La agresividad que nos permite avanzar

viernes, 21 de noviembre de 2014
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21/11/2014 – Jesús al entrar al Templo, se puso a echar a los vendedores, diciéndoles: “Está escrito: Mi casa será una casa de oración, pero ustedes la han convertido en una cueva de ladrones”. Y diariamente enseñaba en el Templo. Los sumos sacerdotes, los escribas y los más importantes del pueblo, buscaban la forma de matarlo.
Pero no sabían cómo hacerlo, porque todo el pueblo lo escuchaba y estaba pendiente de sus palabras.

San Lucas 19,45-48

 

 

Alistarse para el combate

En el texto paralelo aparece Jesús haciendo un látigo y con violencia, agresividad y con fuerza voltea las mesas de los cambistas y todo lo que estaba de comercio es derribado por el celo de la casa de su Padre. El texto nos invita desde esta perspectiva de Jesús, a una actitud de combate, para liberar en nosotros todo lo que ocupa el lugar del Dios vivo.

En el texto que nos presenta el evangelio hoy nos encontramos con Jesús que reacciona y se pone a echar a los mercaderes del Templo. La dinámica de los hombres y su ceguera, habían convertido al lugar más sagrado en algo que no tenía nada que ver con el culto a Dios. Jesús ha venido a proclamar el Reino y enfrenta a los que han vanalizado y reducido a lógicas comerciales el vínculo con lo trascendente. Toda la vida pública de Jesús y su misión supondrán enfrentamientos con escribas, fariseos y doctores de la ley. Esto casi podríamos decir, ha sido preparado en el desierto, donde Jesús durante 40 días y 40 noches, se ha enfrentado con la fuerzas del mal. Viene alistado para el combate que mantendrá durante su camino.

Leemos en la carta de San Pablo a los Efesios: “Por lo tanto, tomen la armadura de Dios, para que puedan resistir en el día malo y mantenerse firmes después de haber superado todos los obstáculos”. El apóstol nos pone frente a una dimensión de la vida cristiana que siempre tenemos que considerar: el camino del cristiano es recorrido en lucha. Pablo indica que el combate se da en el corazón; no es contra nadie sino contra las fuerzas del mal que surcan los aires.

En el corazón de la cultura se ha establecido este estilo de discurso que divide; nosotros proponemos la cultura del encuentro. Sabemos que la lucha no está con nosotros, no es con mi hermano, sino “con lo que surcan los aires”, con el enemigo común que es el diablo que se manifiesta de diversas formas para dividir, confundir, corromper y destruir. No anda con chiquitas; comienza de a poco, nos va ganando el corazón con su mentira y confusión, para llevarnos como por un tobogán a perdernos. Pablo lo advierte en la carta a los Efesios: atención hacia dónde orientan ustedes la agresividad (propia de los cristianos, no la violencia). Es tiempo de ponerle rostro a esas fuerzas del mal que buscan apartarnos del seguimiento de Jesús. Contra el mismo Dios no ha podido y ahora viene por sus hijos.

“El reino de los cielos se gana con violencia” dice Jesús, y no se refiere al uso de las fuerzas, sino a la agresividad interior para arremeter y constuir algo diferente. Es la misma fuerza con la que hoy lo vemos al Señor derribando a los cambistas, sacando del medio las fuerzas del mal. Por ahí a nosotros el concepto de la mansedumbre, “sean mansos y humildes de corazón”,  nos priva de esta dimensión esencial de la vida cristiana que es la agresividad y que forma parte de la vida y del combate.

 

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Ira vs agresividad

La ira es lo opuesto al Amor, como algo que, desde su raíz, atenta contra toda virtud. Pero a la vez la ira también aparece como una fuerza positiva y de hecho leemos en las escritura sobre la ira Divina.

El salmo dice que Dios es lento a la cólera y rico en piedad y en otro texto leemos que derrama su ira en el juicio final.

Yo hablaría de ira y agresividad: La ira es el pecado capital, (cólera como pecado capital) y agresividad es aquella fuerza que se incluye dentro de la virtud de la fortaleza, que nos permite a nosotros superar los obstáculos. Necesitamos una cierta agresividad que es distinta a la violencia. La agresividad cuando es guiada por la inteligencia es una fuerza de virtud que nos hacen salir de nosotros para lanzarnos contra lo que nos detiene. Por ejemplo: levantarse por la mañana tras el cansancio de la semana, uno tiene que hacerse de violencia para arrancar el día, que seguramente traerá sus bendiciones.

