que dice aquello mismo que la Palabra pronuncia viene como a realizarlo en medio de mi propia historia.

 

Renovar la vida sacramental

Un segundo paso en la búsqueda de la centralidad de Jesús para nuestra vida es revalorizar y renovar la vida sacramental en nosotros. ¿Por qué una vida sacramental renovada? Porque hay una cierta costumbre de la comunidad católica que hace que la vida de los sacramentos sea casi un trámite de rutina. Hemos armado un Dios de consumo y entonces, los chicos tienen que ser bautizados, no sabemos por qué pero hay que hacerlo… después la comunión también, y si quieren la confirmación. Y si al final de la vida vemos que viene complicada la cosa, llamamos al cura para que le de una bendición. Es un modo de ridiculizar los modos con los que nos vinculamos al sacramento.

Para renovarnos vamos por lo primero: los sacramentos son signos sensibles y en la comunidad reunida en asamblea actúa a través del ejercicio ministerial de servicio a través de los cuales se significa de una manera diversa su presencia. Si bien es cierto que los sacramentos obran por sí mismos, para que obren con mayor eficacia hace falta tener el corazón bien preparado para recibirlos.

Claro que si la catequesis que hemos recibido es la de la primera comunión, evidentemente hay cosas que ya no convencen como cuando teníamos 10 años, y necesitamos otros espacios para vincularnos con la fe. Si no hay una renovación, se hace por cumplimiento, en donde cumplimos y mentimos. Mi corazón está lejos de entender de qué se trata la propuesta de Dios para mi vida en este tiempo. La fe necesita ser reflexionada, de ahí la importancia de buscar espacios comunitarios donde poder vivir la fe de manera adulta.

Jesús con los niños jugaba y con los adultos evangelizaba. Nosotros solemos hacer al revés y catequizamos a los chicos. Necesitamos nuevos espacios en donde madurar la fe. En el centro de la propuesta debe estar la Palabra de Dios, que es el eje de lo que plantea el Concilio Vaticano II. Una fe adulta que confronte la propuesta del evangelio con los desafíos del mundo.

Desde esa catequesis, recibir los sacramentos que son nuestro alimento cotidiano: bautismo, confirmación, eucaristía, reconciliación, matrimonio, orden sagrado, unción de los enfermos.

Cada uno de manera adulta tiene que preguntarse cómo vivo mejor con Cristo sacramento. Los sacramentos que son 7 derivan de Cristo que es el sacramento, como signo eficaz de la vida de Dios en nosotros. En esos 7 canales Dios alimenta y robustece nuestra fe para que la trascendencia encuentre un lugar sólido donde afirmarse.

Jesús se nos manifiesta dando vida en el Bautismo, reconciliando en el sacramento de la Reconciliación, haciéndose alimento en la Eucaristía, sanando en la unción de los enfermos, dando orden de gobierno de santificación en el don del ministerio sacerdotal para la vida del pueblo de Dios como pastores, también haciéndose misterio de alianza en el matrimonio.

Es el mismo Jesús que sensiblemente se hace presente de una manera eficaz. De ahí cuando nosotros celebramos un sacramento es Cristo que se hace presente detrás de la pobreza de los signos que nos acercan su misma persona.

Cuando nosotros tenemos conciencia de que es Jesús quien actúa a través de la pobreza de estos signos los sacramentos se transforman rápidamente por su eficacia comprometido en ellos desde hace dos mil años en una fuente de renovación de vida interior para nosotros. Entonces no hay rutina que se haga aburrida sino en todo caso novedad constante de la presencia de un Dios que nunca se repite y siempre es creador en su modo de manifestarse.

 

La oración: hablar con un amigo

El Señor quiere conversar con nosotros como conversa con un amigo, en un diálogo adulto. Como lo hacía Dios con Moisés. Un diálogo sincero, cara a cara y sin muchos protocolos, sabiendo quién con quién habla. A este lugar tiene que llevarnos este proceso de renovación interior a la que el Señor nos llama para que su presencia no sea como la de sus coterráneos que no veían nada nuevo. Si Dios no tiene nada nuevo para ofrecerme es porque yo me declaré viejo de golpe. Es posible encontrar novedad a los 70 y a los 80 años.

La amistad sólo crece cuando es cultivada, lo mismo pasa con la amistad con el Señor.   Y éste encuentro, como cuando ocurre con los amigos, se da cuando nos ponemos a conversar de nuestras cosas. Es el trato de amistad que renueva la centralidad de su presencia en nuestra vida.

La oración, decía Teresa de Jesús, es estar muchas veces a solas en trato de amistad con quien sabemos nos ama. En el modo de relación de Moisés y de todos los santos se trata de un trato de familiaridad con El. Moisés hablaba con Dios como habla un amigo con su amigo. Muy lejos está Dios de ser extraño a nosotros, muy lejos también de ser uno más de nosotros. No es el Dios intocable, el innombrable como decía a veces el Antiguo Testamento ni el barba como irrespetuosamente lo tratamos.