Junto a la cruz de Jesús…

jueves, 28 de mayo de 2009
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Junto a la cruz de Jesús estaba de pie su madre, y también la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena.  Jesús, al ver a la madre y junto a ella a su discípulo, al que más quería, dijo a la madre:  “Mujer, ahí tienes a tu hijo”.  Después dijo al discípulo:  “Ahí tienes a tu madre”.  Desde ese momento, el discípulo se la llevó a su casa.”

Juan 19, 25-27

Festividad de Nuestra Señora de Luján

En 1630 la carreta que transportaba la imagen se detuvo en los pagos de Luján. La imagen de la Virgen nunca se movió de aquí. En torno a Ella se fundó y creció una de las ciudades más grandes y reconocidas de nuestro país. La imagen venía de Paracaiba, Brasil, y viajaba para ser entregada a Antonio Farías Sáa, un hacendado radicado en Sumampa (Santiago del Estero). Fue construida por un alfarero con arcilla cocida. Tiene 38 centímetros de alto. Su manto azul está caído, salpicado de estrellas blancas y es la túnica encarnada. Para resguardar la estatua original, el Padre Jorge María Salvaire le hizo colocar una campana de plata que le dio la forma característica con que hoy se conoce mundialmente. A María, la Virgen de Luján, le consagramos nuestra Radio María en este día.

María en el misterio pascual

Siguiendo un texto de RanieroCantalamessa, “María espejo de la Iglesia”, decimos queMaría está presente en el Nuevo Testamento en cada uno de los momentos constitutivos del misterio cristiano: la Encarnación, la Pascua y Pentecostés. Sin embargo, pareciera que María estuvo presente en una parte y no en todo el misterio pascual, si la mirada que hacemos no es ahondada desde la mirada que Juan hace de la Pascua. Este misterio completo supone la muerte y la resurrección. Pero el texto de Juan habla sólo de María al pie de la cruz, y nada dice de los momentos en que Jesús aparece manifestando su gloria de resurrección. Pero ¿qué significa la gloria en el Evangelio de Juan? ¿Y qué representa la cruz, el calvario en el Evangelio de Juan? Representa su hora, y ésta es su gloria, la hora por la que Él había venido al mundo. De esta hora habla Jesús cuando dice al Padre: Padre, ha llegado la hora, glorifica a tu Hijo. Y también, en el Evangelio de Juan, dice: Cuando haya levantado al Hijo del hombre -refiriéndose Jesús a su propia muerte- entonces sabrán que Yo soy ­-el Yo soy es la gloriade Dios, el momento de la muerte, el momento en que se revela plenamente la gloria de Jesús.

Por eso María, quesegún dicen los textos evangélicos, no percibió la gloria de Jesús en la manifestación de la resurrección en el domingo de Pascua, dice Cantalamessa que la percibió en la oscuridad de la fe a los pies de la cruz en la espera de la noche, de esa noche que parte de la cruz cuando el velo del templo se abre. Cuando todo tiembla, María siente en ese mismo momento que en la entrega de su Hijo en el discípulo ha comenzado ya la gracia de la resurrección. Y esta entrega, ahí tienes a tu hijo, es de algún modo el gozo del anuncio del ángel cuando se encarna el Hijo de Dios en el seno de María. Y así el dolor de la cruz, en cierta manera, es mitigado por esta presencia que continúa. El consuelo que María recibe es la gracia de la resurrección de su Hijo en los hijos por los que está dando la vida. La muerte en la cruz ha sido ya vencida y María es testigo de esto.