Por un lado está la ira como aquel descontrol de una pasión lenta que surge en nuestro corazón y nos hace perder los carriles, no guardamos racionalidad o si la guardamos, lo hacemos en el espíritu de la venganza. A esta ira la distinguimos de la agresividad, como esa energía interior que necesitamos para llevar adelante grandes momentos de la vida, donde se pone en juego el camino y donde tenemos que superar obstáculos.

La violencia, en cambio, es aquella acción que saliendo de nosotros, se vincula a terceros, a los cuales con nuestra actitud o nuestra fuerza no encausada hacia el bien y bajo un cierto espíritu de odio, terminamos por dañar al que se nos cruza en el camino. Cuando uno siente cierta agresividad que surge de su corazón, que lo lleva a perder el control en una reacción violenta, colérica, estamos en presencia de una fuerza que, no dominandola, nos domina a nosotros y las consecuencias que se siguen de las acciones que tomamos sin medirlas pueden ser terribles.

Decimos: “…fue en un momento en que me saqué, me puse como loco y de repente dije lo que ahora me arrepiento”. Esa expresión muestra como la fuerza de la cólera puede más que la racionalidad, y el impulso agresivo ante el obstáculo ha perdido su razonabilidad, su inteligencia y su cauce. La diferencia entre la agresividad positiva que vence un obstáculo y la ira, es que en ésta última la fuerza que opera adentro nuestro no tiene proporción al objeto frente al cual reaccionamos de esta manera. En cambio cuando hay cause, esa misma agresividad encuentra los obstáculos a vencer y avanza por encima de ellos superando los obstáculos que se nos presentan.

 

 

La agresividad y la virtud de la fortaleza

La virtud de la fortaleza, dice Santo Tomás de Aquino, tiene dos grandes pilares: la capacidad de resistir y la capacidad de arremeter para vencer al mal. Son dos caras de una misma moneda. Hablamos de mal, en términos de obstáculo que impide vivir bien. Para superar los obstáculos a veces hay que esquivarlos o resistir, pero muchas otras hay que enfrentarlos. Inteligentemente hay que ir administrando las fuerzas interiores para bien apuntar a las dificultades: a veces dejándolo pasar, a veces resistiendo y a veces enfrentarlo.

También es parte de la virtud de la fortaleza la agresividad que nosotros aplicamos cuando aparece algo que nos detiene e impide avanzar. De allí que Jesús diga que para entrar en el Reino de los cielos hay que hacerse cierta violencia… Cada vez que hacemos una obra de bien frente a lo que está viciado en lo social por ejemplo, se sacuden los espíritus para deternos. No se trata solamente de un tesón o de una caprichosa manera de concebir la vida y de ir contra todo por encima de todo. La virtud de la fortaleza, cuanto la de la justicia y la templaza, lideradas por la prudencia, saben medir los cómo, los cuánto, los por qué. Prudencia, justicia, fortaleza y templanza, están reguladas por la prudencia. El prudente es el que con sabiduría sabe cómo actuar y en qué circunstancia para ir en el momento justo por aquello que hay que cambiar en la propia vida y en el escenario de la convivencia familiar, social, comunitario. Esta fuerza agresiva que hay en nosotros tiene que tener cause, por eso también tenemos que pedir la virtud de la templanza.

Los Santos han sido personas muy agresivas con esa fuerza interior que nos hace poner inteligencia y fuerza para vencer las dificultades. Los santos han sido personas muy disciplinadas. Hace falta fortaleza para vivir el camino según el querer de Dios y sostenerse allí.

Cuando llegan las pruebas y los obstáculos tienen que aparecer las fuerzas escondidas que hay en nosotros para poder superarlos. Dicen que el temple de una persona se manifiestan en los momentos más críticos. Los problemas no se solucionan dejando que pase, ni un mundo más justo y fraterno se construye viendo cómo pasa la historia… Para construir el Reino, para vencer la tentación, para luchar contra las fuerzas del mal se necesita decisión, acción y mucha inteligencia. El tentador busca distraernos y sacarnos de los objetivos. La gran inteligencia que tiene el maligno es que a veces más que luchas nos crea escaramuzas distrayéndonos. Por eso uno tiene que saber bien a dónde va para saber dónde pelear.