La gloria de Jesús en el Evangelio de Juan es la cruz. La cruz es el momento de pasar de la antigua alianza, de los profetas, a la realidad. Es el momento del todo está cumplido (Juan 19, 30). En la muerte de Cristo, en su forma de morir, se contempla ya la resurrección presente y operante. A la luz de las palabras de Jesús que dice a Tomás felices más bien los que creen sin haber visto, uno puede entender el modo de estar de María de cara a la cruz en el momento en que su Hijo muere. En esa noche, sin ver que su Hijo ha resucitado, María entiende en su corazón, por la entrega del hijo-discípulo (todos nosotros) que su Hijo no ha muerto, que vive en todos sus hijos; que ha resucitado, que ahora somos una multitud, un sinnúmero, una humanidad toda, hijo, hija de María. Y esta es la fuerza de la gracia de resurrección presente ante tanto dolor que le parte el corazón y la atraviesa, como atraviesa el corazón de su Hijo.

Bajo esta mirada no tiene tanta importancia ni es tan extraño el hecho de que el cuarto Evangelio no mencione ninguna aparición del Resucitado a su madre. Las mujeres descubrieron la resurrección de Cristo al tercer día, pero María la descubrió antes, en el alborear de la resurrección sobre la cruz, cuandotodavía estaba oscuro (Juan 20, 1). Es en la oscuridad de su dolor donde María, en medio de ser atravesada por el sufrimiento, sabe que su Hijo está vivo, que no ha muerto, que en la misma entrega de la vida viene la resurrección, que se huele y se siente en todos los hijos que están siendo engendrados con dolores de parto al pie de la cruz.

María al pie de la cruz es la presencia de parto que Jesús ha dicho que ocurre con la entrega de su vida en la cruz. La llegada de la hora es como el momento en que la mujer va a dar a luz: el dolor desaparece con la llegada del hijo.

Jesús dice yo hago nuevas todas las cosas. Y lo hace con María. Mirando nuestra vida podemos ver cuánta cercanía del amor del Padre hay en el corazón mariano de cada uno de nosotros. En María, al pie de la cruz, todo comienza a ser de nuevo. En tu vida también hay un momento en el que todo comienza de nuevo. En la cruz todo comienza de nuevo. Y en nosotros, al pie de la cruz, María ha dado a luz a nuevos cristos para este tiempo.

¿Te has dado cuenta cuántas cosas comienzan a oler a nuevo en tu vida? Una nueva sonrisa, una nueva esperanza, una nueva alegría, una nueva paz, un nuevo esfuerzo, un nuevo consuelo, una nueva reconciliación, un camino nuevo, una aceptación nueva, un ajustarse nuevo de la vida interior al querer de Dios…

María, la hermosa cordera que sabiamente calla

Siguiendo con el ya citado texto de Raniero Cantalamessa, decimos que si es la gloriade Diosque se manifiesta en el momento de la cruz mariana, al pie de la cruz, entonces qué se puede decir, ¿que María no sufrió en el calvario? ¿Fue la cruz para Ella un simple momento de paso? ¿Es posible queJesús no sufriera en realidad y queEllatampoco haya sufrido? ¿Es posible que esto disminuyera la brutalidad de la Pasión? Dios ha constituido Señor y Cristo a este Jesús a quién ustedes han crucificado. Señor, Cristo glorioso, crucificado, es todo un mismo acontecimiento, aunque el Señor los separa para nosotros, tiempo de cruz y tiempo de gloria. Pero en el mismo momento de la cruz está la gloria. Y cuando hay gracia de resurrección en nuestra vida, hay cruz también, que el mismo don abundante del amor de Dios nos regala como gracia de purificación de lo más hondo de nuestra interioridad. María bebió el cáliz de la pasión, y lo bebió hasta el fondo. De Ella, como de la antigua hija de Sión, se puede decir bebió de la mano del Señor la copa de su ira y apuró hasta el fondo el cáliz del vértigo (Isaías, 51, 17). ¿Cómo es esto de queElla bebió el cáliz y dijo amén en el silencio? Es así, bebió el cáliz en el silencio, comoJesús en el silencio pocas palabras dice en la cruz, Maríatambién pocas palabras dice al pie de la cruz.

En el Evangelio de Lucas, María calla en el momento del nacimiento de Jesús. En el de Juan, María calla en el momento de la muerte de Jesús y de la vida de Jesús entregada en los hijos: Mujer, ahí tienes a tu hijo. Y Ella calla.

En la Primera Carta a los Corintios, Pablo alude a la predicación de la cruz y la sabiduría de la predicación, el lenguaje de la cruz y el lenguaje de la sabiduría humana. Y las diferencia: la sabiduría de la predicación (o sabiduría del mundo) se expresa precisamente a través de las palabras y los discursos bonitos; la cruz, en cambio, se expresa a través del silencio. El lenguaje de la cruz es un lenguaje apofático: sólo el silencio te nombra, decían los padres del desierto. En el silencio, unido al misterio de la Pascua, al misterio de la cruz, es como mejor nombramos a Dios. El lenguaje de la cruz es el silencio. Y el silencio, cuando es hondo y profundo como es el de cruz, siempre es expectación de algo nuevo que está por venir. Así se comporta la naturaleza: cuando en la noche ya no se siente ruido alguno es porque la noche está a la expectativa del nuevo día, callan los pájaros, todo está en profundo silencio, los animales descansan, el ser humano también, todo es como que se detiene porque está a la expectación del nuevo día, en que todo comienza a ser de nuevo. El silencio de María y de Jesús en la cruz es porque ya está presente lo nuevo que está por venir, es la sabiduría del silencio que nos lleva hondamente a lo nuevo que está por nacer.

A veces nuestra espiritualidad es un tanto barroca y nos impide familiarizarnos y gozar del silencio. No dejamos lugar a los espacios vacíos, los llenamos con lo que sea, hay como un horror por el vacío. Por eso nos movemos con ansiedad, sin parar. Entonces no hay lugar para la expectación del nacimiento de lo nuevo.

Para dar vida con María, nos decidimos a estar junto a la cruz

Estar junto a la cruz de Jesús. Lo que cuenta no es la propia cruz, no es tener una cruz, la tenemos todos… el tema es cómo administramos el acontecimiento doloroso de nuestra vida, cualquiera sea el signo bajo el cual aparezca en nuestra existencia. No existe un ser humano que pase por esta tierra que pueda decir que su vida no ha sido atravesada por el misterio del dolor. Con el solo hecho de salir del placentero vientre materno y proferir un llanto cuando nacemos, estamos diciendo que se inauguró el camino del ser humano en la tierra, del andar en este valle de lágrimas. Hay un valle de lágrimas transitado por nosotros, desde el nacimiento hasta la muerte. La invitación es a poner este dolor junto a la cruz que le da sentido a la vida, la de Cristo. Lo que cuenta es la cruz de Jesús. Lo importante no es el sufrir, sino el creer haciendo propio de este modo el sufrimiento de Cristo. Aquí está la fuente de la fecundidad de la Iglesia. La Iglesia, el pueblo de Dios se hace fecundo y va a parir la nueva humanidad. En cualquiera de las formas en que ésta quiera aparecer en el mundo, todo comienza a ser nuevo cuando nos decidimos a estar con Jesús, estando con María al pie de la cruz, renunciando a la sabiduría de las palabras, la ironía, al lenguaje del mundo; nosotros lejos de estos lugares de rebeldía del corazón, nos volcamos a la vida. Tomar la propia cruz y seguirlo, participar de su sufrimiento, estar crucificado con Él (Gálatas 2, 20); completar con los propios sufrimientos lo que falta a la pasión de Cristo (Colosences 1, 24). Toda la vida del cristiano debe ser como la de Cristo, un sacrificio vivo (Romanos 12, 1). No se trata sólo del sufrimiento aceptado pasivamente, sino también del sufrimiento activo, golpeo mi cuerpo y lo esclavizo (Primera de Corintios, 9, 27). No dándole más golpes que los que la vida da, sino asumiendo esos golpes en Jesús. No se trata de buscar más dolor del que ya existe. En realidad el dolor en nosotros viene de la mano de la presencia de un amor cercano, esto es lo increíble… Hay cercanía del amor de Dios donde hay dolor, donde hay sufrimiento.