Hay que ponerse en marcha, actuar y trabajar mucho. Y ese trabajo implica vencer la pereza, la vagancia, el no comprometerse… Para ello necesitamos de la agresividad entendida como esa fuerza interior que nos hace reaccionar y actuar en consecuencia.

 

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“Mi fortaleza es el Señor, El es mi fuerza y mi refugio”

El modo de sostener, de alentar y de acompañar que Dios tiene en nuestra propia debilidad, es el lenguaje de Amor desde donde crea y recrea las cosas cuando se ven amenazadas por el caos y por las fuerzas con las que el mal atenta con nosotros.

La ira buena, la santa agresividad que hace falta para poder caminar superando los obstáculos y resistiendo los males, viene de la mano de Dios que nos dice que “te basta mi gracia porque en tu debilidad está mi fuerza”. Dios obra y se hace fuerte en nuestra debilidad y opera con grandeza de alma donde nos parece que ya no podemos.

 

La agresividad en Jesús

Jesús ante los pecadores que estaban en el templo y vendían y compraban haciendo de la casa del Padre, que era una casa de oración, un lugar de comercio, reacciona agresivamente. Él enfrenta la situación y le pone el nombre que tiene y busca la forma de remover el obstáculo: tiró las mesas y dijo lo que tenía que decir “esta es una casa de oración y ustedes la han convertido en una cueva de ladrones”.

Jesús lo plantea con claridad en el Evangelio: “Yo he venido a traer fuego sobre la tierra, ¡y cómo desearía que ya estuviera ardiendo! Tengo que recibir un bautismo, ¡y qué angustia siento hasta que esto se cumpla plenamente! ¿Piensan ustedes que he venido a traer la paz a la tierra? No, les digo que he venido a traer la división” (Lc 12, 49 -51).

Aquí se juega la acción contra el mal pero no contra los hermanos. Se condena el pecado no el pecador. La expresión es agresiva en sí misma. En ese fuego que viene a traer Jesús está la paz, pero no una paz volada o de cementerio o la del “está todo bien”. Es una paz construida desde la armonía, que se alcanza uniendo los contrarios y para conseguirla hay que hacer mucha fuerza. El Espíritu tiene que hacer mucha fuerza en nosotros para unir los opuestos: “El lobo pastará junto con el cordero” Is 65, 25. Ese es el tiempo mesiánico, la unión de los opuestos y para llegar a eso, Jesús se ha hecho a sí mismo violencia. Elige pasar por la cruz. La cruz es un lugar agresivo.

Todos nosotros tenemos esta agresividad que es una necesidad dentro del esquema psicológico humano, que cuando está bien orientada, no hace ruido con los valores del Evangelio. En cambio cuando esta desorientada, sin una inteligencia que lo gobierna, no está encausada, sacada, hace ruido, es decir, es contraria a la predicación evangélica y es disonante.

Ir contracorriente, como le dice Francisco a los jóvenes, supone una revolución y ser agresivos. Anímense a romper el modo establecido y sean capaces de crear un nuevo modo juvenil para crear un mundo nuevo. Hay mucha fuerza de agresión en los jóvenes pero es necesario mucha inteligencia y sabiduría, que son gracias que hay que pedirlas.

“El que quiera venir detrás de mi que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y que me siga” (Lc 9, 23) dice Jesús. El camino es difícil y hace falta de agresividad para poder recorrerlo. Es una fuerza que viene de lo alto y nos la da Dios mismo para seguirlo. Queremos verdaderamente darle cauce, para que no nos agarre la ira, ni nos pueda la violencia, ni tampoco la depresión que es un modo de agresividad no encausado donde las fuerzas van contra nosotros mismos. La iglesia a veces está deprimida y con energía baja porque es autoreferencial y el mal espíritu enrieda dejándonos adentro. La encausamos cuando respondemos a la invitación que nos hace Jesús a ser uno con Él y seguirlo.

Cuando yo tengo claro cual es el proyecto de vida que Dios quiere para mí y pongo todos los medios para alcanzar aquello a lo que el Señor me invita entonces las fuerzas interiores van sobre rieles, el caballo no se desboca, sino que tira para adelante.

Dios no nos quiere perfectos sino grandes y por eso nos quiere despertar en el corazón la magnanimidad y la agresividad para luchar contra todo lo que nos impide que vivamos en Él y en favor de los hermanos. La agresividad supone luchar contra uno mismo para vencer el egoísmo y ampliar el corazón para amar más y mejor.

Padre Javier Soteras